«Remy Gorga: el traductor que ancló en Quito», por don Carlos Arcos Cabrera

Mi sorpresa fue mayúscula, nuestro personaje no solo había sido un destacado funcionario de la Embajada de Brasil en el Ecuador y director del Instituto Brasileiro-Equatoriano de Cultura (IBEC), desde donde desplegó una activa agenda cultural…

Un azar me condujo hasta la biblioteca de Remy Gorga, filho, sobre la cual había escuchado. Un día, su viuda, Margarita Mosquera, me invitó a conocerla. Me encontré con una amplia colección de literatura, historia y ciencias sociales cuidadosamente ordenada en los amplios anaqueles. Mientras curioseaba, Margarita me comentó acerca de las dificultades que tenía para encontrar una institución quiteña que se hiciera cargo de los libros. Poco interés hay en una biblioteca casi toda en portugués.

De pronto, llamó mi atención un grupo de libros bellamente empastados en cuero que ocupaban la parte alta de un antiguo escritorio y cuyo color rojo contrastaba con el tono oscuro de la madera. “Son las traducciones que hizo Remy”, dijo Margarita. “¿Era traductor?”, pregunté evidenciando mi total ignorancia.

Mi sorpresa fue mayúscula, nuestro personaje no solo había sido un destacado funcionario de la Embajada de Brasil en el Ecuador y director del Instituto Brasileiro-Equatoriano de Cultura (IBEC), desde donde desplegó una activa agenda cultural, sino que también había desempeñado un rol muy importante en la difusión en Brasil de la literatura latinoamericana del boom.

Llegó al Ecuador por descarte. Su amigo personal, Celso Amorín, futuro canciller de Brasil, le sugirió que debía viajar y le recomendó un destino extremo, Maputo, capital de Mozambique; desechó la idea. Pasó el tiempo y Amorín le sugirió ir a Quito. Llegó en los noventa, le gustó la ciudad, se enamoró, contrajo nupcias con Margarita, y no regresó a Brasil, aunque no se privó de escuchar por radio y luego ver por TV los partidos del Sport Club Internacional de Porto Alegre, del que era un hincha fanático; dejó atrás lo que había sido su carrera de traductor. Sin embargo, en aquellos libros empastados en rojo, estaba el testimonio de su obra.

Con los capos del boom

Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar, Bryce Echenique, Manuel Scorza, Silvina Bullrich, José Donoso, Carlos Fuentes y Juan Goytisolo, entre otros, fueron traducidos por Remy Gorga. Las numerosas reseñas en la Folha de S.Paulo y otros diarios y revistas dan cuenta de su importante papel en la difusión de la literatura latinoamericana en Brasil, que hizo de obras y autores verdaderos éxitos editoriales con varias ediciones; tal es el caso de La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, que alcanzó 38 ediciones.

Entre 1971 y 1988, Remy Gorga tradujo ocho novelas de Vargas Llosa, entre estas, La casa verde (1971), Los jefes-Los cachorros (1976), La tía Julia y el escribidor (1978) y, como no podía ser de otra forma, la monumental La guerra del fin del mundo (1981), que narra el enfrentamiento de los canudos, los campesinos del empobrecido nordeste brasileño, dirigido por Antônio Conselheiro, contra los terratenientes respaldados por los militares, en una guerra mesiánica. En la enorme tarea de traducción quedó fuera Conversación en La Catedral.

La traducción de Cortázar también se inició en 1971 e incluyó obras como Final del juego y Bestiario. La traducción de García Márquez comprende El otoño del patriarca, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, Crónica de una muerte anunciada, entre otras.

Un artículo publicado en el Jornal de la tarde, en mayo de 1981, lleva por título «Lo que García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar deben a Remy Gorga, filho». Es una visión un tanto ingenua, aunque expresa bien la recepción de los autores latinoamericanos en el contexto brasileño y el rol del traductor.

La irrupción de los escritores latinoamericanos del boom en el mundo literario de Brasil marcó una época de convivencia y competencia con la literatura local. El movimiento inverso se dio con la internacionalización de Jorge Amado, con su novela Doña Flor y sus dos maridos, llevada al cine por Bruno Barreto, con la actuación de Sonia Braga; y la consagración de Clarice Lispector, a la que un reconocido crítico llamó “el animal sagrado de la literatura brasileña”, con una amplia difusión internacional de su obra.

