Discurso de incorporación de don José María Sanz en calidad de miembro correspondiente

El pasado 21 de septiembre se llevó a cabo la ceremonia de incorporación de don José María Sanz Acera a la Academia Ecuatoriana de la Lengua en calidad de miembro correspondiente. Aquí podrán encontrar su discurso de orden.

El pasado 21 de septiembre se llevó a cabo la ceremonia de incorporación de don José María Sanz Acera a la Academia Ecuatoriana de la Lengua en calidad de miembro correspondiente.

La prelección aureliana, un itinerario personal, aunque firmemente enraizado en la tradición occidental, de lectura en profundidad de los clásicos
(discurso de incorporación, como miembro correspondiente, a la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Quito, 21 de septiembre de 2024)[1]

José María Sanz Acera[2]

Muy querida Sra. directora, Dra. Susana Cordero; estimado Sr. secretario, embajador D. Francisco Proaño; respetados miembros de la Academia Ecuatoriana de la Lengua; señoras y señores:

1. La prelección jesuítica

La prelección es una herramienta de acceso a los autores clásicos —especialmente a lo largo de los años de formación de los jóvenes, pero también en el cultivo individual por parte de la persona ya formada— de raíz esencialmente jesuita, y se abre paso en la cultura occidental, en cuyo sistema educativo ejercerá una profunda influencia, a partir de la Ratio studiorum de la Compañía de Jesús, que ha reglamentado dicho método de lectura-aprendizaje desde 1599, año en que este documento oficial entró en vigor[3], hasta el Concilio Vaticano II (1962-1965), lo que incluye toda la vida de Aurelio Espinosa Pólit, quien falleció en 1961. Incluso tras los cambios profundos operados a raíz de este acontecimiento eclesial en la congregación de san Ignacio a la par que en el resto de la Iglesia católica, la Ratio sigue manteniendo su papel de documento inspirador[4].

Naturalmente, siempre, desde la época clásica, estuvo la formación literaria basada en la lectura y el comentario de los autores consagrados, dándose la praelectio por supuesta, lo que explica que este sustantivo sea de muy escaso uso en la Antigüedad: en la conocida colección de clásicos grecolatinos Perseus Digital Library[5], tan completa, aparece sólo en dos pasajes, ambos de Quintiliano (I, 2, 15; II, 5, 4). Forcellini 1965, sin diferencias significativas con Lewis-Short 2002[6] o Gaffiot 1984[7], la define como «lezione maestrale, ἐξήγησις, lectio, qua magister praeit discipulis, explanandi et docendi causa»[8], y se hace eco de los dos pasajes recién citados de Quintiliano[9].

Frente a este silencio casi total de las fuentes clásicas[10], pero tras más de un milenio de glosas y relecturas incesantes de las auctoritates de nuestra cultura en el hemisferio parido por la Europa latina, el término prelección deviene omnipresente en la Ratio studiorum jesuita[11]; constituye, en efecto, el método ordinario de aprendizaje propuesto por este documento de tan largo aliento en la cultura de Occidente[12].

Es definida muy cuidadosamente en las «regulae communes professoribus classium inferiorum», n.os 27 a 29[13]:

  • Tiene como objeto a los clásicos reconocidos por todos («veteres solum auctores»), evitando autores «recentiores» que, por lo mismo, no son aún objeto de consenso sobre su utilidad para la edificación de los discentes (n.º 27).
  • Es preparada previamente por el docente, quien, de ordinario, la trae pensada («cogitate») y escrita —es decir, previamente desbrozada, diríamos— desde casa: «multum autem proderit, si magister […] quae domi cogitate scripserit […] dicat» (n.º 27).
  • El texto que se comentará, como regla general, será leído «completo» ante el auditorio, «en alta voz» («totam [praelectionem] continenter pronuntiet [magister]») y mediante una recitación digna y con respeto por el autor, no «apuradamente y como quien dice cualquier cosa» («magister non tumultuario ac subito dicat») (n.º 27).
  • El texto es situado en su contexto: «Connexionem, ubi erit opus, cum iis, quae antecesserant […] exponat [magister]» (n.º 27).
  • La fraseología latina más abstrusa («obscuriores») ha de ser dilucidada mediante una paráfrasis en un latín más sencillo o incluso en «frases más claras» («apertioribus phrasibus») que pueden ser «en lengua vulgar» («vulgi sermone»); e incluso cuando «la lengua materna» («patrius sermo») es empleada —un uso, en todo caso, excepcional—, se pondrá atención a su ritmo ideal y a su buen uso («sic enim numero assuescunt aures»)[14] (n.º 27).
  • Los discentes, más bien a su ritmo, toman nota de cuanto se va explicando; pero se recuerda expresamente que, aunque pueden ser «dictadas» («dictet [magister]»), tales indicaciones, destinadas a mantener vivo el recuerdo de lo dicho, «no deben ser muchas» («quae multae esse non deberent») (n.º 27).
  • Las prelecciones a los poetas, en tanto que constituyen textos más propiamente literarios que los contenidos en la prosa de los «historici», son más demoradas, con paráfrasis latinas o en lengua vulgar más detalladas; pero en ambos casos la prelección está orientada a que los discentes «se acostumbren a distinguir el estilo peculiar» de cada autor («faciendumque ut discipuli poetae, oratorisque stylum internoscere consuescant») (n.º 28).
  • La parte del león, por último, la tienen en la práctica de la prelección escolar «las expresiones […] de los mejores escritores», que «deben repetirse de inmediato» («locutiones vero […] ab optimis scriptoribus proponendae et statim reddendae») (n.º 29): el estilo, pues, se moldea haciendo que el oído y la mente se habitúen a identificar los usos literarios admitidos por todos —es decir, los de los clásicos o «veteres», como se indicó al inicio del n.º 27, no los de los «recentiores», aún sujetos a debate sobre su valía—. Con esta precisión, como se ve, queda cerrado el círculo: estos tres números, que describen los rasgos esenciales de una prelección literaria llamémosle canónica, comienzan y terminan con sendas referencias a los «veteres solum auctores» (n.º 27), a los «optimi scriptores» (n.º 29).

Es muy relevante por otra parte, para entender del todo el alcance de la prelección en el sistema educativo jesuita, su carácter esencialmente dialógico y cordial, en el sentido de respeto y escucha de las opiniones del discípulo por parte del docente y de las opiniones de unos y otros entre los discentes, designados muy significativamente en la Ratio con el nombre de «aemuli»; las referencias a declamaciones o competiciones públicas y a intervenciones cruzadas en las que un «émulo» responde a otro son constantes en la Ratio[15], y se insiste, en el plano de lo cordial, en que todo se realice «con fruto, con modestia y en santa paz» («fructuose, modeste, pacate»)[16]. El objetivo de esta forma tan pública de educación es nada menos que «crear buenos oyentes» («boni auditoris partes agantur»)[17] «declamatione dialogove […] habendo»[18]; en la educación jesuítica guiada por la Ratio studiorum hay escucha, y hasta posible diálogo, incluso en los exámenes[19], y le es perfectamente posible al estudiante «discrepar de las opiniones de sus maestros y defender las propias si así lo desea» («liberum eis sit […] a magistrorum suorum sententiis discedere; suasque, si libeat, tueri»)[20].

