
El 5 de septiembre de 2024, en el campus Las Peñas de la ESPOL, en Guayaquil, se llevó a cabo la ceremonia de incorporación de don Marcelo Báez Meza. Doña Cecilia Ansaldo Briones fue la encargada de recibirlo con el discuros que ahora reproducimos para ustedes.
Marcelo Báez, el viajero inmóvil
Pocas personas han tenido tan claro, como Marcelo Báez Meza, que estaban marcadas por una vocación indeclinable llamada literatura, desde muy temprana edad. Como tengo la fortuna de haber visto el desarrollo de su vida y su obra casi paralelas a mi vida, puedo echar la mirada hacia atrás y ver a un adolescente en el gran auditorio del colegio Vicente Rocafuerte, emergiendo entre la masa de estudiantes que habían acudido a un acto literario, para hacerme una pregunta. Casi de inmediato lo encontré en las aulas de la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica, inscrito en la Carrera de Literatura, donde fue mi alumno varias veces.
Desde entonces, escribe, publica y se afana dentro de la vida cultural del Ecuador, en esa dinámica en la que se construyen los seres de letras: escritura de sobrevivencia (esa que se emprende para ganarse la vida); la propia, impelida por urgencias íntimas; docencia, gestión, edición. En esas tres décadas, si hay dos puntales en todo ese quehacer son la literatura y Valentina, su esposa. Aúna también una capacidad de lectura libérrima y multifacética, que lo ha hecho un buscador de libros curiosos con un respeto por la vida académica que lo ha llevado a conseguir sus títulos de cuarto nivel, fuera de Guayaquil y a convertirse en colaborar y autoridad de universidades.
Del joven reconcentrado y de pocas palabras que conocí al hombre abierto y dialogador, apuntador ágil de toda iniciativa cultural de hoy, media toda una inmersión en la literatura que va demostrando su desarrollo. Imagino que mientras iba leyendo todo tema posible, emergió su afición al cine y combinó ese consumo con miles de horas frente a las diversas pantallas viendo películas. Pronto la ciudad supo qué pensaba sobre lo que veía porque cuatro años escribiendo columnas cinematográficas en un periódico de la ciudad, lo fueron convirtiendo en un referente en materia de opinión sobre el séptimo arte.
Para ver con nitidez cómo llega a los umbrales de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, tendría que referirme a sus 19 libros publicados. Y como eso no se puede hacer, emprendo el repaso por bloques, de su expresión literaria.
En la lírica
Yo fui elegida por el autor para presentar su primer poemario Puerto sin rostro, allá por el año 1996, cuando se consideraba un “versero” y como era natural miraba en su torno para poetizar: y lo que encontró fue Guayaquil, una ciudad que se diluye en río, estero y lluvias, una ciudad de la cual hay en esas páginas, estampa y emoción, la que le produce al paseante que camina sus recovecos. Me quedo de entre sus versos con estos Me abandono a los presagios y a este verso que lees Me niego a construir cualquier metáfora Hay algo en los periódicos que me obsesiona Sólo sabré qué es cuando lo encuentre, de un poema titulado, con precisión “Mester de cartografía”, en una combinación de términos que será, en el futuro, una de las minas más fructíferas del estilo de Báez.
Y como es absolutamente cierto que la literatura nace de la realidad o de otro texto, la maravillosa combinación de ambos la encuentro en un poema que se titula “La caza de Asterión”, (así, con zeta) en el cual el joven poeta se yergue hasta Borges para concatenar con su cuento de El Äleph, la dolorida búsqueda del monstruo:
Deambulo por allí ocultando mi nombre
Sé que alguna esquina esconde mi redentor
Desconozco la forma de su castigo
Y rematar, más adelante:
Lo reconoceré porque sus rasgos se convertirán en los míos Es la única forma de que se cumpla el designio Uno de los dos tiene que morir para que el otro viva.
Y quien recuerde el precioso tratamiento borgiano del mito del Minotauro puede hacer el chispeante y doloroso vínculo que brota de estos versos como inspiración y homenaje.
Con el poema Edipo en Guayaquil, pasa lo mismo. En ese poemario ya se anunciaba la proximidad del autor entre literatura y cine, véase para ello el poema El último tango en Guayaquil.
