El pasado 12 de diciembre de 2024 doña María Augusta Vintimilla se incorporó a la Academia Ecuatoriana de la Lengua en calidad de miembro numeraria. Compartimos a continuación el discurso de recepción que don Oswaldo Encalada Vásquez, individuo de número, pronunció en la ceremonia.
María Augusta, la voz crítica
En el año 1980, el maestro y gran poeta que fue Efraín Jara, en sus Confidencias preliminares a El mundo de las evidencias, escribió unas líneas que nos parece muy oportuno traerlas a esta ocasión. El poeta hablaba de su estancia en las islas Galápagos:
Cierto día de erranza por la playa, mis ojos quedaron anclados en la visión de un caracol triturado caprichosamente por las olas. Lo tomé entre mis manos con solicitud; miré su estructura reducida a la espiral interior y a los pliegues concéntricos de la base, a manera de un frágil huso sobre un plinto; y pensé, de inmediato, que tal encuentro no lo había suscitado el azar. Ese revestimiento calcáreo había vagado de las rocas del fondo a la ceja de arena de la playa por meses, tal vez por años, hasta adquirir la factura insólita que me obligó a detenerme y contemplarlo. Sí, un poco de lo que había acontecido conmigo: pasivamente arrastrado por el oleaje de los días hasta encontrarme exactamente allí, machacado por la soledad. (p. 12)
De este fragmento se pueden obtener algunas provechosas lecciones sobre la labor poética, como aquello del vagar del sentido, desde las honduras de los mares interiores hasta quedar varado en la superficie de la playa, a la vista ya del sol, ya de los ojos de lectores y de críticos; pero ese vagar no es cuestión del azar, el encuentro puede ser, pero el vagar no, el vagar es el trabajar, el construir el objeto poético (al menos, en el caso de Efraín Jara, su labor no es sinónimo de impulso espontáneo ni solo entusiasmo); puede ser que en su elaboración confluyan las fuerzas inconscientes, las oscuras pulsiones, las poderosas tensiones, como aquellas fuerzas elementales que actúan y se mueven en el fondo desconocido, tanto de los mares, como del inconsciente del creador.
Pero, también hay la otra faceta de la intelección del texto jariano y es que la lectura nos ha parecido siempre, un ir, un observar los paisajes creados por la escritura. El lector sensible, el lector curioso y, mucho más, el lector crítico, cuando lee, pasea y ejercita su comprensión, ataviado de inteligencia y sensibilidad. Pasea el lector-crítico por una playa desconocida, y, de pronto, descubre, entre la arena, un objeto que le llama poderosamente la atención. Lo toma, lo mira y lo remira, le da innúmeras vueltas y giros, lo sopesa, lo aquilata y se admira, cada vez, de su extraña y armoniosa configuración, de sus colores de encendido e inaudito brillo, de sus aristas, de sus superficies pulidas o extrañamente ásperas. Y no solo eso: también lo seducen las configuraciones de las líneas maestras que parecen haberlo construido; y el lector- crítico siente que ha sido seducido por ese objeto artístico: poema, novela, cuento…
Sin el encuentro seductor del objeto artístico y el ojo (lectura) atento no puede producirse crítica ni análisis. El objeto, por sus propias cualidades intrínsecas, es el que provoca esa admiración y ese encanto, con lo que surge el deseo de conocerlo más, de bucear en sus profundidades, en ese magma genésico de donde brotan los sentidos y se expanden en la superficie del texto; pero, no solo en sus orígenes sino también en el uso de las herramientas que lo llevaron a la perfección soñada y requerida.
Esto explica que haya tantos casos de textos que son leídos y que no provocan ese encuentro de lo extrañamente insólito y hermoso con la mente del crítico. Solo unos pocos textos, solo unos pocos autores suelen conseguirlo.
Nos parece que esta es la situación de la labor del crítico. Tiene que haber seducción para que luego venga, en respuesta, el estudio y la explicación.
Nos parece que la labor crítica que ha hecho y seguirá ejercitando María Augusta Vintimilla se parece a este panorama del paseante que va por playas del sentido, por collados, por praderas, por bosques. Pasea, sí, deja ir su inteligente mirada, examina y sopesa lo que ve, se detiene junto a una extraña flor de inusitada perfección, al pie de una piedra singular, cerca de un árbol llamativo; más allá, un arroyo la detiene y, más tarde, todo un bosque le arranca una frase admirativa ante tan inesperada expresión de belleza. Esa es la lectura: un paseo diligente y a veces moroso -y, por supuesto, también amoroso- por los paisajes del texto. Y luego la paseante reflexiona con todas las armas del conocimiento para la interpretación.
La labor crítica de María Augusta Vintimilla es variada y toda de un peso incontrastable, para demostrarlo están su quehacer en la cátedra y en el ensayo. De su pluma tenemos estudios de naturaleza clara, imprescindible y contundente sobre César Dávila, Efraín Jara Idrovo, Pablo Palacio, Alexis Naranjo y Javier Ponce, Diamela Elttit, Virgilio Piñera, Cristóbal Zapata, Javier Vásconez, Margarita Lasso y algunos más.
