En la revista Casa del tiempo 5, época VI, de octubre-noviembre de 2022 se publicó un texto de Enrique López Aguilar sobre don Vladimiro Rivas Iturralde, miembro correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, y su libro de ensayos Navegaciones. Lo reproducimos a continuación para ustedes:
Nueva aguja de marear
Vladimiro Rivas Iturralde, nacido en Latacunga, Ecuador, ha escrito diversos cuentarios entre los que destacan El demiurgo (1968), Historia del cuento desconocido (1974), Los bienes (1981), Vivir del cuento (1993), Visita íntima (2011) y Relatos reunidos (2019), además de haber traducido del inglés El cómplice secreto, de Joseph Conrad, y la Oda a un ruiseñor, de John Keats. Ha publicado la novela El legado del tigre (1996), la novela corta La caída y la noche (2000) y varios libros de ensayo: Desciframientos y complicidades (1991), Repertorio literario. Ensayos (2014) y Noches de ópera. Treinta y tantos años de ensayos y reseñas, crónicas, apuestas y reflexiones (2020). Ha sido antologado y traducido a diversas lenguas y es un narrador que forma parte de las historias literarias ecuatoriana y mexicana, puesto que, como Monterroso y otros muchos escritores que han llegado a un país diferente para avecindarse en él —sin negar la cruz de su parroquia—, dejan una huella en el lugar de destino.
Este escritor se ha empeñado en la forja de un estilo depurado y cuidadoso, lo que se puede comprobar no sólo con la lectura de sus materiales narrativos y ensayísticos y en la elegancia de sus traducciones, sino en lo que él afirmó a través de sus propias palabras en una entrevista concedida en Quito a Diego Araujo Sánchez:
El trabajo de traducción me ha hecho amar la palabra justa, la palabra exacta. Los escritores de lengua española tendemos con naturalidad a lo barroco […] Yo admiro el poder de síntesis de la lengua inglesa, su capacidad para crear voces nuevas, compuestas.[1]
Vladimiro tiene otro cauce que lo ha llevado por los amplios universos de la música, no sólo en el nivel de un competente melómano sino como pianista aficionado e integrante del coro Convivium musicum, del que ha formado parte en la sección de bajos; nada de esto está peleado con su afición por el futbol, sostenida gallardamente contra viento y marea, y en la comisión de algunos pecadillos gastronómicos. Así, quienes hemos sido amigos y colegas de Vladimiro Rivas, nos percatamos de que es un escritor (but of course!), de que se apasiona con casi todas las versiones de Klemperer, de que es capaz de retar a duelo a quien ofenda la memoria de von Karajan y de que detiene el universo el día en que se desarrolla algún partido crucial en el panorama futbolístico.
Además de la admiración por algunos de los “viejos” maestros y del peso ejercido por éstos en su trabajo creativo personal, Vladimiro Rivas ha tenido la preocupación por mostrar obra en proceso a personas de su confianza para someterla a cualquier clase de severidades y juicios de toda índole, de lo cual se siguen correcciones, enmiendas, nuevas lecturas y nuevas correcciones, hasta que el autor considere terminado el proceso creativo. Después, vienen la publicación, cierto desentendimiento por la crítica y una confianza en la fortaleza del trabajo producido al cabo de tantos esfuerzos.
He podido ser testigo privilegiado de los procesos que menciono, así sea de una manera fortuita, lo que me permite no ser exagerado al describir los niveles de exigencia estilística y estructural que Vladimiro Rivas se propone, testimonio del que pueden obtenerse, además, diversas conclusiones. Un ejemplo de lo dicho es la manera como él puede viajar a Rusia o Estados Unidos por largas temporadas, desde el retiro de su estudio, para sumergirse y descifrar los modos narrativos de autores a quienes ha elegido como maestros. Lo he visto dialogar y pelearse con la obra completa de Dostoyevski y con varias novelas de William Faulkner; al final de tales conversaciones, no es inverosímil suponer el ritual de presentación de esos escritores con sus otros amigos y compañeros más cercanos, mediante la lectura oral e inclemente de ciertos pasajes epifánicos seleccionados por él; después, largas discusiones y comentarios acerca de las obras leídas, de sus aspectos técnicos, de sus rasgos estilísticos. Por caminos inesperados para los lectores (y, tal vez, para el mismo Rivas), dichas exploraciones terminan por desembocar en soluciones novedosas para los cuentos, en motivos o estímulos para escribir ensayos.
