
Compartimos con ustedes la contestación de nuestra directora al discurso que pronunció don Julio Pazos al incorporarse a la Academia en calidad de miembro de número, en ceremonia que se llevó a cabo el 7 de febrero de 2013.
Colegas académicos, amigos, amigas:
“La fiesta de hoy en la Academia lleva el nombre de Julio Pazos. El poeta ha cumplido con brillantez el rito de leer su discurso de ingreso a nuestra casa, y a mí me toca acogerle”; mutatis mutandis, esta fue la frase con la cual el académico de la Real Española, don Manuel Seco, tan conocido entre nosotros por sus obras, como lo quería el Evangelio, inició su contestación al discurso de ingreso a la Real Academia de don Luis Mateo Díez. Y yo he querido repetirla, porque, efectivamente, el acto al que asistimos es la fiesta de promoción de un poeta a la Academia ecuatoriana.
Yo aspiré al privilegio de contestar a su discurso, para reivindicar una vieja amistad abonada cada día, ¡cómo no!, con la presencia de su poesía, pues no existe mejor abono para el cultivo de la amistad.
Ahorro a ustedes la enumeración de los datos del minucioso currículo de nuestro poeta,aunque deba, en justicia, referirme a algunos de ellos y a otro que, sin constar en su currículo, tiene, a mi ver un peso significativo: Julio Pazos Barrera es nieto de don Isaac J. Barrera, imbabureño nacido en Otavalo, historiador de la literatura, periodista, catedrático y académico de la lengua desde 1933.
Llaman la atención, en los ya cerca de ciento cuarenta años de existencia de la Academia Ecuatoriana, las presencias coincidentes de académicos relacionados entre sí por lazos de sangre con académicos que los antecedieron, o con personas que, sin haber ocupado una sede en nuestra corporación, tuvieron un puesto de alta significación en el quehacer intelectual ecuatoriano. Singulares condiciones intelectuales y educativas, el innegable peso de la tradición, más allá o más acá de la sangre, y el de un valor que se va perdiendo en el ámbito virtual de comunicación ininterrumpida que, paradójicamente, nos sume en una triste individualidad: el valor de la vida familiar, que preserva y asegura el ánimo, no exento de sano orgullo, que nos impulsa a seguir siendo. Cuando la Academia Ecuatoriana homenajeó a Isaac Barrera por sus ochenta lúcidos años, su nieto tenía veinte y había publicado ya su primer libro de poesía conocido: Plegaria Azul.
He de relievar en su biografía los numerosos premios recibidos por su quehacer poético y por sus investigaciones sobre noticias de la cotidianidad popular, cuyos resultados remueven nuestras íntimas raíces; entre el primer premio en el concurso de poesía de la Universidad Católica recibido en 1968 y el Premio Nacional Eugenio Espejo, que le fue otorgado por el Gobierno en el año 2010, recibió muchos otros; destaco el de la fundación Conrado Blanco de Madrid, en 1973; el Premio Nacional de Literatura “Aurelio Espinosa Pólit¨, en 1979, y el Premio Casa de las Américas, de Cuba, por su libro Levantamiento del país con textos libres, en 1982.
Y pues, se trata de contestar a su discurso, he de precisar que no seguiré el camino de búsqueda de la articulación espacio-tiempo en la lírica ecuatoriana del siglo XX iniciado por Julio, hasta llegar a los poetas más actuales, sino que intentaré alcanzar y determinar dicha articulación sustancial en los propios poemas de Pazos. Esta elección no lo es, en rigor: es exigencia fundamental de este día y esta hora.
