El 26 de julio de 2024, don Carlos Carrión Figueroa se incorporó en calidad de miembro correspondiente a la Academia Ecuatoriana de la Lengua. En la ceremonia leyó el discurso de orden que reproducimos a continuación:
Aproximación a La belleza literaria y la verdad
Empiezo este breve ensayo referido a la belleza literaria, retomando un instante a Martin Buber. Este filósofo habla del hombre como una “especie tensísima de animal” que representa una enfermedad de la tierra. Revisa Buber el concepto de hombre con Kant, para quien es un “problema límite”. Un ser que pertenece a la naturaleza, pero no solo a ella. Un ser colocado entre los límites de la naturaleza y otro reino. Y, con Nietzsche, que no concibe el hombre, sino como un ser en devenir. “Un animal que se fugó de la naturaleza y se deslizó hacia un alero peligroso, donde comienza ya no el éter de Kant, sino el abismo vertiginoso de la nada”.
De este concepto desolado damos un salto hacia adelante hasta encontrarnos con el antropólogo Claude Lévi Strauss y hacia atrás, para encontrarnos con el hombre como una criatura que abandonó el reino animal el mismo día en que inventó el lenguaje, un lenguaje que puede nombrar todo, pero no comunicarse con el reino que abandonó, al extremo de no poder pedirles auxilio a los animales, si llegara el momento de necesitarlo, como dice G. Steiner, comentando a Levi Strauss.
El hombre es entonces, entre otras cosas, un animal lingüístico y para mí también un animal narrativo. Un animal que es un animal y algo desconocido que aún no se sabe qué es. Pues mientras nazca, se críe, sufra, ame y muera su ser de carne y hueso, esa parte pertenece a la naturaleza, mientras que otra parte desconocida que lo endiosa y lo destruye todo, incluido él mismo, pertenece a una especie todavía en el silencio. Acaso un silencio de desastre.
El hecho de que, según Claude Leví Strauss, gracias a la invención del lenguaje, el hombre se separó del reino animal tiene toda la empatía posible con la reflexión de Emerson sobre las primeras palabras que el hombre tuvo la fortuna de inventar, las cuales contenían una magia que equivaldría a la belleza. Dice Emerson” “toda palabra fue una vez un poema” Pues, con una nada de esfuerzo, bien podemos imaginar el momento mágico en que el genio del hombre inventó las primeras palabras que entonces eran la realidad misma, no su representación. Una realidad separada de él, pero que al ser nombrada pasó a pertenecerle.
Ahora mismo, si nos detenemos un momento en palabras básicas como “agua”, “comida”, “vida”, “luz”, “día”, “noche” y nos figuramos las realidades que enuncian y la trascendencia y la cantidad de imaginación y belleza que hay en cada una, es muy fácil adivinar su “poematicidad”, que los siglos de uso no han desgastado. La que se ha desgastado es nuestra sensibilidad que las ha vuelto simple moneda de uso. Vamos a tomar un momento la palabra “noche”, por revisar brevísimamente al menos la última de las palabras nombradas. Pues, al mencionarla, se nos viene a la imaginación la infinita belleza de una noche estrellada y la innombrable dimensión de inmensidad con la cual estamos en contacto con su observación, una inmensidad que acaba con nuestra arrogancia y nos convierte en una ínfima partícula del cosmos, pero una partícula, nada menos que perteneciente a dicha inmensidad.
No es imposible que entre la mirada del hombre habitada por el asombro producido por la noche y la mirada del tigre que solo ve en ella el tiempo propicio para cazar, haya otra diferencia u otra distancia definitoria entre un hombre y un animal.
Esta sensación y experiencia de la noche sería más “poemática” aun si a su “imagen” asociamos el recuerdo de una mujer amada, que sin duda le agrega una dimensión desconocida. Sin embargo, ahora último, la misma “noche” definida por la grandeza y la poesía está asociada al peligro y al terror, que definía la oscuridad y la muerte de las noches primitivas de los cavernícolas. No como si fuera el espectáculo más bello del cosmos que le es permitido al ojo humano, sino tan solo una cómplice de los asesinos. Doris Lessing dice: ”Olvidamos que durante millones de años todas las criaturas de la tierra temían la llegada de la noche”.
