Discurso de bienvenida de don Francisco Proaño Arandi en la incorporación de don Miguel Antonio Vasco en calidad de miembro correspondiente

El 14 de marzo de 2013 don Miguel Antonio Vasco se incorporó a la Academia Ecuatoriana de la Lengua en calidad de miembro correspondiente. En la ceremonia le dio la bienvenida don Francisco Proaño Arandi con el discurso que reproducimos a continuación.

El 14 de marzo de 2013 don Miguel Antonio Vasco se incorporó a la Academia Ecuatoriana de la Lengua en calidad de miembro correspondiente. En la ceremonia le dio la bienvenida don Francisco Proaño Arandi con el discurso que reproducimos a continuación:

Constituye no solo un privilegio y un honor para mí, sino también un cometido entrañable, el que se me haya encomendado pronunciar las palabras de bienvenida al señor embajador don Miguel Antonio Vasco, a la hora de ser incorporado como miembro correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Privilegio y honor, por tratarse de esta centenaria y noble institución de la República, y entrañable puesto que quien les habla conoció al nuevo académico en aquellos años juveniles en que me iniciaba en la carrera del Servicio Exterior, años en los cuales y, luego, a través de diversas circunstancias, pude y me ha sido dado conocer y aquilatar los altos méritos del embajador Vasco como ser humano y hombre de bien por sobre todo y ante todo y, a la vez, como personaje de vasta cultura, experto internacionalista y experimentado profesional de la diplomacia.

Funcionario de carrera del Servicio Exterior, cursó sus estudios de Derecho en la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales de la Universidad Central del Ecuador, con mención entre los mejores egresados. En el ejercicio de sus funciones diplomáticas ha servido en varias misiones, entre ellas, las de embajador ante los gobiernos del Uruguay, Perú y Colombia, ante la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (actual ALADI) y como embajador-representante permanente en la Organización de los Estados Americanos (OEA). Con anterioridad a su ascenso al rango de embajador, desempeñó funciones diplomáticas en las embajadas de Venezuela y Brasil, consejero-encargado de negocios en México y Portugal, y ministro en la Embajada en Chile. Ha sido también representante de la Secretaría General de la OEA ante el gobierno del Brasil y, mientras ejerció la representación ecuatoriana en la OEA, tuvo a su cargo diversas responsabilidades al frente de varios órganos y comisiones del mencionado ente regional.

Como reconocimiento a la labor desplegada en tan distintos desempeños y misiones, diversos gobiernos de la región y del mundo han otorgado al embajador Vasco las más altas condecoraciones correspondientes a su rango y en el mismo Ecuador se ha hecho acreedor a distinciones como la Gran Cruz de la Orden Nacional “Al Mérito”, la Gran Cruz de la Orden “Honorato Vásquez” o la condecoración de la Orden de “San Lorenzo”, en el grado de Comendador.

En el seno del órgano central del Servicio Exterior ecuatoriano, esto es, la Cancillería, ha desempeñado diferentes funciones directivas y ha representado al país en múltiples eventos internacionales de carácter bilateral, subregional, regional y en el ámbito de las Naciones Unidas. Cabe recordar al respecto, para limitarnos al marco regional, sus actuaciones como presidente de la Comisión del Canal de Panamá, presidente de la Comisión Especial del Consejo Económico y Social, presidente del Grupo de Trabajo que elaboró la Convención Interamericana sobre desaparición forzada de personas y del Grupo de Trabajo de Jefes de Misión que preparó reformas a la Carta de la OEA, con énfasis principal en la promoción y defensa de la democracia.

Su voz se ha hecho oír, siempre en una línea de preservación de los grandes intereses nacionales, en ámbitos tan disímiles como el Grupo Andino, el Tratado de Cooperación Amazónica, la Comisión Permanente del Pacífico Sur, el Grupo de los 77, la Conferencia de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina, la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y Desarrollo, las negociaciones previas a la adopción del Tratado de Tlatelolco, entre otros.

Tenemos pues ante nosotros a un diplomático de vasta experiencia y de multiplicados saberes en las más disímiles áreas del Derecho y la práctica internacionales. Alguien que ha representado al país con eficiencia y patriotismo, con talento y, a la par, con desinterés y siempre con indeclinable afán de servicio, tal como ha sido la característica de la mayoría de los miembros de carrera del Servicio Exterior de la República, hoy injustamente cuestionado desde posiciones coyunturales de poder que, tarde o temprano, serán barridas por la historia en su indeclinable marcha hacia el futuro.

Un experto de la política exterior —el embajador Vasco— que, por otro lado, no ha escatimado su esfuerzo para transmitir a los demás y, en especial, a las jóvenes generaciones, sus conocimientos y experiencia. En esta línea de actividad, ha sido docente en varios centros superiores de educación, como la Universidad Central, la Universidad San Francisco de Quito y en la Academia Diplomática del Ecuador, hoy extinta. Ha dictado conferencias en centros académicos del Ecuador y del exterior, siendo en la actualidad miembro del Centro de Investigaciones y Proyectos de la Universidad Internacional del Ecuador.

Al respecto, cabe citar aquí una obra del embajador Vasco que ha desempeñado un rol crucial en la formación y también en la práctica profesional cotidiana de los hombres y mujeres que han trabajado en distintas instancias del quehacer relacionado con lo internacional y con la política exterior. Me refiero a su Diccionario de Derecho Internacional, obra fundamental en esta materia y que, luego de varias ediciones, sigue vigente, tanto más que su autor ha tenido la prolijidad y el acierto de irla permanentemente actualizándola, confrontando, casi como si se tratara de un proyecto en desarrollo y en persistente construcción, las nuevas realidades que, día a día, aparecen y reaparecen en un mundo cambiante y de multifacéticas aristas.

