
El 7 de febrero de 2013, don Julio Pazos Barrera se incorporó a la Academia Ecuatoriana de la Lengua en calidad de miembro numerario. En la ceremonia leyó el discurso que compartimos con ustedes a continuación:
Poesía lírica del Ecuador. Tiempo, Espacio
Quien deseare adentrarse en la compleja índole de la poesía lírica, es decir, quien se propusiese buscar alguna explicación de las emociones que le produjeron las lecturas de ciertos poemas, puede acudir a los estudios de Dámaso Alonso, Carlos Bousoño, W. Kayser, así como a los de Gustavo Alfredo Jácome, Marco Tello, Hernán Rodríguez Castelo, Simón Espinosa, entre otros. Los estudios de estos autores se inscriben en la denominada Estilística Literaria. Estudios a partir de otras poéticas se encuentran en los trabajos de Álvaro Alemán, Fernando Balseca, Santiago Páez, Carlos Aulestia, también entre otros.
El presente ensayo no se propone analizar las emociones estéticas antes aludidas, solo pretende examinar un componente de la poesía lírica y que se refiere a la articulación de las nociones de tiempo y espacio reales. Esta funciona, a mi entender, como indicadora de la procedencia del texto y al mismo tiempo como el sustento de su identidad.
Debo aclarar que la aproximación no es exhaustiva. He optado por la representatividad, a riesgo de soslayar importantes textos. Más todavía, el intento se desarrolla a partir de un verso de un poeta de la segunda mitad del siglo XX, en cuyo sentido culmina un largo proceso. Por cierto, la aproximación se inicia con el registro del tema en los poemas que aparecen como antecedentes.
Pienso que la justificación del presente ensayo radica en la focalización de las nociones de tiempo y espacio que se manifiestan en la poesía lírica del Ecuador. En otras disciplinas del conocimiento el tema se ha desarrollado con profundidad y amplitud, precisamente en la segunda mitad del siglo XX. En el campo del análisis de la poesía lírica del Ecuador, el tema no se ha examinado o se ha examinado muy poco.
No se me escapa que en el texto lírico y quizás en el arte literario en general, los referentes reales solo aparecen como indicios. En los poemas narrativos y en las narraciones propiamente dichas esos indicios sirven para otorgar verosimilitud a la anécdota. En la poesía lírica los indicios se comportan de otro modo; en esta, subyacen en la superlativa materia emocional que el poeta busca comunicar al lector. Pero también se debe considerar que los poemas contienen múltiples evocaciones de cuerpos, plantas, animales, minerales, etc., que se expresan como metáforas, desplazamientos calificativos, visiones, símbolos, etc. En la mayoría de textos líricos las anécdotas se reducen a detalles esporádicos. De modo que los indicios espacio-temporales, directos o indirectos, son referentes reales muy disimulados y por lo mismo el lector no los advierte inmediatamente. Tal vez esta sea la razón por la cual la poesía lírica del Ecuador, nunca o muy rara vez sea tomada en cuenta en los análisis sociales, políticos y económicos. Algo parecido ocurre con la Arqueología, la Antropología y la Arquitectura. Salvedades pueden ser las artes plásticas y la novela; de estas, por ejemplo, alguna importancia, en los análisis mencionados, se ha dado a la pintura indigenista y a la novela del realismo social.
Noción de país
Las nociones del tiempo y el espacio reales presentes en la poesía se integran en el panorama más amplio de la noción de país. Esta noción no encuentra eco suficiente en grandes sectores de la población del Ecuador, puesto que si algo de ello se memoriza, ese algo se limita al entusiasmo más que al conocimiento de profesores de escuelas, colegios y hasta universidades.
El tema de la noción del país se encuentra en los ensayos de escritores especializados y en otros de formación académica que escriben para los diarios. Algunos autores de ficción han escrito libros sobre el tema y también lo han hecho algunos estadistas.
Interrogantes, dubitaciones, negaciones, ironías y afirmaciones se manifiestan en el tratamiento de la noción de país. Las interrogaciones contenidas en este párrafo de Fabián Corral, ocultan la negación. El párrafo reza: ¿Somos país? ¿Es el Ecuador un sitio de encuentro, un factor de unidad, de reconocimiento: es nación este territorio que debió llamarse Quito? ¿Existe la identidad, esto es, la capacidad de sentirnos hermanos, de reconocernos, de vincularnos por las tradiciones y sobrevivir por las ilusiones; o esa identidad es tardía construcción intelectual a la moda y sin sustancia[1].