El mismo P. Aurelio, por su parte, resumió lo esencial de la prelección jesuítica en la primera publicada de las suyas, que, como se ve por el inicio de la cita, asume un papel muy claramente descriptivo y programático; notemos además que, al referirse al final de la misma a «penetrar en el alma del autor, etc.», Espinosa Pólit explicita la finalidad última de la prelección, punto clave al que la Ratio studiorum, sencillamente, no podía llegar, por razón de tratarse, al fin y al cabo, de un texto legal que ante todo ofrece normas, mas no las consecuencias vitales y literarias que se derivan de ellas[21]:

El intento de este ensayo es dar una idea de lo que son las clases de literatura latina en un juniorado de la Compañía de Jesús. El [sic!] Ratio studiorum, su plan de estudios vigente desde el año 1599, no se contenta con prescribir en general, como práctica fundamental de toda iniciación literaria, el contacto directo con los autores, sino que enseña por menudo el método que debe seguirse en este estudio que no aspira a menos que a una compenetración perfecta con el modelo. El profesor debe empezar por una lectura inteligente del pasaje que trata de explicar. Lo resume luego, indicando su trabazón con el conjunto de la obra. Se aplica después a hacer comprender a fondo el texto original, traduciéndolo en los textos inferiores y parafraseándolo en latín en los superiores. Omitiremos por brevedad estos ejercicios preparatorios para concretarnos a la última parte de la prelección, la principal y más fructuosa, que es el comentario o explicación literaria. Penetrar en el alma del autor, sorprender los más delicados matices de sus sentimientos, percibir la propiedad de la forma con que ha dado cuerpo a esos fugaces afectos, sentir, en fin, hondamente el conjunto de belleza superior creado por el genio, tal es el fin de la prelección[22].

2. La prelección aureliana

«No era el simple texto, era el texto vigorosamente presentado por Aurelio tal como él lo vivía»[23]. Para su discípulo directo Francisco Miranda Ribadeneira,

las prelecciones de clase —las orales, sobre todo, y las que luego pasaban a la redacción escrita— son a mi juicio lo más representativo del talento de Aurelio Espinosa Pólit. Era todo un conjunto formador inseparable de la persona del maestro […]. Las prelecciones literarias son, a juicio mío, lo más representativo del genio de Aurelio como humanista-educador […]. Las prelecciones —insisto— son lo más representativo del genio aureliano, de modo que con frecuencia las páginas del crítico desembocan pronto en prelección literaria[24].

Estas porfiadas aseveraciones, en mi opinión, no son correctas[25]. De ser yo quien hubiera de escoger la «plata limpia de ganga, refinada siete veces» (Salmos 12 [Vg 11], v. 7) del P. Aurelio, no dudaría en dirigir la mirada, entre su vasta y polifacética obra, a sus traducciones en verso, en particular las clásicas de Horacio, Sófocles y sobre todo Virgilio; pero con esto no quiero decir, resultaría de Perogrullo, que sus prelecciones, las publicadas y las inéditas, en tanto que testigos de sus largos años de entregada labor como maestro de humanidades clásicas, no sean valiosas.

Si el texto de Espinosa 1931 citado al final del punto anterior a este tiene, lo hemos indicado, un carácter programático, las páginas liminares de su última prelección publicada, la de Antígona[26], son antológicas y asumen un papel de manifiesto: describen con toda claridad el original enfoque al que llegó Espinosa Pólit sobre el género literario de la prelección y nos ponen sobre la pista, de un modo irresistiblemente magnético, sobre lo que podemos encontrar en todas las suyas aún inéditas.

El P. Aurelio, en efecto, conviene tenerlo en cuenta, compila estas sus líneas maestras sobre qué es y para qué sirve la prelección en 1954, es decir, en su plena madurez creadora —«iam senior, sed cruda deo viridisque senectus» (Eneida VI, v. 304)—, pero, sobre todo, tras treinta años[27] en los que pudo ejercitarse e ir puliendo este su modo tan personal —y discutible, claro es, como todo lo personal (lo advierto desde ahora, por si falta hiciera)— de servirse de la prelección para acceder al meollo de los clásicos. Si alguno alguna vez formuló teorías sobre educación o crítica literaria partiendo de la experiencia contrastada morosa, pacientemente —y así nos lo demuestran las decenas de prelecciones inéditas de que después hablaré—, ese fue Aurelio Espinosa Pólit, férvido amante del Ecuador[28] y verdadero pontifex en cuanto sacerdote[29], pero a la vez humanista del todo universal y verdadero mentor en el conocimiento de los clásicos grecolatinos año tras año, desde la altura de su cátedra universitaria, sí, mas a la vez, lo vamos a ver, en diálogo de mutuo enriquecimiento con sus alumnos. Oigámosle:

  • La prelección, en la más pura tradición dialógica y cordial (vid. supra) del «espíritu» de la Ratio studiorum, ha de «pasar por la fragua —nos dice el mejor Espinosa Pólit— que llamaría yo de la “docencia correspondida”, en la que fundieron sus almas maestro y discípulos […]. La verdadera prelección es obra de colaboración entre el maestro y los discípulos, entre el que desbroza el camino y apunta y sugiere y encauza y aviva, y los que vitalmente reaccionan y con sus reacciones espontáneas dan la medida de la vitalidad intrínseca de la obra y permiten verificar la validez de su lección […]. Lo que hace el maestro es hacer recorrer a sus discípulos la senda de exploración por la que él se ha adelantado, hacerles descubrir a ellos los panoramas embelesadores que en sus almas susciten impresiones nuevas y propias, frescas y vivas, dejarles a ellos sacar las consecuencias concretas de sus reacciones espontáneas, ayudándoles solamente a aquilatarlas para que no se desvíen ni falseen su valor jerárquico. La recompensa de este procedimiento desinteresado es que, mientras por su parte el maestro pone a disposición de los discípulos todo su caudal de conocimientos y de experiencias que capacitan a los jóvenes para percepciones de una madurez superior a sus años, los discípulos a su vez enriquecen al maestro con la frescura de sus reacciones juveniles, las que, si bien dan a veces en extravagancias, otras aciertan maravillosamente con atisbos tan originales como profundos»[30].
  • La prelección no es estrictamente filología ni exégesis: «La prelección de Antígona que a continuación ofrezco nada tiene de sistemático ni de lo que, en Letras, se califica como científico. No sigue ni cita a ningún autor; no estudia sino el texto de Sófocles. A él se adapta y lo comenta verso por verso, y en pasajes trascendentes palabra por palabra. El texto tiene sus dificultades, que han dado lugar a enconadas controversias; pero una prelección no es para controversias. Debe presentar soluciones, las que parezcan preferibles, aunque no sean apodícticas, y dejar para apéndices las discusiones. Nada tampoco debe presuponer […], ni nada retuerce en el texto para doblegarlo a una tesis preconcebida. Se aplica a descubrir en él la personalidad íntima del autor, quien se revela en su cuádruple modalidad de dramaturgo, de poeta, de psicólogo y de pensador, modalidades que casi de continuo actúan conjuntas, pero a veces se especifican en rasgos propios […]. Con esto, la idea moral de la tragedia se desprende por sí de las palabras y de los hechos. Se impone sin que el autor la haya predicado, calladamente subyuga y convence»[31].
  • No toda obra literaria es adecuada para ser objeto de prelección: «La actitud del que prelee no puede ser la del arqueólogo, que en la obra de arte antigua recalca preferentemente la calidad específica que le confieren los siglos y se aplica a la reconstrucción del pasado muerto conservado fósil en aquellos restos venerandos»[32]. «Autores hay de indiscutible valor literario, eminentes maestros de estilo, pero que son nulos como maestros de vida. Sólo pueden enseñar o el vicio (como, entre los clásicos antiguos, Ovidio) o el desencanto de la juventud desperdiciada (como nuestros modernistas ecuatorianos [Arturo] Borja, [Ernesto] Noboa [y Caamaño], [Humberto] Fierro y [Medardo Ángel] Silva). Dirase que estas también son realidades de la vida que puede ser útil conocer, aunque sólo sea para precaverse de ellas. Pero aquí sólo tratamos de la prelección en su función pedagógica, en la cual la preocupación por el bien moral del educando tiene primacía sobre todo lo demás y no permite olvidar, por pretextos de documentación histórica, los peligros de seducción y de incitación positiva al mal que causa a la juventud la falaz belleza de las obras inmorales»[33].
  • La prelección, así pues —lo hemos ido viendo—, adquiere necesariamente para Espinosa Pólit un componente ético: «Preleer es […] ayudar a leer como es debido para que produzca la lectura todo el fruto de fecundación personal que puede producir. No es simplemente explicar los términos desconocidos que ocurren en el texto, ni sólo explanar lo que pueda presentar dificultades en sus ideas, o comentar la doctrina que expone, o ponderar la estructura del conjunto y los primores literarios de la forma. Todo esto puede entrar y de hecho entra en la prelección. Pero lo específico de esta es otra cosa. Se aplica a discernir y poner de relieve en el escrito preleído, antes que el valor estético, el valor humano[34]. Para esto lo considera, no tanto como modelo de perfección literaria, cuanto como reconstrucción, como “re-creación” de la realidad. Naturalmente, no es esto negar que cuantos logran reproducir y “re-crear” la realidad lo han hecho en virtud de su excelencia artística; pero la reproducción tiene un valor en sí misma, independientemente del arte, y a ella es a quien específicamente atiende la prelección. Preciso es distinguir con toda exactitud. Puede uno dedicarse a estudiar el “arte” de una obra literaria, las cualidades del fondo, la técnica de la estructura, la manera y los artificios de la expresión, el grado de belleza alcanzado y de placer estético producido. El fruto de este estudio sería la educación y afinamiento del sentido artístico, el aprendizaje del arte de escribir. Pero cabe también considerar el escrito literario en cuanto es transcripción verbal de una realidad (ya sea esta física, ya sea imaginada) y aplicar la atención no propiamente al arte y a la belleza de la transcripción, sino a la realidad misma reproducida. El fruto de este otro estudio será la educación para la vida, finalidad última y excelsa que se persigue con estudios genuinamente formadores»[35].

