
El 5 de octubre de 2024 don Raúl Serrano Sánchez se incorporó a la Academia Ecuatoriana de la Lengua en calidad de miembro correspondiente. Reproducimos a continuación el discurso de orden que leyó en la ceremonia.
Fernando Chaves (Otavalo 1902-Quito 1999): Lector y traductor de Franz Kafka
Él, que vive para un encuentro con lo invisible, se transforma en un instrumento de lo visible; él, que es capaz de excavar las profundidades de la tierra, se convierte en portavoz de sus superficies, en investigador de sus sombras.
Paul Auster, “Apuntes sobre Kafka. En el cincuentenario de su muerte” (1974).
Motivos
La primera vez que me encontré con el libro de Fernando Chaves fue mientras armábamos la biblioteca de su gran amigo Benjamín Carrión. Era el año 1993. Sucedió en aquella casa de La Mariscal donde el maestro había vivido en los años cuarenta con su familia y que hoy, luego de ser restaurada, funciona el Centro Cultural que lleva su nombre. Hice una pausa en la tarea de abrir y colocar libros en los estantes, cuando en una caja apareció el volumen sobre Kafka. Me senté a revisarlo. En la portada consta un carboncillo, no se indica quién lo dibujó (presumo que es del maestro Carlos Rodríguez), del narrador checo. Me impresionó no solo el retrato, que captaba muy bien ese otro lado siempre esotérico de Kafka, sino descubrir en ese momento el interés de un escritor ecuatoriano de vanguardia por el autor nacido en Praga; pues Chaves y sus novelas no solo que inauguran el nativismo, según expresión de Ángel F. Rojas,[1] y el indigenismo en el país; estéticas que sin duda son parte de las expresiones de la vanguardia que irrumpen a finales de los años 20 del siglo pasado en Ecuador y América Latina.
Encontrar el libro con ese ensayo introductorio y la traducción de Carta al padre de Kafka, publicado en Quito en 1956, fue un acto de desconcierto y revelación que me llevó a leerlo entre una y otra pausa (tiempo después, descubrí en una librería de viejo del centro histórico de la ciudad un ejemplar que, por esos juegos kafkianos de la vida, le había pertenecido, según una inscripción en la portadilla, a un abogado).
Aunque pueda resultar, para algunos, paradójico que un escritor indigenista se ocupe por ensayar una interpretación de los mundos de Kafka, la cuestión iba más allá. Todo lo que la narrativa del checo nos anticipa y condiciona respecto al poder y sus diversas formas de anular lo humano, entra en sintonía con aquello que Chaves, antes de haberlo leído, planteó en sus dos primeros textos narrativos, La Embrujada (1923) y Plata y bronce (1927).
A propósito de estas dos novelas, el crítico Benjamín Carrión, en un pasaje que les dedica en su fundacional estudio El nuevo relato ecuatoriano (1951), formula algunos apuntes que sin duda resultan reveladores:
En las dos Fernando Chaves hace arte, realiza literatura de elevación, nos descubre el paisaje brillante, recién lavado de sus valles y serranías imbayas. Pero sobre todo, nos descubre la injusticia que pesa sobre la raza indígena del Ecuador. Surge el dolor y la protesta, en forma obvia, espontánea, de la lectura de esos libros. No existe la predicación expresa, el ensayo sociológico hipócritamente disfrazado con el ropaje tentador de la novela; es, en realidad, obra de arte, novela bien hecha, cumpliendo su función social.[2]
Desde otro ángulo crítico, en 1948, Ángel R. Rojas, anotaba sobre Plata y bronce: “Tampoco le falta lo que nuestra novela social tendrá pródigamente: la abierta propaganda política. Chaves declama, toma un partido, hace doctrina, se banderiza al narrar”.[3]
Dos lecturas, opuestas y complementarias, que delatan el carácter vanguardista del texto de Chaves.
En clave de propuesta
Sorprende que luego de haber publicado Plata y bronce, una de las novelas que inicia el indigenismo de vanguardia en Ecuador, Chaves se haya decidido, a partir (según su testimonio) de una propuesta de Benjamín Carrión, después de cumplir, siendo militante del Partido Socialista, funciones como Ministro de Educación en los últimos meses del Gobierno de Galo Plaza Lasso (1948-1952), leer y descifrar, desde el francés —idioma, entre otros, que conocía y manejaba muy bien—, la obra hasta entonces no traducida al español de ese autor “estremecedor”, como define a Kafka en el ensayo espléndido y anticipatorio de la recepción crítica de los textos del europeo en Ecuador y América Latina, titulado “Obscuridad y extrañeza (A propósito de Franz Kafka)”, que incluye su lograda traducción, una de las primeras que se realizaron en el país y el continente por esos años, de Carta al padre.