Estos tres son de esos poemas que me hacen sentir que cada obra es la página de un único libro que se llama Literatura universal.
En alguno de sus textos, el autor reconoce que muy pronto “portaba el virus de la locura”, “la manía de registrar imágenes e incautar realidades”, eso queda claro desde ese primer libro de poemas; no está de más reconocer que también ocurría en la prosa (antes, en 1993 había publicado Movimientos para bosquejar un rostro).
Todo lector de poesía sabe que los libros pueden ser inorgánicos, cuando reúnen las piezas líricas de un período y orgánicos, cuando todos los poemas giran en torno de núcleos temáticos o experiencias específicas. Esta última elección predomina en la poesía de Báez. Repaso las páginas de Hijas de fin de milenio, 1997, y sus breves textos están ligados al paisaje marino, arena, islas, apretando en sus líneas la fugacidad de ser espectador de ellos, así como el viaje a las islas Encantadas, el vaivén de las olas y los piélagos. Ramalazos de historia se cruzan en el éxtasis de la contemplación (el origen geológico de las islas, Fray de Berlanga, misionero). Marcada por sus lecturas, la voz poética elabora una visión con Melville: Tengo en mis manos un doblón de oro Será recompensa para quien divise a la ballena blanca En la moneda consta la siguiente inscripción: República del Ecuador/Quito. En esa misma línea, publica Palincesto, de 1997 palabra que reelabora entre Palimsesto que significa manuscrito antiguo e incesto, la relación sexual entre personas de primer grado de consanguinidad, para recrear las voces de un mito clásico el de Edipo y Yocasta, cuyo núcleo radica en la relación amorosa del hijo con la madre. Un anciano y ciego Edipo rememora los hechos predeterminados que lo llevaron a la suprema desgracia, un Edipo que dice: “Yo fui el escogido para conocer a fondo/ todas las acepciones del dolor”, y que en su vagar declara: “Vengo a construir mi tumba en el puerto de los portales”, donde se pueden anclar los males de los extranjeros. Varias veces la literatura contemporánea se ha nutrido de las vísceras más antiguas de la tradición clásica, encontrando para esa fagocitación los términos e imágenes elocuentes con las que se renueven los mitos y les sirvan al orbe de nuestro tiempo. Esto es lo que ocurre con Palincesto.
Pero a la hora de elegir un poemario entre los seis publicados por Marcelo Baéz tengo mi favorito, se trata de Babelia express, de 2014. Otro acierto redondo, intercomunicado, 46 poemas eslabonados en torno del descubrimiento personal de Italia. Restablecer el viaje de la voz poética a base de poemas que conforman un diario con las imágenes adecuadas para asomar al lector al hecho de avanzar y descubrir, me resulta un recreo visionario y estimulante. El ojo “se distancia de uno mismo” dice la voz, para asumir y devorar lo que ve: la vida está allá afuera cuando se trata de Roma, por ejemplo, que es “un museo sin muros”. No se trata de un turista común que mira y olvida, se trata de un peregrino que puede mirar de otra manera: por eso es acertadísimo ver, cuando visita la Capilla Sixtina, que le da la palabra a Adán. “Acá arriba estamos todos en la nube del arte” y es el primer hombre, pintado por Miguel Ángel, el que curiosea a quienes se mueven abajo y pronto se impacientan.
El poeta está tan educado en cultura italiana que va animando cada escenario por el que cruza: el Coliseo, los amantes de Verona, el Puente Vechio, mientras “el terruño se va desvaneciendo en la memoria”. Pasa por Florencia, por Génova, por Milán y cuando llega a Venecia se detiene un tiempo más largo: diez textos brotan del contacto multifacético con la Serenísima, donde es capaz de imaginar los dolores del moro, porque “Esta ciudad enloqueció de amor a Otelo”, y porque “es un bosque submarino” donde las iglesias se hallan invertidas bajo el agua (entremos en la mirada de quien se asoma al agua), y prorrumpamos con él en un “Maledetta Venezia, io ti voglio bene”.