Es rotunda la negación; aunque eso de “tardía construcción intelectual” endilgada al asunto de la identidad puede no serlo si se piensa que esa construcción es la culminación de largos procesos.
Jorge Enrique Adoum ironiza cuando comenta el nombre del país, Ecuador, adoptado por el Estado en 1830; aunque alude a la tradición que, por cierto, es anterior al Estado. Alusión que es una afirmación.
Escribe Adoum:
“Entonces comenzamos a llamarnos Ecuador: nombre disparatado, digo yo, porque a ningún estado se le ha ocurrido llamarse nunca “meridiano” o “Paralelo 42” o “Trópico de Cáncer”. Nombre, además, extraño a nuestra tradición cultural ya que surge a ‘espaldas de la realidad histórica y como una identificación geográfica hecha por extranjeros a una circunscripción histórico-cultural que tenía nombre propio antes de la colonia: Quito”[2].
El largo proceso de la “tradición cultural”, según Jorge Enrique Adoum, se inició mucho antes de la conquista española. En sus propias palabras en los primeros mapas de lo que luego iba a llamarse América nuestro territorio aparece como una provincia grande y desarrollada, que contenía en su suelo culturas que, a juzgar por sus vestigios, aún hoy asombran, como las de Valdivia —sin parangón en ese período de América—, La Tolita, Chorrera, Jama-Coaque…
Y era una provincia rica: exportaba, desde 3.000 a.C., la concha bivalva Spondylus, que fue considerada alimento de los dioses[3].
Ironía se encuentra en la primera línea de un párrafo escrito por Miguel Donoso Pareja. Su pregunta: “¿cuántos sabemos” alude al conocimiento de la antiguas culturas. Donoso dice:
“Sabemos —¿cuántos sabemos?— de nuestra tradición de navegantes, de mercaderes que llegábamos hasta el Gran Chimú, por el sur, y hasta México por el norte, de las balsas mantense-huancavilcas que durante sus largas travesías se unían en las noches para formar esa especie de ciudades flotantes, como la que vio Bartolomé Ruiz; de Salango [ … ]; de los Amantes de Sumpa, de las culturas Valdivia, Tolita y Chorrera”[4].
De hecho, el tema de la noción de país, en la segunda mitad del siglo XX, impuso un cambio de actitud con relación al tiempo histórico, al espacio geográfico y a la cultura. Juan Valdano escribe: “No es raro que el fenómeno globalizador despierte viejos temores en sociedades como las latinoamericanas que, no obstante haber soportado largos períodos de colonización, han logrado conservar sus identidades y costumbres ancestrales”[5]. Se entiende que Valdano incluye en su apreciación a la sociedad ecuatoriana. Cabe decir que identidad y costumbres ancestrales son conceptos que conducen a reflexionar en un tiempo y un espacio dados. Valdano afirma que: “(…) toda filosofía es siempre filosofía de un tiempo, de un lugar, sabiduría con la que un pueblo interpreta su ser y su circunstancia”[6]. Las reflexiones de Adoum, Pareja, Corral se insertan en el razonamiento de Juan Valdano.
Sobre el tiempo y el espacio
Se ha dicho que la percepción del tiempo se inicia con la observación de los movimientos de la naturaleza: frecuencia de las estaciones, crecimiento de las plantas, envejecimiento, etc. Para M. Bajtin, en el marco de ese transcurrir del tiempo se instala la lectura de “los complejos indicios del tiempo histórico propiamente dicho: las huellas visibles de la creatividad humana, las huellas dejadas por las manos y la razón del hombre”[7].
¿Cómo se observa esta complejidad en la literatura? Según Bajtin: “Un artista lee en estas señales —o huellas— las ideas más complejas de los hombres, de las generaciones, de las épocas, de las naciones, de los grupos y clases sociales”[8].
Bajtin abstrae estos conceptos de la lectura de W. Goethe. Para precisar el procedimiento adoptado por el escritor alemán, glosa un párrafo de su Poesía y Verdad. Dice que Goethe habla de un “procedimiento bastante raro” al que recurría a menudo. Un objeto o una localidad que eran interesantes para él, los solía esbozar sobre un papel mediante unos pocos trazos y los detalles los completaba con palabras que escribía allí mismo sobre el dibujo. Aquellos asombrosos híbridos artísticos le permitían reconstruir en la memoria, de una manera exacta, cualquier paisaje (Localität) que le habría podido servir para un poema o una narración[9].
