
El 6 de mayo de 2025, como parte de los eventos celebratorios por los 150 años de vida de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, la corporación entregó a doña Susana Cordero de Espinosa, exdirectora, la condecoración Pedro Fermín Cevallos, el mayor reconocimiento que entrega la academia a personas e instituciones. En la ceremonia, inscrita en la sesión solemne de conmemoración del sesquicentenario, doña Susana leyó el discurso que compartimos a continuación:
Quito, 6 de mayo de 2025
Este discurso es, de principio a fin, la enunciación de mi agradecimiento; intentará resumir lo vivido y logrado, y desembocar en un final feliz…
Evoco las circunstancias y personalidades que reafirmaron mi vocación a dar y poner en palabras la vida. Desde el principio, todo un ambiente ciudadano y doméstico: la ciudad de Cuenca, mis abuelos paterno y materno, Octavio Cordero Palacios, Rafael Aguilar Pesántez, sabios y hombres de bien que sirvieron con orgullo a la patria en esferas distintas; mi madre, Alicia, que luchó por educarnos noblemente y ya en la juventud, mi maestro en la PUCE, el padre Miguel Sánchez Astudillo. Más tarde, la querida, inolvidable amiga Piedad Larrea Borja y el académico Carlos Joaquín Córdova, que me privilegiaron con su conversación, confianza y amistad.
Quiero escribir, pero me sale espuma escribía Vallejo; yo me ayudo de la maravilla de este verso para que ustedes se hagan cargo de la dificultad de aspirar a decir tanto y, a la vez, evitar que al oírme lleguen, como sin querer, a la espontaneidad y gracia un poco cruel con la que mi nieto José Gabriel me lanzó a sus seis años: “Te estoy ignorando, abuela”.
Hoy celebramos un hito académico singular, aunque vivamos momentos universales cuyo dolor no podemos menospreciar ni menguar; quizá, sí, aprender en él el bien mayor de no admirar la injusticia del poder arrogante, que prescinde del valor de los otros y evidenciar el horror de quien se muestra convencido de dominarlo todo en la osadía que aspira a poseer la Tierra. Aunque no podamos sino íntima y casi vergonzantemente contribuir a la paz, preservemos en el corazón, como pedía Albert Camus, la vívida certeza de hallarnos entre los que no cierran los ojos, ni olvidan ni ignoran…
Soy consciente de que la búsqueda de sabiduría caracteriza el humanismo y nos impide caer en el precipicio del éxito; mi afán ha radicado en trabajar conmigo misma en detrimento del ansia de acaparar, de adueñarme; en vivir cara a la verdad, la belleza y el bien, como pedía Aristóteles, para llegar a ser humana en plenitud.
En 1999, fui a Madrid donde había vivido los años iniciales de mi juventud, para tomar parte en la reunión que inició el cumplimiento de aspiraciones académicas que la extraordinaria actividad de Víctor García de la Concha, director de la RAE, aunada al aporte de la memoria digital, planteó: la redacción del primer Diccionario panhispánico de dudas, para cuya coordinación nuestra AEL fue nombrada en representación del Área Andina. Trabajamos virtual y presencialmente durante algo más de cuatro años, en algunos países americanos. La obra vio la luz en 2005.
Se sucedieron trabajos de distintas obras, dirigidos por conspicuos académicos y filólogos españoles en los que participamos las academias miembros de ASALE. En 2009, formé parte de la Comisión Permanente de la ASALE en Madrid y comenzó el estudio para la redacción del Diccionario de americanismos; vino luego la Ortografía de la lengua española, sabio resumen de ese arduo capítulo de nuestra lengua, cual es el universo de la escritura correcta que, sobre los otros saberes gramaticales, preserva la unidad del idioma. Vinieron la Nueva gramática de la lengua española, El diccionario panhispánico del español jurídico, presentado en Quito en la Iglesia de La Merced, en 2017, en cuya segunda edición colaboraron los académicos Fabián Corral, Óscar Vela y el querido jurista quiteño desaparecido, Ernesto Albán Gómez. A estas publicaciones centrales se añaden las de otros diccionarios que llamamos ‘menores’ el Esencial, el del Estudiante, etc.
