«La alegría con Esperanza», por don Carlos Freile Granizo

Con el antecedente y ejemplo del pueblo hebreo, la Iglesia Católica celebra desde la Edad Media y de manera periódica los Años Jubilares, también llamados Santos. Como es evidente, la palabra “Jubilar” viene de “júbilo”, alegría, felicidad, regocijo, con la aclaración...

Con el antecedente y ejemplo del pueblo hebreo, la Iglesia Católica celebra desde la Edad Media y de manera periódica los Años Jubilares, también llamados Santos. Como es evidente, la palabra “Jubilar” viene de “júbilo”, alegría, felicidad, regocijo, con la aclaración de que el júbilo se manifiesta “especialmente con signos exteriores”.

El papa Francisco ha decidido que este Jubileo se festeje con la mirada puesta en la esperanza. A pesar de todos los conflictos y angustias que padece la Humanidad, o tal vez precisamente por ello, pide que los católicos durante 2025 centremos nuestras vivencias en la virtud teologal de la Esperanza.

Pero también existe la virtud humana, no religiosa, de la Esperanza. De allí mi modesta invitación a mis lectores no creyentes a tomarse una pausa en sus diarias actividades para centrar su atención en este valor básico de la existencia humana y solo humana.

Saint-Exupéry, en El Principito, se refiere con sutileza a la Esperanza cuando la Rosa, en la despedida al pequeño Príncipe, le confiesa: “Deberé soportar las orugas si quiero conocer las mariposas; dicen que son tan bonitas”. Con esta fórmula poética nos da a entender que la Esperanza no es una mera expectativa de un suceso posible en el futuro, sino una forma de acción para alcanzar el objetivo soñado. Tiempo después el filósofo Ernst Bloch en su formidable El Principio Esperanza distinguió entre la “esperanza pasiva”, que es simple espera, inactividad expectante, contemplación estéril del futuro, y la “esperanza activa”, llena de iniciativas prácticas, de hechos concretos conducentes a conseguir el fin propuesto. Las “orugas” de la Rosa representan con precisión todos los esfuerzos realizados con la mirada puesta en la meta anhelada.

Se me permitirá un detalle erudito, una primicia en los estudios sobre el conocido cuento: Saint-Exupéry pasó un corto tiempo en España como corresponsal, para esos días, los de la Guerra Civil (a punto estuvo de ser fusilado por llevar corbata, prenda prohibida para el fanatismo anarquista), ya dominaba el castellano. Por eso es más que posible que hubiese conocido un texto de un poeta español muy leído en su tiempo y hoy casi olvidado, don Ramón de Campoamor (1817-1901), quien escribió en sus Doloras un poema cuyos fragmentos copio:

¡Inés, tú no comprendes todavía
El ser de muchas cosas!
¿Cómo quieres tener en tu alquería,
Si matas los gusanos, mariposas?
Cultivando lechugas Diocleciano,
Ya decía en Salerno
Que no halla mariposas en verano
El que mata gusanos en invierno.



Tú adorarás lo real cuando, instruida
En el ser de las cosas,
Acabes por saber que en esta vida
No puede haber sin larvas, mariposas.

Cada quien saque las consecuencias pertinentes, yo me atrevo a afirmar que uno de los mayores males de nuestra sociedad es la existencia de individuos ansiosos de la supervivencia de las orugas, aunque ellas devoren las hojas del rosal común, símbolo no solo del erario público sino de sus instituciones; con el agravante de ansiar ser ellos mismos las nauseabundas orugas grasientas, depredadoras. Si queremos contemplar las futuras mariposas…

Este artículo se publicó en el diario La Hora.

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