
El simposio «La Academia Ecuatoriana y el Estado nacional», organizado por la corporación y la Universidad Andina Simón Bolívar se llevó a cabo los días 15 y 16 de abril de 2025. Compartimos con ustedes la ponencia que don Diego Araujo Sánchez preparó para la ocasión.
Consecuencias para la Academia Ecuatoriana de la Lengua del asesinato de García Moreno
Diego Araujo Sánchez
Para Enrique Ayala Mora, el asesinato de Gabriel García Moreno “marcó el fin del régimen, el inicio del culto personal al caudillo y mártir, y la definición de las tendencias políticas que se enfrentaron por más de un siglo”[1]. Solo habría que añadir a ese “inicio del culto personal al caudillo y mártir”, la tendencia contraria, la de los ataques al santo del patíbulo. Pero el tema que se me ha asignado para este simposio se limita a examinar las consecuencias del crimen del 6 de agosto de 1875 para la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Seguiré los avatares de la institución después del magnicidio a través, sobre todo, de la voz de su primer director, Pedro Fermín Cevallos, que se mantuvo al frente de ella por más de tres lustros.
En carta a Juan León Mera del miércoles 5 de mayo de 1875[2], Cevallos da cuenta de aquello que José Modesto Espinosa registra, como secretario de la Academia, en el acta de instalación y afirma dos veces que los académicos se reunieron el domingo. Sin embargo, en el acta de instalación consta la fecha de 4 de mayo, que fue martes; y convoca a reunión para el próximo domingo 9 de mayo. En la carta de Cevallos llaman la atención, además de esta disparidad con la fecha de instalación que consta en el acta, otros hechos más: primero, su afirmación de que el nombre de Antonio Borrero, propuesto como nuevo académico, aceleraría el recorrido de la sangre de Mera, y el ofrecimiento de disculpas por ese nombramiento. Ironías frecuentes en el epistolario de Cevallos a Mera, veinte años mayor que él y con quien mantiene un trato de mucha confianza e íntima amistad. Tanto Borrero como José Rafael Arízaga, otro de los cuencanos nombrados para académicos, eran opositores políticos del presidente García Moreno. Mera, en cambio, se había mantenido como su cercano colaborador. Antonio Borrero sería elegido presidente, con inicial apoyo de los liberales, después de unos meses como encargado en el poder de Francisco Javier León, ministro del Interior, aunque quien tenía la mayor influencia en el gobierno era el General Francisco Javier Salazar, uno de los fundadores de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.
El segundo hecho que llama la atención es la información de que, en la misma reunión de instalación, Julio Zaldumbide había propuesto el nombre de Juan Montalvo como nuevo académico, pero que no fue aceptada esa propuesta, “a pesar de la razón aducida que la Academia Española recomienda se prescinda de todo en todo de las opiniones políticas de los miembros de ella”, según recuerda a Juan León Mera el liberal moderado Pedro Fermín Cevallos. El que en la Academia Ecuatoriana se hallen personalidades como Zaldumbide o Borrero con distinta tendencia política que los conservadores Pablo Herrera, el General Salazar, Espinosa o Mera, constituye una señal de la saludable apertura de la institución. Sin embargo, no creo que García Moreno haya visto con simpatía la inclusión de esos académicos, aunque la mayoría fuera integrada por colaboradores o alineados en su tendencia política. El rechazo a Montalvo era predecible. Ya habían circulado para mayo de 1875 sus duras críticas contra el gobierno y la oposición a la reelección de García Moreno en las páginas de El Cosmopolita y hasta la Dictadura perpetua, el panfleto que movió a los jóvenes liberales a participar en el magnicidio.
Después de un siglo de vida de la Academia Ecuatoriana, el director de la institución, Julio Tobar Donoso, tras evocar las notables personalidades que la integraron una centuria atrás y ponderar que desde sus inicios en ella “estuvieron ya representadas todas las corrientes de la vida nacional” reconoció que solo dos grandes personalidades ecuatorianas faltaban entre los académicos que en esos momentos encarnaban, para decirlo con sus propias palabras, “la plana mayor de las Letras, el honor de nuestra cultura… el uno se hallaba en la cima del poder; el otro en la cumbre de las oposición.[3]”.
Los primeros días de junio de 1875, Cevallos se dirigió al ministro de Instrucción Pública, para participarle la instalación de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, “a fin de que conocida por S. E. el Presidente, ejerza la acción que le da la ley[4]”. Además, en las páginas iniciales de las primeras Memorias[5], asegura que, después de este aviso para que el Supremo Gobierno legalizara el establecimiento de la Academia, obtuvo su aquiescencia y que enseguida comunicó a la Real Academia Española la instalación de la Ecuatoriana. Sin embargo, no se conoce el documento en el que el Gobierno reconozca entonces de forma explícita el carácter legal de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.