3. Apéndice. Las prelecciones aurelianas

3.1. Las prelecciones aurelianas publicadas

El mismo año de la muerte del P. Aurelio, 1961, su discípulo Oswaldo Romero Arteta, S.J., publicó, de modo más prolijo no se puede, la bibliografía completa de Espinosa Pólit, labor para la que contó, según él declara, con datos e indicaciones verbales directas del maestro antes de su muerte[36]. Allí, entre los «Inéditos», se especifica que

[el P. Aurelio] deja muchas obras de capital importancia. Entre ellas las prelecciones a Sófocles y Virgilio, que resultarán por lo menos cuatro volúmenes. Me pidió las revisara para su publicación el P. Alfonso Égüez, [S.J.], actualmente terminando su especialización de clásicos de Oxford[37].

Como es sabido, este deseo expresado por el P. Aurelio casi en su lecho de muerte nunca recibió cumplimiento, y de hecho en el arco de pocos años esta faceta de su labor intelectual fue dejada de lado casi por completo. Todavía en 1978 su discípulo Francisco Miranda consigna que «cultivó Aurelio Espinosa la prosa latina, sobre todo en su género predilecto, las prelecciones de los autores. Sus cuadernos inéditos correspondientes al trienio de magisterio en Granada conservan mucho, y muy valioso, en este campo», e insiste en «la valía notable de estas prelecciones»[38]; pero ya en 1983 un conocedor y panegirista tan cordial del P. Aurelio como Valentín García Yebra parece desconocer por completo la existencia de las prelecciones inéditas —él las llama «comentarios»— de Espinosa Pólit:

Leyendo [en la «Introducción» a Virgilio en verso castellano] el parágrafo dedicado a las Bucólicas se piensa con añoranza en lo que hubiera podido ser un comentario en prosa de toda la obra virgiliana en que el P. Espinosa Pólit se hubiera entregado a la sugestión directa de los versos latinos. Con ser tan buena su traducción de Virgilio, pienso que habría sido superada por tal comentario[39].

Pasemos, en todo caso, a lo que sí fue publicado. Sin ser demasiadas —«rari nantes in gurgite vasto» (Eneida I, v. 118) entre los muchos miles de páginas que dio a los tórculos[40]—, las prelecciones efectivamente impresas del P. Aurelio constituyen un aspecto significativo de su labor intelectual y de su vocación de formador[41], siendo las últimas que publicó —las de Edipo rey y Antígona— las más complejas e importantes. Estas son todas, once en total[42]:

  • «Padre e hijo. Mecencio y Lauso. Eneida VII, 647-654; VIII, 470-519; X, 689-908»[43].
  • «La vaca ciega»[44] y «La noche de la Purísima»[45] de Joan Maragall.
  • «Éxtasis» de Victor Hugo[46].
  • «Posesión»[47] y «Las lagunas de Imbabura»[48] de Carlos Suárez Veintimilla.
  • «El ordeño»[49] y «Mi regreso a Cuenca»[50] de Gonzalo Zaldumbide.
  • Edipo rey de Sófocles[51].
  • «Maragall [“La vaca ciega”][52] y Virgilio [Geórgicas III, 515-530][53]. El dolor inocente».
  • Antígona de Sófocles[54].

3.2. Ojeada a las prelecciones aurelianas inéditas

Han de añadirse las prelecciones aurelianas aún inéditas. Con la inestimable colaboración de mi amigo, el investigador ecuatoriano Gustavo Salazar Calle, hace algunos años pasé revista al archivo y biblioteca personales del P. Aurelio, conservados aparte en la Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit (BEAEP) de la capital ecuatoriana, así como a la sección de manuscritos de dicha institución[55]; y el resultado de dicha búsqueda exhaustiva nos reveló que las prelecciones inéditas existentes, todas ellas castellanas, de Espinosa Pólit son —salvo ulteriores hallazgos obra de improbables futuras hornadas de estudiosos— relativamente numerosas, nada menos que treinta y siete, es decir, miles de páginas manuscritas o mecanografiadas correspondientes precisamente —nada es menos casual que este hecho— a las tres traducciones en verso más extensas y cuidadas dadas a la imprenta por el P. Aurelio: prelecciones a todo el «Horacio lírico» (Espinosa 1960-B), a todo Sófocles (Espinosa 1960-A) y a la mayor parte de Virgilio (Espinosa 1961). De este último autor, lastimosamente, no han podido ser halladas las prelecciones correspondientes a Bucólicas VI-X, a las Geórgicas[56]y a Eneida XII; la falta de este último libro es especialmente de lamentar[57].

Deseo, por amor al Ecuador, consagrarme a publicar dichas prelecciones, en edición científicamente solvente, en los lustros que me queden de vida (vid. supra la nota 1 del presente discurso).

Gracias por su amable atención.

Quito, 21 de septiembre de 2024
festividad de san Mateo,
el evangelista bibliotecario

