Quizás nada haya sido enterrado tantas veces en el siglo XX como el arte. Siempre hubo sepultureros prestos para cumplir tan insólito encargo, pero nunca tantos como en el siglo que dejamos. Su fin fue anunciado por filósofos, críticos, moralistas, sociólogos, artistas de las vanguardias… La última ceremonia fue aquella del Centro Pompidou de París. Corría el año 1979 cuando Hervé Fischer anunció la defunción del arte depositado en una caja metálica, en la Oficina de Objetos Perdidos. Su panegírico no tuvo la resonancia que él perseguía, pero logró sus “15 minutos de fama”.
Años más tarde, en 1983, se celebró el acto definitivo. Se rumoreaba que el féretro había sido robado o que las sagradas cenizas habían sido objeto de un conjuro y emigraron nadie sabía adónde. El propio Fischer, el crítico Pierre Restany y el Muy Oficial Danys Tremblay, entre otros deudos y allegados, procedieron a la recuperación y exhumación de los restos mortales de la Historia del arte en una galería anónima, firmando un acta sobre la autenticidad del acto.
Un estudio divulgativo de la muerte del arte, La transfiguración del lugar común: una filosofía del arte de Arthur C. Danto, de poderosa influencia a partir de 1981, fue traducido al español en 2002. El libro surgió luego de asistir a la exposición de Andy Warhol, Las cajas de brillo, 1964. Remedos de recipientes de esponjas para lavar utensilios; no eran simples copias de dichas cajas (ready made, arte con algo existente, para rememorar a Duchamp), sino cubos de madera multilaminada con sus logotipos serigrafiados. Arte conceptual: imposibilidad de discernir entre verdadero y falso. El arte no se diferencia de la evidencia.
Han transcurrido siglos sin que se llegue a una definición irrebatible de artes plásticas. En lugar de llegar a puntos esclarecedores, la cuestión se ha enmarañado con la presencia de la tecnología. ¿No se proyecta ahora mismo la primera exposición de arte creada por IA? Pensar en nuestro tiempo en las “bellas artes” clásicas es signo de decadentismo. El unicus (la obra única) se congeló en el pasado. Las grandes obras del arte universal, en nombre de todo lo que se pueda imaginar, son objeto de vandalismo: hisopeadas, lapidadas, abaleadas…
El papel soberano que le otorgó al arte, la filosofía alemana: arte de la idea o del absoluto, se extinguió y fue sustituida por una innumerable sucesión de teorías, muchas de ellas delirantes y porosas. “Todo ser humano es un artista”, dijo Joseph Beuys hace 40 años. La tinta ha corrido a raudales sobre esta frase del artista creador de un puente entre arte y política, mediante ‘objetos’ y ‘acciones’. “Todo es arte”, proclamó Ben Vautier (activista y artista multidisciplinario) poco después. Sí, hemos llegado a estas aserciones en un mundo digitalizado, robotizado, deshumanizado.
Una crasa indiferencia respecto del arte alienta a las nuevas generaciones. En nuestro medio, las galerías casi han desaparecido. Las jóvenes parejas escogen cualquier paisaje o “abstracto” impreso en 3D, con colores intercambiables, según las tonalidades de sus nimios departamentos, aunque la mayoría prefiere las paredes vacías.
El arte no existe, solo hay artistas. En el tiempo más remoto dibujaban toscamente las formas de un bisonte sobre las paredes de una cueva. A partir de los 60 aparece una multitudinaria presencia de corrientes o estilos; el arte minimal, el procesual, la abstracción excéntrica, la antiforma, el Earth Art y el Land Art, el multiculturalismo, pasando por el fotorrealismo, el apropiacionismo, el grafiti, el neogeo, el neobarroco, el videoarte, los artistas del cuerpo, el feminismo esencialista, las cuestiones del otro masculino y tantos más. “Los seres humanos necesitamos un poco de arte, poesía y libertad para poder vivir”, insistía Archibald MacLeish.
Dinero fácil, parecería ser la razón de vida de nuestro tiempo. Pero siempre habrá legiones de hombres y mujeres que están convencidos que el designio del arte es “quitar el polvo” de la rutina de nuestras almas.
Este artículo apareció en el diario El Comercio.