Discurso de incorporación de doña María Eugenia Moscoso en calidad de miembro correspondiente

El pasado 20 de noviembre de 2025 doña María Eugenia Moscoso se incorporó a la Academia Ecuatoriana de la Lengua en calidad de miembro correspondiente. En la ceremonia leyó el discurso que reproducimos a continuación.

El pasado 20 de noviembre de 2025 doña María Eugenia Moscoso se incorporó a la Academia Ecuatoriana de la Lengua en calidad de miembro correspondiente. En la ceremonia leyó el discurso que reproducimos a continuación.

LA PALABRA POÉTICA EN JORGE CARRERA ANDRADE

Hoy hemos sido convocados para reencontrarnos con la palabra poética del escritor ecuatoriano, Jorge Carrera Andrade, sobre quien sustento mi intervención académica y en la que pretendo descifrar el código del verbo y de la luz en su Obra poética a la sombra del siglo XX.

En el principio era el verbo, verbo que origina la luz y la sombra y sin el que no hubiera sido posible la existencia. La palabra, con su inmensa energía, engendra al universo; todo lo aprendemos a través de ella. Al ser la palabra instrumento de comunicación en la interrelación de los hablantes, todos los seres humanos estamos ligados a su presencia, tal como afirma Octavio Paz: “somos hijos de la palabra, ella es nuestra creación; también es nuestra creadora” (1997, párr. 1).

A partir del primer hallazgo de palabras escritas en castellano en San Millán de la Cogolla (siglo X) en un monasterio emilianense de la península ibérica, se inicia la escritura española y se instituye nuestra identidad hispanohablante. La lengua con la que nos expresamos no es sino un conjunto de signos que representan los múltiples objetos, acciones y entelequias de los seres que nos rodean, por lo que la palabra se convierte en la recuperación de la existencia traducida en presencia viva.

La lengua española, que une a más de 600 millones de hispanohablantes en el siglo XXI, no sería la misma sin el aporte de los pueblos nativos de América, que la enriquecieron y enriquecen permanentemente a través de sus diferentes culturas; su vigencia en el mundo cobra trascendental importancia al ser considerada la segunda lengua más hablada del Planeta, según datos del Anuario del Centro Virtual Cervantes en el año 2024. De ahí la relevancia de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), constituida en Madrid, en 1714, por iniciativa del marqués de Villena, bajo el reinado de Felipe V. Su finalidad de carácter científico y literario se enfoca en la regularización lingüística mediante la promulgación de normas que fomentan la unión del universo hispanoparlante desde el consenso. Preserva la unidad idiomática, fomenta la investigación lingüística y la evolución del idioma, vigila el influjo de otras lenguas y registra sus neologismos y arcaísmos. Procura toda suerte de encuentros, congresos, estudios y publicaciones entre las 24 academias adscritas y otros organismos afines para promocionar el estudio del español en el mundo. En la actualidad, el miembro de mayor antigüedad es Pere Gimferrer, posesionado en 1985, y el más reciente es Javier Cercas, elegido en 2024 para ocupar la silla «R» tras el fallecimiento de Javier Marías.

La Academia Ecuatoriana de la Lengua constituye el mayor referente cultural de la nación. Es la segunda institución erigida en América después de la Academia Colombiana de la Lengua. Fue fundada en Quito en noviembre de 1875 durante la presidencia del cuencano Antonio Borrero por académicos de gran talento intelectual y literario pertenecientes tanto a la capital como a otras provincias del país. Es preciso destacar la vinculación y aporte mutuo sustentado en la cooperación entre la Academia Ecuatoriana de la Lengua y la Academia Quechua de la Lengua, integrada esta última por representantes de todas las parcialidades de la Sierra y Amazonía ecuatorianas, siendo el quechua el segundo idioma oficial del Ecuador.

Sus miembros constituyen la esencia del patrimonio lingüístico del país y parte de ellos han dejado su huella particular en el pensamiento y devenir cultural de Cuenca en el pasado y presente inmediato. Honro su palabra que pervive en la historia de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y desde la cual se proyecta al mundo.