4. Bibliografía consultada

  • Compañía de Jesús 1987: Compañía de Jesús, Características de la educación de la Compañía de Jesús, Centro de Reflexión y Planificación Educativa, Caracas 1987.
  • Espinosa 1931: Aurelio Espinosa Pólit, «Una prelección virgiliana según el [sic!] Ratio studiorum. Padre e hijo. Mecencio y Lauso. Eneida VII, 647-654; VIII, 470-519; X, 689-908», en Aurelio Espinosa Pólit et alii, Estudios virgilianos. Homenaje de la Compañía de Jesús en el Ecuador al poeta latino en el bimilenario de su nacimiento, Editorial Ecuatoriana, Quito 1931, pp. 138-168 [en latín].
  • Espinosa 1938-A: Aurelio Espinosa Pólit, «Prelecciones de literaturas extranjeras. “La vaca ciega” de Juan [sic!] Maragall. Traducción del catalán», en Educación Católica, Quito 1938 (1 de enero), 2 / 10, pp. 11-12.
  • Espinosa 1938-B: Aurelio Espinosa Pólit, «Prelecciones de literaturas extranjeras. Victor Hugo. “Éxtasis”. Traducción del francés», en Educación Católica, Quito 1938 (1 de febrero), 2 / 11, pp. 41-43.
  • Espinosa 1938-C: Aurelio Espinosa Pólit, «Prelecciones de literaturas extranjeras. Juan [sic!] Maragall. “La noche de la Purísima”. Traducción del catalán», en Educación Católica, Quito 1938 (marzo; publicado en agosto), 2 / 12, pp. 71-73.
  • Espinosa 1938-D: Aurelio Espinosa Pólit, Los clásicos y la literatura ecuatoriana. Conferencia leída en la Universidad Central el 28 de mayo de 1938. Seguida del memorándum sobre el bachillerato clásico presentado al Sr. ministro de Educación el 18 de marzo de 1938, Editorial Ecuatoriana (Publicaciones de la Academia Ecuatoriana de la Lengua), Quito 21938.
  • Espinosa 1944: José Espinosa Pólit, «¿Qué tal es esto de ser jesuita?», en Para nuestros amigos [boletín de la Viceprovincia Ecuatoriana de la Compañía de Jesús], Quito 1944 (mayo), 5, pp. 9-15.
  • Espinosa 1947: Aurelio Espinosa Pólit, Dieciocho clases de literatura. Curso intensivo de verano para profesores de castellano y literatura, oficiales y particulares. Agosto-septiembre 1945. Versión taquigráfica revisada, Fr. Jodoco Ricke (Publicaciones de la Academia Ecuatoriana de la Lengua), Quito 1947.
  • Espinosa 1951: Aurelio Espinosa Pólit, «Maragall y Virgilio. El dolor inocente», en Presencia, Quito 1951 (mayo), 1 / 3, pp. 243-250.
  • Espinosa 1953: Aurelio Espinosa Pólit, Lírica horaciana ―Odas, Epodos, Canto secular― en verso castellano, Editorial Clásica (Publicaciones de la Academia Ecuatoriana de la Lengua), Quito 1953.
  • Espinosa 1954: Aurelio Espinosa Pólit, Sófocles. Antígona en verso castellano, Editorial Clásica (Universidad Católica del Ecuador, Publicaciones del Instituto Superior de Humanidades Clásicas 1), Quito 1954 [1954 en la portada interior, 1955 en la cubierta].
  • Espinosa 1959: Aurelio Espinosa Pólit, «Los católicos y la política», «Anexo 5» (pp. 364-380) de Rocío Rosero Jácome, «El personaje, el humanista, Aurelio Espinosa Pólit: 1894-1961», en Jorge Núñez Sánchez (ed.), Historia y antología de la literatura ecuatoriana. Tomo VI, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, Quito 2018, pp. 225-426.
  • Espinosa 1960-A: Aurelio Espinosa Pólit, El teatro de Sófocles en verso castellano. Las siete tragedias y los 1129 fragmentos, Jus (Clásicos Universales Jus 2), Ciudad de México 1960.
  • Espinosa 1960-B: Aurelio Espinosa Pólit, Lírica horaciana en verso castellano. Odas, Epodos, Canto secular, Jus (Clásicos Universales Jus 3), Ciudad de México 1960 [edición bilingüe].
  • Espinosa 1960-C: Aurelio Espinosa Pólit, Síntesis virgiliana, La Unión Católica (Publicaciones de la Academia Ecuatoriana de la Lengua), Quito 1960.
  • Espinosa 1961: Aurelio Espinosa Pólit, Virgilio en verso castellano. Bucólicas. Geórgicas. Eneida, Jus (Clásicos Universales Jus 4), Ciudad de México 1961 [edición bilingüe].
  • Espinosa 1998: Aurelio Espinosa Pólit, El lebrel del cielo de Francis Thompson. Semblanza, versión poética y comentario, Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit (prólogo de Julián Bravo Santillán), Quito 21998.
  • Faubell 1994: Vicente Faubell, «Eusebio Gil (ed.), El sistema educativo de la Compañía de Jesús: la Ratio studiorum. Edición bilingüe, estudio histórico-pedagógico, bibliografía» [recensión], en Historia de la Educación, Salamanca 1993-1994, 12-13, pp. 640-642.
  • Forcellini 1965: Aegidius Forcellini, Lexicon totius Latinitatis. Tomus III [L-Q], Typis Seminarii, Padua 1965 [= 41864-1926].
  • Gaffiot 1984: Félix Gaffiot, Dictionnaire illustré latin-français, Hachette, París 1984 [= 1934].
  • García Yebra 1983: Valentín García Yebra, «Aurelio Espinosa Pólit, traductor de poetas clásicos», en Valentín García Yebra, En torno a la traducción. Teoría. Crítica. Historia, Gredos (Biblioteca Románica Hispánica, Colección Estudios y Ensayos 328), Madrid 1983, pp. 165-193.
  • Gil 1992: Eusebio Gil (ed.), El sistema educativo de la Compañía de Jesús: la Ratio studiorum. Edición bilingüe, estudio histórico-pedagógico, bibliografía, Universidad Pontificia Comillas (Publicaciones de la Universidad Pontificia Comillas, Serie I-Estudios 46), Madrid 1992.
  • Kolvenbach 1991: Peter Hans Kolvenbach, Fieles a Dios y al hombre. Los jesuitas, una vanguardia obediente frente a los desafíos de la modernidad, Ediciones Paulinas (Colección Caminos 7), Madrid 1991.
  • Labrador 1999: Carmen Labrador Herraiz, «La Ratio studiorum de 1599. Un sistema educativo singular», en Revista de Educación, Madrid 1999 (mayo-agosto), 319, pp. 117-134.
  • Lewis-Short 2002: Charlton Thomas Lewis; Charles Short, A Latin Dictionary, Clarendon Press, Oxford 2002 [= 1879].
  • Miranda 1962: Francisco Miranda Ribadeneira, «Homenaje al P. Aurelio Espinosa Pólit. Primer aniversario de su fallecimiento. La Bibliografía del padre Aurelio Espinosa Pólit» [recensión], en Pensamiento. Revista ecuatoriana de cultura, Quito 1962 (enero-marzo), 11 / 37, pp. 3-4.
  • Miranda 1974: Francisco Miranda Ribadeneira, El humanista ecuatoriano Aurelio Espinosa Pólit, Cajica-Desarrollo y Paz, Puebla-Quito 1974.
  • Miranda 1978: Francisco Miranda Ribadeneira, «Literatura ecuatoriana en latín. Algunos aspectos sobresalientes», en Humanistica Lovaniensia. Journal of Neo-Latin Studies, Lovaina 1978, 27, pp. 253-282.
  • Ratio 1635: Ratio atque institutio studiorum Societatis Jesu. Auctoritate septimae Congregationis Generalis aucta, Io[h]annes Meursius, Amberes 1635 [= 1616].
  • Rodríguez Castelo 2016: Hernán Rodríguez Castelo, «El humanismo de Aurelio Espinosa Pólit», en Hernán Rodríguez Castelo, Ensayos y microensayos. Volumen 1, Municipio del Distrito Metropolitano de Quito, Secretaría de Cultura, Centro Cultural Benjamín Carrión (Estudios Literarios y Culturales 8), Quito 2016, pp. 307-337.
  • Romero 1961: Oswaldo Romero Arteta, Bibliografía del P. Aurelio Espinosa Pólit, S.J., y reseña de los críticos de sus obras, Editorial Don Bosco (Publicaciones de la Academia Ecuatoriana de la Lengua), Quito 1961.
  • Rueda 1980: Marco Vinicio Rueda Gomezjurado, «Liminar. De las costumbres internas del escritor», en Arturo Andrés Roig, Aurelio Espinosa Pólit: humanista y filósofo, Ediciones de la Universidad Católica (Cuadernos Universitarios 1), Quito 1980, pp. 7-20.
  • Salazar 2022: Gustavo Salazar Calle, «Las tragedias de Sófocles, ahora en verso castellano», en Mundo Diners, Quito 2022 (marzo), 42 / 478, pp. 64-66.
  • Sánchez Astudillo 1961: Miguel Sánchez Astudillo, El libro capital del padre Espinosa Pólit. Conferencia leída en la Academia de la Lengua en la sesión de homenaje al ilustre humanista, La Prensa Católica, Quito 1961.