Si hay belleza y misterio en las simples palabras de todos los días, más belleza y misterio podríamos encontrar en las palabras que enuncian el mundo interior del hombre. Es decir en las palabras de la imaginación humana, la fuente de la belleza y la verdad literarias. Eso sí, tratando de evitar lo más posible los términos teóricos que alterarían la sencillez de este trabajo en tanto reflexión sobre la belleza literaria y su posible verdad. Damos por aceptado que toda palabra representa una cosa de la realidad, siendo totalmente extraña a ella, en virtud de la arbitrariedad del signo lingüístico. Por ejemplo, entre la palabra mesa no hay relación de semejanza alguna con el objeto mesa; sin embargo, las mismas palabras pero enriquecidas por la voluntad literaria dejan su falta de semejanza con las cosas de la realidad, para ser semejantes a ellas. Max Bense habla de “correalidad”. Dice más: “Belleza es el término que la estética reserva para designar el concepto ontológico de correalidad”. Dicho de otro modo, la belleza literaria funda una realidad de palabras semejante a la realidad real o histórica, que se agrega a ella gracias a la naturaleza del signo estético, que procede por unidades lingüísticas de naturaleza mimética; es decir imitativas de la realidad histórica a la que metafóricamente representa.
Se denomina “lenguaje poético” al concebido como producto de “la máxima economía lingüística y la máxima intensidad semántica”. Como ejemplo de lenguaje poético podríamos poner el simple nombre de una mujer amada. Más aún si imaginamos su juventud, “la otra belleza femenina”, y su belleza. Al pronunciar su nombre, sentimos que ese nombre “contiene” los ojos, la boca, el cabello, las manos y el dulzor, en suma, la belleza de dicha mujer. Otra vez solicitamos la ayuda de Doris Lessing, que lo dice de modo irrepetible: “Yo no me puedo quitar la música de Julie de la cabeza y me sorprende que a ti te quede lugar para otras”. Es decir, una simple palabra convertida en sonidos de belleza, capaz de llenar todos los ámbitos humanos, en este caso gracias a la voluntad artística de Doris Lessing.
Voy a citar algunos textos brevísimos, producto de una vida de lecturas amadas, de las cuales extraeré una atrevida hipótesis:
Djuna Barnes: “Todos los hombres tienen el corazón domesticado, salvo el gran hombre”.
Claudio Magris: “El breve esplendor de toda belleza”.
Simone de Beauvoir. “Un hombre al que no se ama es difícil de imaginar que basta para colmar una vida”.
Leon Tolstoi: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”.
Anton Chejov: “Percibía aquella belleza de una manera extraña. No eran deseos, ni entusiasmo ni tampoco placer lo que Masha suscitaba en mí, sino una honda, aunque agradable tristeza. Era una tristeza indefinida, vaga como un sueño. Sin saber por qué sentía lástima por mí mismo, por mi abuelo, por el armenio y por la misma pequeña armenia, y experimentaba una sensación como si los cuatro hubiéramos perdido algo importante y necesario para la vida, algo que jamás volveríamos a encontrar”.
Rainer M. Rilke: “La belleza es el primer grado de lo terrible”.
María Zambrano (hablando de verdad que a través de los diálogos platónicos buscaba Sócrates): “Una verdad que solamente podía ser rebelada por la belleza poética; una verdad que no puede ser demostrada, sino solo sugerida por ese más que expande el misterio de la belleza”. Y “Entiendo por utopía la belleza irrenunciable”.
George Santayana: “la belleza es verdad”.
W. Shakespeare (soneto LIV): “Cuánto más perfecta parece la belleza con el suave ornato que la verdad le imprime”.
San Pío: “El amor no pude prescindir de las palabras”.
Doris Lessing: “La espera del placer es en sí misma el placer”.
Jorge L. Borges: “Ahora sé que en verdad me has perdonado, dijo Caín, porque olvidar es perdonar”.
Thomas Mann: “Todas las cosas grandes que existen son grandes porque se han creado contra algo, a pesar de algo: a pesar de los dolores y tribulaciones, de pobreza y abandono; a pesar de la debilidad corporal, del vicio, de la pasión”.
Platón: “El amor es el deseo de engendrar en la belleza”.
Clarice Lispector: “Ella protegía a ambos del error. Y a veces más parecía proteger a ambos de la verdad”.
