Debo comenzar expresando mi agradecimiento a la Casa de la Cultura Ecuatoriana «Benjamín Carrión», Núcleo de Loja, en la persona de su director, licenciado Diego Naranjo Hidalgo, haber facilitado, a la Academia Ecuatoriana de la Lengua, cumplir en este auditorio, que lleva el nombre insigne de Pablo Palacio, la ceremonia de ingreso a dicha centenaria institución del gran escritor lojano y querido amigo Carlos Carrión Figueroa, quien se incorpora, hoy, en calidad de académico correspondiente.
La Academia Ecuatoriana de la Lengua, la más antigua institución cultural del Ecuador y segunda de su índole en América, ha albergado, desde su fundación hace casi ciento cincuenta años, en 1875, a muchos de los más altos exponentes de la cultura nacional a lo largo de su fecunda existencia. Loja, esta hermosa y ubérrima provincia, ha enriquecido esa pléyade de ilustres nombres, con significativos y muy destacados valores del quehacer intelectual de la Patria: Benjamín Carrión, Ángel Felicísimo Rojas, Alejandro Carrión Aguirre. A estos nombres hay que agregar el del académico Fausto Aguirre, cuencano de nacimiento, miembro de número desde el año 2003 y con profunda raigambre en Loja, como ensayista, investigador de la cultura y docente universitario.
A ellos se une hoy, con profusión de altos méritos, Carlos Carrión Figueroa.
Nacido en Malacatos, en 1944, la fecha de su nacimiento marca su pertenencia a la generación literaria que irrumpe en el panorama nacional en los años sesenta y setenta del siglo XX, proponiendo una nueva manera de escribir y una renovada visión de la cultura y la literatura, acorde con el momento histórico de aquellos años, tanto en el Ecuador, como en América Latina y en el mundo.
Fue una generación iconoclasta y renovadora. Su propuesta, no podemos dejar de subrayarlo, implicaba optar por una transformación en profundidad, tanto de las técnicas escriturales, cuanto de las temáticas, particularmente en el caso de los géneros narrativos. Ello implicaba dejar atrás el realismo social, que fuera la tendencia hegemónica de la literatura ecuatoriana desde los años treinta, sin dejar de reconocer su enorme legado, aquello de haber naturalizado o, mejor dicho, nacionalizado para siempre, junto con las vanguardias, la literatura ecuatoriana.
Carlos Carrión es uno de los nombres claves en la aparición y desarrollo de la nueva narrativa que surge en el Ecuador a partir de aquel momento insurreccional. Una mirada abarcadora al conjunto de su obra nos depara la visión de un corpus narrativo en el que confluyen la utilización sabia y oportuna de las técnicas más modernas propias de la literatura contemporánea, que conoce a cabalidad, y un ademán, diría yo que cálido y transfigurado de insobornable humanismo hacia el ser humano y, de manera especial, hacia su pueblo, en sus tragedias, caídas y heroísmos. Es decir, hacia la condición humana en general.
En lo que atañe a su conocimiento y uso de las técnicas narrativas tenemos que retroceder algunos años. Nacido en Malacatos, decíamos, y luego de pasar por algunas escuelas y colegios de su provincia lojana; de estudiar y obtener el título de licenciado en Filosofía y Letras en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Loja, viaja a España en goce de una beca y se recibe al cabo como Doctor en Letras por la Universidad Complutense de Madrid. Su tesis versa sobre el tema «Proceso evolutivo de las estructuras técnicas de la novela de José Donoso», el escritor chileno, connotado miembro del llamado «boom» de la novela latinoamericana, en aquella época. Casi dos décadas después, en 1990, entrega al público dicho estudio, bajo el título Técnicas de la novela actual, libro editado por la Editorial de la Universidad Nacional de Loja.
El referido trabajo ensayístico nos coloca de frente ante un conocedor del arte literario que, por contraste y en contrapartida, nos cuenta historias con la amenidad, fluidez y densidad poética propias del narrador arquetípico que, a través de todas las edades, ha de expresar, desde la ficción y también, en reiterada alusión a la memoria colectiva, las interioridades del ser humano, en el medio que lo determina y también, a la vez, en su perpetua evolución. Estas cualidades —la del cientista y la del escritor— que confluyen armónicamente en la narrativa de Carrión, me recuerdan la conocida teoría del iceberg que la crítica ha aplicado a la novelística del escritor norteamericano, Ernest Hemingway. Según dicha teoría, la narrativa de Hemingway, fluida, directa, casi denotativa, es solo la punta de un iceberg que, bajo el tamiz de la escritura, esconde el cabal conocimiento de los recursos técnicos y presupone la detenida construcción de un estilo peculiar y acendradamente personal, como sucede justamente con la obra de Carrión.
