«Navidad tumultuaria», por don Fabián Corral Burbano de Lara

Ahora la Navidad nada tiene que ver con el nacimiento del niño Dios, ni con las tradiciones de pastores y ángeles, nada con la fe; y es absolutamente distante del escenario donde la mula y el buey abrigaron la noche helada y preservaron la dignidad...

Lo de estos tiempos nada tiene que ver con el pesebre, ni con la humildad campesina, histórica, de la Navidad originaria, la del relato bíblico.

Ahora la Navidad nada tiene que ver con el nacimiento del niño Dios, ni con las tradiciones de pastores y ángeles, nada con la fe; y es absolutamente distante del escenario donde la mula y el buey abrigaron la noche helada y preservaron la dignidad. Lo que sucede en estos tiempos es la negación de lo que dicen los evangelios, y es lo contrario de todo aquello que los villancicos e historias, antes de la masificación, evocaban entre el calor de las familias. Algo queda en los nacimientos y en las novenas, en las reuniones en casa, en la oración que recuerda la paz que hubo en la sociedad modesta que antecedió a la actual. Algo queda, no mucho ciertamente. Quedan los recuerdos, y para algunos quedan la misa del gallo y los buñuelos. Sobreviven los abrazos y parabienes. Sin embargo, lo demás, murió, y fue enterrado entre el alboroto, la prisa, el agobio y el consumismo.

Esta época está llena de tiempo de tumultos. Tiempo de compras, angustias, atascos y retrasos. Es una época de desmesura. Es un tiempo de obsequiar cualquier cosa, de cumplir con los compromisos, de festejar, de beber y bailar. La fiesta es comprensible, dada la índole de una sociedad que se refugia sistemáticamente en la diversión, que cree que la vida es solo espectáculo. Lo que constituye paradoja injusta es el hecho de que el torbellino, el desenfreno y el desmán hayan desplazado definitivamente a la paz, y que a villancicos y canciones se los haya transformado en sonsonete que tortura a dependientes y compradores.

Que la gente no sepa ni qué se festeja. Que se haya perdido la noción de la prudencia y el sentido de la tradición. Que el mercado invada a las familias, torture y endeude a los padres y envenene a los hijos. Es injustificable, para mí, que la Navidad sea tumulto, y que, a pretexto de la noche del pesebre, se haya mudado la austeridad en frenesí comercial, en desmesura.

Más allá de lo episódico, esta transformación de la Navidad, la negación de la paz a pretexto de la paz, revela la fuerza de la depredación de las sociedades modernas, la potente disolución de creencias, religiones y culturas, y de su capacidad de mutación en lo contrario.

Esta transformación de la Navidad evidencia, además, el hecho de que, entre el asombro de unos y la indiferencia e ignorancia de la mayoría, asistamos a la fundación de un tiempo en que lo se llamaba “el espíritu”, el sentimiento o la razón, se hayan abolido y condicionado, en que la gente sea puro interés y las familias sean, apenas, el punto de partida para emprender la carrera desbocada en pos de la meta hacia ninguna parte.

Reivindicar la Navidad, y volver a las viejas costumbres, es imposible. No lo es, en cambio, pensar, con sentido crítico, en que este vaciamiento moral que sufrimos pueda terminar definitivamente en que la gente sea solo un voraz consumidor, sujeto de propaganda, solamente un cliente, un votante, o una masa de encuestas. Todo, menos una persona.

Este artículo apareció en el diario El Universo.

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