El cataclismo político del magnicidio no paralizó de inmediato los inicios de vida de la Academia, aunque el desorden y el creciente y agudizado enfrentamiento entre conservadores y liberales traerían consecuencias negativas para la institución. Sin embargo, dos actividades importantes muestran la voluntad sobre todo de Cevallos y Mera para mantenerla con vida: la primera, solicitar del Congreso extraordinario de 1875 apoyo para la Academia. Cevallos en carta del 13 de octubre dice a Mera: “Está bien que haya escrito U. a los senadores recomendándoles el buen despacho de nuestra solicitud académica. Nadie da razón del estado en que esté, y tal vez mi reclusión va a perjudicarnos por demás”.[6] El primero había hecho profesión de no intervenir en las luchas partidistas (a esa reclusión se refiere sin duda) y aconsejaba al segundo retirarse de ellas para dedicarse por entero a las letras. Cinco días después, Cevallos le comunica la buena nueva: “La solicitud de nuestra Academia ha sido bien acogida en el Senado. Tal vez la semana entrante pasará a la otra cámara”.[7] Y, por supuesto, que fue aprobada: el Congreso expidió el 13 de noviembre un decreto por el cual asignaba 600 pesos al año para el establecimiento y conservación de la Academia, que se entregarían por dividendos mensuales y, también, le concedió la franquicia postal para la correspondencia con la Real Academia Española y las demás correspondientes establecidas o que se establezcan en América. En diciembre de ese año inició el periodo presidencial Borrero. En enero de 1876, la institución tiene ya su reglamento interno, que es editado por la Imprenta Nacional y en el cual se da fe de la aprobación gubernamental[8]. Pedro Fermín Cevallos no oculta entonces su optimismo: “Hoy, a Dios gracias, cuenta la Academia Ecuatoriana —escribe en febrero de 1876— con la subvención señalada por el Congreso extraordinario de 1875; con un local destinado a las sesiones, aunque no propio todavía, y con tener a la cabeza de la nación un miembro salido de la misma Academia, y ya es de confiar en que, a lo menos por falta de amparo y protección, no desaparecerá…[9]” La Academia recibe las primeras mensualidades de la subvención de 600 pesos anuales; con ese dinero compra papel para imprimir el Reglamento e inicia, a la par, “su tarea dando a la prensa los escritos que, reunidos anualmente o por semestre en un volumen, formarían el primer tomo de las Memorias de la Academia. La edición —continúa su relación Cevallos— empezó en la imprenta del Gobierno que también le fue franqueada y se imprimieron setenta y seis páginas y se tiraron doscientos cincuenta ejemplares”.[10] Sin embargo, el optimismo del primer director de la Academia no duraría mucho tiempo. En 8 de septiembre de 1876 se produce el golpe de Estado de Ignacio de Veintemilla contra el presidente constitucional Antonio Borrero. Este sufre primero unos meses de cárcel y después es expatriado. La parálisis de la Academia no se produce tras la muerte de García Moreno, sino con la dictadura del general Veintemilla, que se proclama Jefe Supremo y General en Jefe de los ejércitos de la República. Algunos académicos son perseguidos por la dictadura y tienen que ocultarse; otros deben salir del país. Por supuesto, la impresión de las Memorias y la subvención a la Academia se interrumpen. La confrontación entre el Dictador y sus opositores conservadores agrava el conflicto entre el régimen y la Iglesia. El año de 1877 es dramático. Vale la pena recordar algunos hechos como ejemplo del grado de confrontación: la publicación de la “Carta a los Obispos” de Manuel Cornejo Cevallos en la que critica a los prelados ecuatorianos y exalta los principios liberales y la consiguiente prohibición de la lectura bajo pena de excomunión. La carta pastoral del Obispo de Riobamba Ignacio Ordóñez contra el credo liberal y el rechazo desde el Gobierno. Un franciscano italiano, el Padre Gago, predica acalora y patéticamente contra las instituciones liberales. El Supremo Gobierno intenta apresarlo, pero una multitud lo saca del convento y lo lleva la Legación de Francia. Hay protestas del régimen que dispone que los eclesiásticos que, con pastorales, sermones u otros medios, traten de alarmar la conciencia de los fieles a fin de excitarlos a la rebelión y a la anarquía serán extrañados del territorio de la República. El arzobispo Checa y Barba recuerda al ministro Pedro Carbo que por el Concordato vigente los eclesiásticos sindicados del delito de conspiración no deberán sufrir pena de extrañamiento sin que sean declarados antes culpables tras ser sentenciados, después de seguido el respectivo juicio. Y pide al Ministro General una declaración oficial en