El tuyo, cruzado por las cicatrices
de las viejas heridas, pero intacto
en la simplicidad de su belleza eterna.
Y así, todos los rostros de las gentes todas, avejentados, surcados
por la furia de los años, pero también por el fulgor de la pasión:
por la congoja del dolor sufrido,
mas, asimismo,
por la alegria delirante de un momento cualquiera, de un
minuto especial, de un rasgo de ternura,
de un amor inmortal.
Los rostros de las gentes todas…
un solo rostro: el tuyo, el mío, el de cualquiera.
Fuente: JORGE DÁVILA VÁZQUEZ, Misa del cuerpo. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2021, p. 31.