Atención especial le ha merecido el proceso poético cuencano de las primeras décadas del siglo XX, ese paso entre el modernismo, el posmodernismo y las primeras y tímidas e inseguras manifestaciones de nuestra vanguardia. Quizá, más que manifestaciones reales en los textos, una aparición en las actitudes vitales de los protagonistas, más que escritura, actitudes de ruptura e irreverencia con la tradición. Como lo dice María Augusta: “Esta disposición rupturista para revisar críticamente los principios estéticos y más ampliamente culturales que hasta entonces parecían incuestionables, y la exploración de formas estéticas novedosas, es lo que podríamos llamar una actitud vanguardista”. (p. 328)
Nosotros pensamos que mucho más patente fue la “rebelión” conductual en contra de lo tradicional y lo supuestamente considerado como alta cultura, la única posible. Y, en este sentido, creemos que la actitud vanguardista se dio, por ejemplo, con el grupo Elan, en el periodismo, con la aparición de La Escoba, paradigmático periódico cuencano del humor y de la irreverencia, Y hay también un acto que nos parece mostrar cómo estos autores conducían sus opiniones, a contracorriente de lo usual.
Antonio Lloret Bastidas (1984) dice lo siguiente, al referirse a los integrantes de Elan:
Elan insurgió entre aplausos, con una personalidad harto firme, y se puso a irrespetar todo (…) El público (…) viendo de cerca a los periodistas irreverentes, con barbas bien puestas en la cara, años antes de la Revolución Cubana, azotar con nardos a los asnos de las procesiones, comprendió que se proponía acabar con ciertas inveteradas tradiciones. (p. 20-21)
Un factor decisivo en la aparición de nuestras formas de vanguardia tiene que ver con la ruptura geográfica del aislamiento. El primer novelista de Cuenca, el Dr. Manuel Coronel, autor de La muerte de Seniergues, publicada en 1871, por entregas, en periódicos de su tiempo, es el autor que, por primera vez, habla del mar. Coronel viajó, obviamente por tierra y atravesando las montañas que rodean a Santa Isabel, para luego descender hacia la costa. Su periplo fue por razones de salud, en busca de baños marinos en el estero salado, entonces zona muy cercana a Guayaquil. Su artículo se titula Memorias de un viaje de Cuenca a Guayaquil, y fue escrito en 1864.
En la poesía de Honorato Vázquez, de Miguel Moreno y de Alfonso Moreno, los paisajes son los rurales, las querencias, la campiña y cuando aparecen los poblados, más que ciudades, la descripción nos muestra un mundo religioso, bucólico y pueblerino, con el único horizonte cerrado por las montañas.
En cuanto a la economía, nuestros pueblos estaban anclados en las formas de producción hacendaria, en la artesanía del sombrero o en la exportación de la cascarilla.
Nuestra vanguardia muestra los primeros pinitos de la urbanización de la ciudad y, al mismo tiempo, la tímida implantación de la producción industrial.
En esta línea, la poesía deviene en documento social de la marcha de la vida ciudadana y sus afanes de incorporación al mundo industrial y al comercio capitalista.
Esto se encuentra muy claramente explicitado en la poesía de Efraín Jara:
El proceso de urbanización de la pequeña ciudad:
“Reyertas sangrientas entre los rapaces del barrio
por el dominio de las zanjas para el alcantarillado”. (In memoriam, p. 14)
La incipiente industrialización:
“Tiempo para jugar billar
y lavar botellas en las fábricas de gaseosas”. (In memoriam, p. 65)
Y en todos los poetas del grupo Elan aparecen menciones o presencia del mar, señal de la apertura hacia el mundo del exterior, y a otras realidades.
Ningún proceso cultural puede partir de cero; mientras haya tradición, algo de lo antiguo se ha colar y permear aun en los nuevos movimientos, así sean rabiosamente antitradicionalistas. Esto lo reconoce y dice María Augusta:
Al comenzar el siglo XX en Cuenca persisten todavía esas dos vertientes que vienen desde el siglo XIX y que con frecuencia se entrecruzan y coinciden aun en un mismo poeta: una de intención neoclásica de exaltación cívica y patriótica, casi siempre lastrada de ampulosidad retórica; y la otra, de tonalidades románticas, pastoral, piadosa, y de elegía familiar (…). El ácido polemista cuencano Manuel J. Calle escribía que los tres grandes – y únicos- temas de la poesía cuencana son la religión, la patria y la familia, y añadía que el amor, cuando aparece, está “teñido siempre de conyugalidad” en la castidad del entorno familiar”. (p. 350-351)
Si solo nos detenemos en el tema amoroso, podemos ver la gigantesca distancia que existe entre la poesía amorosa y poderosamente innovadora de Mary Corylé, quien, en una fecha tan temprana como 1933, publicó su poemario Canta la vida, y en él encontramos ese poema tan significativo y demoledor de la gazmoñería incrustada en la vida cuencana, nos referimos a Bésame. Y años más tarde, el abismo se agiganta con la poesía erótica y volcánica de Efraín Jara, en varios de sus textos.