ese sentido. Contesta el Ministro con una negativa a hacer la declaración. Una carta pastoral del arzobispo Checa es leída el domingo 11 de marzo en los templos. En ella advierte que la secta anticatólica que, desde hace más de un siglo, se afana por socavar los fundamentos de nuestra religión, ha llegado hasta nosotros y se presenta osada y amenazante; y prohíbe a los fieles leer los escritos anticatólicos. El ministro Carbo escribe, a día seguido, una réplica a la pastoral del Arzobispo. El 30 de marzo es envenenado con estricnina el arzobispo José Ignacio Checa y Barba al beber el vino en la ceremonia de Vienes Santo en la Catedral. El 8 de abril Cevallos confiesa a Mera: “No pude escribirle en la semana anterior porque me sentí oprimido bajo el peso del envenenamiento del Arzobispo… Estamos, pues, ya con la ignominia encima porque pienso que el suceso es único en la historia, cuando otros no han reunido el concurso de tantos pormenores agravantes como el día, el lugar, el vehículo y la persona del envenenado”[11]. Y en la misma carta, afirma apesadumbrado: “ya no más se cumplen los tres años, dentro de los cuales debíamos publicar alguna cosa o manifestar que nuestra Academia tiene vida, y sin duda la de España tendrá que darla por muerta, y el Ecuador pasará por la vergüenza de tal desaire. ¡Esto es para renegar!”[12] Autoridades eclesiásticas son perseguidas, como el Vicario Capitular Arsenio Andrade a quien la dictadura apresa y destierra; el Vicario publica el entredicho para los templos de Quito. En camino al destierro se lo presiona bajo amenaza de fusilamiento para que levante el entredicho y renuncie al Vicariato. Inicialmente acepta, pero después retira la renuncia y tiene que mantenerse escondido. Veintemilla suspende el Concordato firmado con la Santa Sede.
Tres meses después del asesinato de Checa y Barba, se produce una violenta erupción del Cotopaxi. No faltan fanáticos que lo atribuyen a castigo del cielo.Entre los rezos y procesiones se produjeron intentos de sublevación, que son violentamente reprimidos.
En noviembre de 1877, cuando el Dictador ya había convocado a la Convención Constituyente en Ambato, se formaron en el norte tropas conservadoras, que avanzaron hacia Quito. Era un ejército mal armado y con muy poca experiencia en el combate y las estrategias de la guerra. El Jefe Supremo se hallaba en Guayaquil, entregado a sus negocios privados. En Quito había quedado a la cabeza de las fuerzas gubernamentales el General Cornelio Vernaza, que hizo cavar zanjas y levantar barreras en las calles de los principales barrios de la Capital, a la espera de los enemigos conservadores. Al amanecer del 14 de noviembre abrieron los fuegos los soldados que venían del norte. Muy pronto se les agotaron las municiones. Las tropas veintemillistas salieron de sus trincheras, persiguieron a los enemigos, mataron a muchos de ellos y, metiéndose en algunas casas particulares, cometieron cruentos abusos. “Por cosa de 16 horas, nuestros oídos se mantuvieron aturdido con el incesante fuego de las barricadas…. Dícese…que han muerto 400 más o menos y de parte del Gobierno cosa de 22 o 28”[13], escribe Cevallos a Mera. Desde Guayaquil, cuando había terminado la masacre llega con tropas de refuerzo el General José María Urbina. Arrecian entonces los golpes de la Dictadura: para solventar los gastos de la guerra se imponen por su iniciativa onerosas contribuciones a órdenes religiosas y a familias conservadoras.
En fin, la Convención Constituyente en Ambato aprueba la mueva Constitución en marzo de 1878; Veintimilla es nombrado presidente, aunque se le concede y facultades extraordinarias y seguirá gobernando de forma arbitraria. Uno de los fundadores de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, Julio Castro, es designando ministro de lo Interior. Pedro Fermín Cevallos escribe al ministro Castro y también a la Convención Constituyente para que se cumpla con el decreto del Congreso de 1875: reclama el pago de las pensiones vencidas desde octubre de 1876 y pide que se siga pagando a la Academia los 50 pesos mensuales. En carta del 8 de diciembre de 1878 le cuenta a Mera “que el Dr. Castro dio ya la orden de que imprimiesen las Memorias.”[14]. Sin embargo, esa orden no se cumple. Julio Castro, que renuncia a su función como ministro, explica por qué no se atendió a la solicitud de la Academia: “… por mi parte —confiesa—, trabajé con afán, durante el corto tiempo que estuvo a mi cargo la cartera de lo Interior, por vencer la inconcebible obstinación con que el Presidente de la República se negaba a prestar toda protección oficial a la Academia, siquiera fuese concediéndole la subvención pecuniaria ordenada por la ley”[15].
