«La curiosa historia del cuadro que mandó pintar García Moreno», por don Gonzalo Ortiz Crespo

La historia del «cuadro de García Moreno» tiene tonos de leyenda: había estado fuera del país más de cincuenta años, parte de ese tiempo enrollado en el fondo de un baúl, pero, paradójicamente...
Fotografía: ®Christoph Hirtz, tomada de Revista Diners.

El año 1942 fue trágico para el Ecuador. A la funesta invasión peruana del año anterior se sumó, como una lápida, el Protocolo de Río de Janeiro que se le impuso al país.

La política y la economía andaban de tumbo en tumbo. La creciente impopularidad del Gobierno de Carlos Arroyo del Río se alimentaba con la represión que ejercía y su tono presuntuoso. La crisis económica era consecuencia de las dos guerras: la sostenida con el Perú y la Segunda Guerra Mundial.

Fue entonces cuando al arzobispo de Quito, monseñor Carlos María de la Torre, se le ocurrió organizar un acto masivo de fe, para promover, por supuesto, el catolicismo, pero también como una medida de consuelo para la población.

La popularidad del prelado estaba en auge por la actitud patriótica que había tenido durante el conflicto bélico, lo que llevó a que fuera apreciado no solo por los conservadores, que lo consideraban su líder, sino por liberales y socialistas —algo fuera de lo común, en un país polarizado—. Se multiplicaban los homenajes de reconocimiento del Gobierno nacional, el Concejo Municipal de Quito y en provincias.

De la Torre concibió entonces algo novedoso: renovar la consagración del Ecuador al Corazón de Jesús. Ahora se lo hace cada tanto, pero en esa época nadie lo había pensado.

El eclesiástico sabía que aquello tendría gran repercusión y que su recién ganada popularidad le permitiría vencer la prohibición de los regímenes liberales a las manifestaciones públicas de fe: un acto como el que se proponía no había habido en Quito en cerca de cincuenta años.

Preparó al público con noticias escalonadas. La primera la difundió el 22 de mayo de 1942: había vuelto al país el óleo del Corazón de Jesús ante el cual, el 25 de marzo de 1874, se hizo la consagración de la República, con la participación del arzobispo José Ignacio Checa Barba y el presidente Gabriel García Moreno.

El cuadro de García Moreno

¿Qué había sucedido? La historia del “cuadro de García Moreno” tiene tonos de leyenda: había estado fuera del país más de cincuenta años, parte de ese tiempo enrollado en el fondo de un baúl, pero, paradójicamente, se lo conocía en el mundo entero.

¿Por qué “de García Moreno”? No solo porque el mandatario encargó al artista Rafael Salas que lo pintara y lo pagó de su propio peculio, sino porque personalmente sugirió al pintor cómo lo quería: Cristo como rey, con su corazón refulgente a la vista, sosteniendo con su mano derecha el cetro real y con la izquierda el globo terráqueo, en el que se destaca América del Sur.

Ante ese cuadro se hizo la consagración pero, año y medio después, García Moreno fue asesinado. La vida de la familia del presidente sacrificado no fue para nada tranquila después de su muerte.

Por eso, tras varios asaltos a su casa, y por el recelo de que la pintura propiedad del presidente fuera objeto de algún irrespeto, se lo entregó a un sacerdote, que la tuvo oculta por algunos años en Quito.

Cuando ya era canónigo, este se la dio al P. Agustín Serrano, sacerdote ecuatoriano de la orden de los Sagrados Corazones, con el pedido de que la sacara del país.

Este se la llevó a Valparaíso, Chile, y la entregó al provincial de la orden, quien resolvió ocultarla, enrollada, en un baúl de su propia pieza, y allí la mantuvieron sus sucesores.

En 1897, siendo provincial el P. Román Desmarais SS. CC., el todavía diácono Mateo Crawley-Boevey SS. CC le pidió el cuadro, que había visto en el fondo del baúl unos años antes, cuando el propio Desmarais se lo mostró y le explicó su procedencia.

El provincial aceptó dárselo con la condición de que nunca saliera de la casa provincial. El diácono lo colgó en su habitación. Con ocasión de su primera misa, en 1898, una amiga chilena donó al P. Crawley un marco de mucha mejor factura que el que tenía ya el cuadro, que pasó al local de la Academia Literaria y posteriormente al aula del curso de Derecho, en la misma casa provincial.

Crawley se fue a Europa a continuar sus estudios. Fue allí que, hallándose muy enfermo, tuvo repentina conciencia de su misión en la vida: entronizar la imagen del Corazón de Jesús en los hogares católicos del mundo entero.