[1] El presente discurso resume un segmento de la parte introductoria de mi estudio y edición científica ―que en los próximos meses verá la luz bajo el auspicio de la AEL― José María Sanz Acera (ed.), Eneas en Quito. Lista completa de las prelecciones publicadas e inéditas de Aurelio Espinosa Pólit y primera edición de su prelección al libro IV de la Eneida (segunda edición corregida y muy aumentada).

[2] Consigno aquí mi «microbiografía literaria», según la redacté ―a pedido de las autoridades de la AEL― el pasado 13 de junio de 2024: José María Sanz Acera (San Sebastián, España, 1966), de nacionalidad española por nacimiento y ecuatoriana por naturalización, es licenciado en Filología Clásica y Bíblica (1990), licenciado en Estudios Eclesiásticos (2005) y magíster en Culturas e Historia del Mediterráneo Antiguo (2021). Publicará en los próximos meses, con el patrocinio de la AEL, la segunda edición definitiva de Eneas en Quito, el primer estudio completo sobre las prelecciones ―o comentarios filológicos y vivenciales, hechos en diálogo con sus alumnos, a los clásicos grecolatinos―, en su gran mayoría inéditas, de Aurelio Espinosa Pólit, S.J.; el volumen incluirá, en primicia mundial, la edición de la primera de dichas prelecciones inéditas del gran estudioso quiteño, la correspondiente al libro IV de la Eneida de Virgilio. Antes ha publicado el poemario Fe de vida (2019) ―hoy a punto de ser reeditado―, el comentario a los cuatro Evangelios La última linde. Un cura rural recorre el Evangelio (2021), los estudios de crítica literaria Seis miradas a los clásicos ecuatorianos. Mujeres en nuestra literatura (2022) y la disertación sobre la vida rural y la espiritualidad de la región española de Cantabria Rura tenent. Vindicación de Montehano (2023), más una cincuentena de artículos especializados. Verán la luz asimismo en los próximos meses Nueve miradas a lo clásico, una recopilación de ensayos sobre la Antigüedad clásica y la Edad Media (en Editorial Adarve, Madrid), su segundo libro de poemas, Tabor del desterrado, y un breviario de crónicas mitad magiclásicas y mitad frikis, Del lado shungo de la pambamesa; y sigue empeñado en dar a los tórculos, por amor a la cultura del Ecuador, las valiosísimas prelecciones aurelianas.

[3] Algunos detalles menores fueron añadidos en 1616 (Ratio 1635, pp. 3-4; cf. Labrador 1999, p. 118).

[4] Ello explica que incluso en fechas relativamente cercanas a la nuestra sigan activas las investigaciones sobre este venerable documento, verdadero manifiesto de la educación humanística del Occidente católico durante los últimos cuatrocientos años; dos ejemplos son Gil 1992, una muy solvente edición bilingüe comentada reciente de la Ratio, y Labrador 1999. Para Vicente Faubell, «de la Ratio studiorum se puede decir con toda verdad que fue, en su tiempo, el libro que más influyó en el cambio educativo de la Europa de los siglos XVI y XVII; el libro que cambió los sistemas y la organización educativa de fines del Renacimiento […]. La Ratio influyó en todos los países de Europa, incluidos los protestantes, y en toda América y aun en otros lugares»; e insiste en «la importancia que el texto de la Ratio ha tenido a lo largo de sus cuatro siglos de existencia» (Faubell 1994, pp. 641-642). Las pp. 50-58 («Apéndice I. Ignacio, los primeros colegios de la Compañía y la Ratio studiorum») de Compañía de Jesús 1987 ―un texto programático oficial para toda la congregación de san Ignacio, promulgado por su prepósito general, P. Peter Hans Kolvenbach, el 8 de diciembre de 1986― constituyen un excelente acercamiento al espíritu de la Ratio studiorum en el marco de la resolución tomada por los primeros jesuitas de consagrarse a la educación.

[5] www.perseus.tufts.edu, consultada el 5 de octubre de 2023.

[6] «A reading aloud to others, a lecture, prelection (post-Aug. [= Augustinus])», sub voce, p. 1421.

[7] «Explications préalables [d’un maître]», sub voce, p. 1220.

[8] Sub voce, p. 814.

[9] «Es este [= prelección] el término usado por Quintiliano en sus clásicas Instituciones oratorias para definir la labor del maestro que, con el estudio de los autores, se propone “formar” a sus discípulos “alimentando —como él dice— su ingenio y acreciendo sus alientos” y facultades literarias» (Espinosa 1954, p. 71). «Los niños [= los formandos] han de preleer ante todo [= maxime] “lo que alimente su ingenio y acreciente sus alientos [= animum]”» («pueris, quae maxime ingenium alant atque animum augeant, praelegenda [sunt]»), nos acaba de indicar el P. Aurelio. La cita (Instituciones oratorias I, 8, 8) es enormemente significativa no sólo por sus consecuencias sobre las «facultades literarias» de los discentes, sino también por cuanto incide en el alcance ético de la prelección aureliana (vid. infra).

[10] «La palabra prelección no se ve en el Diccionario de la Academia. Es un latinismo, así como el verbo correspondiente preleer, pero latinismo recomendable y necesario, pues ninguno de los muchos sinónimos castellanos con que se lo quiere reemplazar (como explicación, explanación, comentario, exposición, exégesis y otros) dice exactamente lo que se entiende por prelección» (Espinosa 1954, p. 71); en la edición digital, constantemente actualizada, del DLE, siguen sin figurar prelección y preleer (consulta realizada el 5 de octubre de 2023); praelectio es, en realidad, un terminus technicus perteneciente al léxico educativo tradicional de la Compañía de Jesús. Aduciré un recuerdo personal. Hace algunos años, cuando ya me rondaba por la cabeza dedicar los últimos lustros de mi vida a la labor de crítica literaria de los clásicos grecolatinos del P. Aurelio, comunicaba la idea seminal del presente estudio a la Dra. Susana Cordero de Espinosa, directora desde 2013 de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, y ella me interrumpió para preguntarme: «Disculpe, José María, pero, eso de la prelección, ¿qué es?».

[11] En el «Index rerum, quae toto libro continentur» de Ratio 1635, no numerado, las referencias a la voz praelectio ocupan casi una página completa —decenas de llamadas— sub vocibus «Praelectiones superiorum facultatum» y «[Praelectiones] inferiorum facultatum».

[12] La prelección es «el elemento central y distintivo de esta pedagogía» (Labrador 1999, p. 124).

[13] Ratio 1635, pp. 110-112; la prelección es nuevamente detallada en sus elementos esenciales —pero adaptada a los diferentes niveles de la enseñanza de las humanidades descritos sucesivamente en la Ratio studiorum— en las «regulae professoris supremae classis grammaticae», n.o 5 (Ratio 1635, p. 138) y en las «regulae professoris mediae classis grammaticae», n.o 6 (Ratio 1635, p. 143).

[14] En las «regulae professoris humanitatis», n.o 5, se especifica incluso que «nec [magister] alienum putet aliquid patrio interdum sermone efferre, si vel ad interpretandum in primis valeat, vel aliquid habeat eximii […]. Ad extremum licebit, si videatur, omnia patrio sermone, sed quam elegantissimo vertere» (Ratio 1635, p. 132).

[15] Por poner algún ejemplo: Ratio 1635, p. 110, n.º 25; p. 113, n.º 31; pp. 114-115, n.º 35; p. 125, n.º 12; p. 133, n.º 7; pp. 170-171, n.º 3; cf. Labrador 1999, p. 127.

[16] «Regulae praefecti studiorum inferiorum», n.o 33 (Ratio 1635, p. 94).

[17] «Regulae praefecti studiorum inferiorum», n.o 34 (Ratio 1635, p. 94).

[18] «Regulae praefecti studiorum inferiorum», n.o 35 (Ratio 1635, p. 94).

[19] «Dumque unus interrogatur, ceteri, qui adsunt, diligenter attendant; verum neque annuant aliis, neque corrigant, nisi rogati» se especifica en las «scribendi ad examen leges», n.o 11 (Ratio 1635, p. 100).