Vladimiro Rivas ha tendido a formar recopilaciones con nuevas versiones de textos ya publicados, a los que suele agregar producción novedosa. En esa línea, Navegaciones es una selección de treinta y cuatro ensayos a partir de una obra ensayística que ronda el centenar de textos, según confiesa el autor en el prólogo de su libro[2], aunque no se incorpora obra inédita, pues, como el mismo autor admite:
La política editorial y el respeto al lector me han obligado a seleccionar, de ese centenar, sólo treinta y cuatro ensayos para esta colección. Escogerlos fue una tarea amarga: no sin dolor, tuve que dejar fuera del libro a setenta artículos, muchos de los cuales fueron publicados en revistas y libros mexicanos, razón de más para hacerse presentes ante el lector ecuatoriano.[3]
Todos son de tema literario y se inscriben en el ámbito del llamado ensayo académico, aunque Vladimiro aligera el casi siempre fastidioso aparato crítico sin perder de vista las citas y referencias necesarias para el cometido de cada texto. Es de llamar la atención que la música tenga muy escasos ecos en Navegaciones, y que dicha querencia se encuentre mucho más reflejada en la producción cuentística del autor, mas no debe olvidarse que éste dedicó muchos de sus artículos, en otra línea personal, a la cuestión musicante, varios de ellos reunidos en Noches de ópera[4], magnífica edición realizada por el sello editorial de la uam Azcapotzalco. No podía ser de otro modo porque la ópera también es una de las debilidades de este escritor mexicano-ecuatoriano. En ese sentido, en todos los ensayos literarios hay una gravedad manifiesta en la concentración temática, en la inexistencia de digresiones y en una seriedad de tono que se rompe en “La guillotina, la música, el verdugo” y “Carta a Cervantes”, los más desabrochados del conjunto sin caer en la pérdida de rigor. Y quiero enfatizar que no estoy empleando “seriedad” como sinónimo de “engolamiento” o “solemnidad”, actitudes estilísticas muy alejadas del ánimo del autor, sino más bien de rigor, exactitud y precisión.
Al comparar unos trabajos con otros, Vladimiro condesciende, en los textos dedicados a la música, a un jugueteo con el lector y a alusiones mucho más “personales” (“líricas”, dirían los preceptistas tradicionales) que en los ensayos literarios, de corte más académico, aunque esto no significa, de ninguna manera, que en estos deje de presentirse o manifestarse la personalidad del lector que comunica el resultado de sus lecturas mediante la herramienta verbal. Baste cotejar el subtítulo bienhumorado de Noches de ópera, su libro de textos dedicados a este tema: Treinta y tantos años de ensayos y reseñas, crónicas, apuestas y reflexiones. Aparte eso, en el caso de Vladimiro, el rubro ensayo “académico” está muy lejos del acartonamiento y la rigidez estilística y conceptual que suelen considerarse marca de la casa del quehacer de la Academia. En tal dirección, veo el rigor académico vladimiriano mucho más cerca del tono en que Brahms compuso su conocida Obertura del Festival Académico, de tono jocoserio, que concluye con una cita del himno universitario Gaudeamus igitur…, de tono claramente festivo, y que podría traducirse como “Así, pues, gocemos…”. Y vaya que Vladimiro muestra su gozo, pues si Noches de ópera se despliega en 324 páginas, las Navegaciones avanzan hasta las 446. Aquí no hay nada de ayunos cuaresmales y sí, la abundancia de verdaderos festines de Babette.
De manera comedida, Vladimiro, Almirante de la Mar Océana, le indica al lector las intenciones de su itinerario ensayístico en el escuetamente titulado “Prólogo” (compárese con el juego lúdico de “Io sono il Prologo”, de sus Noches de ópera). Y vale la pena repasar su intención de viaje antes de que, como émulo de Isabel, la Católica, el lector empeñe sus joyas para financiar la exploración alucinada de Cristóbal Colón. Con la intención de viajar dizque en orden alfabético un mar proceloso, il catalogo è questo, pero desde la perspectiva del lector: literaturas sajona, rusa e hispanoamericana (algunos enclaves mexicanos; muchos, ecuatorianos; bastante Sudamérica y un puerto cubano); algo de española (esencialmente, Cervantes); y algunas discusiones más teóricas acerca de temas literarios. Ahí es donde el lector se da cuenta de que un subtítulo que no aparece en el libro evocaría la idea borgeana de lo que deben ser los ensayos: una “discusión” entre autor y lector. Y ese es otro descubrimiento del lector: la presencia de Borges recorre todo el libro, pero no hay un solo ensayo dedicado a él, cosa que no me parece atribuible a alguna clase de pudor literario en el más bien desvergonzado Vladimiro, sino a la posible obviedad de que éste nunca ha negado la cruz de su parroquia borgeana, o de que alguno con ese tema no haya tenido la suerte de caber en la reunión llamada Navegaciones. Mi conclusión es que vale la pena empeñar las joyas para que el Almirante nos muestre los resultados de su navegación mediante una frondosa bitácora de viaje.