Estos trabajos se recogieron en el libro que la Casa de la Cultura Ecuatoriana editó en 1956. Vale recordar que por esos años presidía la institución Benjamín Carrión y el poeta Jorge Enrique Adoum fungía como director de la Editorial.
Es interesante lo que se advierte en una reseña anónima (¿de pronto la escribió Adoum?) publicada en la revista Letras del Ecuador de enero-marzo de 1956:
Corresponde a la Casa de la Cultura Ecuatoriana el haber lanzado la primera versión completa al castellano de la atormentada Carta al Padre de Franz Kafka, aunque al momento de circular la edición, iniciada a fines del año pasado, ya hubieran llegado a las librerías de la ciudad ejemplares de otras versiones publicadas en la Argentina.[4]
Una de esas versiones que circuló a fines de 1955 en las librerías de Quito es la que publicó en Buenos Aires la editorial Emecé, cuya traducción estuvo a cargo de Carlos Félix Haeberle. Se tituló Carta a mi padre y otros escritos. Se trata, junto con la del ecuatoriano, de las primeras traducciones en español que se difundieron en América Latina en esa época. Así lo registra la académica española Elisa Pilar Martínez Salazar, en su documentada y exhaustiva investigación: La recepción de la obra de Franz Kafka en España (1925-1965), publicada en 2019 por la Universidad de Zaragoza.[5]
Chaves, que también manejaba el alemán y el inglés, para su traducción toma la versión en francés que en 1952 realizó Marthe Robert (París, 1914-1996), año en que se publicó la Carta al padre, que como se sabe, desde 1919 permanecía inédita dado que Julie, madre del autor, quien se ofreció como heraldo para entregársela a Hermann, padre de Kafka, desistió. Según atestigua Max Brod “La madre, por su parte, tampoco entregó la carta a su destinatario, sino que la devolvió a Franz, acaso con alguna palabra de apaciguamiento”.[6]
Marthe Robert es una de las mayores estudiosas de la obra de Kafka. Contribuyó mucho a la difusión de sus textos en Francia, no solo traduciéndolos, sino escribiendo una serie de artículos y ensayos en los que estableció enfoques y abordajes críticos lúcidos que hoy son referentes obligados a la hora de hablar de la recepción crítica de la narrativa kafkiana.
El caso de Chaves recuerda al de ese otro excelente traductor, Francisco Alexander (Quito, 1910-1988), que en soledad se dedicó, desde 1928 hasta década del 50,[7] a cifrar en español la poesía completa de W. Whitman. Sabemos que la traducción de Alexander, a decir de críticos como Octavio Paz, no ha sido superada hasta la fecha. Además, el ecuatoriano asumió el desafío de poner al español todo lo que es Hojas de hierba (1953) mientras que traductores como León Felipe y Borges se decantaron por la selección de ciertas unidades. Versiones no tan logradas —como lo han advertido algunos expertos— que aparecieron en 1941 y 1969.
Para 1956, la misma Casa de la Cultura publicó la segunda edición de Hojas de hierba, cuya edición, otra vez, estuvo al cuidado del poeta Adoum.
Convergencias posibles
Llama la atención que un escritor, cuyas dos primeras novelas, La embrujada (1923) y Plata y bronce (1927), que están dentro de la narrativa indigenista de vanguardia (no descuidemos que en 1927 el joven Pablo Palacio dio a conocer su alucinante cuentario Un hombre muerto a puntapiés), y que poco o nada tienen que ver —¿o talvez sí?— con lo que es el universo simbólico de un autor como Kafka. Sí, llama la atención que Chaves (¿se dejó seducir por la sugerencia de su amigo Carrión?) haya decidido traducir al español y analizar Carta al padre, un texto al que cataloga como “documento atroz”.
