
Estas son las palabras que pronunció don Oswaldo Encalda Vásquez, miembro numerario de la Academia, en la ceremonia de incorporación de don Carlos Carrión Figueroa el 26 de julio de 2024 en Loja.
A orillas del Zamora
En la temprana historia americana, la actual región de Loja ya está presente. Así, el Inca Garcilaso de la Vega, en sus Comentarios Reales II, (1976) nos dice: “Túpac Inca Yupanqui fue a la provincia Cañari, y de camino conquistó la que hay antes, que llaman Palta, de donde llevaron al Cuzco o sus valles calientes la fruta sabrosa y regalada que llaman palta”. (p. 160, libro 8)
Luego es Pedro Cieza de León, el primer cronista en pasar por estas tierras, el que nos habla de la región de la actual Loja. Estas son sus expresiones, en su obra Crónica del Perú:
De la provincia de los Cañares a la ciudad de Loja (que es la que también nombran la Zarza) ponen diez y siete leguas, el camino todo fragoso y con algunos cenagales. Está entre medias la población de los Paltas, como tengo dicho.
Luego que parten del aposento de Las Piedras, comienza una montaña no muy grande, aunque muy fría, que dura poco más de diez leguas, al fin de la cual está otro aposento que tiene por nombre Tambo Blanco. De donde el camino real va a dar al río llamado Catamayo. A la mano diestra cerca de este mismo río está asentada la ciudad de Loja, la cual fundó el capitán Alonso de Mercadillo en nombre de su Majestad año del señor de mil y quinientos y cuarenta y seis años. (p. 164)
El viaje de Cieza debió darse alrededor de 1547, puesto que ya para el año 1548 se encontraba en Lima.
Años después, y en plena colonia, Loja es el manantial de donde fluye la salud para los atacados por las fiebres de la malaria. El gran escritor peruano, Ricardo Palma, en una de sus tradiciones (titulada Los polvos de la condesa) nos refiere algo de este asunto:
Volvamos a la virreina, que dejamos moribunda en el lecho.
Un mes después se daba una gran fiesta en palacio en celebración del restablecimiento de doña Francisca.
La virtud febrífuga de la cascarilla quedaba descubierta.
Atacado de fiebres un indio de Loja llamado Pedro de Leyva, bebió para calmar los ardores de la sed del agua de un remanso, en cuyas orillas crecían algunos árboles de quina. Salvado así, hizo la experiencia de dar de beber a otros enfermos del mismo mal cántaros de agua en los que depositaba raíces de cascarilla. Con su descubrimiento vino a Lima y lo comunicó a un jesuita, el que, realizando la feliz curación de la virreina, hizo a la humanidad mayor servicio que el fraile que inventó la pólvora.
Dentro de las letras nacionales, uno de los primeros en describir e investigar científicamente la vegetación y la fauna de la región lojana es Fray Vicente Solano, el sabio y polemista cuencano, que realizó dos viajes a Loja. El primero fue en 1847 y el segundo en 1848.
De su primer viaje extraemos esta postal sobre la geografía y el paisaje lojanos:
Luego que respiré un poco de mis fatigas, traté de hacer algunas herborizaciones. Con este objeto me dirigí al citado monte, [Uritosinga], pasando por los valles de Malacatos y Piscobamba. Yo quisiera tener el genio de Mr. Chautebriand, admirable en sus descripciones y pinturas, para expresar la sensación que produjo en mí la vista de aquellos valles. El ambiente perfumado con las flores de los naranjos, de los chirimoyos, y de los fayques; el canto armonioso de tantos pájaros en medio del follaje de los árboles, y el aire moderadamente caloroso, parece que daban un nuevo ser a mi vida. Un verjel de ocho o nueve leguas, siempre ameno, siempre rodeado de ríos bastante caudalosos, me presentaban la idea, aunque débil, del delicioso huerto de Edén, donde respiraba la inocencia, y donde murió para no resucitar jamás. Nunca se borrará de mi imaginación tan bello espectáculo. (p. 151)
Y, por último, de un mismo ciudadano lojano tenemos una breve descripción del magnífico paisaje sureño. Se trata del escritor Miguel Riofrío, autor de La Emancipada, la primera novela ecuatoriana:
Las hoyas de los ríos Malacatus, Uchima, Chambo y Solanda con sus preciosidades vegetales y sus vistas pintorescas acogerán el resto de mis días.