[20] «Institutio eorum qui per biennium privato studio theologiam repetunt», n.o 10 (Ratio 1635, p. 155). La especialista en educación jesuítica Carmen Labrador Herráiz considera a la pedagogía de la Compañía de Jesús, marcada por la Ratio, «un programa de vida cuyas claves más significativas son: el conocimiento experiencial; el diálogo o la relación interpersonal y la comunicación educativa entre maestros y estudiantes» (Labrador 1999, p. 118); y el P. Peter Hans Kolvenbach ―prepósito general de la Compañía de Jesús entre 1983 y 2008―, por su parte, resumió así la esencia de la educación impartida desde hace siglos por los jesuitas: «[San] Ignacio [de Loyola] insistía en la necesidad de un discernimiento entendido como medio para conocer la voluntad de Dios; y en nuestras escuelas y universidades la reflexión y el discernimiento se consideran y adoptan como métodos pedagógicos característicos» (Kolvenbach 1991, p. 100).

[21] «[El P. Aurelio] fue un militante fiel y convencido del [sic!] Ratio. Fue también un militante en las filas de los que lucharon por el cambio respecto de ese secular documento, firme y aun rígidamente institucionalizado» (Miranda 1974, p. 87). El mismo Espinosa Pólit, en 1934, expresaba con estas palabras su posición sobre el «espíritu» de la Ratio studiorum, que ha de ser preservado, y su «letra», que podía ser adaptada a las circunstancias en que le tocó moverse: «Lo de agarrarse al Ratio está evidentemente muy bien; pero no hay que olvidar que el Ratio es ante todo espíritu… En general —y Ud. no se escandalizará ni interpretará mal mis palabras— yo actualmente creo que el Ratio, inconmovible en sus líneas fundamentales, necesita sin embargo una inyección de savia nueva. No olvide que el Ratio en su tiempo —y son más de 300 años— representó un sistema de avanzada, la última palabra de la pedagogía del día. ¿Es posible que en 300 años nada se haya progresado?; ¿que en nada se pueda mejorar la pedagogía del siglo XVII?» (de una carta a su discípulo el P. Pablo Menor, S.J., citada en Miranda 1974, pp. 92-93). Es en este sentido restringido, opino, como se deben entender las siguientes afirmaciones aurelianas: «Tres años enseñé humanidades [en Granada], siempre absolutamente solo, sin tener ni a quién imitar ni a quién consultar. Por este desamparo cometí varios yerros sensibles y tuve un horizonte bastante limitado; pero tuve que desarrollar terribles energías e iniciativas de que no me hubiera creído capaz. Aplicando materialmente el Ratio, innové un sistema de prelecciones con las que me formé a mí mismo tanto como a mis discípulos» (Miranda 1974, p. 41, en donde no se indica la fecha de este texto autobiográfico, ni tampoco si corresponde a una carta —como creo— o al diario íntimo del P. Aurelio; el subrayado es mío).

[22] Espinosa 1931, pp. 138-139. José Espinosa Pólit, S.J., hermano menor del P. Aurelio, expresó con las siguientes palabras cómo vivió él, en su etapa de joven estudiante, su formación basada en el molde de la Ratio studiorum: «Ni se nos pasaba por el pensamiento eso de estudiar para “pasar exámenes”, sino que realmente queríamos saber…, y, más que saber, queríamos entender, formarnos, afinar y robustecer las facultades estéticas, el juicio, la capacidad de comprehender en toda su complejidad los problemas morales. Esto es lo que llamo “vivir el [sic!] Ratio”, y este me parece que es el único modo de estudiar los clásicos como humanistas […]. No hay ningún inconveniente en que se vayan los juniores adiestrando en el arte de hablar y escribir con elegancia y soltura […]. El día lo llenan en su mayor parte las clases y estudios […]. Lo [más] de la mañana y de la tarde se lo llevan el griego, el latín y el castellano, que son las materias principales: en poesía, las epopeyas de los clásicos, dramas y tragedias, poemas líricos; en prosa, historia y los principales discursos de los grandes oradores» (Espinosa 1944, pp. 12-14; los subrayados son del autor).

[23] Miranda 1974, p. 190.

[24] Miranda 1974, pp. 190-194.

[25] De Miranda 1974, por lo demás un estudio fundamentalmente honrado escrito por un testigo ocular y cercano a la persona biografiada, arranca, creo, la concepción exagerada de considerar a la prelección el «género aureliano por antonomasia» (Miranda 1974, p. 192; cf. a este respecto el texto de Julián Bravo Santillán, S.J., procedente de Espinosa 1998, p. VIII, que citaremos en nuestra nota 42), tal si no se tratase, como en páginas anteriores hemos esbozado, de un género literario viejo de canas en la tradición occidental, desde la Ratio studiorum jesuítica de 1599; sí admito de bonísima gana que con el P. Aurelio la prelección alcanza una cumbre no superada de calidad en español en la primera mitad del s. XX. Ya en 1962 afirmaba Francisco Miranda que «el padre Espinosa fue […] profesor, ante todo, aun antes que escritor. Profesor nato de humanidades y literatura. Eran estas su campo y en este campo estaba su verdadera excelencia. Profesor en entrega vital y siempre cálida. Y del profesor nacía el escritor. De su clase brotaron los mejores atisbos para sus prelecciones escritas y la urgencia de perfección en sus traducciones» (Miranda 1962, p. 3).

[26] «La prelección», en Espinosa 1954, pp. 71-76.

[27] Aunque solamente veintitrés tras Espinosa 1931, su primera prelección publicada.

[28] «Aurelio quería crear y estaba creando algo muy serio dentro de aquel tiempo, para la juventud jesuítica y para la Compañía, para la Iglesia y para la patria. Muy especialmente, por cierto, para la patria» (Miranda 1974, p. 94; cf. pp. 266-297). «El amor a nuestras cosas ―es el propio P. Aurelio quien habla―, y por tanto a nuestra literatura, espejo en que se dibuja al vivo el rostro de la patria, es en mí herencia de sangre que una ausencia de treinta años no ha logrado desvirtuar y que, al contrario, tiene ahora el ímpetu y la fuerza motriz de una corriente largo tiempo represada» (Espinosa 1938-D, p. 17).

[29] «El 21 de enero de 1961 fallece Aurelio Espinosa. Ha pedido ser enterrado con el cuaderno de sus misas: “Este librito le dirá al Señor cuántas veces le he tenido entre mis manos”» (Miranda 1974, p. 382; cf. pp. 370-374; Miranda 1962, p. 4; Rueda 1980, p. 19). Por lo demás, el mismo P. Aurelio, hacia el final de su vida, dejó afirmado, en discurso público, lo siguiente: «En toda ocasión y sobre cualquier materia que haya tenido que tratar, sagrada o profana, siempre he procurado hablar o escribir como sacerdote, como religioso» (Espinosa 1959, p. 364).

[30] Espinosa 1954, p. 74. Sobre este carácter eminentemente dialógico de las prelecciones aurelianas, que condujeron, mediante ese honesto sistema de la «docencia correspondida», a la belleza y exactitud final de sus traducciones, el P. Miguel Sánchez Astudillo, S.J., recuerda que los de Espinosa Pólit fueron «treinta y cuatro años de enseñanza virgiliana (tres en España, treinta y uno en el Ecuador) en que ante una juventud escogida, generación tras generación, el profesor ha ido poniendo a prueba sus posiciones de exegeta y sus logros de traductor» (Sánchez Astudillo 1961, p. 7); y lo mismo que se indica en estas líneas sobre Virgilio podría afirmarse de Sófocles ―sobre todo― o de Horacio, también incesantemente preleídos de consuno, sin apriorismos, con sucesivas hornadas de estudiantes.

[31] Espinosa 1954, pp. 75-76.

