
El simposio denominado «La Academia Ecuatoriana y el Estado nacional», organizado por la Academia Ecuatoriana de la Lengua y el Colegio de América, Sede Latinoamericana, de la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, se llevó a cabo los días 15 y 16 de abril de 2025. Compartimos con ustedes la ponencia que don Alfonso Ortiz Crespo preparó para la ocasión.
«Las ciencias y las artes en época de García Moreno», por don Alfonso Ortiz Crespo
Preámbulo
Con frecuencia, la pasión política ha llevado en el Ecuador a desconocer los méritos objetivos de los presidentes, y a aquel a quien con mayor pasión se juzga y menos se conoce es al Dr. Gabriel García Moreno (1821-1875). Generalmente se olvida que, además de ser abogado, tuvo una excelente formación científica y siempre mostró, incluso en el ejercicio del gobierno, un gran amor por la ciencia.
Entre los gobernantes ecuatorianos ha habido médicos (Isidro Ayora, Aurelio Mosquera Narváez, Alfredo Palacio), dos ingenieros (Federico Páez y León Febres Cordero), un arquitecto (Sixto Durán Ballén), algún economista, que prefiero no nombrar, y muchos abogados y militares; pero nadie como García Moreno, pues estudió Química, Física, Matemáticas, Geología y otras ciencias de manera académica, incluyendo estudios superiores en Francia, por lo que le convierte en el presidente de mejor formación científica y, tal vez, el que más ha hecho por ella.
Primeros años
Siendo adolescente, se trasladó de su natal Guayaquil a estudiar a Quito bajo la dirección del Dr. Buenaventura Proaño. Tras perfeccionarse en Humanidades, obtuvo una beca del gobierno de Vicente Rocafuerte para estudiar Matemáticas y Ciencias Naturales, a cambio de enseñar Gramática a quienes iniciaban sus estudios de colegio. Se graduó de doctor en Jurisprudencia a los veintitrés años y de abogado cuatro años más tarde.
En 1844, cuando el ingeniero lorenés Sebastián Wisse (1811-1863) abrió sus clases en el colegio de San Buenaventura, se matriculó y se dedicó durante un año al estudio de las Matemáticas superiores bajo su dirección, acompañando al maestro en diversas exploraciones, como al cráter del Pichincha y al Sangay, en 1849.
García Moreno hizo un viaje a Europa en 1849, en el cual realizó observaciones y cursos cortos, pero fue en 1855 cuando, desterrado por el presidente José María Urbina, volvió a Francia y se dedicó al estudio de la ciencia en el Conservatoire National des Arts et Métiers bajo la tutela del sabio Jean Baptiste Boussingault (1801-1887), quien conocía el Ecuador y había colaborado con Simón Bolívar.
Estudió Geología, haciendo tan rápidos progresos que fue aceptado en la Sociedad Geológica de Francia; estudió también Química y se perfeccionó en Matemáticas Superiores. Era un lector voraz en varias lenguas; hablaba francés, inglés, italiano y alemán, como lo comprobaron los jesuitas, a los que después trajo a Quito para fundar la Politécnica, pues a cada uno de los cuales hablaba en su idioma.
En el poder
Al llegar al poder, García Moreno tenía muchos proyectos para reorganizar al país sumido en el desorden. Entre los más importantes, estaban los de la reforma del sistema educativo y la ampliación de su cobertura, así como las obras públicas: carreteras, ferrocarriles y nueva infraestructura edilicia para la administración, para la enseñanza, de equipamiento urbano, etc.
Para enfrentar estas tareas se vio obligado a contratar varios técnicos fuera del país, preferentemente en Francia. Uno de los primeros será su antiguo maestro Sebastián Wisse, a quien trajo desde París como ingeniero en jefe del Estado, para que se dedicara al estudio del trazado y construcción del camino carretero entre la capital y Guayaquil. Otro fue el arquitecto Thomas Reed (1817-1878), de origen inglés y nacido en las Antillas, quien actuó como arquitecto de la Nación entre los años 1861 y 1874, diseñando innumerables edificios, construyendo directamente muchos de ellos, como el “Puente y Túnel de la Paz” (1864), el “Puente de Jambelí” (1866) y la “Penitenciaría Nacional”, terminada en 1874.
La Escuela Politécnica
En cuanto a la educación técnica superior, esta debió esperar hasta que las reformas en el sistema educativo inicial y secundario, dieran sus frutos, pues era necesario primero formar bachilleres con suficientes bases científicas, amor al trabajo y al estudio, para que luego optaran por carreras científicas.