Intentaré penetrar en los elementos que componen el ámbito poético de Julio a través de los cuales pretendo encontrar las razones de su experiencia vital, más que las de su concepto de país, es decir sus vivencias de la historia, de la memoria en el único tiempo que se nos da, el de lo cotidiano; y las del espacio, en los ámbitos a que se refieren sus poemas. Haré esta inquisición en los textos de Levantamiento del país, libro inicial pero definitivo: en él se presentan temas, imágenes y modos de tratamiento poético que se irán enriqueciendo en los libros siguientes, haciéndose más complejos, preguntando e inquietándose; abstrayéndose, incluso, siempre en la línea exquisita con que Pazos contribuye a que conozcamos y valoremos, es decir a que elevemos desde nosotros, a la patria. Miríada de imágenes, de paisajes, de oficios, de situaciones e historias, a veces dolorosas y crudas, observados y devueltos a nosotros con el vigor de su poesía no pueden resumirse sin pérdida, pero, a partir de Levantamiento, pueden, sin duda, intuirse…
La fuerza poderosa que le impulsó, a mi entender, hacia su incesante trabajo estético gracias al cual nos ha entregado, desde 1964, libros de profunda calidad y belleza poética, y muchos otros en prosa, entre ellos El sabor de la memoria, historia de la cocina quiteña, hermoso de presentación y contenido, además de ensayos y estudios debidos a su prolijidad investigadora y a su insaciable curiosidad, su fuerza, decía, radica en su fervor por toda suerte de manifestaciones y expresiones populares; en su falta total de pretensiones aristocratizantes o xenófilas –que se me perdone el neologismo- que a tantos nos han impedido reconocer el vigor que da el mestizaje a nuestras vidas; él, sin plantearse explícitamente como problema el tema de la identidad, ha sido siempre idéntico –es decir fiel- a sí mismo, al origen del que se alimenta, a su pasado y a su presente poético; se ha nutrido de su pueblo, de sus dimes y diretes, de sentimientos, afanes y quehaceres de los individuos más humildes radicados en los ámbitos en que vivió y se educó. Los preserva en su memoria. Ha inducido con intuición singular, en las pequeñas o graves presencias e historias cotidianas, las causas de soledades y alegrías. No es, pues, extraño que sigan manando de su interior estos poemas llenos de la fantasía de los alimentos al cocerse; del olor y el sabor del arrayán o de la verdolaga; del encanto terrestre de las papas; de la inocencia sin fin del tonto del pueblo; de las procesiones, las coplas, las imágenes coloniales y el orgulloso y rendido fasto de fiestas y priostazgos; y de la cordillera inacabable y sus alturas, de ríos y cascadas; de los caminos, chaquiñanes, veredas y restaurantes provincianos donde venden los mejores pepinos en aceite, o de las panaderías del dorado pan de Ambato, aunque queden a kilómetros de distancia de la ciudad que los nombra; de las callejuelas abruptas de Baños, entre aguas, devociones y montañas, así como de toda manifestación paisajística, arquitectónica, literaria y artística del Ecuador antiguo y presente que él, con su peculiar sensibilidad, haya podido captar; todo, reflejado en el incontrastable espejo de la muerte.
Esta enumeración en ningún sentido exhaustiva, nos encuadra en el universo tempo-espacial de la poética de Pazos.
El drama de las papas:
“Tienen las papas auténtica participación en el drama, / como en esos dramas antiguos, las apuntadoras, / las papas dictan con exaltación contenida partes del texto. // Cuando menos se piensa, las papas / alargan sus manos y piden su importancia / en esto que puede definirse como una / comprobación de la existencia. // No es por la muerte que sufrimos tanto / sino por lo que dejamos de hacer; / en la sordina de la tarde, / nuestros dientes se hunden en la tibia alba de las papas.
¿Cómo no estremecerse ante el repetido encanto de este drama cotidiano, ligado a la vida y a la descomposición? ¿Cómo no sonreír, nosotros, acostumbrados a lo oscuro, a términos difíciles y sintaxis intrincadas, que solemos hablar de la muerte con tanta seriedad?… ¿Cómo no demandar a Julio por su audacia?…
Mas esta audacia nos ha devuelto al país y nos ha devuelto el país; no en vano el libro del que proviene “El drama de las papas” se titula Levantamiento del país con textos libres. Desde entonces, y ya desde antes, Julio nos ha ido devolviendo la patria paso a paso, poema a poema… Este es el país que otros no supimos encontrar, por buscarlo en sitios extraños; como esa viejecita que buscaba los lentes y los llevaba puestos, a todos nos ha ocurrido esta búsqueda a la que solo una revelación insólita, el sol en el cristal, o una gota de agua que no moja los ojos, pero nos impide ver, puede dar el resultado apetecido.
La revelación consiste para Pazos y desde su poesía para nosotros, en una fecundísima intuición alerta a la propia memoria, a los acontecimientos más simples grabados en ella desde la lejana infancia, a las visiones y a los mensajes de sus cinco sentidos abiertos a la dignidad de lo inmediato. En lo inmediato, somos; solo en ello podemos encontrarnos, pero nos buscamos tan lejos de los esforzados alimentos, que vivimos perdidos. Y osamos, como lo hacía aquel columnista de tan infeliz memoria literaria, llamar peyorativamente país-aje, al país, dividiendo la palabra ‘paisaje’ en dos, en la presunción de haber encontrado el término humillante que lo exaltara a él y redujera el país en el que medra.