Pensemos que es la década del 50, conocida como la de la transición en la narrativa ecuatoriana; momento en el que algunos autores (Pedro Jorge Vera, Alejandro Carrión, César Dávila Andrade, Eugenia Viteri, Rafael Díaz Ycaza, Arturo Montesinos Malo y Walter Bellolio) están buscando superar, romper, desde la tradición de la ruptura inaugurada por la Generación del 30, con lo que es el realismo social, esa otra manifestación de la vanguardia a la que se sumó el realismo integral de Gallegos Lara, el realismo mítico de José de la Cuadra y Aguilera Malta, la narrativa del descrédito o el realismo abierto de Palacio y las ficciones dislocadas de Humberto Salvador. Los del 50 buscaban superar eso de ser epígonos para convertirse en hacedores de nuevas formas de contar.
Fernando Chaves no había publicado narrativa desde 1927. Su tercera novela, Escombros, de 1958,[8] en temática y recursos dista mucho de las anteriores. Sin duda hay una pausa muy larga. Su contacto con la obra de Kafka, de pronto se dio a través de ediciones en alemán, inglés o francés que exploró mientras cumplía funciones diplomáticas en Europa a finales de la década del 30 y durante los años cuarenta.
Entonces, ¿por qué, a partir de la propuesta de Carrión, se ve definitivamente impactado por la obra de este autor al que llama “extraño” y “obscuro”?, ¿por qué escogió Carta al padre (¿pesó el hecho de que era un texto inédito en español?) y no los cuentos o una novela como La metamorfosis o La transformación, que según Borges es como siempre se debió traducir? ¿Por qué no optó por El proceso, El castillo o América, traducida ahora como El desaparecido? Acaso lo motivó o identificó la ausencia de su padre a temprana edad, o fue el pedagogo, el aprendiz de psicólogo, el militante socialista (Kafka en su juventud simpatizó con esta tendencia política), lo que incidió para optar por este texto con el que dialoga ampliamente en las 45 páginas que le dedica como introducción, y que a no dudarlo es un ejercicio de lectura y crítica que para su tiempo resultan, no solo emblemáticos sino desconcertantes por su lucidez y porque todo lo que en esas páginas, tramadas con un lenguaje y un estilo poético, devienen asombrosamente actuales. Chaves lo logra con una estratégica articulación entre la crítica literaria, la filosofía, el psicoanálisis y la sociología de la literatura, un sutil y legítimo diálogo interdisciplinario no tan común para la época.
No olvidemos que han transcurrido, hasta la fecha, más de siete décadas. Si bien antes de 1950 se habían dado una serie de valoraciones, en alemán sobre todo, de la obra de Kafka, como los célebres artículos de Walter Benjamin o los del especialista Pavel Eisner,[9] y los que el amigo y cómplice de Kafka, Max Brod, escribió en su momento.[10] Lo que resulta interesante es que el ensayo del ecuatoriano fue uno de los primeros que en términos de interpretación y valoración crítica circularon en América Latina en la década del 50 en torno a Carta al padre. Vale recordar que en 1955, en el No. 102, la revista Letras del Ecuador dio a conocer unos avances de la traducción de Chaves con esta nota de presentación:
Ofrecemos por primera vez en español, un fragmento de la Carta al padre, de Franz Kafka, traducido de la versión francesa. Seguramente, documento tan desgarrador y terrible constituye la explicación a muchas interrogantes de la obra del escritor checo. La Casa de la Cultura lo publicará en su totalidad, precedido de un estudio de Fernando Chaves.[11]
Desde que en 1956 se lanzó el libro, solo en Letras del Ecuador (¿es probable que existan otros registros?) se publicó una breve reseña. Resulta curioso que luego cayó, como ha acontecido con otros textos en nuestro país, el corrosivo olvido sobre este ensayo pionero y la traducción de Carta al padre.
Respecto al ejercicio de traductor de Chaves, vale anotar que, si bien no lo mantuvo de manera sostenida, no llegó a involucrarse —lo cual es de lamentar— en la aventura de verter al castellano otros textos de autores que estaban entre sus preferidos y admirados. Tampoco se conoce que se haya arriesgado a traducir la obra de alguno de sus contemporáneos de Ecuador o América Latina. Hecho deplorable, sobre todo, como sucedió con el maestro Francisco Alexander, pues ambos tenían un conocimiento pleno y apasionado de esos otros registros lingüísticos. Quizás, pesaron factores como el medio hostil, las restricciones en la circulación de nuestra literatura fuera del ámbito local, y el desdén por una actividad y practica como la del traductor.