Goethe, según Bajtín, ubicaba los objetos y los paisajes en el tiempo. “Para él lo contemporáneo, tanto en la naturaleza como en la vida humana, se manifiesta como una diacronía esencial: o bien como residuos o reliquias de diversos grados de desarrollo y de las formas del pasado, o bien como gérmenes de un futuro más o menos lejano”[10].
Sabemos que el tiempo en la obra literaria es una representación lingüística del tiempo real, en ella se funden el tiempo interno del poema, el tiempo del autor y el tiempo histórico. Para los fines de este ensayo solo me interesa la representación del tiempo del autor en proyección histórica y tal como ocurre en la Historia de la Literatura, cuando en esta se organizan diacrónicamente estilos y generaciones.
Para una breve aproximación al concepto del espacio en el texto artístico, son útiles dos de las ocho poéticas del espacio que registra Janusz Slavinski. Una se refiere a esquemas composicionales del espacio presentado fijados en la tradición, a la tópica espacial literaria entendida de manera amplia, a los métodos de descripción, a los principios que determinan el valor semántico de las representaciones espaciales [ … ] —propias de las épocas, culturas literarias, corrientes o géneros—[11].
“El valor semántico de las representaciones espaciales” alude a la relación de nombres geográficos, de ciudades y descripciones mencionados en los poemas con los del espacio real. La otra poética del espacio presente en las investigaciones literarias concentra su atención en las “unidades lexicales y fraseológicas, expresiones metafóricas, etc., (es decir, las cargadas de sentido espacial) [ … ] encima de ellas se construyen sistemas semántico-estilísticos individualizados de un texto”[12]. La primera poética puede aplicarse a las referencias espaciales de los poemas de Juan Bautista Aguirre, Mariano Andrade y Medardo Ángel Silva, en tanto que la segunda puede convenir a los poemas de Jorge Carrera Andrade, Jorge Reyes, César Dávila Andrade, pletóricos de enunciados metafóricos.
Aunque parezca obvio, los conceptos de tiempo y espacio expuestos no excluyen la subjetividad del poeta y no son verificables sino a través de su actividad creadora. Esta consideración conduce a otro campo, al de la explicación del misterio de la poesía. Para decirlo de otro modo me apoyo en las penetrantes aseveraciones de Pierre Reverdy, quien habla de la realidad, que no es otra cosa que la interrelación de tiempo y espacio:
La poesía tiene su fuente en ese doloroso punto de contacto entre lo real externo y la conciencia humana —en ese punto en que el hombre se siente desolado al comprobar que su conciencia es superior a las cosas —que no la tienen— y que es en gran parte esclava de esas cosas. Para destronar esas cosas a favor de su conciencia, las nombra— y al nombrarlas, se apodera de ellas y las domina. Pero solo se apodera de ellas y las domina nombrándolas como quiera y plegándolas a su voluntad para expresar la superior realidad de su mundo interior[13].
Y en verdad los poetas del Ecuador en general, y en particular los de la segunda mitad del siglo XX, se apoderaron de las cosas, del tiempo y del paisaje o localität en el que nacieron.
Verificar el proceso
Vayamos ahora a las aplicaciones conceptuales esbozadas; para ello examinaré los antecedentes, puesto que la producción lírica de la segunda mitad del siglo XX es una continuación, un tramo de un proceso que no concluye en frontera alguna.
El ordenamiento de los textos supone un mínimo marco de Historia de la Literatura. En este campo solo mencionaré las fuentes: Historia de la Literatura Ecuatoriana, de Isaac J. Barrera, los libros y prólogos de Hernán Rodríguez Castelo y la Historia de las Literaturas Ecuatorianas, editada por la Corporación Editora Nacional y la Universidad Andina Simón Bolívar. Además, conviene anotar que la selección de los textos, si no arbitraria, mucho depende de aquellos que en mayor o menor medida se ajustan al tema propuesto.
Como los poemas revelan modos de ver el mundo y estilos diversos, observé que pueden agruparse en dos actitudes: la una es crítica, recia y cruda y la otra, amable, luminosa y contemplativa.
