«El Bosco: ángeles y demonios», por don Marco Antonio Rodríguez

La mitología es historia tejida por fábulas en un contexto atemporal. En ella están escritos los orígenes del mundo, la génesis y consumación de los tiempos; aquello que hicieron los seres humanos en conjunción con dioses y semidioses...

La mitología es historia tejida por fábulas en un contexto atemporal. En ella están escritos los orígenes del mundo, la génesis y consumación de los tiempos; aquello que hicieron los seres humanos en conjunción con dioses y semidioses. Mitos: fuegos y reflejos que alumbran la comprensión del mundo y las absurdidades de un escenario adverso. Todo mito simboliza un pavor remoto y tienta respuestas.

El Bosco (Países Bajos: 1450-1516) creó su propia mitología. Pocas obras plásticas como la de este artista han merecido tantos ensayos interpretativos, sin embargo, todos han dejado puntos suspensivos y signos de interrogación.

El Bosco o el secreto del ser

¿Duende de su época que, a través de su arte, pasó sobre ella y la traspasó? ¿Poseso del demonio de la alegoría cristiana? ¿Genio que albergó en sus entrañas criaturas desgajadas de las luces y tinieblas que traman la historia? Nunca salió de su lugar de origen, y, no obstante, merodeó por los confines de la tierra. Nació y vivió a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento. Y subido a una escoba, brujo y bruja en una misma identidad; pequeño, desastrado y caricaturesco (así lo retrataron), pintaba con frenesí único; jamás firmó sus cuadros, y frente y a espaldas de sus devotos, soltaba carcajadas, solo que nadie las oía.

Tampoco fechó sus lienzos y los pocos que la llevan albergan la duda de si son apócrifas. ¿Por qué pintó ese aquelarre espeluznante junto a figuras que exudan belleza o simples figuras mortales? Un notable cura de su época sentenció que todos los demás artistas pintaban los “exteriores” de la humanidad, en tanto que el Bosco pintó los meandros de su alma: ese mundo poblado de diablos, sierpes, monstruos, tarascas, pecados y virtudes que para el artista fueron lo mismo.

¿Fantasía, imaginación, desvaríos, sueños o una de las mofas más singulares que la humanidad ha recibido? ¿Por qué pintó lo que pintó? ¿Visión alquímica y carnavalesca del cosmos, como titula Pedro Mesa Cid a su ensayo sobre el arte del Bosco? Quizás el título nos aliente a aproximarnos a la obra del pintor, enervando la potente sensación de ocultismo que provoca, por el desconocimiento que se tiene del alfabeto de la alquimia y del carnaval, pero el enigma que se anida en su obra permanece intacto.

El Bosco, varón culto —su acervo cultural provino de disciplinas religiosas y de sus lecturas de griegos, latinos y “herejes”—, accedió a la fama gracias al pedido de Felipe el Hermoso para que pinte El juicio final; le abrieron las puertas figuras como Margarita de Austria y Engelberto II de Nassau, y las cofradías religiosas pagaban sin regateos su genio.

El Bosco pintó el infierno, acaso como nadie lo ha hecho en la historia de las artes visuales. ¿Se inspiró en La visión de San Pablo, tomada a su vez de La visión de Tundal, como se ha dicho, y La nave de los locos en El barco de los tontos de Sebastián Brant? Las tablas del Bosco, abigarradas de figuras y escorzos simbólicos inescrutables, son la imagen de una humanidad desgarrada y afligida que ha ido a los tumbos por los tiempos. ¿Lo atormentó la relajación de la Iglesia y fue un preluterano que quiso incendiar todo y erigir un templo donde reine el ascetismo de acuerdo a los postulados de los Hermanos de la Vida Común, cofradía de la cual fue cercano?

El Bosco fue un personaje cuya vida y obra estarán siempre veladas por el secreto del ser. El humano como encarnación del mal. Fusión de llamas infernales y el huracán de las veleidades que nos flagelan. Fluidos sulfurosos del alma. Internalización en la perversidad humana. Esoterismo. Magia. Alquimia. Vida y desvida. Vivir y morir culposos. Horror a lo desconocido. Iconografía que predica la moral zahiriéndola hasta el delirio.

“El Diablo/ hocicudo,/ ojipelambrudo,/ cornicapricudo,/ perniculimbrudo/ y rabudo,/ zorrea,/ pajarea,/… mosquiconejea,/ humea…/ Pintor en desvelo:/ tu paleta vuela al cielo,/ y en un cuerno/ tu pincel baja al infierno”.

Este artículo se publicó en el diario El Comercio.

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