«Lo impopular», por don Fabián Corral Burbano de Lara

La democracia, la vida social, las decisiones económicas, los sueños de los escritores, artistas y actores de las redes sociales y, por cierto, el aire que respiran los políticos, están saturados por el síndrome de lo popular...

La democracia, la vida social, las decisiones económicas, los sueños de los escritores, artistas y actores de las redes sociales y, por cierto, el aire que respiran los políticos, están saturados por el síndrome de lo popular.

¿Quién se atreve a ser impopular, a discrepar de las opiniones dominantes, a marcar distancias con esa suerte de religión laica que domina a todos? ¿Quién dice la verdad y enjuicia la hipocresía?

En semejante escenario, no interesa si un aspirante a caudillo es incompetente, si un dirigente de barrio es corrupto o si un artista es un contorsionista disparatado. No es importante si el sujeto de marras es un vendedor de humo, un charlatán, un mentiroso o un doctor. Lo que importa es que el personaje sea popular, y para serlo debe darle gusto a la barra, arengar a la masa, mentir y adoptar el aire del último arlequín.

Pero el problema está en que no todo lo popular es bueno, que la masa con frecuencia se equivoca, que se ha acostumbrado a la gratuidad, la mediocridad y el facilismo.

La verdad es que si se aspira a tener un “país en serio”, esa multitud no necesita solamente intérpretes de sus pasiones y arrebatos, necesita dirigentes que conduzcan, “herejes” que discrepen y audaces que se atrevan a decirle a la gente de qué pata cojea y cuáles son sus deberes. Allí está, precisamente, la diferencia entre liderazgo y populismo.

La democracia es el régimen más sensible al síndrome de lo popular y a la patología populista que la han pervertido y transformado en simple electoralismo.

La propaganda y el discurso de la “salvación nacional” y de la “soberanía recuperada” han reducido las campañas a actos de masas en que prospera la conducta de las barras bravas de los estadios de fútbol.

Las mayorías se constituyen al ritmo de ofertas imposibles, de bailoteos y contorsiones. Los sondeos y las encuestas son la razón de ser de todas las sabidurías y el fundamento de las más descabelladas estrategias. Las repúblicas se confunden con escenarios donde se cuentan toda clase de fábulas y mentiras, al estilo de las sabatinas y otros disparates. El sofisma que anima a ese pragmatismo, a ese cinismo, es que el “pueblo soberano” no necesita conductores; necesita un director de esa infinita orquesta de frustraciones, intereses y sentimientos primarios que condicionan toda racionalidad.

La sociedad de masas, el populismo, la propaganda y los estilos que se imponen para triunfar y mantenerse en el poder plantean graves problemas a la república. Para salvarla y preservar sus virtudes, para rescatar su autenticidad, es preciso señalar sus deformaciones y pensarla más allá de la coyuntura, mirando el fondo de los problemas y la justificación de decisiones quizá impopulares, pero necesarias.

Es preciso pensar serena y seriamente el país que queremos, la ciudad a la que aspiramos; y si entendemos o no las dimensiones de la libertad y de la responsabilidad personal y política.

¿La “ciudadanía” permite cerrar los ojos o mirar a otra parte? ¿Es legítimo tolerar la mentira política?

Este artículo se publicó en el diario El Universo.