En septiembre de 1878 otro hecho violento turbó el ambiente político del país: el asesinato de don Vicente Piedrahíta cuando regresaba en la noche a su hacienda La Palestina En estas condiciones era imposible que la Academia desarrollara sus actividades, aunque Mera, Cevallos, Zaldumbide, Espinosa, compartían sus trabajos literarios y comentarios y críticas de estos.
Solo y después de largos meses de combate de las fuerzas restauradoras contra el ejército de Veintemilla y el fin de la dictadura, será posible reiniciar las actividades de la Academia: En carta del 2 de mayo de 1883, Cevallos le comunica a Juan León Mera: “Mañana por la noche vamos a reunirnos para reinstalar nuestra Academia y comenzar los trabajos; de manera que ya debe ir preparando el artículo correspondiente para las Memorias”[16]. Sin embargo, el 1 de julio le escribe a su amigo: “Pensando como U. ha pensado, resolvió ya la Academia en su 2ª. reunión suspender sus tareas hasta no terminar la campaña actual. Todos, todos dijeron que no había cómo pensar en otra materia que en la de la guerra actual”[17]. Liberales y conservadores se habían unido en la lucha restauradora para poner fin a la ignominiosa dictadura de Veintimilla. Para enero de 1883 los restauradores habían tomado ya Quito, pero el Dictador permanecía fortificado en Guayaquil. En julio de ese año se liberó a Guayaquil y Veintemilla huyó a Lima. La primera entrega de las Memorias de la Academia Ecuatoriana, cuya impresión se inició en los primeros meses de 1876 solo terminaría por ver la luz ocho años después, en 1884, en el Gobierno de José María Plácido Caamaño, que había sido elegido como mandatario en octubre por la Convención que se reunió un mes antes.
Quito, 14 de abril de 2025
[1] Enrique Ayala Mora, El “gran tiranicidio”, asesinato de Gabriel García Moreno”, en Enrique Ayala Mora, editor, El poder y La muerte, crímenes políticos en el Ecuador 1830-1959, Quito, DINEDICIONES, 2019, p. 73.
[2] Pedro Fermín Cevallos, Epistolario de Cevallos a Mera, investigación y trabajo de Jorge Jácome Clavijo, Ambato, Editorial Pío XII, pp. 354 y 355. He aquí un fragmento de la carta: “Querido compadre: En efecto, nos reunimos los académicos el domingo en casa. Procedimos al nombramiento del director, censor y secretario y resultaron nombrados el que habla, el Dr. (Pablo) Herrera y el Dr. (José Modesto) Espinosa. Luego se resolvió aumentar el número de los miembros de la Academia, y fueron nombrado, en Quito, los Drs. Miguel Egas y Carlos Casares y en Cuenca, los Drs. Antonio Borrero y (José Rafael) Arízaga y el Sr. Rafael Borja y en Guayaquil, el Dr. Francisco J. Aguirre. De seguro que al ver el nombre de Borrero habrá sentido U. que su sangre corría con mayor precipitación; más párese a contemplar que es uno de los pocos escritores con quienes puede contarse para los trabajos académicos, y disculpe el nombramiento. Además, Montalvo, que fue propuesto por Julio, no fue aceptado, a pesar de la razón aducida que la Academia Española recomienda se prescinda de todo en todo de las opiniones políticas de los miembros de ella”.
[3] Discurso pronunciado por el Sr. Doctor Julio Tobar Donoso, Director de la Academia Ecuatoriana”, Memorias de la Academia Ecuatoriana correspondiente de la Española, entregas No. 37-38, Quito, Editorial Ecuatoriana, 1975, pp. 2 y 3.
[4] Nota de la Academia al Gobierno Nacional, en Memorias de la Academia Ecuatoriana correspondiente de la Española, entregas No. 37-38, p. 10.
[5] Memorias de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, Tomo I, Entrega 1ª. Quito, Imprenta del Clero, 1884, p. 2.
[6] Epistolario de Cevallos a Mera, p. 371.
[7] Epistolario…, p. 374.
[8] Franklin Barriga López, Historia de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, Quito, Academia Ecuatoriana de la Lengua, 2012, p. 84.
[9] Memorias de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, Tomo I, Entrega 1ª., pp. 14 y 15.
[10] Memorias de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, Tomo I, Entrega 1ª., p. 1.
[11] Memorias de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, Tomo I, Entrega 1ª., p. 378.
[12] Memorias de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, Tomo I, Entrega 1ª., p. 379.
[13] Memorias de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, Tomo I, Entrega 1ª., p. 382.
[14] Epistolario de Cevallos a Mera, p. 431.
[15] Memorias de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, Tomo I, Entrega 1ª., p. 5.
[16] Epistolario de Cevallos a Mera, p. 495.
[17] Epistolario de Cevallos a Mera, p.499.