Las vegas son allí un salpicado caprichoso de alquerías, casas pajizas, ingenios de azúcar, platanares, plantíos de caña dulce y pequeñas laderas en que pacen los ganados. Todo esto recibe un realce sorprendente con el relieve de los árboles ya gigantescos, ya medianos, que nacen y crecen sin sistema artístico y con la sola simetría que la naturaleza pudo darles. La ceiba, el aguacate, el guayabo, el naranjo y el limonero son los más comunes matices de los platanares, los cañizales y los prados.
A la margen de los ríos se levantan, se extienden y entrelazan los bambús, los carrizos, los laureles, el sauce y el aliso. En las colinas levántase el arupo para mostrar de lo alto su copa y sus ramilletes.
Como el placer y el dolor en el corazón del hombre, así alternan a la falda de esos cerros y en la parte agreste de esos valles, el faique con sus espinas y el chirimoyo con la frescura de su follaje, la fragancia de sus flores y lo sabroso de su fruta. (p. 6-7)
Esta es la tierra, que no es “el último lugar del mundo” como dijera Alejandro Carrión, porque si así fuera, todos los pueblos que no son las urbes centralistas, lo fueran.
Loja, como Cuenca, y como tantas otras ciudades de la patria, tuvo que crecer sola, apoyada únicamente en el esfuerzo visionario de sus hijos. Fruto de esto fue que Loja se constituyó en la adalid del progreso, al adquirir la primera planta de energía hidroeléctrica, tal como lo cuenta, con mucha gracia, Carlos Manuel Espinosa. Esta planta comenzó a funcionar el primero de abril de 1899:
Ya se habían hecho ensayos privados. La nueva luz había iluminado de alegría a los promotores de la empresa. La recoleta y beatífica ciudad iba a salir, por fin de la oscuridad para entrar en la era de la civilización eléctrica. Sin embargo, todavía quedaban rezagos de sombras en algunas mentalidades atiborradas de supersticiones. Decían que la luz eléctrica no podía ser sino invento del diablo. ¿Cómo iba a creerse que el agua, al correr por un tubo y mover una maquinita, se convierta en luz?… Si provenía del agua, la luz eléctrica debía ser muy fría, no había que acercarse mucho a las bombillas de cristal para evitar el artritismo y los dolores reumáticos. Por todas partes se escuchaban comentarios de los más divertidos tonos: alegres, unos; temerosos, otros. (p. 71)
Esta es la tierra.
Y Loja ha crecido y ha trabajado, encerrada en su mundo bucólico y alegre, y ha creado su propia cultura, sus propios rasgos, por eso es que Loja tiene también sus particularidades lingüísticas, unas que van desde lo léxico dialectal, hecho que se puede comprobar en palabras como: Bichauche (gorrión), buchir (cargar), chilalo (hornero, un ave), fidigüelo (poroto pequeño), guanchaca (especie de zorro), jimbirico (renacuajo), mangulero (inútil), zúngaro (escarabajo)
Y van también al uso correcto de los pronombres, mientras el resto de serranos andamos tropezándonos con los pronombres personales, en Loja se los usa con corrección. Y hasta en lo fonético existe una particularidad idiosincrática, como es el caso de la r con rehilamiento. Una r alegre, cautivante, que suena como un suave arrastrarse de cascabeles. Una r que deja de ser rehilada, para convertirse en una r reilona.
Y en lo tocante a la gastronomía y a la confitería, Loja es renombrada por la dulzura de sus bocadillos, sus rallados, sus huevitos de faldriquera, por los toronches, por los roscones, por la cecina, por el molloco, y hasta dicen que es reconocida por el buen sabor de su Cantaclaro, cosa, que, a decir verdad, no me consta, como hasta ahora nadie me ha brindado un draque con ese afamado señor Cantaclaro, este punto, por ahora, queda en duda.
Y Loja ha crecido, Loja ha trabajado, y, al no encontrar los horizontes apropiados para sus alas y sus anhelos, ha migrado a otras regiones de la patria. El lojano ha salido a colonizar las tierras de la esperanza, para en ellas fundar mejores días, como resultado del esfuerzo y el trabajo honrado y tesonero. Y como el mundo se queda pequeño para quien tiene más sueños, el lojano ha migrado también a otras latitudes del mundo, llevando siempre en la médula y en el corazón, los dulces sabores de la tierra.
