
En un corto y sustantivo ensayo de Wilfrido H. Corral titulado Marcelo Báez, TIERRA DE NADIA, el académico, crítico y escritor expresa: “Algún día se borrarán las fronteras entre los géneros y tanto el hombre como la mujer seremos tan solo uno de modo que no importará quién dijo qué» (89) y continúa: lo que tenemos [en esta obra] no es una utopía irrealizable sino una constatación de cómo la escritura siempre nos permite construir deseos ilimitados.
Nacido en 1969, Marcelo Báez antecedió a la “generación” de los millennial. Suponemos que no lo lamenta, aunque en sus obras se note la ineludible influencia de la inteligencia artificial, pero dicho aprovechamiento no le impide conservar los que llamamos ‘códigos de privacidad’.
Es fundamental entre ellos su dedicación incansable a leer y escribir y, como diríamos en nuestra Sierra, su repulsa a que le den escribiendo; su resistencia a influencias y presencias ajenas, su afán de originalidad, aunque irremediablemente adopte lo que cuanto la IA y otros escritores o textos sugieren a su talento y su talante.
Esta introducción es, como conviene, un ámbito interrogativo: van preguntas que quizá se contesten en su mismo discurso o, sin duda, en su trabajo de cada día, al que hay que estar atentos. Marcelo Báez Ha ganado casi todos los premios literarios existentes en nuestro país, incluido el Aurelio Espinosa Pólit y el Jorge Salazar de Narrativa Breve en Perú. ¿Cómo se siente él, ante sí mismo?
Usted, para sentirse ser, necesita leer y escribir; la variedad de sus lecturas y la de sus textos escritos, su cinefilia, sus sueños se cubren y descubren en cuanto lo leemos; sus lectores lo sentimos desconcertado y desconcertante, burlón, y a la vez, extrañamente auténtico… ¿Cómo siente hoy nuestra literatura ecuatoriana masculina y femenina y cómo, su obra dentro de ella? ¿Qué quiere romper con su trabajo? ¿De qué justificarse o enorgullecerse?
Auténtico polígrafo en el sentido más antiguo del término, ha escrito narraciones, cuentos, novelas, poemas, crítica de cine; ha traducido poesía, y, hay que decirlo, lo ha hecho bellamente. ¿Cuál, de entre estas tareas, lo representa mejor?
¿Qué pensamiento, forma o estilo, qué lecturas han influido positivamente en su trabajo de escritor?
Se sabe de su habilidad para ‘composturas metatextuales’. ¿Cómo las definiría? ¿Cuál de sus obras representa más plenamente este concepto, pues todas ellas tienen algo de estas “composturas”?
Como parecen exigirlo nuestro tiempo y nuestras preocupaciones comunes, a menudo de manera más estentórea y ruidosa que eficaz, muchos escritores varones confiesansu amor por la narrativa femenina; sé quealguna vez se habló de que dicha narrativa era ‘tierra de nadie en Ecuador’. ¿Asume actualmente este criterio de vacío?¿Cree que es tarea de escritores masculinos compensarlo? Nos preguntamos si para contrarrestar este concepto se ocupó afanosamente de Amarilis en un libro nada corto, o en algunos otros…
Su experiencia de escritura y ensayo dirigida a los otros se inició gracias al periodismo, como ha sucedido con muchos de nosotros, pero usted nunca se detuvo; llega al relato corto, escribe poesía y novela, aunque esta última no siempre parezca cumplir el carácter de narración que ‘agarra’ al lector: Catador de arenas, por ejemplo, dotada de vocabulario rico y variado, de menciones a sucesos extraños, desplegados casi científicamente, tiene una gran dosis de intelectualismo y sus personajes no acaban de vivir ni de morir en la narración, por más que vivan y mueran en ella. ¿A qué atribuye esta irresolución? ¿Es suya o es la de los personajes que crea? ¿Lo vive como síntoma de contemporaneidad?
Sus páginas de tono íntimo dejan en el lector un desconcertante tenor personal; la mayoría de los textos suyos que he leído repudian la solemnidad y dan la impresión de que quisiera reírse de sí mismo. aunque, a mi criterio, adolecen de cierta impostación. ¿Cómo conjuga estos aspectos?
La literatura existe para incomodarnos y mover nuestras certezas banales o profundas, pero ¿es parte del rigor escritural proveer intencionadamente al lector de sensaciones incómodas? ¿Perturbar es propuesta voluntaria de quien escribe, o síntoma inevitable de un texto valioso?
Sus palabras, sus héroes ficticios, sus referencias a mitologías antiguas y actuales producen la sensación de que usted elige un estilo, llena el texto de citas con indisimulada intención de deslumbrar al lector. ¿Cabe validar un texto por cuanta incertidumbre suscita en quien lo lee?
Su aceptación de pertenecer a la Academia Ecuatoriana de la Lengua merece nuestra alegría, y también nuestra propia incertidumbre. ¿Qué desea usted para la Academia, para su país? ¿Cree que su obra contribuya a conocer mejor nuestra patria, a mejorarla? ¿Debe, acaso, escribirse para cambiar algo o, decididamente, no?
Si en el Ecuador de hoy vivimos experiencias de desolación y desesperanza ¿encontraremos socialmente, un camino de regreso, o tendremos que rendirnos? ¿Podremos hacerlo? ¿Cómo vivir humanamente sin olvidar ni aislarnos?
Usted me contestará con un gerundio y hará bien: escribiendo. Es ciertamente, lo que necesitamos: incomodarnos, vivir en la incertidumbre, trabajar. Y puesto que la palabra, la palabra bella, buena y sabia quiere ser nuestro reino, hagamos lo posible para crearla; usted es un ejemplo incesante de esa paciencia.
¡Bienvenido!
Guayaquil, 5 de septiembre de 2024