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«Comprensión», por don Simón Espinosa

Aterrizar en Quito un día despejado, de sol de fuego y cielo azul es un gran placer para la vista. Nuestra geografía nos depara constantes gustos visuales, la selva oriental es de un verde distinto al de la occidental...

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Somos mucha geografía y poca historia; somos demasiada burocracia y poca vecindad; somos mucho celular y poco análisis.

Aterrizar en Quito un día despejado, de sol de fuego y cielo azul es un gran placer para la vista. Nuestra geografía nos depara constantes gustos visuales, la selva oriental es de un verde distinto al de la occidental; la Sierra: una sucesión de sorpresas desde Tulcán a Loja; la República de Ecuador se asienta en un espacio bello y variado, sus cuatro regiones naturales, sus microclimas, sus pies de monte, su mar, sus playas, la Islas Encantadas son paraísos posibles afeados por la gente. César Vallejo, el poeta peruano, decía de su padre: “Si hay algo en él de amargo, seré yo”.

Afeados por la gente, no porque ella sea fea sino porque en su mayoría sobrevive. Y porque no ha habido una visión del espacio: Quito ha encementado los fecundos valles de Cumbayá, Tumbaco, los Chillos, Turubamba. Afeados por falta de educación cívica que lleva al desorden, al abuso, a la corrupción. ¿Por qué no hemos interiorizado la historia nacional? Porque todavía no tenemos una nación. Quito tiene su diez de gosto, su seis de diciembre, su veinticuatro de mayo; Guayaquil, su mes de octubre y de julio. Las demás ciudades su fecha de fundación. Y no tenemos un día de fiesta nacional, porque la Batalla de Pichincha no se festeja como un cuatro de julio, una toma de la Bastilla, un día de felicidad, un día que nos junte a todos. Para llegar a esto necesitaríamos de una repartición más justa, mucha más justa de oportunidades de educarnos, comer mejor, no pasar hambre, haber recibido una educación que nos hubiese enseñado a comprender la realidad, abrir la mente, ser menos lobos con los otros, más amables, más inteligentes. Un verdadero amor no es tonto,ignorante ni egoísta.

Hemos creado burocracia y de ella hemos vivido y de ella hemos padecido. Burocracias cada vez más grandes, cada vez cerradas en sí mismas, en sus papeles, en su visión de sacarle más jugo a la situación y por tanto, más cruel con el ciudadano. Donde abunda la burocracia no florece la democracia, la creatividad, la rebeldía. En nuestro mundo actual, el maravilloso invento social del celular que puede unir a la gente, calmar angustias, ofrecer oportunidad de trabajo se ha convertido en el mayor incentivo para perder tiempo, estar sobre informados, y en el fondo menos libres, menos decentes. Más niños y más jóvenes con visiones y perversiones de viejo sin el proceso natural de la experiencia acumulada que filtra, purifica y da sentido.

Todos retos para un país con solo 474 años de cultura occidental. Y 12 mil de cultura precolombina. ¡Qué bueno! Hay mucho que hacer. Y primero poner la educación patas arriba. De la deducción matemática a la humilde inducción, a formar la cabeza con el análisis sintáctico, y una letra que sin sangre entra, sino con afecto, en grupos cordiales para mejorar el entender.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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