En 1750 llegó a Guayaquil el jesuita Tomás Polo Nieto del Águila y fue recibido por sus compañeros de Orden, uno entre ellos fue Juan Bautista Aguirre. El suceso dio lugar a un extenso poema de Aguirre escrito en octavas reales. En la quinta estrofa se leen estos versos: “Polo que, hollando al mar su undosa plata, / la línea oprime con brillantes huellas; / porque ardan, cuando el Ecuador corona, / dos soles juntos en la ardiente zona”. (estr. 5)[14] Contienen ya la referencia a la línea ecuatorial y al haberla cruzado en el trayecto de Panamá a Guayaquil. Por este dato se advierte que Aguirre estuvo al tanto de la Misión Geodésica Francesa y de su actividad científica. En las postrimerías del barroco literario se poseía una clara ubicación geográfica del país y el motivo con el paso del tiempo se convertiría en emblema. En el mismo Rasgo épico a la llegada de la misión del P. Tomás Polo Nieto del Águila…se lee la barroca descripción del Golfo de Guayaquil y del río Guayas:
En este tiempo, pues, la nao divisa
de Guáyac la ribera, en quien la Aurora,
su tierno rosicler, deshecho en risa,
argenta perlas y corales dora:
de Guáyac que del sur en la tez lisa
esmeralda se miente nadadora,
e Ícaro verde que, calzado espumas,
el aire peina con frondosas plumas.
De Guáyac que de perlas cairelado
en verde semicírculo figura;
sobrecejo que el mar arqueó admirado
de tener sobre sí tal hermosura:
iris frondoso que, de luz bañado,
de alabastros efímeros se mura,
mostrando que hay, pues tal beldad encierra,
epiciclos también acá en la tierra.
De Guáyac contra quien, con saña undosa,
entre purpúreos nácares levanta,
para tragarla el mar, sierpe espumosa,
crespa de perlas su fugaz garganta…
Llegó la nave, pues, a esta eminente
península del mar, que siempre ha sido,
de las que aran del sur la cana frente
aves de abeto, el más fecundo nido. (Estr. 27-31)
Llama la atención el nombre Guáyac en lugar de Guayas. No es oportuna la descodificación de la expresión barroca; aunque solo vale decir que las “aves de abeto” son los bergantines acoderados en el famoso astillero, el que a su vez es nido.
Del mismo autor, en el poema Breve diseño de las ciudades de Guayaquil y Quito, Guayaquil es descrito mediante la modalidad de lugar ameno de la literatura latina y que por ser tal no corresponde a la realidad geográfica del Puerto; en cambio, la décimas dedicadas a Quito contienen descripciones jocosas y apreciaciones negativas, aunque más cercanas a la realidad. En la estrofa 35, penúltima, aparece la ubicación geográfica, aunque en sentido negativo: “Y así mienten los franceses, / que andan a Quito situando / bajo la línea, cuando / es cierto que está este suelo / bajo las ingles del cielo, / es decir, siempre meando” (estr. 35)[15].
Será el jesuita quiteño Mariano Andrade, el que describirá a Quito mediante el tópico latino antes aludido. Su Despedida de Quito, al salir desterrado, rezuma dolor debido a la circunstancia a la que se refiere. En una de sus estrofas se lee: “Allí, donde amante el sol, / con inseparable giro, / está siempre vertical / por contemplar aquel sitio” (estr. 17)[16].
Ciento cuarenta años más tarde, Medardo Ángel Silva escribió su libro Trompetas de Oro. Corresponde la producción lírica del poeta guayaquileño a un segundo momento del modernismo, el que inició Rubén Darío, a raíz de la derrota española de 1898. Este modernismo ya no es evasivo. En el libro de Silva, del antecedente rubendariano, solo quedó la palabra raza, en alusión a España. Silva, en cambio, hace una exaltación cívica en honor de los héroes de la independencia americana, todo en un marco espacial que incluye el “Amazonas legendario”, el “lírico Guayas” y “el rugido colérico de tus volcanes insomnes”. (36)[17] El espacio en el que ocurren los hechos heroicos se expresa así: “¡Una vez más sientan los Andes los pies de la raza / y sea de nuevo el ademán estupefacto, / el mudo asombro ante el prodigio / con que vieron Pichincha y Chimborazo, / a los conductores del alma de América. (41-45)[18].
A propósito de la inauguración de la Columna de los Próceres de la Independencia, Silva se refiere a la unidad en estos versos: “Sobre el trajín de la ciudad aún niña / que alarga sus músculos en ansia de vivir tumultuosa, / sobre el diario medrar por el mendrugo / y contra la miseria de pupilas oscas, /serena y magnífica, / sancta sanctuorum de nuestras glorias, / tabernáculo de nuestro orgullo, / la Columna se eleva en el cielo rosa”. Mendrugo y miseria son indicios de aprehensión de la realidad poco idílica. Esta actitud aparece en la descripción del barrio Quinta Pareja:
A la luz del candil se proyecta en el muro
una danza de sombras en impresión goyesca,
y, las frentes veladas de mechones oscuros,
disputan los matones amigos de la gresca.