E. M. Cioran: “Solamente la desesperación cambia el curso de una vida”.
Hermann Broch: “la poesía no es más que impaciencia por parte del conocimiento”.
Joseph Conrad: “Solo en la imaginación de los hombres encuentra cada verdad una existencia eficaz e innegable”.
Enrique Molina. “Del mismo modo que es posible un análisis sociológico, económico, etc., de la historia, imagino también un análisis poético dirigido a captar esa última resonancia de la misma, ya solo en el tiempo puro de la conciencia”.
La hipótesis es: mientras más se acercan las palabras a la belleza más se acercan a la verdad.
Creo que debo curarme en salud al prevenirme de la belleza superficial del kitsch, simple relumbrón que ciega los sentidos; es decir belleza como fuego de artificio de palabras negada a la profundidad.
Volviendo a la hipótesis, no se trata de ninguna formulación original. Está casi entera en el verso shakesperiano citado arriba y está vibrando en la frase de Hermann Broch, tomada de La muerte de Virgilio y está entera en la frase de G. Santayana, y no menos entera en el enunciado de la filósofa española María Zambrano; pero no en forma hipotética, sino simplemente enunciativa. Y es el común denominador de los fragmentos citados.
Al hablar de la belleza y la verdad, estamos hablando, por supuesto, de “la belleza” y “la verdad” literarias; pero no de la belleza en el sentido tradicional de armonía lingüística generadora de placer, sino generadora de placer y hasta de “escalofrío”, como dice T. Adorno. Y verdad no en el sentido filosófico puro, sino en el sentido de verdad producida por la “clarividencia de la poesía”. Dicho de otro modo: verdad extrasensorial sostenida en sí misma por la imaginación y por el sueño como posibilidad de ir más allá de la realidad, quizá hasta develar el misterio de lo divino o por lo menos el silencio de esa segunda posibilidad “de ser” del hombre, que no es naturaleza, sino algo aún desconocido, según Kant.
En “la belleza es el primer grado de lo terrible” de Rilke, “lo terrible” solo podría ser la terrible belleza de Dios, de quien le fue dado a un profeta solo mirar su espalda, porque no fue una belleza sola, sino la belleza y la compasión. Compasión que sin duda sabía que la belleza del rostro de Dios podría matarlo. Es decir, la verdad de la terrible belleza de la muerte. Porque la belleza puede hacernos llorar y hasta llevarnos a los infiernos como a Orfeo y a Dante. La fascinación mortal de lo que no se conoce. O un instante recobrado del paraíso perdido. Una luz que nos traspasa como un rayo de arriba abajo y que podría quitarnos la vida, pero que no lo hace, para que nuestra vida sea su testimonio. Una tristeza profunda e ignorada porque descubre nuestra indigencia humana, como dice Chejov. O nuestro destino de soledad.
La verdad literaria podría ser entonces un país hermoso, justo y feliz, pero tan solo soñado. Una visión que dura lo que dura un suspiro, porque si durara más nos mataría. Porque la verdad no solo nos hace libres, sino mortales. Porque la verdad no siempre se compadece del hombre. Un misterio sagrado, apenas entrevisto. El santo grial perseguido toda la vida y toda la vida, lejano. Como la felicidad es un sueño perseguido durante la existencia y nunca alcanzado, porque no existe la felicidad o porque tan solo es un sueño que concluye cuando despertamos. Porque “el hombre es una criatura condenada a amar lo inalcanzable y a dejarse vencer sin remedio por la muerte”. Y porque la literatura está escrita con lo que nos pertenece y lo hemos perdido sin remedio, en ocasiones sin haberlo poseído jamás o porque es un hermoso destino vestido tan solo de esperanza. Lo dice de otro modo M. Vargas Llosa al afirmar que las novelas se escriben con la inconformidad humana.
Podemos añadir a lo enunciado por Thomas Mann y Vargas Llosa que la literatura se escribe contra la muerte, contra las amistades traicionadas y los sueños y el honor vendidos a cambio de nada, contra las injusticias recibidas, contra las guerras fratricidas y los crímenes de lesa humanidad, contra la soledad, la vejez y la muerte y contra el silencio de Dios. En suma, es una manera de justicia por mano propia, no solo contra los jueces venales que reinan en este mundo, sino contra “esa parte de fracaso que hay en toda existencia”.