Esta apuesta de Chaves, responde, a más de los estímulos de su amigo Benjamín Carrión, a un momento crítico en el que el autor de Plata y bronce tenía que inventarse la vida. Sin duda, dentro de esa condición kafkiana de “un artista del hambre”, el haber asumido el reto de traducir el texto del escritor checo, lo llevó a bucear en todos los meandros y dédalos de la obra de uno de sus admirados y celebrados creadores, además de cumplir con lo que observa el crítico, Simon Leys: “La traducción no solo despliega todos los recursos de la escritura, es también la forma suprema de lectura”,[12] mientras que Octavio Paz ha destacado que “[…] cada traducción es distinta. Cada traducción es, hasta cierto punto, una invención y así constituye un texto único”.[13]
La traducción del ecuatoriano está dentro de esa “forma suprema de lectura” y la suya es “una invención”, por eso su particularidad.
Orden del texto
El estudio de Chaves se divide en tres partes o momentos bien orquestados. El primero es un prólogo que reflexiona en torno a lo que son los escritores oscuros, los no inteligibles; luego sobre los alusivos, los obsesionados por la perfección, así como la condición del escritor directo y los escritores extraños. El segundo momento lo dedica a exponer una serie de apuntes, todo un ejercicio de hermenéutica, del sistema metafórico construido por Kafka a partir de su Diario y otros textos. Sobre los “largos extractos del Diario” que ha citado (pp. 16 a la 20), advierte:
[…] nos dan la clave de su angustia, de su lucha con el ambiente, de su ansiedad metafísica de anulación por la desesperanza. En esas apretadas líneas sincerísimas vemos la carcoma inteligente de este bello espíritu que no tiene ni quiere tener fuerzas para luchar, porque sabe que en el éxito —si llegara por azar— la desesperación, la angustia solamente cambiarían de dirección”.[14]
El crítico, en este ejercicio de desciframiento sale muy bien librado, porque todo lo que va descubriendo, en su articulación entre el Diario y la correspondencia de Kafka, es resultado de sus atisbos, intuiciones de lector agudo y sensible que celebra la extrañeza y oscuridad del universo alucinante del autor de El proceso.
El tercer momento está dedicado a dar cuenta, desde su perspectiva personal —como tiene que ser en un ensayista moderno—, de ese “documento atroz” (así lo define) que es Carta al padre.
Respecto a los escritores “alusivos, los estilistas”, los define como los
[…] obsesionados por la perfección, que hallan metáforas sin polvo y sin uso, parecen obscuros a sus contemporáneos, porque las ideas, los sentimientos o las intuiciones a que dan cuerpo en palabras, no son los de valor aceptado en su tiempo; pero después se vuelven claros, casi transparentes, porque una nueva época se mueve a gusto entre esas ideas, devenidas banales, entre esos sentimientos devenidos diarios y entre esas intuiciones devenidas conceptos mensurables, cercanos ya a las cifras.[15]
Al caracterizar al escritor directo, repara:
[…] el escritor directo es claro; bajo la piel de sus frases no hay ondulación espiritual alguna, ni misterio posible. Ha tenido que escoger palabras y contenidos que todos conocen, en cuya valorización todos participan y que todos entienden, por lo tanto.[16]
Mientras que el “escritor obscuro, el escritor difícil, pese al primer rechazo, es el único que merece la relectura; solamente a él volvemos en busca de lo que no entendemos en la primera ocasión, de aquello que se nos escapó entre los meandros de la prosa densa, de la metáfora alejada o de la frase esmaltada de palabras raras, imposiciones del diccionario”.[17]
Luego advierte: “Lo extraño no es siempre lo obscuro” […] “Lo extraño es por definición lo no visto, en cierto modo lo ilógico, posee una dosis de obscuridad, puesto que no ha sido traído todavía a la luz cruda de la observación, por tanto del conocimiento”.[18]
Más adelante, propone la siguiente caracterización de “el escritor de temas extraños”:
[…] el buzo que sondea y expone al sol situaciones raras, atrae la atención, pero no la benevolencia del lector. Cada cual sospecha esos raros vericuetos de su alma, pero se detiene en su umbral, no se resuelve a recorrerlos, y menos aún, a alumbrarlos con la luz del conocimiento, el fanal implacable de la explicación y el detalle.[19]
Previo a entrar al examen de la Carta, de la que da una serie de pistas y claves peculiares, el ensayista formula el siguiente anticipo:
A esos escritores extraños que a fuerza de profundidad y de implacable análisis de las deformidades humanas aparecen obscuros pertenece el estremecedor Franz Kafka.[20]
Reparemos en las siguientes claves en las que da una serie de revelaciones que, por su vigencia, nos conectan a todo lo que es ese orbe de “monstruosidades” del autor de La muralla china:
El influjo de Kafka el extraño en toda la literatura actual es inmenso. La crítica comienza a advertir que el universo de Kafka por sus monstruosidades es un mundo vulgar, de todos los días. Ha permanecido inexpresado porque nadie tuvo el valor de descender a sus profundidades abisales y luego exponerlas con una ruda franqueza en una prosa admirable. Eran necesarios los dones literarios de ese “endemoniado” checo y era necesaria una vida original plagada de vulgares arrecifes anímicos para que esa carta del fondo psicológico que son las novelas, los relatos, las meditaciones de Kafka, pudiera ser trazada por un artista sin par.[21]
Me interesa destacar esta afirmación de Chaves: “esa carta del fondo psicológico” con la que da cuenta de lo que es el carácter de la narrativa de Kafka.