Los roídos faroles, con lenguas amarillas
de luz, lamen las calles; y, en todas las chinganas,
mujeres cenicientas de chupadas mejillas
excitan los rigores de las bestias humanas…
Por las torcidas rutas de este inmundo vivero,
la Lujuria y la Muerte caminan de bracero
y sube infecto vaho de la sombra clemente,
cual la respiración de una fiera cansada,
el olor que en la noche difunde la barriada:
olor de hembras, a guisos, a lodo y aguardiente. (1-14)
Esta crudeza es un antecedente de lo que vendrá más tarde, en la segunda mitad del siglo XX. No obstante, la declaración del origen y apropiación del espacio que hace Silva es contundente: “¡Oh, ciudad de Santiago, ciudad pequeña y mía, / que abrigas mi alegría y mi melancolía/ y el Universo lírico que dentro el pecho llevo”.
Las referencias espacio-temporales en la obra de Jorge Carrera Andrade son numerosas. La imagen de su ciudad natal en lenguaje metafórico y amable llega a su culminación en el poemario El gallo de la Catedral, de 1928. Los detalles de la ciudad tienen nombre y cada uno da lugar a un poema. Estos son: “El Arco de la Reyna”, “Paseo de La Alameda”, “La torre de La Merced”, “Campana de San Blas” y “El río de la ciudad natal”.
En el poemario, Boletín del clima, también de 1928, se encuentra otro hito de la geografía, antes descrito por Juan Bautista Aguirre, se trata de “Promesa del río Guayas”. Una referencia global contiene el poema “Lugar de Origen”, que trae el libro del mismo nombre, de 1945. Se inicia con este verso: “Yo vengo de la tierra donde la chirimoya”. No dice el nombre de esa tierra, ni hace falta porque ese fruto se da en Guayllabamba, Cumbayá y en las provincias de Los Ríos y Guayas.
Pero será en Hombre Planetario, de 1959, donde aparecerá el país con la mención del ya antiguo motivo de la Línea Equinoccial. Los versos rezan
Pero fija, invisible
mi raíz en el suelo equinoccial
nutriéndose del agua de los ríos,
del loro, profesor de ortología,
del saltamontes y del colibrí
mis íntimos aliados naturales[19].
Podría pensarse que el tiempo, para los jesuitas del Extrañamiento, no iba más allá de la visita de los académicos franceses, de igual modo, que el tiempo para Silva se iniciaba con la Independencia. En la obra de Carrera Andrade, el tiempo se amplía al período hispánico y un poco más, hasta el incario —el antecedente de este tema se manifestó en Olmedo y en la aparición de Huayna Cápac, en su canto a Bolívar—. En Carrera Andrade, es Atahualpa
Atahualpa repite su derrota
herido cuantas veces en mi pecho
por un Pizarro.
Vencedor y vencido luchan en mi interior:
el rey indio despliega su plumaje,
el agua de los siglos lava el suelo
que cubren las sonrisas del maíz
y el jinete de hierro se arrodilla[20].
Jorge Reyes, posmodernista como Carrera Andrade, escribió Quito, arrabal del cielo (1930). Su texto se inscribe en la actitud crítica. Esta es una muestra
Quito, arrabal del cielo
con ángeles que ordeñan en los corrales húmedos del alba,
niñas despiertas en los zaguanes
con los senos crecidos entre las palmas de las manos,
frailes de bruces en sus noches solitarias,
mientras los campanarios apuntalan el cielo
mujeres torvas suspendidas de las ubres de las campanas,
patios que comentan las noticias,
cerros para orear las casas,
ventanas que amarran a los vecinos
con el lacito de las miradas
y, en la fiestita clara de la calle,
soldados de aserrín y muñecas con música
y una cantina desvelada.
¡Ah! y yo, de adrede, silbando como un sastre
para que se abra una ventana[21].
En Reyes parece que el tiempo se inicia con la presencia de los españoles: “El hombre de Castilla cava como los perros / y para esparrancar a cincuenta mujeres / tacta el escapulario y hace cruz con los dedos. / Así, Sebastián de Benalcázar (granuja) / se hizo conquistador en lugar de torero”.
Entre los poetas que Hernán Rodríguez Castelo agrupa en el Élan, figura Carlos Suárez Veintimilla. En sus poemas el espacio es aludido con tonos serenos y melancólicos.
Una muestra es
“Cubilche I”
Pupila dulce y triste de los páramos.
Ingenuidad dormida
en las rodillas duras de los montes,
como una pobre niña.
Pureza custodiada
en ignotas y austeras lejanías,
con murallas de vientos y de altura,
bajo la sola inmensidad tranquila.