Entonces fuere lo que fuere la belleza y la verdad literarias, la belleza nos conduce a la verdad y la verdad a la belleza. Como un pez que se muerde la cola porque, como en ningún otro objeto, en el literario, la belleza y la verdad son la forma y son el contenido separados por un muro que solo podemos imaginar.
Para contraponer a la verdad de “lo terrible” y lo “escalofriante” con lo amable que también está contenido en algunos de los fragmentos citados, todos dignos de una reflexión siquiera somera, podemos referirnos al enunciado irrepetible de Platón: “El amor es el deseo de engendrar en la belleza”. Están presentes aquí la sagrada belleza del amor y la sagrada verdad de la generación de la especie, más una dimensión asimismo sagrada, donde lo humano tiene atisbos de divinidad como un diamante de Dios, cuyas facetas no reflejan sino la seducción de la belleza absoluta.
Podría decirse, además, que la cercanía de la belleza y la verdad literarias no solo es visible en fragmentos de las obras de donde se han obtenido, sino en totalidad de una obra. Por ejemplo, en los cuentos y sonetos de Borges. En las novelas de Margherite Yourcenar y Clarice Lispector. En La novela El bosque de la noche de Djuna Barnes. En las novelas de Juan Carlos Onetti y Marguerite Duras y en El Quijote. En las novelas y cuentos de Pablo Palacio, en El libro de las Quimeras de E. M. Cioran. En El Danubio de Claudio Magris, en Cien años de Soledad de G. G. Márquez, en El retrato de Dorian Grey de O. Wilde, en La muerte de Virgilio de H. Broch, en El día del juicio de Salvatore Satta, en El perfume de P. Süskind, en Melancolía y demás novelas Jon Fosse, etc., etc., etc.
Conclusión
Si la belleza fuera el camino a la verdad literaria y acaso a la verdad desconocida y por desconocida anhelada, ese camino no es una fórmula para ser aplicada a nada ni tampoco un procedimiento, sino tan solo una constatación. No es un procedimiento porque la poesía no se aprende y acaso pertenece a esa parte inconsciente y misteriosa que ni el mismo autor de una obra puede comprender. Y hay constatación porque es innegable el temblor ontológico que contienen. Quizá el enunciado de Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar hay que callar” es un enunciado vulnerable a las palabras de la poesía, que hablan de lo que solo se puede soñar. O sea de lo indecible.
Pues bien, vamos a observar por última vez los enunciados de Shakespeare, Broch, Santayana, y Zambrano por la proximidad evidente con la supuesta hipótesis planteada o, al revés, por la derivación de la hipótesis del pensamiento de los tres autores. Si bien el enunciado del poeta Enrique Molina deja planteada de modo más amplio la posibilidad de los alcances de una supuesta “cientificidad poética”. Y la prueba de ese enunciado es su novela Una sombra donde sueña Camila O’Gorman, “una obra donde Enrique Molina intenta probar que la historia no es más que un caso particular de otra escena más desarrollada, más ambigua, más onírica, más vasta: la poesía”.
En el caso de Shakespeare, la belleza suma belleza a su belleza con el “ornato” de la verdad y, en el de Broch, el “conocimiento tiene la ineludible necesidad de ser conocido y no tiene otra herramienta para lograrlo que la belleza. En el caso de Santayana, la belleza es la verdad y la verdad, la belleza. En “Utopía (es) la verdad irrenunciable”, está viva la posibilidad de que el hombre tiene un destino de belleza y de verdad. Un sueño cuya hermosura le pertenece para siempre. Una suerte de Ítaca de la cual ha partido sin saberlo o quizá solo por la necesidad de volver a ella. Un país hermoso que al tiempo que es belleza es verdad: “una verdad que, por supuesto, solo puede ser revelada por la belleza poética”. Los cuatro puntos de vista han sido seleccionados por la evidencia y la inminencia de la implicación de los términos belleza y verdad para la integración de una tríada o especie de silogismo, cuyo tercer término sería la poesía, como una ciencia a ciegas, a fuerza de deslumbramiento.
Sin embargo, como dice también María Zambrano: “Solo la poesía tiene el poder de mentir”. Enunciado que, para mí, no desmiente lo argumentado arriba, sino que enuncia otra verdad literaria. Y otra posible belleza. Porque la belleza siempre busca la verdad porque ese es su destino.
Referencias bibliográficas
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