“Señor no estoy conforme con mi suerte/ Ni con la dura ley que has decretado/ pues no hay una razón bastante fuerte/ Para que me hayas hecho desgraciado…”. El pasillo transpira sentimientos arrebatados, delirantes, enardecidos. No es una melodía romántica de amores calmos, es transmisor de efusiones enmarañadas. La cultura pasillera se ha definido como “la inmensa llama de la pasión”.
Exorcización, el pasillo es un estallido de pasiones. Y nada sabemos de estas, solo que nacen y mueren con nosotros. Luz y sombras. Textos musicalizados que dibujan el convulso estado de ánimo de los ecuatorianos.
“te he pedido justicia…/ y no has querido oírme”
Dos retratos de Ángel Leonidas Araujo Chiriboga (Quito 1900-1993), prolífico y notable compositor. Joven el primero, traje oscuro y corbata de lazo (corbata “pajarito” la llamaban). Rasgos lozanos, mirada inquieta, semblante airoso. Algo fruncido el entresijo. Tiempo de su pasillo Rebeldía.
La fotografía separa el instante de una persona o una escena y lo congela, atestiguando la despiadada disolución del tiempo. Fotógrafo y fotografiado participan de la fugacidad y la mutabilidad del ser. La otra imagen de Araujo: cabellera blanca, edad provecta, rostro marfileño, demacrado, afable, leve sonrisa forzada. En su regazo un sombrero que disimula un bastón caoba con sus manos.
“Casi nada te debo no me queda/ sino un amor inmensamente triste/ Ya saldaré mis cuentas cuando pueda/ Devolverte la vida que me diste”. La estrofa del pasillo Rebeldía que, según Gerardo Falconí, significó el detonante para ser estigmatizado de “maldito” por el obispo Carlos María de la Torre, futuro primer cardenal del país, rígido representante del catolicismo ultramontano.
Consagrado como “maldito” en el obispado de Riobamba y execrado desde el púlpito por el iracundo prelado, Rebeldía fue prohibido en disqueras, radiodifusoras y oyentes.
No importan cuán sórdidas, inauditas o suicidantes sean las pasiones que conmocionan los laberintos interiores del ser ecuatorial, siempre están a la mano versos y canciones populares que, en forma de pasillos, acuden a sus oídos. Suerte de imprecación contra el destino, conmoción del espíritu de un poeta, Rebeldía, compuesto por un joven de precoz talento creador, se propaló vertiginosamente.
La implacable sentencia condenatoria popularizó de tal modo el pasillo que se lo escuchaba día y noche en tiendas, bares, cantinas, tabernas… de todo el país, difundiéndose también en provincias colombianas y peruanas. Rebeldía se erigió como uno de los temas emblemáticos del cancionero ecuatoriano y el escándalo que suscitó, congregó defensores y contradictores que llegaron a las puertas del Vaticano.
Nuevas modalidades han remozado el pasillo, fusionándolo con melodías modernas, pero aún se erige como la canción insignia del Ecuador. Son cada vez más escasos los artistas que lo interpretan según los cánones tradicionales, pero no pierde su sustancia en las recreaciones actuales: develamiento de zozobras, vía para aliviar rencores extremos, conjuro de maleficios. (Alguna vez un joven innovador de nuestra música tradicional le pidió a Gonzalo Benítez acoplarse en dúo para posibles grabaciones. El maestro montó en santa cólera y despidió no de muy buenas maneras al entusiasta y bienintencionado músico).
¿Qué gravitó más en la drástica medida asumida por el obispo de la Torre sobre Rebeldía? ¿La herejía que, según él, contenía, o su ultraconservadurismo dogmático? Lo segundo. Cuenta uno de los defensores de Rebeldía que, ocupando ya el sillón cardenalicio, quiso seguir con el proceso excomulgatorio. Delirio de un brillante y sensible artista, creo que nunca se le ocurrió blasfemar, sino rebelarse por las heridas que le dejó un amor inalcanzable.
“Te he pedido justicia, te he pedido/ Que aplaques mi dolor, calmes mi pena,/ Y no has querido oírme, o no has podido/ Revocar tu sentencia a mi condena”.
Este artículo se publicó en el diario El Comercio.