Luis Cordero Crespo, el Grande, (1833-1912), lexicógrafo, lingüista y poeta ingresa a la Academia Ecuatoriana de la Lengua en 1890. Francisco Febres- Cordero Muñoz (1854-1910), más conocido como el “Hermano Miguel”, lingüista y educador fue incorporado como miembro de número por la Academia en 1892, ocupando la silla «I».

Remigio Crespo Toral (1860-1939), coronado como “Poeta Nacional” y consagrado con Leyenda de Hernán, ingresó como miembro de número en la Real Academia Española en 1889, ocupando la silla «T», y, un año después, en la Academia Ecuatoriana de la Lengua.

Carlos Joaquín Córdova Malo (1914-2011) fue elegido durante tres períodos consecutivos para dirigir la Academia Ecuatoriana de la Lengua (1998-2008), ocupando la silla «L». Un millar de anglicismos (1992) y El habla del Ecuador. Diccionario de ecuatorianismos (1995, 2008, 2019) constituyen el mayor legado lingüístico para el país. Su contribución al estudio de la lengua fue reconocida con la Encomienda de la Orden de Isabel la Católica del Reino de España, 2005.

Susana Cordero Aguilar (1941), autora del Diccionario del uso correcto del español en Ecuador, es la primera mujer que preside la Academia Ecuatoriana de la Lengua (2014-2024): ingresa en el 2001 como miembro de número y ocupa la silla «O». Recibió la Cruz de Oficial de la Orden de Isabel la Católica concedida por el Rey Felipe VI (2020) por su aporte a la defensa del castellano y al acercamiento de los pueblos a través del idioma.

Simón Espinosa Cordero (1928), llamado “el caminante de espíritu humanista” (Flores, 2020), es miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua desde 2013 y ocupa la silla «A». Vine, vi y vencí recopila la serie de artículos de opinión publicados entre 1982 y 2012.

Celebro la presencia de la Academia Ecuatoriana de la Lengua representada por el destacado escritor de vanguardia y diplomático, Francisco Proaño Arandi, director de la institución desde diciembre de 2024, quien ingresara como miembro de número en 2012 ocupando la silla «P», por el escritor Diego Araujo Sánchez, crítico y profundo conocedor de la literatura ecuatoriana, actual secretario de la Academia, quien ocupa la silla «M» desde 2016 como miembro de número, y por mi amigo y colega Oswaldo Encalada Vásquez, filólogo, crítico literario y narrador prolífico que ocupa la silla «V» desde 2020.

El triunfo del verbo y de la luz

Jorge Carrera Andrade (1903-1978), poeta, prosista, traductor y diplomático quiteño fue nominado para el Premio Nobel de Literatura por la Academia Ecuatoriana de la Lengua en 1976 a la que ingresó, justamente en el mes de noviembre de 1963, como miembro de número, ocupando la silla «E».

Su voz lírica, de resonancia universal, se eleva entre los poetas de su tiempo: —Gonzalo Escudero, Alfredo Gangotena, César Dávila Andrade y Jorge Enrique Adoum— por su enorme valor estético y espíritu de renovación lírica, reflejada en su expresión formal y temática, así como por su innegable aporte a la traducción, particularmente de la literatura francesa, posibilitando unir continentes, y por la trascendencia de su obra literaria en el exterior.

Aproximarse a la poética de Jorge Carrera Andrade implica ir en busca de la palabra con sentido en la interrelación con el otro, delinear la hoja de ruta de su trayectoria iniciada en la última fase del Modernismo, movimiento al que se adhirió desde sus inicios y en el cual se descubre ya su disposición a explorar y captar la realidad a través de una singular contemplación de los objetos como símbolos con los cuales aspira a describir las instancias que descifran el cosmos. Su poesía se enrumba entre certidumbres y se despliega desde el bucolismo de su época hasta el sendero postmodernista para poetizar en torno a los bienes terrenales.

