El día de hoy, Marcelo Báez Meza, escritor de demostrada dedicación y aciertos literarios, ingresa a la Academia Ecuatoriana de la Lengua, a través de la ceremonia de rigor. Los miembros miramos esa incorporación como un paso que nos compromete con una institución de venerable antigüedad y de nobles propósitos, así como la asunción de responsabilidades públicas en materia de uso y defensa del idioma español.
No hay duda de que se llega a esa posición a costa de méritos. En el caso de Báez, con una entrega vivida desde tempranos años, para que en la medianía de su edad ya ostente diecinueve publicaciones. Cuando se siente la literatura como una fuerza propia, que no se puede traicionar y combinar con tareas irrelevantes, los caminos próximos se van eligiendo para combinarlos con la insufrible demanda de subsistir: entonces se hace periodismo, docencia, gestión cultural, labor editorial.
Marcelo ha hecho de todo eso sin distraerse: apoya las publicaciones ajenas con su propio sello editorial y ostenta el título universitario de mayor nivel. No se ha escondido en una buhardilla bohemia ni se ha envenenado con bebidas espirituosas. Ha ganado muchos premios, y sus libros, de géneros diversos, dan para todos los gustos, aunque siempre ostenten rasgos propios. Yo prefiero por encima de los demás los que emergen de su condición de poeta. Ha escrito poemarios orgánicos, girando en torno de núcleos temáticos que lo revelan como alguien que camina las calles de la ciudad y también las del mundo.
Para lo primero, basta su condición de guayaquileño conocedor de tradición y novedad, de paisaje urbano y de historia; para lo segundo, El mismo mar de todas las Habanas (2013), Babelia express (2014) y Volumetrías (2014), en los que sale del Ecuador para mirar primero La Habana en la medida en que lee a Lezama, luego a Italia y después la obra del gran Botero. Con un uso de la dimensión económica del poema hasta en los textos prosificados, la carga lírica de la visión y lenguaje se impone.
Las seis novelas de Báez nacen marcadas por el ritmo entrecortado del poema y están construidas en forma de fragmentos precisos, palpitantes, de una cadena de hechos que se cuentan apoyados en la reflexión: películas, piezas literarias, datos curiosos despiertan su imaginación hacia nexos audaces. Desde Tan lejos, tan cerca (1996) a El síndrome de Salinger (2024) hay recorrido de adentro hacia afuera, es decir, cada vez más distantes de la subjetividad del autor.
Creo que el medio ha ido acuñando prejuicios contra el concepto y condición de académicos. Hay una escritora colombiana que combate duramente a quienes ostenten tal rango, y descree del trabajo de quienes limpian, fijan y dan esplendor al idioma —según el lema de la RAE—. Usado también el término para quienes mantienen viva la razón de existir de las universidades, a veces descalifica la concentración de acciones intelectuales frente al torrente explosivo del comportamiento popular. Para evitar estas negativas polarizaciones es bueno abrir puertas y tender puentes entre la comunidad y sus pensadores. ¿Acaso las mentes creativas y analíticas no están para eso? Marcelo Báez está cumpliendo desde hace años un rol mediador a base de su activa palabra. Estoy segura de que ahora reduplicará sus esfuerzos.
Este artículo se publicó en el diario El Universo.