Agua para mirarla un breve instante
con agua de pudor en las pupilas[22].
El espacio en Catedral Salvaje (1950-1951), de César Dávila Andrade, adquiere formas insólitas, merced a las más audaces metáforas vanguardistas. Comienza con la directa ubicación del referente real: “Y vi toda la tierra de Tomebamba, florecida! / Sibambe, con sus hoces de azufre, cortando antorchas en la altura! / Las rocas del Carihuayrazo, recamadas de sílice e imanes./ El Cotopaxi, ardiendo en el ascua de su ebúrnea lascivia”[23].
Prosigue con las metáforas vanguardistas, que por ser tales irradian multitud de significados. La cordillera: “Catedral ¡Cataclismo de monstruos y volúmenes, eres!”. El tópico de la agreste geografía se hace presente en estos versos: “Te desnudas sobre playas de moluscos y abanicos de gemas; / sobre la cruel orfebrería de los cráteres; / entre la candela borracha que emanan los volcanes”. El tiempo se remonta al incario. El cóndor es amauta en estos versos: “Allí yace el cóndor con su médula partida / y derramada por la tempestad!/ Amauta valeroso, toda verdadera canción es un naufragio”. Las tumbas de los incas testimonian su presencia: “(…) esta es la comarca de las tumbas esféricas / hechas por los oscuros alfareros del Sol! Dentro, en cuclillas, los cadáveres de los incas, / frente a un puñado de maíz, esperan el retorno de sus almas”. Se advierte en estas líneas cierta aproximación a la Arqueología.
Dávila proclama la propiedad de la tierra del arriero, agricultor, alfarero, de este modo
Cuando oigas sonar los negros cañaverales de mi furia, esa es su tierra!
Cuando veas manar de la cumbre miel furiosa de lava y lámparas de piedra, esa es su tierra!
Cuando veas bramar los toros con sus labios hinchados de luciérnagas, esa es la tierra!
Cuando el caballo toque, tres noches, a la puerta del herrero hechizado, esa es la tierra!
Cuando las campanas caigan en el pasto y se pudran sin que nadie las alce, esa es la tierra![24]
Dos poetas del Élan cuencano incorporan otro hito al espacio de la poesía lírica. La isla Baltra es el motivo del poema del mismo nombre, de Eugenio Moreno Heredia. He aquí unos versos
En qué noche de altas mareas y de monstruos
violando el gran sello nocturno del océano
surgió desde su fondo tenebroso
tu silueta de amarga soledad[25].
Las islas del Archipiélago de Galápagos se describen en Sollozo por Pedro Jara, de Efraín Jara Idrovo:
3 yo andaba entonces por las galápagos
4 cetrinas encías del basalto5 alvéolos del desamparo
6 dentadura de la eternidad
7 diadema de piedra en la testa del océano
8 mantos de lava sin edad
9 soledad
10 oquedad fulgurante del tiempo
11 hervor continuo de astros al pie de los acantilados[26].
En la década de 1970 se crea la Facultad de Ciencias Humanas de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y en ese ámbito se desarrolla la Arqueología, cuyos antecedentes fueron las investigaciones de Federico González Suárez, Jacinto Jijón y Caamaño, Paul Rivet, Olaf Olm, Udo Oberem, Presley Norton, Emilio Estrada, Pedro Porras, Jorge Marcos, etc. Al mismo tiempo y en el ámbito mencionado prosperan la Historia, la Antropología y la Filosofía. Sin embargo, en lo concerniente a la poesía lírica, los textos se tornan extremadamente críticos y sombríos. Los antecedentes inmediatos son Los Cuadernos de la Tierra, de Adoum, y Boletín y elegía de las mitas, de Dávila Andrade. Otro estilo y otra actitud se manifiestan en los libros de Humberto Vinueza y Fernando Nieto Cadena. Los hitos espaciales son Quito y Guayaquil, respectivamente. Los textos son irreverentes y desacralizan el tiempo y el espacio. A pesar de ello, los poetas expresan un doloroso amor por la tierra.
Vinueza publicó Un gallinazo cantor bajo un sol de a perro, en 1970. Su cédula de identidad dice: “Dentro de esta vasija de barro con hierbas / estoy yo / humberto vinueza / demo-occidento- sentimental / diablo-huma / y poeta sobre todo”[27].