“La humildad es la verdad”, exclamó para sus monjas Teresa de Jesús; y la verdad humilde de los poemas de Levantamiento, como la verdad de las coplas populares que fascinaban a Machado y fascinan a Pazos; la de las calles y plazas de Soria bajo la luna, como la de las vendedoras del dorado alfeñique de Baños ha dado origen a la exaltación audaz de estos poemas que nos devuelven evidencias dejadas de lado por demasiado conocidas; pero su intuición que le impele a descubrir y entregar la belleza, ha mostrado a Julio el camino correcto: lo bello está en todas las cosas, su búsqueda y su encuentro reafirman nuestra identidad, nos devuelven al ser que queremos ser. La belleza se halla en la evocación melancólica o feliz de olores y sabores, de tactos y visiones, y en el ansia del poeta por nombrarla…
Ante el universo de las cosas narrado poéticamente por Pazos, constatamos, como lo afirma Melquíades en Cien años de soledad que “las cosas tienen vida propia, solo es cuestión de despertarles el alma”. Así, casi sin quererlo, el universo de Julio se encuentra con el de la mayor saga americana de todos los tiempos.
Quizás a la humildad quisieron referirse críticos refinados como Álvaro Alemán y Carlos Aulestia que admiran la sencillez temática, sintáctica y léxica de los poemas de Pazos, cuando hablan de la cortesía poética que el escritor revela en sus poemas. Si existe tal cortesía es porque el refinamiento poético radica en entregar la mayor cantidad de contenido en el menor número posible de palabras o, mejor, en que cada palabra del poema sea exigente hasta la médula en el contenido que expresa dentro de su contexto, reducido a lo esencial. En este logro, la evolución de Julio desde sus primeros libros hasta Elementos, el último editado, es ejemplar, porque cada poema, más o menos extenso, contiene nociones e imágenes en apariencia independientes del tema que le ocupa, siempre poéticamente ciertas, indispensables para llevar al corazón del lector la emoción estética que quiere transmitirnos.
Leo a ustedes El solitario
Juan Montalvo viaja por el sur de Colombia sin un centavo. // En su cafetera pone agua y panela, / sus manos frías son más seguras. // Volver o callar. Partir; en parís el hambre no / es menos hambre que en barbacoas. // Juan Montalvo no gusta de las coristas, / no fuma ni bebe. // La ira le circula en las venas, / el insulto se le cuaja en la lengua, / pero a las diez de la mañana / busca los chaparros que se dejan en todo pueblo, / cruza sus manos sobre la frente y llora.
‘Corregir o enmendar un escrito’ es una de las acepciones de ‘castigar’. Julio castiga sus poemas, los reduce a lo cardinal, capacidad cuyo origen atribuyo a la humildad interior del poeta que no es humillación ni reducción de lo propio, sino la fortuna de saber mirar su vocación en plenitud semántica y estética. Mucho más que cortesía, lo suyo es obediencia sencilla a la memoria y al olvido.
Porque el olvido poético ha de aprenderse: prescindir de lo superfluo es ejercicio difícil que enriquece la memoria para elegir la sustancia. Pazos priva a sus versos de lo accidental y entrega en el poema lo que considera digno de permanecer…
“Encuentro con la madre”
Las nubes ruedan por el llano sonando mundos / lanzados desde otras riberas. // Caes tú, / leve espuma de albúmina. / Y me dices, urgente, como si fueras a quitarme la razón, / no, mi hijo, no te desvivas por la muerte.
¿De qué forma el poeta consigue levantar el país?
Pazos cita en el trabajo suyo que hemos escuchado:
Miguel Donoso Pareja comenta que el desconocimiento de los antecedentes culturales impide a la gran mayoría de la población fundamentar “una identidad básica, la tradición y el orgullo de su origen.Al paso de esta verdad surgen las palabras de Adoum: “de ahí que merezcan gratitud, por recordárnoslo, los poetas y los novelistas que están reescribiendo la Historia en la Literatura: con ello, me parece, nos ponen de nuevo el pasado ante los ojos”.
“Fundamentar una identidad básica y el orgullo del origen”, “poner de nuevo el pasado ante nuestros ojos” es recuperarse uno a sí mismo y recobrar la sustancia de la que surgimos, gracias a cuyo conocimiento nos sentimos unificados en origen, en paisaje, en tradiciones, en nociones, en patria. No es gratuito ni solamente lírico el peso de este afán de registro de los datos cotidianos externos, pero, a la vez, íntimos; esta mirada alerta a las manifestaciones del ser ecuatoriano presente en cada cosa; este recogimiento en la memoria íntima y melancólica. Es el peso de tiempo y espacio comunes que, recuperado, constituyen para nosotros país, patria, nación…
Y contra la afirmación de su discurso, respecto de que “los indicios espacio-temporales, directos o indirectos, en la poesía lírica, son referentes reales muy disimulados” he de decir que en su poesía no lo son. En ella, espacio y tiempo están situados, son caros y asequibles a nuestros sentidos, a nuestros recuerdos y deseos, pero no lo son solo excepcionalmente, como ocurre con otros poetas: la presencia espacio-temporal es el meollo de su quehacer.El lector lo advierte, en principio, no sin cierta extrañeza, y hasta se pregunta si estos poemas, en su aparente equilibrio, contienen la subjetividad suprema y el misterio ínsitos de la auténtica poesía, pero el peso estético de cada verso, evidente a nuestra intuición, llama a su aceptación y agradecimiento.