En su prólogo a la tercera edición del Diccionario, aparecida en el 2004, otro preclaro internacionalista, el embajador Luis Valencia Rodríguez, señala ese acierto: “La tercera edición constituye, pues —dice Valencia Rodríguez —, una acertada reedición y actualización de conceptos, en un meritorio esfuerzo por conducir al lector y al estudioso del derecho internacional, en apretada síntesis, por los senderos de las actuales corrientes que predominan en esta materia”.

Sorprendemos así, en la personalidad del embajador Vasco, una conciencia alerta y vigilante, posicionada en una actitud de permanente observación y reflexión en torno a las realidades y al devenir de la época que le ha tocado vivir, pero con un bagaje cultural que brinda a sus juicios y conclusiones un espesor y profundidad sin duda peculiares. Porque nuestro flamante académico no es solo el brillante internacionalista y diplomático cuya hoja de vida hemos reseñado de un modo más bien sucinto. Se trata también de un versado conocedor de la historia, de un gran conversador —género que en estos tiempos de urgente dispendio pareciera destinado a desaparecer— y, además, de un prosista de acerada y clara pluma, tal como se nos revela en sus artículos de prensa y en otros textos, como su libro Atalaya Diplomático, obra publicada por Abya Yala y que forma parte de la Biblioteca del Pensamiento Internacionalista del Ecuador.

En dicho libro, el autor nos entrega un bien documentado panorama de los más palpitantes temas de la actualidad internacional, ubicándolos en perspectiva histórica y alternando el devenir de la Historia con mayúsculas con sus interesantes experiencias personales, vividas en distintos ámbitos geográficos, incluidos los del propio Ecuador. De este modo, nos brinda lo que podríamos denominar una suerte de memorial de la realidad contemporánea, escrito por un testigo lúcido, el cual, además, nos lleva insensiblemente al fondo de las cosas con su estilo transparente y ameno, en cuya estructura se dan la mano la cita erudita y la anécdota muchas veces personal e íntima, sin que ello conspire contra la coherencia y la verosimilitud del discurso, puesto que entre líneas, en un subplano implícito, sustentando esa noble simbiosis, se mimetiza y revela a la vez ese don que ya hemos señalado en Miguel Antonio Vasco, su don conversacional o, diríamos mejor, su don de gentes.

En todo caso, profundizando en las páginas de sus libros, tanto como en los textos, necesariamente coyunturales de sus artículos de prensa, emerge ante nosotros, con evidencia inexcusable, un hombre abocado a la tarea, acaso riesgosa, de meditar con hondura en las realidades que nos rodean y preocupan, siempre con una mirada que se enraíza en una posición acendradamente ética, crítica e iluminadora. Esa posición ética permite descubrir el hilo de sus inquietudes primordiales, aquellas que vertebran su pensamiento y sobre las cuales proyecta incisivamente su mirada. Entre otras temáticas, podemos señalar algunas de esas inquietudes existenciales e intelectuales: en primer lugar, los avatares de la condición humana en un mundo crecientemente problemático; y, concomitantemente, todo aquello que tiene que ver con la construcción de la paz, los derechos humanos, la democracia, la eliminación de la pobreza, la justicia, la posibilidad de avanzar hacia la consolidación de una contemporaneidad realmente humana, digna de lo que debemos ser y no de lo que han hecho de nosotros.

Detrás del experimentado diplomático, del ameno conversador, del preciso cronista de la realidad internacional de nuestros días, se descubre el alerta e incisivo testigo del tiempo, el hombre que, por sobre la fragosidad y vértigo de los acontecimientos, no ha perdido jamás la brújula de lo que es esencial al hombre, lo que le presta sentido y continuidad.

Leyendo, sin embargo, las páginas que dedica a relatar las incidencias de la historia contemporánea, en cuyo curso tornan a repetirse las premisas que una y otra vez han dado pábulo a las atrocidades de la guerra y la conculcación sistemática de los derechos humanos, pese a todos los avances logrados por el derecho internacional y el sentido común, y tal vez por la objetividad con que el autor aborda el contenido de aquello que examina y testimonia, la impresión final es similar a aquella que señaló el polígrafo español Marcelino Menéndez y Pelayo al referirse a la obra del gran historiador romano, Cayo Cornelio Tácito:

“La impresión general que sus escritos dejan es triste, pero reposada y serena”.

Triste, o teñida de melancolía, diría yo, porque la historia que ha relatado sigue siendo tormentosa y problemática, aunque enfocada con profundidad y certeza y también con renovada esperanza. Es decir, con serenidad, con fe en un mejor porvenir para la humanidad.

Toda esa riqueza de matices intelectuales y humanísticos que se hace evidente en su obra es lo que, en hoy ya lejanos días, intuí en la personalidad del embajador Vasco, cuando tuve la suerte de trabajar con él en el Departamento Cultural de la Cancillería. Por todo ello estimo un privilegio y un honor entrañables el que me haya sido dado pronunciar las palabras de bienvenida al seno de la Academia Ecuatoriana de la Lengua a Miguel Antonio Vasco, diplomático, internacionalista, historiador, catedrático del derecho internacional, periodista y tratadista, y, sobre todo, ciudadano ínclito y hombre de altos valores éticos e intelectuales.

Su presencia en esta noble institución que hoy le abre sus puertas será sin duda de trascendente valor para la Academia y la patria. Sea usted bienvenido, señor embajador Vasco, y gracias a todos ustedes por su presencia.