Jorge Carrera Andrade se adentra en las vanguardias (avant garde) y se convierte en el pionero de la introducción de nuevas formas y estilos poéticos que dejarán rastro en generaciones posteriores, con lo que logra dar un paso adelante y apropiarse de la palabra nueva, cargada de enorme potencial y alcance significativo. A partir de la publicación de Estanque inefable de Jorge Carrera Andrade, Trilce de César Vallejo y Desolación de Gabriela Mistral en 1922, y de Crepusculario de Pablo Neruda y Fervor de Buenos Aires de Jorge Luis Borges en 1923, se instituye la Vanguardia en el continente americano por lo que Alejandro Querejeta (2000), crítico y periodista cubano, se refiere a Jorge Carrera Andrade como “poeta fundacional” (p. 31).

Todos estos autores participan del ímpetu hacia lo nuevo, lo inédito, con espíritu cosmopolita; reconfiguran la identidad en particular conexión con la tierra; se refugian en la poesía ante el advenimiento de la industrialización y la consecuente deshumanización; se alimentan de las nuevas vanguardias y de las recientes teorías sobre el subconsciente.

La poesía no es pura expresión emocional, sino búsqueda consciente; en la palabra poética, se transforma la configuración de la conciencia desde una amplísima dimensión de la realidad. El propio poeta hace referencia al proceso creativo cuando señala que, al salir al rescate de las palabras, nacen sus poemas impulsados por la fuerza primigenia de la palabra, con la que nombra a seres y cosas y se apropia de estos al penetrar en sus ocultos secretos.

Carrera Andrade (2000), en su poema Objeto y su sombra, establece que su poética está vinculada a la realidad que percibe: “Las cosas. O sea, la vida. / Todo el universo es presencia. / La sombra al objeto adherida / ¿acaso transforma su esencia?” (p. 211). Cuando el poeta confiesa: “El intenso ejercicio del sentido de la vista me convirtió en un devoto del mirar, como llamaba Platón a los poetas” (Robles, 2002-2003, p. 45), legitima una nueva poética de la mirada.

En ese afán de aprehender las cosas y los seres, se aleja de los esquemas de la tradición, rompe con ellos y proporciona los elementos para recrear su poesía desde un encuadre altamente metafórico, trabajado desde una permanente libertad, destacando su profunda maestría retórica, en la que se inscriben esmerados epítetos y juegos de palabras en los que predominan la paranomasia y la aliteración, así como las analogías necesarias para instituir vínculos entre las cosas. Como toda realidad establece alianzas entre el sustantivo y las acciones o movimientos vinculados a la dimensión verbal, formula una dialéctica de lo ambital debido a esta natural correspondencia.

El poeta mira la realidad en imágenes que estallan en brillo y color a través de la metáfora y la analogía; no es el objeto en sí lo que capta su atención, sino las similitudes que le permiten llegar al lado oculto de las cosas. El libro, motivo y esencia de su creación poética, y de su gran proyección al mundo, es expresado a través de un elevado lenguaje metafórico: “Un libro es una casa con ventanas al campo / y ocultos corredores: su postigo cerrado / aguarda, para abrirse, al roce de una mano” (Filosofía de humo, p. 61). En el poema Milagro es el “Libro, guirnalda de niña” … Libro que hace el milagro de los panes… Libro: golondrina que anuncia / mi primavera dentro de las casas” (p. 127); la metáfora se convierte en recurso protagónico de toda su poesía, siendo un rasgo del estilo del escritor.

El libro se constituye en nexo entre el autor y el interlocutor, pero cuando no se da ese diálogo, el poeta convierte a la palabra en dardo fulminante: “Ya los libros inéditos son pasto de ratones / y los pequeños dientes destruyen nuestras vidas” (Epílogo, p. 85). El poeta es consciente de que la palabra es un decreto, por ello la invoca: “Sé alondra del alba / no momia ni lápida” (Invocación a la palabra, p. 411). Y, porque aquella potencia la luz o la oscuridad, prescribe: “En esta prisión donde se anda libremente / no es permitido arrojar cáscaras de sueños… o pronunciar palabras / que causen la muerte repentina de las perdices / o la sordera incurable de los hongos” (Señas del parque sutro, p. 366). Ante estos versos el oído se afina para percibir la sonoridad de las palabras enlazadas a la indivisible comunicación de su significado.