Fue tal su entusiasmo que, a los pocos días, repuesto por completo de su salud, viajó a Roma a pedir al papa Pío X autorización para emprender esta misión. “No le doy permiso para una obra tan magnífica como esta”, le dijo sonriente el papa. “Le ordeno que, de hoy en adelante, usted dedique toda su vida a ella”.

En 1907 el P. Crawley volvió a Chile y comenzó su Cruzada de Entronización del Sagrado Corazón en el Hogar, un apostolado en el que, poco a poco, lo acompañaron otros religiosos y religiosas de los Sagrados Corazones en Chile y otros países. La idea era poner una imagen del Corazón de Jesús en el dintel de la puerta de entrada o en otro lugar de importancia de la casa y hacer una ceremonia para declararlo rey de ese hogar.

¿Y cuál fue la imagen que Crawley escogió para entregar a los hogares a que la entronicen? El cuadro pintado por Salas para García Moreno, que primero reprodujo por centenares, luego por miles y, más tarde, por cientos de miles, al volverse una campaña mundial.

La amplia difusión de la imagen llevó en los años 1920 a los superiores de la congregación corazonista en Valparaíso a exponer por primera vez en público el cuadro da García Moreno. Era lo lógico, pues ya estaban sus estampas en miles de hogares chilenos y sudamericanos.

En la biografía del cardenal De la Torre reprodujo partes del informe que el prelado pidió al P. Crawley, donde dice que, aunque nunca se quiso imponer a las familias una imagen determinada (hay otras representaciones, por supuesto, de origen especialmente alemán y francés), se consideró a esta “como la más apropiada, y tácitamente oficial de nuestra querida obra”.

Relata que para entonces las ediciones de la litografía, cada una de miles de ejemplares, eran incontables, en Chile, Francia, Suiza, Alemania, España, Portugal “y recientemente en Estados Unidos”. “Yo puedo declarar que, al recorrer, por ejemplo, durante seis años las tierras del Extremo Oriente, la encontré dondequiera entronizada en hogares, escuelas, hospitales, rectorías de párrocos, en palacios, en chozas [y] en residencias episcopales”, dice.

Es seguro que no existe en la historia ninguna otra imagen, religiosa o profana, hecha en el Ecuador que se haya difundido tanto como esta de Salas, concebida por García Moreno.

El mayor acto de masas

Durante su visita a Chile en 1941, De la Torre consiguió que se devolviese el cuadro al Ecuador y luego hizo que una religiosa de los Sagrados Corazones lo trajese de vuelta, justo en enero de 1942, coincidiendo con el Protocolo de Río.

De la Torre realizó una planificación concienzuda de su acto de masas y desplegó una intensa propaganda, no solo con publicaciones de prensa y programas de radio, sino con lo que hasta entonces no se había utilizado en Quito para ningún acto, religioso o profano: letreros luminosos en varias partes de la ciudad y banderolas en los postes.

Los eventos para renovar la consagración del Ecuador al Corazón de Jesús ante el “cuadro de García Moreno” se realizaron el 28 de junio de 1942. Y fueron multitudinarios: para el momento de la misa, a las ocho de la mañana, hubo más de sesenta mil personas, según los diarios capitalinos, y aún más por la tarde para la consagración.

El sitio escogido fue el Polo Club, al norte de Quito, en los terrenos en los que actualmente tienen sus campus la PUCE y la Escuela Politécnica Nacional, en cuya inmensa explanada se levantó un altar, dejando el sitio más alto para la imagen, que vino en nutrida procesión desde la aún inacabada Basílica del Voto Nacional.

La concentración tuvo un asombroso orden (ingresos y salidas bien marcados, zonas delimitadas con cuerdas) y modernidad. De esto último da cuenta un sistema de megafonía, con altoparlantes en postes de madera, que cubría todo el espacio y un micrófono central junto al altar que permitió que un maestro de ceremonias comentara la misa y diera instrucciones, algo que también fue una novedad. Las radioemisoras Quito y El Palomar transmitieron en directo.

A la tarde, el arzobispo hizo una vibrante alocución desde el micrófono e invitó a repetir, frase a frase, la fórmula empleada en la consagración en 1874, que se había repartido en millares de hojitas a los asistentes, retumbando las voces en la explanada. Varias veces en el día se entonó el himno nacional, coreado con lágrimas por la multitud, muestra del dolido espíritu patriótico que se vivía.

El acto resultó así de contundente e histórico, siendo la más grande concentración humana que había visto Quito hasta entonces.

Su éxito llevó a De la Torre a planear un recorrido de la imagen por el país: en septiembre estuvo tres semanas en Guayaquil; luego fue a Riobamba, Ambato, Salcedo y Latacunga y, al año siguiente, a Cañar, Azogues, Cuenca y Loja. En cada ciudad hubo actos masivos y renovación de la consagración.

Este artículo apareció en la revista Diners.

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