La destacada investigadora de la narrativa ecuatoriana contemporánea, Alicia Ortega, expresa acerca del arte de nuestro autor: «Carrión es un maestro en el arte de novelar, de imaginar mundos narrativos, de contar historias y construir literariamente verosímiles personajes. Su escritura fluye al ritmo de la historia, con hondura poética y sin tregua»[1].
Desde muy joven, y de modo paralelo a sus actividades estudiantiles y más tarde como destacado profesor universitario, Carrión ha ido vertebrando una trascendente saga literaria, como novelista, cuentista y poeta, y también como ensayista y periodista de opinión. En 1969 publica su primer libro de cuentos, Porque me da la gana, y su poemario Poemas porque si. Y, paralelamente, comienza a triunfar en diversos concursos literarios, que confirman su valía literaria.
Como investigador de la literatura ha publicado, a más de la ya nombrada, Técnicas de la novela actual, diversos trabajos, entre ellos, Breves nociones de crítica literaria, Breve visión crítica de la narrativa actual lojana, y diferentes ensayos de crítica literaria en torno a autores ecuatorianos y aspectos relevantes del quehacer literario.
En su estudio introductorio a la segunda edición de uno de los libros de cuentos capitales de Carrión[2], El más hermoso animal nocturno, el profesor Fausto Aguirre incluye una exhaustiva indagación en torno a la concepción diríamos que balzaciana del autor lojano, con su permanente exploración de los variados personajes y ambientes de la realidad y la utilización, subterránea y a la par eficaz, de los recursos narrativos que posee y conoce. Entre estos destaca los siguientes: uno, el fluir de la conciencia que, en el decir de Aguirre, «hace desaparecer por completo al narrador sin que se observe la presencia intermediaria entre personaje y lector»; dos, la función narrativa o del narrador que se encubre —señala el crítico— en la penumbra y nos comunica indirectamente los pensamientos que están a medio formar; y, tres, las técnicas de raigambre cinematográfica mediante las cuales, según Aguirre, «la obra gana en significación»[3].
Las observaciones señaladas nos llevan a reiterar la recurrencia —valga la redundancia— de la teoría del iceberg en la narrativa de Carrión, características que se tornan aún más ostensibles en el conjunto de su novelística y que han sido subrayadas, en uno u otro sentido, por otros escritores e investigadores en el curso de los años.
El carácter subversivo de la sintaxis narrativa, evidente en su estilo, fue ya señalado tempranamente por uno de los grandes de la generación del treinta, lojano también, Ángel Felicísimo Rojas. Cito al respecto sus palabras[4]:
«Con sorprendente habilidad —subraya Rojas— este joven autor emplea la técnica en boga aplicada al arte de narrar. En efecto, encontramos en sus cuentos la desarticulación deliberada de la secuencia del relato, el desprecio por la puntuación, el diálogo que se inserta en el monólogo interior, el monólogo interior que se entremezcla con el diálogo, y de cuando en cuando, unas cuantas palabras altisonantes, o el recurso del escritor utilizando la jerga del hampa».
La sorpresa de Rojas en relación con los textos de Carrión, nos lleva a repetir lo que habíamos postulado más arriba: la pertenencia de nuestro flamante académico a la promoción insurreccional de los sesenta, la cual, sin embargo, reivindicaba como su necesario precursor y antecedente a un creador disidente de la generación del treinta; Pablo Palacio, el gran escritor lojano, cuyo nombre ennoblece el auditorio en que nos encontramos.
Para centrarnos en lo que de anticipación tiene la obra de Palacio frente a la de un escritor como Carlos Carrión, nos limitaremos a subrayar la radicalidad de la escritura en uno y otro caso: la dislocación sintáctica, la yuxtaposición de puntos de vista, el ritmo abisal que se siente y envuelve, una posición de divergencia frente a la tradición realista tanto europea como hispanoamericana.
Nos lleva también a subrayar dos aspectos fundamentales en la literatura de Carrión: el erotismo y el humor, y, desde otro ángulo, lo irónico y lo onírico, fases subyacentes a lo largo de su obra y que, de una u otra manera, le sirven para cuestionar la realidad sobre la que imprime una implacable requisitoria y, en ese contexto, la lograda posibilidad de cuestionar el poder, el poder que, en la percepción de Foucault, se hace presente en todos los estadios de la sociedad. De allí la dimensión, decíamos que balzaciana, de la literatura de Carrión, a la hora de proyectar su visión en los más diversos personajes y contextos del entorno social.