Con las fotografías verbales de cada puerto, el lector compartirá las lecturas almirantinas recaladas en Cervantes y el Quijote, en Melville y la ballena blanca, en Hermann Broch y La muerte de Virgilio, en diversos autores ecuatorianos, en autores eslavos como Dostoyevski y Kafka; en diversas referencias a Octavio Paz, que no permean el viaje como la sutil omnipresencia de Borges; en algo del boom hispanoamericano; y, en contadas ocasiones, una vanidad incómoda por la que el autor incurre en vanaglorias como: “Octavio Paz me invitó a publicar…”, “esto que escribo es la primera reflexión que se hace acerca del tema…”, “el resultado de mis incontables lecturas…”. Ante la solidez, el rigor y la erudición desplegadas en el curso de los ensayos, no se requieren señalamientos que una lectura atenta permite detectar, pues son ostensibles en la solidez del discurso y la cultura vladimirianos.
Así es que con el libro hemos topado. Se trata de un volumen creado por un lector para ser compartido con otros lectores y, además, de una creación realizada por un escritor. Antes he señalado los territorios cuentísticos y novelísticos en los que se mueve Vladimiro Rivas, y he insistido en la condición de su estilo, preciso y elegante, ameno y agudo, que es algo propio de quien ha sido marcado por el oficio de la escritura. Esto significa que lo primero que el lector aprecia es la buena prosa con la que ese lector vuelca en la página en blanco el resultado de sus cavilaciones y lecturas. Y no se piense que este comentario corre en pos de la perogrullada, sino en el reconocimiento de que la Academia obliga a la escritura de artículos y ensayos incluso a aquellos que no se sienten aptos o atraídos por la actividad escritural y para quienes el manto lobregoso del aparato crítico puede servir como invisibilización de un estilo personal deficiente, ya no digamos de una cierta calidad estética. Esto se compadece con otra afirmación de Vladimiro: “Leer, decía Borges, es una actividad más placentera y civilizada que la de escribir. Lo es porque un buen lector reescribe cada libro que lee”.[5]
Por otro lado, no debe olvidarse que Vladimiro Rivas es, además de escritor y ensayista, un profesor con grados académicos que muestran su vertiente formativa: los acercamientos a los textos, al lenguaje y a los problemas conceptuales que éstos producen, no se resuelven de manera instintiva y empírica, sino que se solucionan desde una formación profesional que, para abreviar, se considera de índole “académica”. Con eso, como en el juego de la pirinola, “todos ganan”, sobre todo el lector, quien puede disfrutar, como gato ronroneante, el hecho de que se le ofrezcan materiales bien escritos por una persona docta. Me parece que el fenómeno del profesor escritor es algo relativamente reciente y, en Hispanoamérica, los ejemplos corren desde Gabriela Mistral hasta Julio Cortázar más lo que haya proseguido hasta ahora.
El libro fue bella y cuidadosamente editado por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (puce) en su colección Ensayo Literario, de manera que convida a la lectura desde la incitación de la portada y la elegancia de ese objeto lleno de hojas y palabras. Antes de terminar, quiero señalar algún negrito en el arroz que no afea al conjunto, de la misma manera como el lunar de Marilyn Monroe sólo es un notable énfasis de su belleza: algunas repeticiones conceptuales y de frases que aparecen en distintos ensayos dedicados a un mismo autor, como los de Melville, o cuando, al abordarse otro asunto, se alude a un escritor que no es el centro del texto, pero cuyo recuerdo viene a cuento por alguna razón, como la mención a la dualidad Augusto-Virgilio, según Broch. Como puede apreciarse, se trata de peccata minuta, de nada que vaya contra la redondez de las Navegaciones emprendidas por Vladimiro Rivas, quien pudo inscribir el siguiente epígrafe borgeano en su propio libro, cambiando la palabra “versos” por “ensayos”: “Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor”[6].
No sé si Vladimiro comparta el sentimiento de estas palabras dirigidas por Borges “a quien leyere”, en su Fervor de Buenos Aires, pero convendrá con que, salidos de sus manos y puestos en la imprenta, los magníficos ensayos que escribió ya no le pertenecen a él, sino a los lectores.
[1] Diego Araujo Sánchez, “Rivas: una escritura contra el olvido”, Diario Hoy, Quito, 1 de septiembre de 1991, p. 3C apud Vladimiro Rivas Iturralde, Vivir del cuento, Quito, Libresa, 1993, p. 12.
[2] Rivas, op. cit., p. 10.
[3] Loc. cit.
[4] Id., Noches de ópera. Treinta y tantos años de ensayos y reseñas, crónicas, apuestas y reflexiones. México, uam Azcapotzalco, 2020, 324 pp.
[5] Id., Navegaciones, p. 10.
[6] Jorge Luis Borges, “A quien leyere”, en Fervor de Buenos Aires. Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1974, p. 15.