Y Loja ha volcado su caudal de contribuciones para el engrandecimiento de la patria. Esta tierra dio nombres tan ilustres y de primera línea en la cultura. Por ser nuestro campo la lengua y las letras, nos referiremos solamente a escritores, nombres que los presentamos cobijándonos en un natural desorden y sin hacer concesiones a la cronología: Entre estos nombres de tanto valor para nosotros están: el prohombre Benjamín Carrión, Miguel Riofrío, Carlos Eduardo Jaramillo, Alejandro Carrión, Rubén Ortega, el humorista Oswaldo Celi Jaramillo, Manuel Enrique Rengel, Eduardo Mora Moreno, Manuel Agustín Aguirre, Ángel F. Rojas, Pablo Palacio, Galo Guerrero, Pío Jaramillo Alvarado, Eduardo Mora Anda, Belisario Moreno, Félix Paladines, y muchos más, que no nombro porque podría volverse una lista interminable; pero, no puedo dejar de incluir un nombre singular, el del maestro y académico Dr. Fausto Aguirre, el único caso, que yo sepa, de un lojano nacido en Cuenca.
A este selecto grupo de escritores hay que sumar necesariamente el nombre de Carlos Carrión Figueroa, el más prolífico escritor de las tierras lojanas. Carlos ha escrito novelas y cuentos y ha hollado con pie firme el campo del ensayo. Dentro de su producción novelística citaremos únicamente tres títulos:
El deseo que lleva tu nombre (1990)
Una niña adorada (1993)
La utopía de Madrid (2012)
Dentro del cuento igual citamos tres títulos, por economía del momento:
Ella sigue moviendo las caderas (1979)
El más hermoso animal nocturno (1982)
El amante sonámbulo (2008)
La Academia Ecuatoriana de la Lengua es la institución cultural más antigua del Ecuador, y en lo temporal es la segunda Academia en América. En este año estamos cumpliendo nuestro primer sesquicentenario, nada menos que 150 años al servicio de la cultura nacional.
Desde su inicio nuestra querida Institución ha estado dedicada a velar por el buen uso de la lengua que nos une y nos hermana. La Academia ha buscado siempre a los mejores representantes en el uso del español, y por eso ha incorporado a personajes de límpida trayectoria en el bien decir y en el claro decir, hombres y mujeres que han descollado en estos menesteres han pasado por nuestra Institución, desde autores como Juan León Mera, José Modesto Espinosa, el Hermano Miguel, Gonzalo Zaldumbide, Luis Cordero, Aurelio Espinosa Pólit, Humberto Toscano, Gonzalo Escudero, Federico González Suárez, Carlos Joaquín Córdova, Honorato Vázquez, mujeres como Piedad Larrea Borja y Alicia Yánez Cossío, y muchos más. Actualmente nuestra Institución está dirigida por la Dra. Susana Cordero, una mujer de delicada cultura y raro tino. Ella ha enrumbado a nuestra querida Academia a sitios de nombradía.
Esta, nuestra Institución, hoy se viste de gala para recibir en su seno a quien se lo merece, con todo derecho, porque Carlos Carrión Figueroa es un infatigable creador y testigo de la lengua y de los usuarios de esta misma lengua dentro del Ecuador y dentro de su región. Muchas de sus novelas hablan de la migración, del dolor y de las pasiones que sufren los migrantes cuando dejan sus lares para buscar la tierra que no nos ha sido prometida, sino la tierra que pueda albergar nuestros sueños de progreso y de trabajo. Carlos Carrión es ese espejo donde se refleja el alma ecuatoriana en el exterior. Pero Carlos no es solo ese testigo y forjador, es también un escritor de fecunda y desbordada imaginación, pues, hasta ahora ha sido el único capaz de poner una ballena en el mismísimo río Malacatos, hazaña prodigiosa y digna de una singular fantasía.
Querido Carlos, la Academia Ecuatoriana de la Lengua abre de par en par sus puertas para rercibirte, y por este acto de enorme importancia para la vida cultural, por este acto nos llenamos de júbilo en esta noche. Te lo mereces. ¡Bienvenido!
Oswaldo Encalada Vásquez
Academia Ecuatoriana de la Lengua
Referencias bibliográficas
Cieza de León, P. Crónica del Perú. https://repositorio.pucp.edu.pe/index/handle/123456789/181525
Espinosa, C. M. (2015). Sin velas desvelado, memorias de un mal estudiante, Loja, Casa de la Cultura ecuatoriana.
Garcilaso de la Vega (1976). Comentarios Reales II, Caracas, Biblioteca Ayacucho.
Ricardo Palma: https://www.miraflores.gob.pe/wp-content/uploads/2020/09/Los-polvos-de-la-condesa_-Ricardo-Palma.pdf
Miguel Riofrío, La Emancipada: https://www.ellibrototal.com/ltotal/?t=1&d=8897
Solano, V. (s/f). Primer viaje a Loja, en Obras Escogidas, Guayaquil-Quito, Clásicos Ariel.