El espacio urbano es una especie de ensamblaje dislocado
Oh Machángara de mi alma
qué gordas son tus ratas
bajo el ritmo de las moscas
y el glu glu de las ranas
cose y descosiendo las notas de la Era
Si yo pudiera
contemplar a Quito sin sentir
apagón de luces en el vientre [ … ]
Casco colonial RES COLONIAL
encrispando mi cuerpo con esas cuatro golondrinas
que hacen el democrático verano decía
edificios coloniales
iglesias coloniales
tapiales coloniales erigidos más bien
al sudor y a la trenza que los construyeron
evaporados ha (235-253)
La Historia que Vinueza desacraliza se inicia con los incas, continua con el período hispánico y concluye con la República. El motivo de la situación geográfica aparece de este modo: “y el hambre por la rata pasa / como la línea ecuatorial: IMAGINARIA”. El hambre que según el poeta no era imaginaria.
En 1976, Fernando Nieto Cadena publicó De buenas a primeras. Guayaquil, en su texto, es “ciudad amurallada” que le produce intensa angustia: “”Este puerto que descubro en cada travesía / que se abre y no puedo abarcar de un bocado”[28].
Fernando Nieto expresa la apropiación con estos versos
A fin de cuentas esta es mi ciudad
es mi barrio engrupido que llevo entre recuerdos sueño
Esta ciudad es mía sin apellido sin tránsfuga
maduro guineo y verde / Guayaquil nunca pierde
Este mi rincón mi pedacito de camote que no me desampara (50-54)
La investigadora norteamericana Karen Stothert encontró en la península de Santa Elena las osamentas de una pareja de hombre y mujer entrelazadas en un abrazo. La datación arrojó una antigüedad entre 6.650 y 5.330 a. C. De un diálogo entre Olaf Olm y Hernán Crespo Toral surgió el nombre del hallazgo: Los Amantes de Sumpa. Los sorprendentes restos motivaron a los poetas. El primero en escribir fue Iván Carvajal; su poema es del año 1983. El tiempo es el motivo inicial: “Diez mil años / el abrazo defiende / al agónico gesto / contra la afrenta del óxido / con que el tiempo conspira” (1-15)[29].
La trashumancia del habitante en el tiempo llega hasta el presente, por esto Carvajal, anota
huésped de paso
levantará el hombre casa y canto
cultivará los huertos y los usos
labor sueños y escombros
en la sucesión que mide la clepsidra
hasta que el agua se pierde
quedan los restos de la fatiga humana
huesos arcillas máquina ocarina
tránsito del hombre por los lechos
que el tiempo desnuda
huésped de paso
deja en la casa el canto
tu huella en las arenas (46-58)
Diez años más tarde, en 1993, Jorge Enrique Adoum publicó El amor desenterrado y otros poemas; otra vez el tiempo retrocede al remoto pasado. Dice Adoum: “porque en el paleolítico debo haber sido muy niño todavía”. (1)[30]
De hecho, el lugar de las osamentas estuvo siempre expuesto a la cercanía del mar. Dice el poema
Quizás la mar ( ya solo olor distante de mujer la mar)
ahora penetrada por una lengua de arenoso territorio,
alargaba entonces sus brazos para tocar esta axila de ceniza
( hace siglos tal vez bajo estas dunas de espinas y petróleo
hubo una tierra verde donde llovió como iba a llover en el Antiguo Testamento)
(27-31)
Los dos poemas, el de Carvajal y el de Adoum, insisten en la noción del tiempo. Como si nos advirtieran también sobre el tiempo que el hombre ha vivido en esta tierra.
Un verso es un mundo
Miguel Donoso Pareja comenta que el desconocimiento de los antecedentes culturales impide a la gran mayoría de la población fundamentar “una identidad básica, la tradición y el orgullo de su origen[31]. Al paso de esta verdad surgen las palabras de Adoum: “De ahí que merezcan gratitud, por recordárnoslo, los poetas y los novelistas que están reescribiendo la Historia en la Literatura: con ello, me parece, nos ponen de nuevo el pasado ante los ojos”[32].
En efecto, la ampliación del tiempo, redunda en la apropiación del espacio. La poesía lírica que parecía muy ajena a los referentes de la localität, asume, a su modo, la realidad que no es otra cosa que un país con refracciones luminosas en cordilleras, sabanas, selvas, islas y mar. Un país con diversas formas culturales y, por ende, con gente que elabora sus voces y se aferra a sus signos e invenciones.
Y aquí viene el verso de Adoum, que puede cerrar el tema, el intento de esclarecer el proceso de identificación y apropiación del tiempo y el espacio de un país muy real. Sobre el nombre del país, escribe Donoso Pareja: “que la idea de ser el centro del mundo —sea en los Andes o en el mar— debería ser parte de nuestra representación simbólica”[33].
