«Goya, genio y locura», por don Marco Antonio Rodríguez

Una abrumadora bibliografía cubre y custodia vida y obra de Goya. Sin embargo, hay segmentos de las dos que están cautivadas por el misterio. Las puertas del misterio se abren para entrar pero no para salir. ¿Cómo explicar la hermosura ‘clásica’ de sus...?

I

“La dulzura, el estupro,/ la risa, la violencia,/ la sonrisa, la sangre,/ el cadalso, la feria./ Hay un diablo demente persiguiendo/ a cuchillo la luz y las tinieblas” (Rafael Alberti)…

El sueño de la razón produce monstruos. Grabado simbólico de Francisco de Goya (España, 1746-Francia, 1828). Autorretrato. El pintor aparece semidormido en delirante vuelo hacia sus abismos, confinado a sus obsesiones que aletean a su alrededor: guiñapos, muñones, girones, migajas del ser… velados por hilos que sugieren vestigios de rostros espectrales. Un búho solitario canta tormentos y rompe en llanto, pero induce al artista a que persista en su oficio ofreciéndole sus útiles para dibujar.

Una abrumadora bibliografía cubre y custodia vida y obra de Goya. Sin embargo, hay segmentos de las dos que están cautivadas por el misterio. Las puertas del misterio se abren para entrar pero no para salir. ¿Cómo explicar la hermosura ‘clásica’ de sus retratos femeninos y el averno que inauguró con sus Caprichos y Disparates y sus Desastres de la guerra?

¿Dónde están los monstruos míos, será que están durmiendo conmigo?

Dos imágenes del pintor: la de sus detractores —nobleza y clero— aparece como “dotado para la pintura”, estrambótico y brusco, pero ignaro en cuanto a las ideaciones artísticas, culturales y políticas. La verdadera: el artista que cruza la historia como el genio que no solo conoció y combatió el convulso entorno donde vivió, sino que palpó y removió la grandeza y la miseria de la condición humana.

Sus Caprichos son una colección de 80 grabados en los cuales el sarcasmo llega a un punto cimero. Realismo crudo socavando el uso expresivo de la línea —herencia de Alberto Durero— pero fraguado en la insumisión y arrebato de su lidia contra el sistema. Adversario de la Inquisición, fanatismos y supercherías, Goya creyó en una reforma educacional libre y un ordenamiento legal y justo.

En el primer período de sus Caprichos prevalece su crítica desde la razón para escarnecer la doblez de sus contemporáneos, secuestrados por los poderes omnímodos de la Iglesia, prejuicios y puerilidades; en el segundo relega el raciocinio y libera su inconsciente, fundando una serie de personajes desquiciados, lamentables, viciados. Aquelarre fantástico que se mantendrá vigente como las del vaticinador genial del advenimiento del arte moderno que fue Goya.

El aquelarre. Una luz lunar alumbra la escena. Ritual de brujería. El diablo —un macho cabrío exornado por hojas de vid— tutela un grupúsculo de brujas. Una mujer entrega al demonio una criatura recién nacida, mientras una anciana lleva en sus brazos un niño esquelético. Detrás del macho cabrío otra mujer ostenta una varilla de la cual cuelga un racimo de fetos humanos. Al fondo danzan, frenéticas, mujeres de túnicas blancas, alrededor de cuyas cabezas vuelan murciélagos.

Invectiva en contra de nigromancias y hechicerías con las cuales se hostigaba la conciencia de una sociedad saturada de creencias insensatas, Goya fractura la tradición y acarrea los cimientos de un arte innovador.

En su tiempo no fue reconocido en su soberbia magnitud; empezó a ser estudiado fuera de España a mediados del siglo XIX, después de su muerte. Se lo dimensiona como el genio que cambió las artes plásticas desde fines del XX.

El legado de Goya fue cerca de dos mil obras: lienzos, grabados, tintas, dibujos… Esplenden más aquellas que ejecutó bajo el sol abrasador de su oficio que las realizadas por encargo. Goya pintó lo que vio y le susurraron las voces multiformes de los desheredados por Dios y los hombres. Visión que crea. Arte en movimiento. Deformación de sus personajes. Ironía feroz y seductora. Luces hondas y móviles. Lobreguez: risotada que truena por los dislates y melindres que urdimos los humanos a lo largo de la vida.

¿Ambigua la frase que escribió al pie de El sueño de la razón produce monstruos? Goya vislumbró la presencia del oscurantismo. Confiando en la razón, levantó su obra, contrapuesta a las tinieblas que iban a subyugar el mundo. Admonitorio aviso de lo que vendrá. Resistencia a las eviternas diferencias entre quienes lo tienen todo y las legiones de los sin nada. Pero también al ridículo que encarnamos los humanos, conscientes o no, de que este es nuestro peor infortunio: dogmas, fanatismos, soberbias, opulencias…

¿Qué enfermedad asoló su existencia? ¿Apoplejía, sífilis, locura…? Se habló de “enfermedad creadora” para explicar que Goya cruzó los linderos del talento y pasó al firmamento de los genios. “Estoy en pie pero tan malo que la cabeza no sé si está sobre los hombros, sin ganas de ninguna otra cosa que no sea al menos escuchar”, escribió Goya a su amigo Martín Zapater; retumbando en su cabeza sonidos opresores y estridentes, y clausurados sus oídos hasta el fin de sus días.