El tema del amor y el erotismo se despliega en varias de las grandes novelas del autor y, evidentemente, en varios de sus relatos breves. Al abordarlo, Carrión sondea en los abismos del alma humana, pero a la vez, aprovecha eficazmente la coyuntura, para adentrarse en los ambientes que rodean y hasta cierto punto modelan a los personajes, sin transiciones patéticas y, más bien, con ironía y un sutil, medido y convincente tratamiento de los caracteres. Tal sucede en novelas como El deseo que lleva tu nombre y Una niña adorada, temas mediante los cuales Carrión explora la transgresión como una de las inevitables estaciones del devenir humano y correlato al mismo tiempo de una toma de posición, problemática sin duda, frente al prejuicio y los convencionalismos. No olvidemos que la misión del escritor, o, mejor dicho, su destino, es auscultar la realidad, desentrañarla, más que aplicar a la misma criterios moralistas o imposiciones de dómine.
El humor es otro de los temas inevitables en las páginas del escritor. Humor corrosivo que, a momentos, puede llevar al lector a desternillarse de risa, como sucede en su novela ¿Quién me ayuda a matar a mi mujer?, pero que en la mayor parte de ocasiones constituye un instrumento para indagar, implacablemente, en el corazón humano. Un humor que recuerda lo que encuentra Benjamín Carrión en Pablo Palacio, precursor también en ese campo de la narrativa de Carlos Carrión. «Humorista trascendente», dice de Palacio, el gran polígrafo lojano. Y explicita al respecto el concepto: «Nada más trascendental que el verdadero humorismo, nada que llegue más hondo al tuétano de la verdad y de la vida. Humorista así, en el alto sentido, conservándose artista, sin caer jamás en la anécdota pueril ni en la alusión ordinaria y barata, en el juego de palabras ni en la sicalipsis babosa; humorista trascendente es Pablo Palacio»[5]. Palabras que bien pueden aplicarse al humorismo de quien ingresa esta tarde a la Academia Ecuatoriana de la Lengua.
Dentro de la saga novelística, de por sí dilatada, de nuestro autor, hay una serie de obras que, al tiempo de constituir un notable aporte a la literatura nacional, implica también una indagación, profunda y descarnada, desde la perspectiva del quehacer artístico, de uno de los temas más lacerantes del momento histórico que vivimos: el de la migración. Un conjunto de siete novelas, hasta lo que yo conozco, que refrendan su eficacia narrativa, sin abandonar, cuando es necesario, algunas de sus temáticas imprescindibles, entre ellas, justamente, el erotismo, el amor, el humor. Títulos como La ciudad que te perdió o La utopía de Madrid, entre otros, nos llevan, recurrentemente, a las más perturbadoras problemáticas y, de nuevo, a las peculiaridades estilísticas de su obra general.
Para la Academia Ecuatoriana de la Lengua constituye un honor contar entre sus miembros, a partir de esta fecha, con un escritor e intelectual de la valía y trascendencia de Carlos Carrión, siendo por demás significativo, a la par, que su ingreso tenga lugar en un ámbito simbólicamente propiciatorio cual es de la Casa de la Cultura de Loja y en el Auditorio Pablo Palacio, con la presencia de sus autoridades, de tan queridos amigos y de tan noble público, todo ello en el corazón de este rincón admirable y hondamente entrañable para los ecuatorianos, cual es la ciudad de Loja.
Francisco Proaño Arandi
Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Loja,
viernes 26 de julio de 2024
[1] Ortega, Alicia (2011). «La novela en el período», en Historia de las literaturas del Ecuador. Tomo VII. Literatura de la República, 1960-2000, (primera parte). Universidad Andina Simón Bolívar-Corporación Editora Nacional, Quito, pp. 157-158.
[2] Aguirre, Fausto (1991). «Estudio introductorio» en El más hermoso animal nocturno, Libresa, Colección Antares, No. 69, Quito.
[3] Ob. cit., pp. 36, 37.
[4] Rojas, Ángel F. (1984). Apuntes preliminares para un ensayo sobre literatura lojana, Revista del Ilustr
[5] Carrión, Benjamín. «Pablo Palacio», en Mapa de América. Edición de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Loja, 2018, pp. 59, 60.