«Viejos malditos o cómo a los ancianos se les aparta después de habernos servido bien», por don Marcelo Báez Meza

Hay películas que nacen con el peso del tiempo incorporado en cada fotograma, y «Viejos malditos», de 107 minutos, es una de ellas. No solo por los años que tardó en concretarse, sino porque se convierte…

Hay películas que nacen con el peso del tiempo incorporado en cada fotograma, y Viejos malditos, de 107 minutos, es una de ellas. No solo por los años que tardó en concretarse, sino porque se convierte en el canto del cisne del actor caleño Jaime Bonelli (1944-2024) que entrega aquí una actuación descarnada que funciona como epitafio para una carrera de cuatro décadas.

La ópera prima de Xavier Chávez es un acto de valentía narrativa, una apuesta por decir algo trascendental en términos audiovisuales. Encara el tema de la vejez sin los edulcorantes habituales del cine comercial, sin miradas condescendientes o piadosas. Elías, el protagonista octogenario interpretado por Bonelli, mira desde el póster con hosquedad, abrazando al gato Simón con la misma resistencia con la que abraza su propia soledad. Y es precisamente esa mirada la que define el tono de una película que rehúye los estereotipos sobre la tercera edad para sumergirse en su complejidad más incómoda.

Chávez construye un retrato generacional que duele porque reconocemos en él fragmentos de nuestras historias familiares. La distancia con el hijo (un eficiente Danilo Esteves), los problemas económicos, el deterioro físico y social, la pérdida de filtros retóricos en el habla de los viejos: todo está tratado con una franqueza que roza lo bruto pero siempre con un matiz humanizador. El director logra ese equilibrio difícil entre la denuncia y la empatía, entre mostrar el abandono institucional de los ancianos y celebrar su capacidad de resistencia.

La presencia del gato Simón —encarnado mayormente por Rebeca, una felina rescatada de una alcantarilla en Manta— funciona como catalizador narrativo y metáfora precisa. Como las mascotas reales, este animal trae consigo molestias y bondades, obligando a Elías a relacionarse nuevamente con el mundo y con sus vecinos. La película habla de vecindad, de límites, de esas relaciones que nacen del roce forzado y se transforman en algo parecido a la familia.

Bonelli está magistral a sus casi 80 años. Lo recuerdo en los años 90 del siglo anterior por protagonizar señorialmente al patriarca de Los Sangurimas en la serie de Ecuavisa. Su Elías transita un arco de transformación que el actor sostiene con una entrega total, permitiendo que veamos no solo al viejo cascarrabias sino al hombre vulnerable que yace debajo de esa piel dura. No me deja indiferente el saber que vio el primer corte poco antes de morir, alcanzando a presenciar la última ofrenda de su talento. El cine ecuatoriano pierde a una institución; nosotros los espectadores y críticos ganamos ese testimonio luminoso.

Viejos malditos no es una película fácil ni complaciente, pero tampoco es agria o nihilista. Chávez entiende que hablar de la vejez es hablar de todos nosotros, de nuestro futuro inevitable si tenemos suerte. Su mensaje es claro y no lo hace sonar a parábola o sermón: hay que respetar y cuidar a los adultos mayores, así sin edulcorantes, hacerlo no es solo un imperativo ético, sino una forma de respetarnos a nosotros mismos, de imaginar qué tipo de trato queremos recibir cuando nos toque atravesar esa etapa.

Este jueves 27 de noviembre Esos viejos malditos entra a su quinta semana en cartelera comercial (gracias, Supercines por apoyar el cine nacional). El filme apuesta por encontrar a su público de manera orgánica, confiando en que la recomendación boca a boca haga su trabajo. Y debería hacerlo. Ojalá funcione algo esta publicación de un crítico empecinado en seguir viendo cine ecuatoriano. Porque Viejos malditos es un filme necesario, de esos que nos ponen un espejo en la cara y nos obligan a mirar lo que preferimos ignorar. Chávez le ha dicho a la prensa que es un homenaje a sus abuelos, pero es una declaración de principios sobre geriatría humanista, además de una advertencia: la vejez no es una abstracción lejana, es el destino que nos espera si tenemos la fortuna de llegar.

En el rostro hosco de Elías y en la mirada igualmente desafiante del gato Simón está contenida toda la película: dos seres maltratados por el mundo que se niegan a rendirse. ​Perdón si sueno panfletario, cursi, o ambas cosas, pero me permitiré ese lujo retórico en un mundo cada vez más anestesiado por las nuevas tecnologías. Luchemos contra el abandono de la gente de la tercera edad. Hagamos que no se cumpla el verso de Joan Manuel Serrat de la canción «A quien corresponda» del álbum En tránsito (1981) que dice: «​Que a los viejos se les aparta después de habernos servido bien».

Este artículo se publicó en el blog personal del académico.