Eso de “carta” deconstruye la noción de novelas o relatos que se le ha dado a sus textos; pues como bien advirtió Walter Benjamin, Kafka, que se nutrió de toda la tradición de la literatura europea (recordemos su devoción por autores como Tolstói, Gógol, Dostoievski, Chéjov), a la hora de construir sus historias, no tomó como referente a los grandes novelistas, sino a los “narradores”. De ahí que sus textos “obscuros y extraños” estén revestidos de esa condición de lo que para Benjamin, a diferencia del novelista, es un narrador:
El narrador toma lo que narra de la experiencia; [de] la suya propia o referida. Y la convierte a su vez en experiencia de aquellos que escuchan su historia. El novelista se ha segregado. La cámara de nacimiento de la novela es el individuo en su soledad, que ya no puede expresarse de manera ejemplar sobre sus aspiraciones más importantes, que carece del consejo y no puede darlo.[22]
De ahí también el carácter de la carta, un texto que reivindica las formas narrativas no canónicas que circulan en las diversas maneras del contar (narrar) que ejercen las familias y los sectores marginales del campo y la urbe, que por igual incluye lo testimonial, el discurso del yo, como lo fragmentario, la parábola, las leyendas o las improvisaciones.
Lo que señala Chaves es una de las características de la escritura de Kafka; es lo que la convierte en un acto kafkiano: la carta, por eso no es casual que el checo haya sido, como otro de sus autores admirados, Flaubert, un cultor de la epístola que tiene una larga historia y antecedentes que se remontan a los inicios del cristianismo. Esas piezas, las cartas que escribió a quienes fueron sus compañeras en momentos truculentos y desolados de su vida como Felice Bauer o Milena Jesenská, al igual que sus diarios, son parte de una “carta larga sin final” que es toda la obra de Kafka.[23]
Es revelador lo que Chaves ensaya, buscando situarse y situarnos en el universo del “endemoniado” cuya obra es un cruce de tradiciones, pero, a su vez, de poner en interdicto a esas tradiciones y dar cuenta de su tiempo al que Kafka, el hombre y el héroe, han puesto bajo sospecha, por tanto, sometido a una requisitoria que resultó profética e implacable. En esa requisitoria, el fabulador de Praga anticipa, desde su habitual tendencia al aislamiento, al miedo y la culpa, lo que se está tejiendo a ojos de todo el mundo y que el poder hegemónico convertirá en una pesadilla, de la que el escritor ha sabido intuir que será monstruosa por todo lo que implica la libertad, la justicia, lo humano, demasiado humano, que será arrasado, anulado por el ascenso del fascismo pocos años después. Anota Chaves:
En las narraciones de Kafka el paisaje es interior.
La niebla, la confusión, la obscuridad, el agobio de las ciudades sobre el hombre, la soledad del asfalto y la impavidez de la nube, la monotonía del río de aguas y del río humano de las calles y los lagos de las plazas atragantadas de desconocidos, de indiferentes, de injustos en potencia y de pecadores convictos, y, en el fondo, confesos, nacen de la evocación, del anticipo de un arte fino hasta el extremo, que descubre ignorados resortes capaces de crear en el lector más desprevenido el recuerdo, el presentimiento, la duda, el anhelo, la obsesión de la angustia, de la indecisión, del miedo de morir que es miedo de dejar de ser y de dejar de estar, sin ingresar, sin penetrar en nada tangible, en nada alcanzable ni por los sentidos ni por el razonamiento, ni siquiera por la esclarecedora llamarada del instinto y de la adivinación mística.[24]
En estas líneas están contenidos algunos, sino los fundamentales tópicos y temas que son parte del engranaje simbólico que constituye todo ese juego de sentidos en los que, de manera continua aparecen como parte de un “arte fino hasta el extremo, que descubre ignorados resortes” con los que Kafka sorprende, desarma a cualquier lector o lectora.