El Congreso decretó el 30 de agosto de 1869 la transformación de la universidad en Escuela Politécnica, destinada exclusivamente a formar profesores de tecnología, ingenieros civiles, arquitectos, maquinistas, ingenieros de minas y profesores de ciencias, etc.
García Moreno se valió de un grupo de científicos jesuitas alemanes que habían sido expulsados a Italia, los cuales, con la anuencia del superior general se trasladaron a Quito. Los tres primeros llegaron en agosto de 1870: Juan Bautista Menten (1838–1900), Teodoro Wolf (1841–1924) y el botánico italiano Luis Sodiro (1836–1909). En octubre se abrió un curso preparatorio, con Menten como decano. En 1871 llegaron otros siete, entre ellos Luis Dressel y Joseph Kolberg y en octubre se estableció definitivamente. En 1873, llegaron otros dos jesuitas y los profesionales civiles Jacobo Elbert, para la enseñanza de arquitectura y Nicolás Grünewalt, para la enseñanza de ingeniería civil. En 1874 llegó el padre Clemente Faller, quien reemplazó a Menten como decano.
Prácticamente todos los profesores editaron estudios sobre sus especialidades y textos sobre sus materias. Cada curso duraba cuatro años. Cerca de un centenar de alumnos se matricularon en los cursos que se dictaron entre 1870 y 1876, el 80 % de ellos inscritos en matemáticas y física. La gran mayoría abandonó los estudios al poco tiempo, probablemente por su limitada formación previa, que les imposibilitaba atender con provecho las materias especializadas. Ante estas circunstancias, el presidente García Moreno ofreció becar a los estudiantes que perseveraran, con la condición de que al terminar su carrera sirvieran como profesores o en una función pública por cuatro años, con el sueldo que les fijara el Gobierno.
Al acontecer la trágica muerte de García Moreno, la escuela estaba en su apogeo. Desde esa fecha, funesta para las ciencias ecuatorianas, principió su decadencia, hasta extinguirse por completo al año siguiente, bajo la administración del presidente Dr. Antonio Borrero.
La presencia de la Politécnica en la vida científica y cultural de la capital produjo grandes beneficios y, a pesar de su corta vida, su influencia se prolongó hasta los primeros lustros del siglo XX, a través de los alumnos formados en sus aulas. En el campo de la ingeniería civil se graduaron seis estudiantes: Antonio Sánchez, David M. Rivera, Eudoro Anda Vascones, Alejandrino Velasco Sardá, J. Gualberto Pérez Eguiguren y Lino María Flor. Todos habían hechos sus estudios becados, y sus graduaciones se efectuaron a lo largo de una década. Desaparecida la Politécnica, la enseñanza de ingeniería pasó desde 1879 a manos de la Universidad Central del Ecuador en la Facultad de Ciencias, secundados también por los padres Menten y Sodiro, los únicos jesuitas de la Politécnica que permanecieron en el país.
Un observatorio astronómico en la mitad del mundo
El presidente García Moreno consideraba también que un observatorio astronómico y meteorológico en Quito haría grandes contribuciones a la ciencia, por su cercanía a la línea equinoccial, la altitud del terreno y la relativa facilidad de acceso de esta ciudad en comparación con otros puntos de la zona ecuatorial de la Tierra. También consideraba que era necesario rectificar las medidas geodésicas de la misión de la Academia de Ciencias de París que llegó a Quito en 1736.
En carta de 22 de junio de 1861 al Dr. Antonio Flores Jijón, ministro del Ecuador en Francia, le expresaba que quería asociar al Gobierno francés en este proyecto, tanto para su creación como para su conservación, ofreciendo los terrenos y el edificio, y costeando la mitad de los gastos de conservación y de los sueldos de los técnicos, mientras que la otra mitad la pondría el Gobierno francés, quien debía proporcionar todos los instrumentos. Recomendaba al ministro que buscara a sus antiguos profesores, miembros de la Academia de Ciencias, para que impulsaran el proyecto en la corte imperial, el cual, finalmente, no fue aprobado.
Ya en 1864 se había instalado sobre la torre colapsada del templo los jesuitas una estación meteorológica, que luego se ampliaron a las investigaciones astronómicas, con un observatorio provisional en una torre giratoria de madera.
