Otra vez me atrapa la lectura de un buen libro de cuentos, otra vez son 13 y por repetida ocasión es de una escritora guayaquileña a quien le tengo viva admiración. Cuando Solange Rodríguez me dice que un nuevo producto está próximo a circular, yo me distiendo y espero la joya. Va en vía ascendente (la irregularidad de la escritura es completamente posible). Esta vez el libro cuyo título precede a esta columna, me acompaña durante los apagones y hasta me los hace soportables.
Siempre se ha dicho que un espíritu felón empuja la creatividad, los griegos utilizaron la palabra demiurgo, pero fueron los gnósticos los que le dieron el sentido de “organizadores de la materia” y como esta es realidad degradada ante la beatitud de las ideas (Platón está en la raíz), las pasiones se imponen y arrastran a lo humano. El diablo también saca su rostro a la hora de explicar el lado malo de la vida, como tentador, instigador al pecado, atrapador de almas. Con esta riqueza de significantes, los escritores pueblan sus historias desde antiguo, hoy llama la atención de Solange para situarlo en una vieja casona del malecón, rodeado de gente punk, para regalarle a la protagonista la locura, la locura que es libertad e imaginación sin límites.
Esta escritora debe conocer bien Lima: vuelvo a encontrar un cuento muy bien ambientado en el barrio de Barranco, donde se camina por el Puente de los Suspiros y se asiste a una diablada; las miradas narrativas alternan los ojos del turista español con los del seductor nativo que actúa a sus anchas porque ese es su negocio, para perderse dentro de la cohorte de bailarines que celebran al Supay. La sintaxis de esta escritora es firme, culta, que si deja en boca de personajes el lenguaje de la calle, sube a mejor nivel cuando se distancia de ellos.
“Y la muerte no tendrá dominio” es un título que resuena a poesía. Claro, es un famoso poema de Dylan Thomas, que pinta una fantasmagoría de ruinas totales, pero sobre la cual triunfan la fe y el amor. A Solange le sirve para contar una larga historia de mundo caducado, en el cual seres exhaustos se resisten a extinguirse. ¿Acaso no tenemos en el presente, la fantasía sujeta a ideas de exterminio total? He aquí otra hipótesis, y como tiene que ser en la ficción, otra posibilidad. Nuestra autora ha metaforizado varias veces ese tema.
Jesús dijo: “Mi reino no es de este mundo”, sugiriendo otro que los seres humanos no han esperado sino buscado. ¿Y si en vida algunos se pueden apartar y plasmarlo en la Tierra? Simplemente otro en el cual se comparta lo mejor y el dolor y la enfermedad no tengan cabida. Por eso una mujer desaparece para los suyos y se instala en “Masalla”, dejando testimonio escrito de la experiencia de huir a ese más allá.
La cuna de la narrativa oral que es capaz de salvar vidas está en Oriente. Con resonancias de Las mil y una noches, leemos el cuento Rassa o el sueño de Dios, donde un patriarca, un grupo de mujeres y una esposa principal escondida guardan secretos cuya armonía se derrumba cuando el mundo exterior penetra en el palacio levantado en un orden masculino. Y como la literatura se nutre de literatura, hay tres cuentos que entroncan con una matriz que pone a alguien a escribir. Bien dicho todo, Solange Rodríguez, bienvenido tu nuevo libro.
Este artículo apareció en el diario El Universo.