«’La mujer incierta’», por doña Cecilia Ansaldo B.

Empecé a leer este libro autobiográfico el mismo día en que la autora Piedad Bonnet recibía el Premio Reina Sofía, en Madrid, en reconocimiento a su obra poética. Me gustó esa coincidencia que me retrotrajo a 2015 cuando fue invitada a Guayaquil por la Feria del Libro...

Empecé a leer este libro autobiográfico el mismo día en que la autora Piedad Bonnet recibía el Premio Reina Sofía, en Madrid, en reconocimiento a su obra poética. Me gustó esa coincidencia que me retrotrajo a 2015 cuando fue invitada a Guayaquil por la Feria del Libro, ocasión en que conocí su don de gentes y su pasión literaria. Por esas fechas, ella se refería con una serenidad pasmosa al libro que había publicado por el suicidio de su hijo, Lo que no tiene nombre (2013).

Como ha ocurrido con numerosos autores, el encierro de la pandemia nutrió sus ideas sobre la vida y la muerte e inició este relato que no es una confesión abierta, sino más bien, una inserción de un yo reflexivo dentro de Colombia y el mundo, a partir de los datos específicos de una vida —hay una rigurosa selección de cuánto de lo personal deba compartirse con otros. Lo que salta a la vista son los puntos de coincidencia familiar y educativa entre las mujeres que nacimos en los cuarenta y cincuenta del siglo pasado.

Piedad arranca con los tabúes respecto del cuerpo, cuyo proceso de crecimiento nos cogía de sorpresa, porque en torno de él reinaba el silencio. Un sentido del pudor, aunado con la sensación de pecado rodeaba la pubertad femenina, en la cual madres y monjas deslizaban vaguedades, pero no información. Las curiosidades naturales se cuchicheaban entre compañeras, se sufrían los avances de los enamorados, mientras los adultos insistían en que había que “cuidarse”, todo esto, mientras la lectura de Corín Tellado azuzaba el romanticismo.

Estudiar en una universidad privada una carrera que, para su padre, no servía para nada, es otra experiencia en la que coincidimos, así como escuchar y leer nociones sobre doctrinas justicieras que empezaban en los discursos renovados del catolicismo posconciliar de 1962. Ser docente de colegios y universidades la llevó a ser maestra durante treinta años, simultáneamente a la formación de una familia y a la escritura de sus primeros libros.

A los 15 años, Bonnet tuvo claro que “quería ser escritora”, aunque la convicción tuviera que esperar algunos años. Lo interesante de este libro es que para cada título que precisa temas, la autora ofrece referentes de sus lecturas. Son certeras las palabras de la italiana Natalia Ginzburg: “La satisfacción es un sentimiento de naturaleza tibia y de valor inferior. Es un sentimiento incompatible con la poesía”, que llevan a Piedad a volcarse en las líneas líricas, adecuadas para expresar el dolor, la rabia, los deseos incumplidos.

Sin embargo, en sus libros encuentro versos como “hoy que Dios ha asomado puntual a mi ventana/ y me ha dado solícito mis gafas y mi pluma,/ puedo soñar mi muerte (usted tendrá la suya)/ mientras miro la vida pasar por mi ventana”, que tienen un hálito benévolo. Gran conocedora de la literatura de su país, recuerdo una conversación con ella sobre uno de mis poetas emblemáticos, José Asunción Silva. El libro que comento introduce seis entradas tituladas La espera, donde narra los lentos y cuidadosos encuentros con sus padres, ancianos centenarios.

A base de una cita de Úrsula K. LeGuin reflexiona sobre la condición femenina y la vejez. Se mira a sí misma envejecida, siente como si no estuviera inventada, y fuera obligada a inventarse: dejar de ser una mujer incierta.

Este artículo se publicó en el diario El Universo.

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