Vuelvo a 2013, cuando, contra viento y marea, dada la distancia al Centro —que es más bien sensación que realidad y mucho más ahora que contamos con el metro— decidí, como primer gesto de mi dirección iniciada tras la muerte de Renán Flores Jaramillo cuya subdirectora fui, trasladarnos a vivir a nuestra casa, entonces aún en restauración gracias al aporte económico de la Agencia Española de Cooperación y de nuestro I. Municipio. Así, desde dentro urgimos al arquitecto responsable a vigilar detalles, a culminar los trabajos faltantes hasta recibirla casi a gusto de todos. Ya desde la ocupación de nuestra casa habíamos firmado acuerdos con el I. Municipio de Quito para su preservación y conservación, al tratarse de un bien patrimonial.
En 2016, año de la muerte de Cervantes, nuestra sede presentó una hermosa exposición de cuadros y esculturas de artistas ecuatorianos con temas cervantino-quijotescos. Recordamos con agradecimiento a su curadora, la admirable crítica de arte Inés Flores. Sostuvimos jornadas cervantinas con la Universidad Técnica Particular de Loja acompañados por el entonces director de la RAE, Darío Villanueva, y sufrimos los temblores del terremoto que asoló importantes ciudades costeras.
Pero el 2020 llegó la pandemia que alteró traicioneramente nuestra cotidianidad. La tercera semana de ese febrero aciago había viajado a Madrid a tomar parte en la redacción del Diccionario fraseológico del español de América, cuando supimos, todavía en voz baja y conocimos luego que una pandemia abrumaba al mundo. Obligada al encierro en casa ajena, decidí mi regreso; desde el aeropuerto, vacío de mi gente querida, se me anunciaron varios días de reclusión en un hotel ad hoc para la circunstancia.
Tras las exigencias y protecciones contra la pandemia, volver a trabajar en nuestra casa fue decisión audaz que debimos tomar, aunque, en rigor, la comisión académica ha podido seguir colaborando gracias a la red, y en este aspecto, quizá la pandemia colaboró positivamente.
El trabajo fundamental de redacción de nuestro Diccionario académico de ecuatorianismos, iniciado en el 2013 bajo mi dirección y con aportes de ex becarios ecuatorianos preparados en la Escuela de Lexicografía Hispánica de Madrid, contó con una discreta donación económica del Ministerio de Cultura, gracias a la cual pudimos contratar el programa digital para contar con el Corpus del habla del Ecuador, herramienta fundamental para investigadores sobre la palabra, la literatura y la cultura del país. Igualmente, pudimos tecnificar y actualizar nuestra biblioteca, de espacio muy reducido para nuestras necesidades. La primera parte del diccionario, hasta la letra hache comenzó a completarse hacia 2016 o 17 gracias a la experiencia lexicográfica de Valeria Guzmán, dos veces becaria en España por solicitud nuestra, que formó a su regreso la Comisión académica de redacción del Diccionario académico de americanismos, constituida, al principio, por una pléyade de valiosos académicos que, con la pandemia, dejaron de formar parte de dicha comisión; esta quedó conformada por los académicos Marco Antonio Rodríguez, Julio Pazos, Diego Araujo, Fernando Miño-Garcés; Bruno Sáenz Andrade y algo más tarde, Susana Cordero. Aquí, mi evocación apenada de la presencia generosa de Bruno Sáenz, que se fue impensadamente y la de Fernando Miño que alcanzó a acompañarnos hasta su edición y, como Bruno, nos dejó. Evoco con enorme nostalgia su bondad, sabiduría y eficacia.
“Este diccionario, dije en su presentación, es testimonio de nuestra memoria lingüística y cultural, reflejo de quienes somos como ecuatorianos con nuestras palabras y nuestros decires; es herencia que invita a reconocernos y a celebrar la riqueza de nuestra identidad”.