II

Fleuriot de Langle, un viajero francés, escribió: “No tiene un solo cabello que no inspire deseos. Nada en el mundo es tan bello como ella; habría sido imposible hacerla mejor. Cuando ella pasa todo el mundo se asoma a las ventanas e incluso los niños dejan sus juegos para mirarla” (Goya y las mujeres, 2005). Espíritu inquieto y original, ostentaba belleza, gracia, rango y popularidad. ¿Fue verdad el amor de la duquesa de Alba y Goya?

Goya contrajo matrimonio con Josefa Bayeu, hermana de un renombrado pintor quien lo acogió en su círculo. Siete hijos tuvo con ella, sobrevivió uno. Luego se unió con Leocadia Zorrilla con quien concibió una hija. Episodios eclipsados por las maromas de libertino que protagonizó. Su huida de Zaragoza a Madrid por una riña de taberna; su amorío con la duquesa de Alba; su feroz y letal crítica a la realeza, cuya obra La familia de Carlos IV es una mofa histórica en la que dispuso a su arbitrio a los retratados, contrariando las rígidas e inexorables órdenes monárquicas; el espíritu revolucionario e ilustrado que lo indujo a emigrar tras la “gran náusea existencial” que expresa en los Caprichos, Disparates y Los desastres de la guerra

¿Qué hay después de mi cielo y de mi infierno?

La obra pictórica de Goya no ha podido ser disminuida por grandes que sean sus contradictores como el caso de Ortega y Gasset: “Los objetos que interpreta no le interesan con un interés directo, inmediato, que revele el menor calor humano irradiado hacia ellos. Se limita a interpretarlos según su manera, unos con cuidado, otros con atroz descuido”…

Y en cuanto a sus cartas: “Las cartas de Goya son cartas de un ebanista cualquiera”… Tzvetan Todorov, en su libro Goya, a la sombra de las luces, lo contradice: “Su amistad con los ilustrados de su tiempo le induce a leer y reflexionar sobre su oficio, al punto de sorprender, leyendo ante sus contemporáneos de la afamada Academia todo un manifiesto o teoría de arte que los dejó perplejos”.

Pobre y desnuda va la filosofía. Se trata de un dibujo que, al parecer, incomodó a los egregios pensadores de su tiempo. Espíritu chocarrero, burlón y arrogante, Goya muestra a una joven campesina, cuya vestimenta delata su modesta condición social. Descalza y abstraída, nadie sabrá en qué piensa, sujeta un libro en su mano derecha y otro cerrado en la izquierda. Su rostro es de alguien ignaro y desorientado que alza los ojos al cielo como pidiendo ayuda.

El temperamento apasionado de Goya irrumpe también a favor de los proscritos del sistema. En sus primeros “cartones” (patrones para los tapices reales), aparece su arte denunciatorio contra las iniquidades perpetradas por los poderosos contra los pobres. Dos muestras: El invierno: una familia campesina avanza desolada por la nieve, acompañada por un perro, un burro y un cerdo muerto sobre su lomo. La imagen horada la sensibilidad del espectador con la fatiga y el frío que padecen los peregrinos. ¿Adónde van? Es el camino de los migrantes de todos los tiempos, de una vida miserable a otra peor.

El albañil herido, 1786: masas de color de fondo y restos de andamios. Dos hombres desarrapados llevan en sus brazos a otro con su cabeza caída. El cuadro exuda dolor. ¿Qué pintaba el albañil en las paredes del palacio real?

¿Tuvo relaciones amorosas Goya con la duquesa de Alba? La verdadera respuesta seguirá en la bruma del misterio. No obstante, hay indicios indesmentibles. El Álbum A de Goya, 1976, que seguirá enriqueciéndolo hasta su muerte, 30 años después. Suerte de bitácora de su ser íntimo. Diario visual de un artista que vivió para crear. La duquesa sobrevuela por este compendio de imágenes. Aparece peinándose o acariciando a su hija adoptiva o escribiendo. Un retrato en 1979, vestida de maja con dos anillos con los nombres de Goya y Alba, y señalando el suelo donde está escrito Solo Goya. La imagen de la mujer aparece también en los Caprichos (1797-1798) en varias versiones.

Sordo y viejo, soportando dolores de cabeza insufribles, seguirá acaso por los siglos de los siglos, remirando a la duquesa de Alba, en uno de sus grabados –mujer pájaro prendida a una rama de árbol–, muy cerca de un hombre que es Goya, mientras otro pájaro militar se aproxima a ellos con intención de llevársela, o en Velavérunt (Volaron), estampa en que la duquesa vuela con alas de mariposa, mientras tres personajes masculinos aparecen suspendidos a sus pies, o en su Sueño. De la mentira y la inconstancia: otra mujer también con alas de mariposa semejante a la duquesa pero con dos caras: una mira a un hombre con los rasgos de Goya, afligido, derrotado, que la toma del brazo con gesto de súplica…

“El mascarón, la muerte,/ la Corte, la carencia,/ el vómito, la ronda,/ la hartura, el hambre negra,/ … el sueño,/ la paz, la guerra” (Rafael Alberti).

Este artículo se publicó, en dos partes, en el diario El Comercio. || Parte I || Parte II ||

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