[32] Espinosa 1954, p. 74. Deseo citar, a este respecto, el muy relevante párrafo inicial (p. 9) de «Horacio», la introducción del P. Aurelio a Espinosa 1953: «En dos puntos de vista puede colocarse la crítica con respecto a los autores antiguos: uno en que los toma como “antiguos”, otro en que los toma como “autores”; uno en que busca el rastro que de las edades pretéritas perdura en sus escritos, otro que, prescindiendo de la época en que escribieron y del público para el que escribieron, no atiende sino al valor que conservan para todos los tiempos. El primero es el punto de vista del historiador, del anticuario, del erudito, del sabio que subordina los textos a los fines de su investigación, cualquiera que esta sea; el segundo es el punto de vista del poeta, pero también el del lector sin compromisos».

[33] Espinosa 1954, p. 73.

[34] La consideración del alcance ético de la obra literaria ―no es significativo aquí el hecho de que cualquiera de nosotros, yo mismo, tengamos ideas del todo diferentes, incluso opuestas a las del P. Aurelio en este tema― es una constante en Espinosa Pólit. Podemos apreciarlo en uno de sus últimos escritos: «Matthew Arnold, el célebre crítico inglés de fines del siglo XIX, estampó un día una frase definitiva para la crítica literaria: “Lo que en último término pide la humanidad a los grandes poetas es su interpretación de la vida”. Sentencia que, con palabras distintas pero paralelas, repite el arqueólogo Flinders Petrie: “En todas las épocas, el significado de la vida ha sido la meta del pensamiento del hombre”. Poeta en quien no se pueda buscar esto, sólo sirve para pasatiempo. Por encantadoras que sean sus prendas estéticas, es hombre de segunda fila. Necesitamos algo más hondo. La poesía, supremo revuelo del espíritu humano que se exterioriza y se entrega, debe interpretarnos nuestro destino» (Espinosa 1960-C, pp. 22-23, texto reproducido también en Espinosa 1961, p. XV).

[35] Espinosa 1954, pp. 71-72. Deseo concluir con sendas aproximaciones a qué es la prelección aureliana debidas al numen de dos estudiosos de la literatura ecuatoriana; más difusa y descriptiva la primera, más condensada y exacta ―en tanto que acude a lo esencial― la segunda: [1] «La prelección aureliana no es sino una manera de lectura. Y de la perennidad de la lectura toma su validez intacta y fecunda […]. Nada raro […] que el método de humanidades de este humanista ortodoxo […] se resumiese en leer. Leer para los discípulos, leer seguido de los discípulos. Embarcarlos y embarcarse con ellos en la fascinante aventura de leer. A eso llamó él prelección […]. La prelección, como método, es una manera de aproximación a la obra literaria caracterizada por estos rasgos: hay un guía, que es, claro, un lector de altura; el guía ha leído la obra, ha desentrañado ya al menos buena parte de lo que una lectura inteligente y cálida debe hallar; el guía lee la obra con la expedición que conduce por esa gran montaña que es el libro aquel; el guía lee comentando, señalando, inquietando, deteniéndose en la palabra clave, organizando excursus que arrojen nueva luz sobre un verso o pasaje o personaje o situación o problema […]. La obra se lee; toda ella y todo lo de ella; no se entregan resultados de una lectura anterior; peor se teoriza al margen de la lectura, y peor que peor se resume […]. Estas largas y encarnizadas lecturas deben hacerse en un solo libro. Es otra regla del juego formador. A la objeción que inmediatamente opone el lector frívolo de que eso de quedarse tanto en un solo libro es sacrificar tantas otras lecturas como pudieran hacerse, el padre de la prelección respondía que quien aprende a leer con esa penetración de profundidad y esa captación de todo lo importante una gran obra, ha aprendido a leer cualquier obra. Ha aprendido a leer, sin más. Es decir, que la prelección viene a ser la respuesta más fecunda que haya podido darse al problema de hacer lectores, que es, cada vez lo veo más claro, el mayor problema de la educación y la cultura actual, y no sólo en la sociedad ecuatoriana» (Rodríguez Castelo 2016, pp. 321; 333-336). [2] «El método que Espinosa Pólit utilizó como maestro de literatura ―sustentado en la Ratio studiorum (1599) de la Compañía de Jesús― fue el llamado de las prelecciones, sistema que, lejos de constituir un mero protocolo de enseñanza, está basado en un análisis profundo de las obras estudiadas mediante un diálogo permanente con los estudiantes, considerados copartícipes de su propia educación» (Salazar 2022, p. 64).

[36] Romero 1961, p. 3; pero es un deber de justicia consignar aquí la precisión siguiente: «Aunque la Bibliografía de y sobre la obra de Aurelio Espinosa Pólit de 1961 aparece firmada por Oswaldo Romero Arteta, S.J., en el archivo personal del P. Aurelio (caja ARM. P. AURELIO ESPINOSA 12) hallé el texto básicamente completo de la misma contenido en un cuaderno cuadriculado manuscrito escrito por ambas caras con la letra clara y menuda de Espinosa Pólit, con las entradas correspondientes a los años 1917-1957 (pp. 1-87); acompañan a este cuaderno unas hojas anexas sueltas (numeradas 1-15 de lado y lado), también de mano del P. Aurelio, que abarcan su producción de los años 1958-1960. Parece claro, pues, que el papel del P. Romero Arteta estuvo circunscrito a completar la información bibliográfica hasta el año de la muerte de su maestro, a la adición de las necrológicas en su homenaje y de los índices —de materias, onomástico y de revistas— y a la publicación final de todo el conjunto» [nota de Gustavo Salazar Calle]. Ahora bien, la verdadera atribución de esta Bibliografía al P. Aurelio, y no a Romero Arteta —hecho ahora fehacientemente probado por este hallazgo—, aunque se vio acallada no sabemos por qué razones, no se les ocultaba, al parecer, a los miembros del círculo más íntimo de Espinosa Pólit. Lo afirma con sutilísima ironía, pero también con meridiana claridad, Francisco Miranda Ribadeneira en su reseña, casi desconocida, de la publicación firmada por Oswaldo Romero Arteta: «Bibliografía del padre Aurelio: la última de sus obras. Sin metáfora. Prolijo en el inventario de su producción, llevaba su catálogo con el mismo cuidado con que llevaba el de su misa cuotidiana. Era la otra forma de su sacerdocio: el apostolado intelectual. Mantuvo sus dos cuadernos bibliográficos al día hasta el domingo último de su definitiva gravedad, con la anotación de todo: juicios, reproducciones, ediciones. La magnífica edición de la Academia de la Lengua nos trae el utilísimo aporte del nuevo director de la Biblioteca Ecuatoriana, P. Oswaldo Romero Arteta: notas complementarias y sobre todo índices prolijos, elaborados con paciencia y afecto» (Miranda 1962, p. 4).

[37] Romero 1961, p. 161. También Miguel Sánchez Astudillo, S.J., menciona ante la Academia Ecuatoriana de la lengua, en la sesión de homenaje al recién fallecido Espinosa Pólit, «sus monumentales prelecciones, unas mil quinientas páginas, inéditas aún, que forman el comentario más vasto y esmerado que exista hasta el presente sobre Virgilio» (Sánchez Astudillo 1961, p. 7; el subrayado es mío); esta afirmación del P. Miguel Sánchez, laudatio de un discípulo fiel al maestro que le marcó, podrá ser bienintencionada…, pero hasta el Tato sabe que no es cierta. Sobre este proyecto no realizado del P. Aurelio afirma Miranda Ribadeneira lo siguiente: «El trabajo de los últimos fecundos y heroicos meses [de vida de Espinosa Pólit] estuvo mal repartido. Antes de la edición del P. Velasco y de los jesuitas quiteños del Extrañamiento debió haberse hecho la revisión de las prelecciones de Virgilio y Sófocles. El comentario de este último, sobre todo, no quería el padre publicarlo sin revisión y aun total refundición» (Miranda 1962, p. 3); y el mismo P. Aurelio dejó dicho, ya cerca de su muerte, lo siguiente: «Después de esta obra compendiosa [Espinosa Pólit se refiere a su Síntesis virgiliana, Espinosa 1960-C] […] queda por publicar otra obra, la analítica, la que le sirvió de base y le abrió camino, la que va siguiendo al poeta verso por verso en un comentario ceñido y fiel que paso a paso lo acompaña escuchándole, interrogándole, apremiándole hasta arrancarle su secreto…, que sólo mediante esta larga convivencia cordial se logra esto con los genios. En esas prelecciones hallará quien lo desee todo el proceso de formación de la síntesis virgiliana aquí expuesta» (Espinosa 1960-C, p. 9).

