En 1986, Michelangelo Antonioni (Italia, 1912-2007), uno de los grandes directores del cine de oro italiano y mundial, sufrió un accidente cerebrovascular que diezmó su porte gallardo y brioso, celebrado como el de uno de los más apuestos galanes de cine de su tiempo. La llanura de Ferrara donde nació formó su sensibilidad creadora. Horizonte sin finales. Niebla y presagio. Luz que dibuja y borra; altera, quebranta y reaviva; devasta y devora. Soledad originaria, desnuda, inviolada.
La niebla cerrada y la luz deslucida de su primer documental, Gente de Po (1947), devinieron recursos constantes de su filmografía. Los dos consumen a los personajes y entumecen el tiempo. Lejanía. Apartamiento de lo que nos rodea. Nuestros sentimientos —creía el cineasta— nacen, viven y mueren enfermos. Todas las narraciones de sus filmes se disipan como aventados por una ráfaga de la nada; sin embargo, dejan en el espectador señales imborrables. Es el prodigio del cine arte: asombro, extrañeza, desconcierto.
Antonioni, el poeta del desarraigo
El ser humano exiliado de él mismo, de los demás y de sus circunstancias, merodea el cine de Antonioni; personajes, los suyos, que se desvanecen como por encantamiento. Más que distanciamiento, ellos rezuman denegación, tedio, hartura de vivir, a veces, incluso, de lo soñado. Arquitecto de un universo propio, no solo se aparta de sus protagonistas, sino que los rehúsa. El ser humano como un rasgo en su escenario. Especie de caligrafía china. Va y viene, va y viene: ¿simples marionetas menguadas por la alienación y la incomunicación?
Aristócrata sin escudo nobiliario, la vida de Antonioni fue la de un explorador de los recintos de nuestras interioridades. Desde su derrame cerebral, no podía hablar ni movilizarse, pero violentaba su mano izquierda para escribir. Artista de cultura universal, fue reconocido por su escritura, como crítico y autor de sus guiones. En 1995 reapareció con el filme Más allá de las nubes. Relato de un amor que jamás existió. No obstante, un aire menudo sobrevuela para enseñarnos la nimiedad del amor humano ante la grandeza de quienes creen en el amor a un ser superior, somos “una cerilla en medio de una alcoba incendiada de sol”.
En El eclipse (1962) Mónica Viti encarna la soledad. El legendario actor Alain Delon es un mero interlocutor de ella, suerte de caja de resonancia. El filme es una apología de la soledad existencial. En la última escena asciende la música de Prokófiev y el poder secreto de su ritmo acerado. Los diálogos se silencian. Solo quedan Roma y sus calles desamparadas, árboles fantasmales y trazos de rostros a la deriva. Huida hacia la nada. Los contornos se difuminan y el tiempo se embalsama.
El tríptico sobre la burguesía italiana, La aventura (1960), La noche (1961) y El eclipse (1962), semeja un mural pintado en tres paneles sobre la decadencia y ruina de la burguesía de su país de origen y de toda Europa. Ensayo refinado de las posibilidades lingüísticas del cine como reproductor de revoluciones sociopolíticas. Cine de vuelos históricos sobre una clase social corroída por la vileza y el vacío.
Julio Pollino Tamayo, crítico de cine, dice, sin ambages de Blow-Up: “Considero a Blow-Up la única película indispensable de la historia del cine”. Se trata, sin duda, de un filme excepcional. Con base a un relato de Julio Cortázar, a quien el maestro lo muestra en un cameo (intervención fugaz), casi nada toma de este. Londres. Artistas del movimiento pop. Aventura de un fotógrafo que desvela un asesinato valiéndose de sus fotografías, pero que no le sirven para probar el delito. Abstracción pura. Esencia de la exclusión del ser de sí mismo. Orfandad, desamparo, desarraigo del ser. Transgresión. Ruptura. Misterio y magia. Soledad y vacío como nuestra única sustancia. Esta película de Antonioni es, acaso, la que más ha influido en directores y cineastas.
No fue su última cinta, pero el histórico cortometraje La mirada debió serlo. Él llega a una iglesia. Su sombra arrebatada por el camino lo precede como en un ceremonial. El maestro llevaba casi veinte años sin caminar. Pero él es capaz de retar su debilidad y transformar lo ilusorio o fantástico en realidad. Sí, es él. Lento y acaso solemne por algo que dejó para que discurrieran los demás, se acerca al sitio donde se está restaurando el Moisés de Miguel Ángel, mucho tiempo alojado en las tinieblas de alguna bodega. Moisés redivivo, Antonioni caminando. El milagro. Los cuerpos. Mármol y carne. El cine. El silencio. Juntos, en el vacío que sienten los dos. Antonioni sigue, ¿hacia dónde? ¿Hacia la luz que llene su vacío?
Este artículo se publicó en el diario El Comercio.