Esta interesante palabra se origina en el término latino coquina (cocina), y hace referencia, entre varias acepciones, al conocido juego del palo ensebado, muy popular en Iberoamérica pues lo trajeron desde el viejo continente...
Detalle de «La cucaña», de Pieter Brueghel el Viejo.

Esta interesante palabra se origina en el término latino coquina (cocina), y hace referencia, entre varias acepciones, al conocido juego del palo ensebado, muy popular en Iberoamérica pues lo trajeron desde el viejo continente los conquistadores durante la colonia. Hoy, la cucaña, el palo enjabonado, el palo engrasado, según los distintos nombres que se le ha dado en este continente, es parte de la diversión de nuestros pueblos, parte de esta cultura maravillosa que nació de la conjunción de razas, lenguas, creencias, costumbres y formas de vida de la que procedemos con orgullo casi todos los habitantes de este rincón del mundo, salvo quizás algunos resentidos o acomplejados que creen pertenecer solo a un lado o al otro y, en consecuencia, reniegan de su propia sangre.

Alguien con malicia y algo de razón podría decir que la cucaña o el palo ensebado representa también a sociedades como la nuestra en la que resulta un verdadero deporte nacional bajar por la fuerza al que está arriba, cerca de alcanzar la punta del palo, aunque lo hubiera conseguido con esfuerzo propio y sin perjudicar a nadie, o hubiera logrado su ascenso con organización y trabajo conjunto y con las mejores intenciones de compartir su recompensa con los otros.

Pero si revisamos las otras acepciones de cucaña según el diccionario de la RAE, descubriremos que este curioso término llega a describir aún con mayor precisión ciertos comportamientos, actitudes y costumbres locales que son demasiado frecuentes, sobre todo en los últimos tiempos. Así, cucaña es además: “un medio para alcanzar algo rápida y cómodamente” o “aquello que se consigue con poco trabajo o a costa ajena”.

Pero aún hay más, pues esta palabreja que tanto parece representarnos e identificarnos, habría surgido en la Edad Media de un lugar mitológico llamado “País de Cucaña”, en el que sus habitantes vivían entre la abundancia de recursos y alimentos, tanto que tan solo era necesario extender una mano para saciar cualquier necesidad humana. Invito a los lectores a que busquen y observen el cuadro titulado ‘La Cucaña’, del ilustre pintor holandés Pieter Brueghel, en el que se muestra una escena de aquella insolente abundancia en la que los hombres, dominados por la vagancia y la comodidad, se convierten tan solo en parias, menesterosos y mantenidos por la riqueza absurda de aquel lugar.

Y, por si faltara aún otra referencia cercana a nuestra identidad, resulta que aquel mitológico lugar imaginado en la Edad Media fue real y estaba situado aquí cerca, en el vecino país del Perú, y fue descubierto precisamente durante la conquista por Francisco Pizarro y sus tropas, que al llegar a la ciudad de Jauja se encontraron con una cantidad absurda de riquezas, alimentos, ropa y joyas acumuladas allí por los Incas. Ante tal exuberancia, los conquistadores decidieron cambiar el nombre a aquel mítico “País de Cucaña” por “País de Jauja”, y así se lo conoce aún hasta el día de hoy en ciertos lugares de América.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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