[38] Miranda 1978, p. 276.

[39] García Yebra 1983, p. 172. Hernán Rodríguez Castelo lamenta que «no tenemos, lamentablemente, ni las prelecciones virgilianas completas ni un estudio a fondo de ellas» (Rodríguez Castelo 2016, p. 328, nota 12).

[40] Romero 1961, p. 5.

[41] Miranda 1962, p. 3.

[42] En Espinosa 1998 —cuya primera edición data de 1948— la traducción aureliana de El lebrel del cielo ocupa únicamente dieciséis páginas —e incluso la mitad de ellas corresponden al texto original inglés— entre más de doscientas dedicadas al autor, al análisis de la obra, a dos traducciones latinas y a un extenso comentario de la misma, etc. (cf. García Yebra 1983, p. 170). Ahora bien, el citado comentario, que se extiende desde la página 87 hasta la 187, ¿es una prelección? Resueltamente no, y el mismo P. Aurelio, tan cuidadoso de la terminología, lo denomina expresamente así, «comentario» (Espinosa 1998, p. 87), «laboriosa interpretación […], comentario exegético» (Espinosa 1998, p. 9), mientras que en la Antígona de Espinosa 1954 las páginas 69 a 151 van tituladas abiertamente «prelección» (p. 69) y mantienen una tensión dialéctica con el lector enteramente diferente. El volumen de Francis Thompson, en efecto, constituye más bien un ejercicio consumado de «crítica literaria sobre poesía religiosa, acerca de la cual [el P. Aurelio] dilucidó sabiamente entre la que podría calificarse de pseudo poesía religiosa y la verdadera y auténtica poesía religiosa, distinguiéndola por sus notas características» (Espinosa 1998, p. VII; cf. Miranda 1974, pp. 240-241), por más que el P. Julián Bravo Santillán, S.J., el prologuista de esta segunda edición de 1998, afirme —a mi entender exageradamente— sólo una página después del fragmento recién citado que «este libro es paradigmático del personalísimo método [este subrayado es mío] de estudio crítico aplicado por Aurelio Espinosa Pólit en sus obras y en la eficiente labor de maestro y formador que ejerció durante su vida: el método denominado por él [también este subrayado es mío] de la prelección, por el que, más allá de situar e identificar al autor y su obra en el contexto histórico, cultural y literario, trataba de profundizar en el contenido de esta a través del análisis hermenéutico y del comentario en busca de su más pleno sentido, sus recónditos matices literarios, su trascendencia» (Espinosa 1998, p. VIII). La que antecede es una bienintencionada definición posible de la prelección —un método, como esperamos haber mostrado en páginas anteriores, propio de la Compañía de Jesús y no «personalísimo» del P. Aurelio, a pesar de los indiscutibles nuevos aires que él supo insuflarle—, pero creo que no se aplica, lo repito, a este estudio sobre El lebrel del cielo.

[43] Espinosa 1931; se trata de la única prelección latina publicada por el P. Aurelio, quien hace además en el título de la misma la precisión de que se trata de una «prelección […] según el [sic!] Ratio studiorum». Cf. Miranda 1978, p. 276.

[44] Espinosa 1938-A. Reimpresa tal cual —aunque con una jugarreta de Titivillus enormemente desgraciada («hipótesis» en lugar del término original aureliano «hipotiposis») en la p. 408— en Miranda 1974, pp. 407-409. Espinosa 1951, pp. 245-247, es una versión ampliada —casi un texto diferente— de esta prelección.

[45] Espinosa 1938-C. Reimpresa en Miranda 1974, pp. 406-407.

[46] Espinosa 1938-B. Reimpresa en Miranda 1974, pp. 404-405.

[47] Espinosa 1947, pp. 50-51. En este volumen no se menciona la palabra prelección, sino que se habla repetidamente de «explicación de autores» y sobre todo de «explicación literaria» (Espinosa 1947, pp. 36-39; 46; 106; 229-232; cf. Espinosa 1931, p. 139), seguramente por razón de los destinatarios, profesores en su mayoría laicos de lo que hoy llamaríamos educación secundaria o bachillerato (Miranda 1974, p. 275); pero las «explicaciones literarias» de los textos estudiados en el volumen son verdaderas prelecciones, aunque mitigadas en su alcance por el carácter esencialmente oral de estas conferencias, convertidas en libro sólo gracias al arte de la taquigrafía: «versión taquigráfica revisada», reza la portada interior del volumen (Espinosa 1947, p. 3; cf. p. 8). Esta identidad terminológica queda probada por el siguiente párrafo de una carta inédita hallada por mi amigo Gustavo Salazar Calle y por mí mismo en el archivo personal del P. Aurelio (caja ARM. P. AURELIO ESPINOSA 6, conjunto de documentos 08), dirigida por este el 28 de octubre de 1945 —justo el año en que fueron pronunciadas como conferencias las prelecciones contenidas en Espinosa 1947— precisamente al poeta ibarreño Carlos Suárez Veintimilla, autor de dos de los bloques poéticos preleídos por Espinosa Pólit en el volumen: «Ahora voy una buena temporada a dedicarme [el P. Aurelio se está refiriendo a sus clases de “Literatura de IV”] a explicación literaria concreta (lo que el [sic!] Ratio llama prelección), para mostrar, no en teoría sino en la práctica, los secretos de la técnica literaria de los buenos escritores». Es de notar que el entrañable P. Carlitos (1911-2002) era sacerdote diocesano, no religioso jesuita, por lo que tampoco él, al igual que los destinatarios de las conferencias de Espinosa 1947, estaba necesariamente familiarizado con el término prelección.

[48] Espinosa 1947, pp. 71-83.

[49] Espinosa 1947, pp. 54-58.

[50] Espinosa 1947, pp. 88-114.

[51] Espinosa 1947, pp. 116-228.

[52] Espinosa 1951, pp. 245-247: se trata de una versión bastante divergente de Espinosa 1938-A, además de estar dispuesta como un todo orgánico con la prelección a Geórgicas III, 515-530, incluso con un prólogo y un epílogo comunes a ambas prelecciones, ambos de gran interés (pp. 243-245; 250).

[53] Espinosa 1951, pp. 247-250.

[54] Espinosa 1954, pp. 69-151.

[55] El archivo personal del P. Aurelio custodiado en la BEAEP consta hoy —¿cuántas se habrán perdido en los más de sesenta años transcurridos tras su muerte?— de ochenta y siete cajas, y es en él donde se conservan todas sus prelecciones inéditas; de hecho, nuestro «donoso escrutinio» de la biblioteca virgiliana personal de Espinosa Pólit y de la sección de manuscritos de la BEAEP ha arrojado un resultado completamente negativo: no contienen ninguna prelección inédita del P. Aurelio.

[56] Con la salvedad de dieciséis versos de las Geórgicas (III, 515-530) cuya prelección publicó el P. Aurelio en 1951 (vid. supra, notas 52 y 53).

[57] Es escuetamente posible ―aunque para mí poco probable― que las prelecciones aurelianas faltantes de las Bucólicas y de las Geórgicas nunca llegaran a tomar forma escrita, salvo en lo tocante a los dieciséis versos de las Geórgicas mencionados en la nota anterior; pero me resulta inconcebible que el P. Aurelio dejara sin redactar su prelección a Eneida XII: es seguro que esta última se ha perdido.

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