El verso de Adoum antes aludido, es este
Y la tierra hubiera esperado diez mil años hasta que yo crezca y comprenda (5).
[1] Fabián Corral B., “Las peras del olmo”, El Comercio, (Quito), 22 de octubre de 2012:11.
[2] Jorge Enrique Adoum, Ecuador: señas particulares, 3ra. Ed., Quito, Eskéletra Editorial, 1998, p. 46.
[3] Id., p. 40.
[4] Miguel Donoso Pareja, Ecuador: identidad o esquizofrenia, 3ra. Ed., Quito, Eskéletra Editorial, 2004, pp. 148-149.
[5] Juan Valdano, “La globalización y nosotros”, El Comercio, (Quito), 23 de octubre de 2012:11.
[6] Juan Valdano, “Pensamiento propio”, El Comercio, (Quito), 20 de noviembre de 2012:10.
[7] M. M. Bajtin, “La novela de educación y su importancia en la historia del realismo”, en Estética de la creación verbal, Duodécima reimpresión en español, traducción del ruso por Tatiana Bubnova, México, Siglo XXI editores, s. a. de c. v., 2009, pp. 216-217.
[8] Id., pp. 216-217.
[9] Id., pp. 219-220.
[10] Id., p. 220.
[11] Janusz Slawinsky, “El espacio en la literatura: distinciones elementales y evidencias introductorias”, en Henryk Markiewicz y otros, selección y traducción de Desiderio Navarro, Textos y Contextos, La Habana, Editorial arte y cultura, 1989, pp. 270-271.
[12] Id., p. 271.
[13] Pierre Reverdy, Escritos para una poética, Caracas, Monte Ávila Editores C.A., 1977, p. 80.
[14] Juan Bautista Aguirre de la Compañía de Jesús, Nuevas Poesías, “Rasgo épico a la llegada de la misión del P. Tomás Nieto Polo, de la Compañía de Jesús a la ciudad de Guayaquil por el P.J.B.A, de la misma Compañía (175)”, Quito, Ediciones de la Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit, 1979.
[15] Juan Bautista Aguirre, Los primeros poetas coloniales quiteños, “Breve diseño de las ciudades de Guayaquil y Quito”, Quito, BEM, 1960.
[16] Mariano Andrade S. J., “Despedida de Quito, al salir desterrado”, Los jesuitas quiteños del extrañamiento, Quito, BEM, 1960.
[17] Medardo Ángel Silva, “Trompetas de Oro”, Obras Completas, Guayaquil, Publicaciones de la muy ilustre municipalidad de Guayaquil, 2004.
[18] Id.
[19] Jorge Carrera Andrade, Hombre Planetario, en Oswaldo Encala Vásquez, Antología Poética, Quito, Libresa, 1990, p. 152.
[20] Id. p. 152.
[21] Jorge Reyes, “Quito, arrabal del cielo, (1930)”, en Hernán Rodríguez Castelo, Los otros posmodernistas, Guayaquil, Ariel N° 89 S/f., p. 212.
[22] Carlos Suárez Veintimilla, Obra poética II, Tierra mía, Ibarra, Centro de Ediciones Culturales de Imbabura, 1995, p. 99.
[23] César Dávila Andrade, “Catedral Salvaje, Quito-Caracas, 1950-1951”, en César Dávila Andrade, Obras completas, Poesía, Quito, PUCE sede en Cuenca-Banco Central del Ecuador, 1984, p. 181.
[24] Id., p. 187
[25] Eugenio Moreno Heredia, Poesía, Cuenca, CCE “Benjamín Carrión” Núcleo del Azuay, 1983, pp. 117-118.
[26] Efraín Jara Idrovo, “Sollozo por Pedro Jara, (Estructuras para una elegía)”, en Hernán Rodríguez Castelo, Lírica ecuatoriana contemporánea 1, Quito, Círculo de Lectores, 1979, p. 237.
[27] Humberto Vinueza, Un gallinazo cantor bajo un sol de a perro, (fragmento), Quito, Editorial Universitaria, 1970.
[28] Fernando Nieto Cadena, De buenas a primeras, Guayaquil, Núcleo del Guayas de la CCE, 1976.
[29] Iván Carvajal, Los Amantes de Sumpa, Quito, Talleres Gráficos de Indugraf, 1983.
[30] Jorge Enrique Adoum, El amor desenterrado y otros poemas, Quito, Editorial El Conejo, 1993.
[31] Id.
[32] Donoso Pareja, pp. 148-149.
[33] Id., 223.