En cuanto a la revisión de las medidas geodésicas, en el mensaje presidencial de 1871, habla de corregir los errores en los cálculos que toman por base la circunferencia de la tierra y la longitud del radio terrestre y la necesidad de definir con exactitud el nivel de la Plaza Mayor de la Capital con relación al mar, señalando que los gastos en que incurra el Ecuador, serán más que retribuidos por la utilidad y la honra que darán a la República.
Ante la negativa francesa, en 1872 García Moreno decidió que el país afrontaría solo la titánica tarea de construir un observatorio astronómico, al cual equiparía con los mejores aparatos. Confió el presidente a Juan Bautista Menten la elección de su ubicación, diseño y selección de equipos. El jesuita había sido discípulo en Alemania del célebre astrónomo Friedrich Argelander, promotor y constructor del observatorio astronómico de Bonn y autor de un detallado atlas estelar que recogía la posición y brillo de más de 300 000 estrellas del hemisferio norte.
Menten realizó diversas exploraciones en los alrededores de Quito para buscar el mejor sitio para el Observatorio, resolviéndose por la Alameda. Inició la construcción a fines del mismo año 1872 en la plazoleta central del parque, determinando la dirección del meridiano, que serviría luego de punto de partida para toda la República, reconociendo que las medidas astronómicas anteriores no eran exactas. El plano que dibujó para levantarlo, fue inspirado en modelos de observatorios europeos y principalmente de Alemania, particularmente del de Bonn que consideraba uno de los mejores.
La construcción avanzó lentamente, pero ya en 1877 Menten la consideró capaz de albergar los instrumentos e iniciar sus actividades, contando para estas fechas con varios importantes instrumentos. Menten fue separado en 1883, y el edificio y su equipamiento no estaban completos. En 1887 se contrató al astrónomo Guillermo Wickmann para refaccionarlo y concluirlo, manteniéndose en la dirección del observatorio durante los gobiernos de los presidentes Caamaño, Flores Jijón y Cordero. En 1894 se separó de la institución y quedó como depositario del Observatorio durante seis meses el célebre arquitecto quiteño Gualberto Pérez Eguiguren.
Solamente treinta años después de la propuesta de García Moreno, esto es, en 1901, llegó al Ecuador una segunda misión francesa, esta vez compuesta por miembros del ejército. Tenía como jefe al comandante Bourgeois, y entre sus miembros al astrónomo Françoise Gonnessiat (1856-1934) y al médico ayudante Dr. Paul Rivet (1876-1958). Las nuevas medidas dieron razón a García Moreno.
Esta misión, hizo del Observatorio su principal base científica. El gobierno del general Eloy Alfaro cooperó ampliamente con el desarrollo de las investigaciones y solicitó a la contraparte francesa que se mantuviera como director del Observatorio el profesor Gonnessiat por cinco años. También estuvo al frente del Observatorio por algunos años el distinguido geólogo y naturalista ambateño Augusto N. Martínez, alumno de la Politécnica garciana.
Las artes
García Moreno también se interesó en fomentar la educación artística, creando estudios de pintura, escultura, música y declamación.
El Conservatorio Nacional de Música se estableció el 28 de febrero de 1870, bajo la dirección del músico corso Antonio Neumane, quien, al fallecer un año después, fue sustituido temporalmente por el quiteño Juan Agustín Guerrero, hasta la llegada del músico Francisco Rosa. La vida de la institución se volvió cada día más azarosa, hasta que en 1877, en la dictadura del general Ignacio de Veintimilla se cerró definitivamente.
El 2 de mayo de 1872 se abrió la Escuela de Bellas Artes, con Luis Cadena como director del curso de pintura y para la enseñanza de la escultura vino contratado desde Roma el español José González y Jiménez. El escultor se empeñó en tener, no solamente modelos vaciados en yeso, sino también materiales y herramientas fundamentales para la enseñanza, algo que no consiguió, a pesar de bregar incesantemente para que se le atendiera, terminando por abandonar la institución y buscarse la vida independientemente. Una obra que perdura, solamente vaciada en yeso es la del general Sucre que se encuentra en el balcón de la fachada del Teatro Nacional.
García Moreno envió a Rafael Salas becado a Roma, para que se abriera al mundo. Poco tiempo después, el pintor quiteño Juan Manosalvas, que regresaba de especializarse en Roma, se encontraría con otras limitaciones presupuestarias en la Escuela.
Lo que aconteció con la Politécnica, ocurrió también con la enseñanza de los oficios, de las artes plásticas y de la música, desapareciendo poco después del asesinato del presidente.