La Carta: ajuste y trama
Otra evidencia de ese “arte fino” es Carta al padre. De la que Chaves construye una cartografía peculiar en la que va marcando claves de lectura que resultan ser, a pesar de todo, lo que desde miradas interdisciplinarias (los registros bibliográficos son vastos) en las últimas décadas se ha escrito sobre este “documento atroz”. En lo que se refiere a las tensiones entre el hijo y Hermann, el padre, Chaves plantea la siguiente acotación:
La incomprensión paternal resulta siempre paliada por el apoyo indirecto de un espíritu fuerte y práctico a una naciente y caprichosa vocación literaria que, como primera tara, exhibe un sentido anti-práctico y una marcha vital sobrecargada de hesitaciones y dudas profundas.[25]
Para un hijo del capitalismo (el padre es un comerciante), que tenía una visión pragmática de la vida, saber que una de las pasiones de Franz era la literatura, le resultaba un hecho poco “práctico”, nada serio ni digno de un hombre, de un abogado de respeto. En esa atrofiada modernidad, el padre se constituye en la Ley, representación del poder, que somete a Joshep K a un proceso del que es una víctima, un torturado de esa máquina sorda, implacable, que es la justicia en tanto poder burgués. El padre es el censor que encarna a ese poder hegemónico, ese Estado del que el fascismo luego dará su testimonio más atroz.
Acierta el autor de La embrujada, al apuntar:
No es la de Kafka literatura de evasión. No la hace para darse a sí mismo la ilusión de vivir en otro mundo, el de la ficción, más bello, más dulce que el real. No. El universo de Kafka está hecho de tristeza, desesperanza, angustia y amargura en dosis cambiantes. El mundo de afuera es el regulado, el fácil en la vida de Kafka. El atroz del desamparo y la desolación es el creado por él, con sus propios elementos, para formar el esquemático de la angustia humana que es drama universal y eterno.[26]
Walter Benjamin ha observado que Kafka era un “fracasado”. De hecho, Carta al padre, como otros de sus textos, dan cuenta de cómo este fue un tema que habría que leer como otra de las estrategias de fuga del checo frente a ese obsesivo y delirante pragmatismo, asumido en el siglo XX como un demencial exitismo. Ante esa doctrina que el capitalismo moderno sabrá llevar a niveles tóxicos, Kafka opone el fracaso como un recurso para subvertir toda esa filosofía que en su ejecución ha dado lugar a los fanatismos políticos más lóbregos y cuestionables. Hay que destacar que la razón por la que Chaves llama Carta al padre “documento atroz”, es porque, entre otras posibles interpretaciones, se trata de un diálogo “fracasado” con el que todo, desde el continuo miedo a la autoridad y la imposibilidad de comunicarse con ese otro (el padre), es un ajuste —lo advierte Chaves— sutil pero implacable, de cuentas. Un acto de rebelión de quien se sabe un ser invisible, un escarabajo.
Chaves destaca otra de las cualidades implícitas en este documento “lacerante”: su calidad de “confesión”. Esto es, un texto que está dentro de ese “género literario”, como acertadamente lo definió la brillante María Zambrano; un género que ha sabido renovarse a lo largo de su taraceada historia:
[…] esta carta es una prolongada confesión de una posición familiar muy frecuente, pero que soportada sin dificultad por casi todos los que de ella sufren, alcanza categoría literaria al ser mostrada en toda su extensión y complejidad por Franz.[27]
Además, Carta al padre es precursora (toda la obra de Kafka lo es) de lo que hoy se denomina autoficción o narrativas del yo. Asimismo, se propone como el prólogo perfecto para quienes quieran aventurarse a explorar la obra, todo este laberinto inventado por un sujeto que siempre se consideró un “inútil”. La Carta contiene, en un orden muy bien diseñado, todos los elementos que forman parte de ese mundo que Kafka imaginó, soñó, antes de escribirla y que le permitieron pintar, anunciar, lo que vendría luego.