La narrativa
De las seis novelas de nuestro autor, lo primero que debo afirmar es que ninguna es una novela convencional, las de cronología ordenada con planteamiento, nudo y desenlace. Con la primera, Tan lejos, tan cerca (1996) ensayó un relato en líneas cortadas con Pietro Speggio como personaje, el nombre que se convertiría en el primer heterónimo de Baéz. El relato largo, pausado, con esa cadencia que emerge de la forma versal, remite al mundo de la música rock, de la televisión y el cine, todo cruzado por una mujer anhelada que se trata con distancia y es inaprensible. Yo hice el experimento de estudiarlo con alumnos de último año de bachillerato y no cuajó la lectura: demasiado demandante para los jóvenes que no pudieron seguir sus referencias.
La Nadia se que nombró en esa primera novela se convierte en el eje de la segunda Tierra de Nadia (2000) que toma la voz para reflexionar sobre un regreso, una relación rota, la condición femenina. El hecho de que todo el relato se haga desde una mujer exige del autor los cuidados de dibujar una feminidad convincente. La carga lírica es grande, al punto de imponerse sobre los fragmentos que cuentan hechos. Novela de difícil lectura, zigzaguea entre el monólogo sin audiencia y el tono confesional con que se recuerdan pasajes de otros momentos de la vida de los protagonistas.
Me aprovecho del privilegio de tener la palabra y pongo rumbo a mi novela preferida Nunca más Amarilis (2018). Con ella, ya podemos reconocer una pieza narrativa de madurez, pese a que conserva la estructura fragmentaria de las anteriores. La imaginación de Báez se ha cimentado y ha crecido a base de libros porque la protagonista brota de un poema de escritura misteriosa de parte de un par de autores peruanos que firmaron un poema titulado “Otra vez, Amarilis”, como Márgara Sáenz. A esa poeta invisible o inexistente se le crea una historia de largo aliento, en Guayaquil y se la vincula con personas y acontecimientos literarios de real data. Cuando pienso en ella, me pregunto cómo funciona la mente de Báez, cómo lee dispuesto a atrapar cada dato o elemento que le sirva para una o futuras ficciones. Porque los referentes literarios de esta novela son innumerables: hay bibliografías, ponencias, entrevistas – unas reales, otras inventadas – y porque los límites entre ficción e historia se van estrechando hasta que Márgara Amarilis parezca una escritora que va pasando por múltiples experiencias literarias – cátedras, encuentros, concursos, publicaciones – todas de cuño comprobable.
Como alguna vez confesé: esta novela cruza toda mi vida literaria, a partir de 1970, rescatando al poeta peruano Antonio Cisneros a quien conocí y topé cuatro veces por los caminos del mundo y recalando en hechos, nombres y libros que me han sido cercanos. ¿Será por eso que es mi favorita?
Al llegar hasta aquí, no he tocado todos los títulos de Marcelo, ni me mencionado todos los premios literarios que ha ganado. Imposible hacerlo sin caer en el exceso, ese exceso que sí parece impregnar una vida joven que cuenta 19 libros publicados, cantidad que creemos se verá rebasada a lo largo de los años que le faltan por vivir.
Solo quiero dedicar un vistazo rápido a su dedicación al cine, cifrada en cuatro títulos, dedicación de autodidactismo porque él no tiene estudios cinematográficos formales y hasta juega con los conceptos de reseñista, comentarista, analista y crítico de cine Sin embargo de esa vertiente brotan opiniones y saberes que bien vale tener en cuenta a la hora de pensar sobre un filme. El gabinete del doctor Cineman (2006) y su tesis de PhD que combina análisis de cine y literatura, son obras que no se pueden olvidar. El primero de estos dos viene bien provisto de conceptos útiles para ver cine con ojos más preparados que los del espectador común, y hasta para estudiantes de cine. La elección de las películas que comenta, ya es una buena guía para quien quiera iniciarse en la recepción inteligente y crítica del -como Báez dice- “arte número siete”:
Llego así al final de esta presentación. Marcelo Báez ingresa a la Academia Ecuatoriana de la Lengua con el paso de méritos suficientes, luego de haber demostrado que la lengua española es su materia de amoroso trabajo y de lúcida entrega y en un tiempo en que su exacerbada creatividad lo dispone para ser un activo colaborador de este alto y luminoso claustro.
Cecilia Ansaldo Briones
Guayaquil, agosto de 2024.