
Sin posible hendedura, ha penetrado el frío
y simultáneamente, ha escapado el silencio,
porque ha gemido el alma del rondador del indio.
La desazón humana del rústico labriego conmueve.
¿Es elegía a la tierra —¡su tierra!—,
que el alcohol y las lágrimas arrancan al ancestro?
¿De qué vale la risa jocunda de los campos,
de qué las maravillas que dan las frutaledas,
ni la piedad llagosa del lomo de los asnos,
si no obstante las arduas faenas del esfuerzo,
sufre agresivo ultraje su vida elemental,
si la codicia nunca refrena sus excesos?
Para que no se formen las doradas gavillas
está la parabólica cizaña en el trigal.
Semejante a la gota de agua, día tras día,
horada su existencia la tragedia interior…
Sus plantas huellan páramos de niebla y soledad.
La injusticia detuvo el tiempo en su reloj…
El rondador traduce las quejas del cansancio.
Armónico, interpreta la cólera de Dios.
Lamenta el infortunio de aquel destino aciago
y es desgarrado grito de eterna duración!…
Fuente: HUGO ALEMÁN, Antología personal. Quito : Casa de la Cultura Ecuatoriana «Benjamín Carrión», 2003, p. 67.