Cerrando su viaje por todos los vericuetos de la Carta en el que ha pasado intensamente revista a lo que son las “inafinidades” “no electivas”: el amor, las amistades, el matrimonio, las mujeres, la enfermedad, la Ley, el miedo, la fe, la soledad, el aislamiento, el fracaso y la escritura, Chaves propone una invitación a entrar, a habitar estas revelaciones:
Las lacerantes páginas que siguen nos ayudan en el buceo de nosotros mismos. Muchas cavernas de nuestro ser anímico se iluminarán con las sugestiones del arte literario sin par de Kafka. Por ese camino y de la mano de Kafka sabremos que los derivativos, las escapatorias, a veces son protectores en la existencia.[28]
Bajo sospecha
Sin duda, rendirle tributo a un autor como Kafka en el año 2024, en que se cumple el centenario de su supuesta desaparición, no solo que es justo y necesario. Pues en el escritor judío se juntan, se sintetizan y revelan todas aquellas búsquedas, interrogantes, visiones, de lo que es la obra de un creador que mientras siga siendo incómodo, sin dejar de lado la belleza “oscura y extraña” de sus textos, para todas las formas del poder, continuará bajo sospecha. Tributo por partida doble, porque a su vez este encuentro con el autor de “Ante la Ley”, ha permitido traer a la escena a uno de sus lúcidos hermeneutas latinoamericanos quien, en la década del 50 del siglo XX, apostó —en literatura y arte sabemos cómo gravitan las apuestas— por un ejercicio de lectura, de traducción (¿un acto de por sí kafkiano?), cuyos resultados no dejan de perturbarnos.
Quizás sea oportuno preguntar, por qué un intelectual con las inquietudes, sensibilidad y formación de Chaves, que con este ejercicio de crítica deconstruye aquellas acusaciones y teorías de que los escritores ecuatorianos de la vanguardia del 30 y a posteriori, adolecían de un frustrante localismo o eran reos de prácticas que no les permitían ver más allá de sus fronteras, no se ocupó —valga reiterarlo— con el mismo brío por descifrar y traducir a otro idioma la obra “extraña” de uno de sus contemporáneos, el “raro”, Pablo Palacio. Pues los textos del lojano, de alguna manera, no digo que hayan sido influenciados —esto ya lo aclararon en su hora Alejandro Carrión y Alfredo Pareja Diezcanseco—, dialogan o convergen con los del “endemoniado” de Praga. Además, nuestro coterráneo nos confirma lo que la lúcida poeta Alejandra Pizarnik le sentenció en una postal a la escritora Silvina Ocampo: “Cada cual tiene el Kafka que merece”.[29]
(Quito, septiembre-octubre de 2024)
Referencias citadas
Alexander, Francisco, “Preámbulo del traductor”, en Walt Whitman, Hojas de
hierba, 2a. ed., Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Benjamin, Walter, El narrador. Introducción, traducción, notas e índices de
Pablo Oyarzun R., Santiago de Chile, Ediciones Metales Pesados, 2010.
——., “Dos iluminaciones sobre Kafka”, en Imaginación y sociedad.
Iluminaciones I, Madrid, Taurus, 1990.
Brod, Max, Kafka, Buenos Aires, Emecé, 2000
Carrión, Benjamín, El nuevo relato ecuatoriano (2da. ed., 1958), en Obras, Quito,
Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1981.
Chaves, Fernando, Obscuridad y extrañeza (A propósito de Franz Kafka).
Seguido de la Carta al Padre, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana.
——. Escombros, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958.
Eisner, Pavel, Kafka, Buenos Aires, Futuro, 1959.
Kafka, Franz, Cartas 1900-1914. Obras completas IV. Edición dirigida por Jordi
Llovet, basada en la edición crítica de Hans-Gerd Koch, al cuidado de Ignacio Echevarría. trad. de Adan Kovacsics. Prólogo de Jordi Llovet. Barcelona, Galaxia Gutenberg/Fundación Hispanojudía, 2018.
Letras del Ecuador No. 102, IV-VI, 1955. pp. 10, 17-18, 38.
Letras del Ecuador, No. 105, año XI, enero-marzo 1956.