En cuanto al tiempo histórico, Pazos evoca a personajes, templos, calles, monumentos y custodias coloniales. Como en el citado a Juan Montalvo, y en el que dedica a Atahualpa, a quien hace resurgir de las cenizas, para conversar con blandura:
“Has llegado a casa. / Siéntate en esta estera. / Las papas, / el queso que tú no conociste, / el achote / y todos los ingredientes están listos. / Entre tanto condúceme los pájaros que se moderan en tus ojos. / ¿Te encuentras, en el retorno insólito del camino, con Pizarro? / Están las tortillas en esa lata crepitando; sin saber cómo revelan / la esquina de la plaza y los rubíes; sin saber cuándo levantan / cantos de aves y enramadas. / Quisiera que dejaras el rumor. / Se tiene en este tiempo de la tierra como un deseo de correr, de / extraviarse y una gana infame de vendarse los ojos. / A fuerza de mirar los ojos devuelven sangre y paisaje. / Tradúcete en palabras. / El colibrí tarda; quedamente el sol hincha la estancia. / Él tiene sobrios ademanes, como los de un padre que ha recorrido / las islas del tiempo. / En sus manos las tortillas no tienen esas alas de pavor, están limpias”.
Pasado y presente. Expolio y abundancia. Descripción y narración histórica, alimentos y muerte, la justicia de la comida amistosa y la injusticia de la mentira y el mal se conjugan en su poema. Solo la poesía puede entregar en tan pocos elementos, tanta densidad de historia y pena.
Críticos sensibles se preguntan cómo Pazos logra sobreponerse a la incompatibilidad entre individuo y universo; puedo, para ellos, recordar aquello inexplicable, pero interminablemente probado en el fenómeno de la creación: cuanto más de su tiempo y de su espacio es una obra, es más universal, como en este ‘almuerzo’, casi como un cuadro impresionista:
“Espacio producido en la memoria”
Las mujeres han llegado muy temprano, / han puesto grandes pailas en el patio, / las jóvenes traen agua y ceniza, / las viejas remojan las estopas. // Nosotros miramos el sacrificio de las gallinas / y esa sangre que corre al sifón; / algo en el interior tiembla. // El sol ha llegado como una cuchilla; / despiertan el eneldo y la menta / con bostezos azules. // Nosotros pensamos en las mujeres que han quedado en el camino, / entregando su leña, / vendiendo la leche cuajada; / ninguno sospecha siquiera que todo terminará pronto, / que las emociones desaparecen como el sol y la brisa de la mañana.
Pazos no solo ha levantado y levanta el país para nosotros… Lo hizo y seguirá haciéndolo para revelar a todos lo que de singular y universal hay en nuestro paisaje, en los oficios, en las mujeres nuestras; en el arte también, pues tantas veces se refiere en sus poemas a esculturas de ángeles y vírgenes, a joyas y custodias perdidas, a piedra pulida y trabajada por las manos. Sus poemas exigen reconocimiento porque agradecen al recuerdo la reconstrucción. Paisaje e historia son ámbitos para la vida y la muerte… Nuestra dignidad consiste en asumirlos como propios, en conocerlos y reconocerlos; en no negar nada, pero en aceptar solo aquello que llega por la vía de la belleza y la verdad…en su sufrimiento, en la vida y la muerte particular que todos sufrimos cada día, aunque sin verlo, y milagrosamente preservará nuestra singularidad, hasta el fin.
Quizá inútilmente, porque qué más decir? Hay que dejar decir a las cosas, quiero repetir las palabras que Julio acaba de entregarnos:
“Contra la imposibilidad política de constituir un ámbito de vida para todos, está la esperanza del poeta, de extraer esa vida de la cotidianidad para entregarla en la palabra que emociona, conforta y eleva, la palabra que levanta, el concepto mismo de patria fue una literatura de fundación; gracias a ella el país empezó a tener un rostro”.
Y ya desde este estupendo poemario, Pazos arriesga su poesía ante el intento ‘realista’ y aparentemente poco lírico, de construir, de levantar de la nada, del ocultamiento, de la soledad, un país al que muchos se atreven a asumir como inexistente: la incertidumbre se descubre lo trascendente en lo ordinario.