«La banalidad del bien», por don Carlos Freile Granizo

Con el riesgo evidente de caer en el facilismo conceptual o en la imitación anodina, cambio el conocido título de una de las obras más trascendentes del pensamiento del siglo pasado. En los días que corren nos acercamos a la celebración católica de la Navidad…

Con el riesgo evidente de caer en el facilismo conceptual o en la imitación anodina, cambio el conocido título de una de las obras más trascendentes del pensamiento del siglo pasado. En los días que corren nos acercamos a la celebración católica de la Navidad, la cual se ha desvirtuado no solo por ataques abiertos o solapados, antiguos y actuales, sino por su banalización.

De conmemorar el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre se ha visto reducida a un efímero afán de regalar y festejar. Hemos banalizado el enorme don de la encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad a un va y viene mercantil. Para los creyentes, la celebración tradicional veía en la Navidad el acontecimiento más trascendental que vieron los siglos, como escribió un autor del siglo XVI; hoy en día se fija la atención en un monigote con infantil disfraz rojo, cuya risa espasmódica no nace de la alegría sino de la obligación.

Bien recuerda Saint-Exupéry en El Principito: “Cuando yo era niño, la luz del árbol de Navidad, la música de la misa de gallo, la dulzura de las sonrisas daban todo su esplendor al regalo de Navidad que yo recibía”. Nosotros deberemos añadir “el rezo de la Novena, el canto de los villancicos”… Pues ese regalo adquiría otro sentido por el ambiente y el motivo en que se lo entregaba; no era un regalo más, tenía un “esplendor” que lo hacía único, desde la espera y la ilusión, por los innumerables signos de algo superior que lo rodeaban. Hoy día se ha reducido muchas veces a cumplir una costumbre desvinculada de la vida en sus elementos más entrañables y decisivos.

Es verdad que la Navidad ha recibido ataques de todo tipo, desde su prohibición en la Inglaterra puritana, hasta los intentos fraudulentos de reducirla a una respuesta a cierta celebración pagana (está demostrado hasta la saciedad que la Fiesta del Sol Invicto comenzó a celebrarse en el Imperio Romano después de que los cristianos recordaran el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento del Salvador); también se la ha secularizado con diversos trucos, por ejemplo ya no desear “Feliz Navidad” sino con simpleza “Felices Fiestas”. Estas últimas palabras pueden aplicarse a cualquier circunstancia especial, como es sabido; en otras partes se la llama “Fiesta de Invierno” o algo similar. Pero lo que golpea de manera casi irremediable a su esencia es la banalización del don, convertido de un bien dado por amor en referencia al suceso más importante de la Historia en un mero cumplimiento social sin fundamento duradero.

Este artículo se publicó en el diario La Hora.