El paseo crítico de María Augusta continúa, revisa y repasa nombres y propuestas, desde las iniciales y las que muestran atisbos de ruptura en la piel anquilosada de la tradición. Así, tenemos autores que son presagio, voces iniciales y breves resplandores. Son Rafael Romero y Cordero (1900-1925), la ya presentada Mary Corylé (1901-1976). Luego tenemos la primera y ya auténtica voz vanguardista, en el caso de Alberto Andrade Arízaga, que usaba el pseudónimo de “Brummel”, el quiteño Gonzalo Humberto Mata (aunque él mismo se definía como morlaco) (1904-1988). De él dice María Augusta: “versos libres torrenciales con una ortografía y una sintaxis alteradas que incorporan registros coloquiales y un repertorio léxico belicoso, que en algunos casos evoca el mundo rural, pero que se sitúa en el otro extremo del vocabulario prestigioso modernista”. (p. 365)
Y no solo están los poetas que se asoman a la vanguardia (mejor, a las vanguardias), porque también brotan las voces de los que, de una u otra manera, teorizan sobre los nuevos movimientos, las nuevas aspiraciones y nuevas sensibilidades. Ellos son: el mismo “Brummel” y también Vicente Moreno Mora.
Y continúan los poetas, con más nombres, como César Andrade y Cordero (1904-1987), el gran César Dávila Andrade, poeta de los mayores de la patria y de los más intensos y significativos de la América Hispana (1919-1967).
Finalmente llegamos al grupo Elan, que es el auténtico exponente de nuestra vanguardia. Sus nombres son: Jacinto Cordero (1925-2018), Arturo Cuesta (1922-2006), Efraín Jara (1926-2018), Eugenio Moreno (1926-1997), Hugo Salazar (1923-1999), Teodoro Vanegas (1926-2002). A este grupo, María Augusta junta el de Rubén Astudillo (1938-2003), como el exponente más tardío de nuestra vanguardia.
María Augusta concluye su examen crítico con las siguientes palabras:
La vanguardia fue, […] un poderoso revulsivo de las prácticas artísticas y culturales y un cuestionamiento estético, ético y político del pasado y del presente, un impulso renovador que marcó la trayectoria literaria del siglo XX; entenderla en estos términos ayuda a superar la idea restrictiva de que el vanguardismo no fue más que una moda pasajera, una imitación tardía y descontextualizada de los ismos europeos. La vanguardia dejó abierta para siempre la posibilidad de explorar ilimitadamente el mundo, después de su irrupción no hay zona alguna de la experiencia humana que esté vedada a la creación estética. (p. 377-378)
Y a todo esto, quién es la paseante que va por recodos de lecturas, por extensas llanuras, por campos de lava y paisajes de la más extrema desolación, quién hurga, quién indaga en las esencias de nuestra poesía, quién se detiene ante las hondas y perturbadoras imágenes y soterradas significaciones de Dávila Andrade, quién se explaya en los feraces campos de la vitalidad llevada a los campos de la pasión amorosa, en Efraín Jara. Esa voz, esa paseante se llama María Augusta Vintimilla, la mujer de voz crítica más autorizada del país, voz de los más altos registros, y, al mismo tiempo, de la más profunda comprensión del hecho poético; pero no es bueno que este servidor lo diga, mejor que lo haga una persona ajena a nuestro medio.
María Auxiliadora Balladares, poeta joven y talentosa, en el prólogo de la obra crítica de nuestra académica dice lo siguiente: [María Augusta Vintimilla] “no solo hace un diagnóstico del estado de las cosas, sino que además se ocupa personalmente del asunto y toma las riendas convirtiéndose, con el paso de los años, en la más importante crítica de la poesía en este país”. (p. 28).
Sí, la Academia Ecuatoriana de la Lengua acoge en su seno, como miembro de número, a la más prestigiosa de las críticas, a la más talentosa y la de visión más penetrante, a la de mayores alcances y mejores resultados en nuestras letras. Bienvenida, querida María Augusta. Te lo mereces.
Oswaldo Encalada Vásquez
Academia Ecuatoriana de la Lengua-Universidad del Azuay
Referencias bibliográficas
Jara Idrovo, E. (1980). El mundo de las evidencias, Cuenca, Universidad de Cuenca.
Jara Idrovo, E. (1980) In memoriam, Cuenca, Monsalve Moreno.
Lloret, A. (1984). Páginas literarias. El grupo Elan, Cuenca, Editorial Amazonas.
Vintimilla, M. A. (2014). Estudios críticos, Cuenca, Editorial Municipal.