También manifesté cómo hasta hoy, académicamente, nada nos pertenece más, ni más auténticamente que lo recopilado en este libro. Nuestras hablas nos ayudan a decir y a ser conscientes de nosotros mismos, de nuestros caracteres y nuestra situación en el mundo”. Su edición estuvo lista para el aún reciente XVII Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, que, con la cooperación de la Universidad de La Rioja y otra vez la de la Agencia Española de Cooperación Internacional tuvo lugar en Quito, en noviembre de 2024. Recibimos en nuestra ciudad barroca a alrededor de sesenta académicos de las 23 academias de la Lengua, incluidas la Filipina, la Norteamericana y la Ecuatoguineana y presentamos también una antología sobre el gran César Dávila Andrade así como Pórtico, selección de los discursos más significativos pronunciados por nuestros académicos fundadores, estudiados y antologados por el académico hoy decano nuestro, don Simón Espinosa Cordero.
Algunos convenios culturales nos ayudan todavía a desplegar nuestro trabajo, y menciono especialmente a la Universidad del Azuay que edita cada año nuestras Memorias.
La colaboración académica es incesante en publicaciones y quehaceres actuales de la Asociación; me eximo de nombrar a cada uno de los académicos que toman parte en las diversas comisiones. He estado y trabajo con ellos en cuantos termas y comisiones me ha sido y me es posible hacerlo. Durante estos años han ingresado a nuestra AEL nuevos miembros correspondientes y han ascendido varios de entre ellos a miembros de número. Deseo fervientemente que cada uno de ellos se sienta imbuido del interés y la ilusión de trabajar desde nuestra Academia a favor del conocimiento, la preservación y la belleza de la palabra que la gracia de la vida nos entregó, y de colaborar de este modo a cambiar la que considero la mayor desgracia del Ecuador, nuestra educación.
En cuanto al quichua, recibimos con satisfacción en nuestra casa a don Bernardo Chango y a una delegación de la Academia de la Lengua Kichwa, para la presentación de su diccionario bilingüe. Por primera vez, en el lapso de ciento cincuenta años de existencia académica, se presentó en nuestra Academia un diccionario de la principal lengua indígena hablada en nuestra patria, redactado en común por académicos de todos los ámbitos de habla del quichua en el Ecuador, habiendo sido esta lengua la que más ha influido en el español ecuatoriano.
Lamento, como en otro momento, esta larga enumeración, sin el espacio indispensable para que hable también el corazón.
Quizá, tras de lo dicho, sepan encontrar ustedes el amor que nos guía, nuestro entusiasmo por devolver a la patria algo de lo recibido y el profundo afecto y respeto que, en este largo tiempo, puebla mi relación con cada uno de ustedes, hermanos académicos.
Hace poco escribí: “Creo que lo vivido y lo por vivir testificarán que, aun en las circunstancias que vivimos tenemos derecho a creer más en el bien que en el mal, como marca de nuestra naturaleza, y a difundir en nuestra vida esta creencia. Lo terrible resulta darnos cuenta de que cuando el mal se engendra en alguien puede hacer infinito daño, mucho mayor que el que haría el beneficio del bien”.
Hasta aquí, señoras y señores, querido director, imprescindible amigo Francisco Proaño, queridos académicos.
Querido Julio, amigo de siempre: quiero y debo agradecerte por haber aceptado hablar en esta ceremonia singular, que celebra la vitalidad de la palabra, la de nuestra Academia, la de nuestro pasar. Permíteme, y no solo por hoy, sino porque una vez y para siempre me hirió, por fortuna, la belleza de tu poesía, repetir hoy, para todos nosotros, la maravillosa lección del poema
“Encuentro con la madre”:
Las nubes ruedan por el llano sonando mundos
Lanzados desde otras riberas.
Caes tú.
Leve espuma de albúmina
Y me dices urgente, como si fueras a quitarme
La razón
No, mi hijo, no te desvivas por la muerte.