Gorga, periodista de formación, fue reconocido como uno de los más importantes traductores de Brasil y en dos ocasiones fue premiado por su trabajo. Su trayectoria en este campo incluyó la versión portuguesa de dos novelas de Raymond Chandler, el clásico autor estadounidense de novela negra.

¿El traductor es coautor?

La relación entre escritor y traductor es compleja. Gorga era muy consciente de los retos y dilemas de su actividad. En varias entrevistas reflexionó sobre el tema. En una de estas, concedida a la Folha de S.Paulo, señala la relación de respeto frente a la obra que deberá traducirse: “En primer lugar, respeto absoluto al texto del autor. Es más, traducir literatura exige del traductor fidelidad a las intenciones del autor, reproducción de su estilo, admiración por su arte. En segundo lugar, el conocimiento de la lengua a traducir y el conocimiento de su propia lengua, mas no se debe perder de vista que el traductor como el escritor (el traductor es un escritor) trabaja con palabras”. En ese sutil juego el traductor encuentra su libertad creativa. Aquí subyace la idea del traductor como “coautor”.

Es muy ilustrativa la dedicatoria de Vargas Llosa en la edición brasileña de La tía Julia y el escribidor, donde llama a Gorga “coautor”. Puede ser leída como deferencia, pero también como el reconocimiento de la compenetración y complicidad que se establece entre autor y traductor. En buena medida la traducción es recreación de sentidos y significados en un contexto cultural y lingüístico que no es el del autor. Una traducción literal empobrece la obra traducida y convierte al proceso en algo mecánico; de allí la necesaria interacción entre las partes.

En una carta que Vargas Llosa escribió a Gorga, en septiembre de 1981, sobre La guerra del fin del mundo, dice: “he podido volver a leer tu traducción, que, te repito, me gusta mucho. El tono, el ritmo, la fluidez son perfectos. He hecho algunas anotaciones que espero te sirvan. No he descubierto errores importantes, salvo, tal vez, el de Comisario por comisionado”. La carta contiene numerosas sugerencias que ilustran el diálogo entre Vargas Llosa y Remy Gorga. La carta también arroja luz sobre la investigación previa a la escritura de la novela, el recorrido por el sertao y el crucial apoyo que recibió de Renato Terraz “que —según sus palabras— es una verdadera enciclopedia… cuando viajábamos por allá, me dejó pasmado con sus conocimientos de botánica, zoología, topografía sertanesa”.

Escritores brasileños para el Ecuador

Remy Gorga dejó de traducir. El silencio se prolongó por algunos años. Sin embargo, retomó su vocación de traductor en el Ecuador a inicios de 2000, asumiendo un doble reto: por un lado, traducir del portugués, su lengua de origen, al castellano, su segunda lengua; por otro lado, enfrentar a un clásico de la literatura brasileña como Machado de Assis, autor de la extraordinaria novela Memorias póstumas de Blas Cubas, y paralelamente a una escritora contemporánea del calibre de Clarice Lispector.

En 2003 tradujo La iglesia del diablo y otros cuentos de Machado de Assis; en 2005, Felicidad clandestina y otros relatos de Clarice Lispector que fueron publicadas por Libresa. El breve estudio introductorio de esta última es estupendo. Finalmente, en 2011, publicó otro conjunto de cuentos de Machado de Assis con el título de El alienista, en la Campaña Nacional de Lectura Eugenio Espejo. En este último aporte contó con la colaboración de Fernando Balseca.

En este último ejercicio de traducción, Gorga demostró el dominio del castellano como si fuera su primera lengua: son textos fluidos, impecables. A diferencia del período brasileño, esta etapa la llevó a cabo en el contexto editorial limitado que caracteriza al Ecuador. Aquel inusual y audaz reto pasó inadvertido. Afortunadamente, aún es posible encontrar estos libros que son un aporte al país donde vivió y que, en gran medida, hizo suyo.

Clarice Lispector escribió alguna vez: “Traduciendo, descubrí la manera de no aburrirme”. Imagino que para Remy Gorga fue como una consigna e hizo de su vida una aventura en el universo de las palabras traducidas. Vivió la consagración literaria de dos de sus traducidos: García Márquez, Premio Nobel en 1982, y Vargas Llosa, en 2010. Murió en abril de 2017 en Quito, sus cenizas reposan en algún lugar de Porto Alegre.

Este artículo apareció en la revista Mundo Diners.