Leys, Simon, “La experiencia de la traducción literaria”, en Letras Libres, trad.
del inglés de José M. Álvarez-Flórez (16 febrero 2016). Internet.
Martínez Salazar, Elisa Pilar, “La recepción de la obra de Franz Kafka en
España (1925-1965)”, Tesis doctoral, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 2019. Versión digital:https://zaguan.unizar.es/record/79495/files/TESIS-2019-116.pdf
Paz, Octavio, Traducción: literatura y literalidad, Barcelona, Tusquets, 1971.
Pizarnik, Alejandra, Nueva correspondencia (1955-1972), Edición de Ivonne
Bordelois y Cristina Piña, Barcelona, Lumen, 2017.
Rojas, Ángel F., La novela ecuatoriana, Guayaquil, Clásicos Ariel, s.f.
[1] Ángel F. Rojas, La novela ecuatoriana, Guayaquil, Clásicos Ariel, s.f., p. 178-180.
[2] Benjamín Carrión, El nuevo relato ecuatoriano (2da. ed., 1958), en Obras, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1981, p. 424.
[3] Ángel F. Rojas, La novela ecuatoriana, Guayaquil, Publicaciones Educativas Ariel, s.f., p. 180.
La primera edición de este estudio la realizó el Fondo de Cultura Económica de México en 1948.
[4] Letras del Ecuador, No. 105, año XI, enero-marzo 1956, p. 23.
[5] Elisa Pilar Martínez Salazar, “La recepción de la obra de Franz Kafka en España (1925-1965)”, Tesis doctoral, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 2019. Versión digital:https://zaguan.unizar.es/record/79495/files/TESIS-2019-116.pdf
[6] Max Brod, Kafka, Buenos Aires, Emecé, 2000, p. 26.
[7] Francisco Alexander, “Preámbulo del traductor”, en Walt Whitman, Hojas de hierba, 2a. ed., Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1956, p. 26.
[8] Fernando Chaves, Escombros, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958.
[9] Walter Benjamin, “Dos iluminaciones sobre Kafka”, en Imaginación y sociedad. Iluminaciones I, Madrid, Taurus, 1990; Pavel Eisner, Kafka, Buenos Aires, Futuro, 1959.
[10] Max Brod, Kafka, Buenos Aires, Emecé, 2000.
[11] Letras del Ecuador No. 102, IV-VI, 1955. Pp. 10, 17-18, 38. La nota consta en la página 17.
[12] Simon Leys, “La experiencia de la traducción literaria”, en Letras Libres, trad. del inglés de José M. Álvarez-Flórez (16 febrero 2016). Internet.
[13] Octavio Paz, Traducción: literatura y literalidad, Barcelona, Tusquets, 1971, p. 9.
[14] Fernando Chaves, Obscuridad y extrañeza (A propósito de Franz Kafka). Seguido de la Carta al Padre, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1956, p. 20.
[15] F. Chaves, p. 8.
[16] F. Chaves, p. 9.
[17] F. Chaves, p. 10-11.
[18] F. Chaves, p. 11.
[19] F. Chaves, p. 12.
[20] F. Chaves, p. 14.
[21] F. Chaves, p. 14-15.
[22] Walter Benjamin, El narrador. Introducción, traducción, notas e índices de Pablo Oyarzun R., Santiago de Chile, Ediciones Metales Pesados, 2010, p. 65.
[23] Para un examen de la correspondencia total de Kafka, ver Franz Kafka, Cartas 1900-1914. Obras completas IV. Edición dirigida por Jordi Llovet, basada en la edición crítica de Hans-Gerd Koch, al cuidado de Ignacio Echevarría. trad. de Adan Kovacsics. Prólogo de Jordi Llovet. Barcelona, Galaxia Gutenberg/Fundación Hispanojudía, 2018. /// Franz Kafka, Cartas 1914-1920. Obras completas V. Edición dirigida por Jordi Llovet, basada en la edición crítica de Hans-Gerd Koch, al cuidado de Ignacio Echevarría. trad. de Carlos Fortea. Prólogo de Jordi Llovet. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2024.
[24] F. Chaves, p. 32.
[25] F. Chaves, p. 34.
[26] F. Chaves, 36.
[27] F. Chaves, p. 34.
[28] F. Chaves, p. 45.
[29] Alejandra Pizarnik, Nueva correspondencia (1955-1972), Edición de Ivonne Bordelois y Cristina Piña, Barcelona, Lumen, 2017, p. 179.