La Obra poética recoge los poemas de los distintos períodos de Carrera Andrade y trasluce en su poesía una dialéctica de lo grandioso y lo nimio, de lo real y lo utópico, de lo abierto y lo cerrado, de lo interno y lo externo, de la abundancia y la escasez, de la cotidianidad y esencialidad del ser humano, recuperando de esta manera su verdadero valor ontológico. Diego Araujo (s/f), al analizar la obra en prosa El camino del sol, subraya “otra doble coordenada, característica de este escritor: la visión universal y la visión local” (p. 9). Por un lado, el escritor asume un elevado cosmopolitismo y por otro, se sumerge en la indagación sobre su identidad, estrechando distancias. Hegel hablaba de un “instinto dialéctico” del lenguaje refiriéndose a “la unidad oculta de significados heterogéneos e incluso opuestos entre sí” y Heráclito planteaba que “los contrarios coinciden en el fondo” (Gadamer, 1988, p. 341); afirmaciones de las que se hace eco el poeta al sostener que no busca establecer contradicciones, sino unidad en la síntesis.

La poética de Jorge Carrera Andrade está marcada por el movimiento pendular de su actividad diplomática, en un incesante ir y venir, en un llegar y salir, en un estar presente y un estar ausente, como ser en permanente contemplación y recreación. Fue un viajero incansable, siempre en búsqueda de lo nuevo; su poesía se despliega, se engrandece y se nutre en cada desplazamiento, convirtiendo la palabra en su compañera de vida. Confiesa haber nacido en Quito con la “última diligencia” (Biografía para el uso de los pájaros, p. 283) la que impulsara al poeta, al permanente recorrido por diferentes destinos: España, Alemania. Inglaterra, Bélgica, Japón, Estados Unidos, Argentina, Brasil, Chile, Nicaragua, Venezuela, espacios y tiempos que logra eternizar con la mirada fija en sus raíces. En El volcán y el colibrí. Autobiografía (1970), en sus líneas finales, expresa el propósito de su vida: indagar los misterios de la existencia, los seres y las cosas: “Yo he venido a conocer, he venido a descubrir, y no sólo a soñar sobre este suelo de mis padres” (p. 329).

Carrera Andrade, desde sus Primeros poemas (1917-1970), sorprende por el destello y la transparencia de sus versos y descubre que para reconocer su sombra debe observar y observarse, por lo que despierta todos los sentidos para percibir los seres y las cosas de su entorno, logrando una conexión vital a través de una forma particular de contemplarlos. Su mirada inicial se detiene en su origen, su pueblo, al que evoca con nostalgia, donde su voz apacible deja que la luz y el color maticen la vida.

Es a través de la “ventana” que el “yo” interior logra compenetrarse con el exterior y, a través de ella, percibe la belleza del mundo natural. Consigna imágenes de particular encanto y diversidad con base en códigos tanto verbales como visuales, enraizados en el espacio y el tiempo: semillas, tierras, colinas, ríos, aves, bosques, pueblos, ciudades… observados desde quien poetiza más allá de la forma y el color. En un diálogo permanente con la naturaleza crea seres de luz: “Oro lineal, cebada” (Tiempo de golondrinas, p. 169). “Sólo es luz emplumada el colibrí, / luz con alas o mínima saeta” (Armas de la luz IV, p. 400). En el poema Los párpados entornados (1922), se dispone a asumir el mundo exterior para constituirse en un mundo natural:

Busco sólo el reposo, las uvas del reposo
y su vino que embriaga de un placer silencioso
y quiero ver el aire tan azul, la vidriera
que canta la emoción del viaje en primavera,
el camino de hierbas, la rústica hostería
y el corazón ceñido de un laurel de alegría. (p.60)

En Estanque inefable (1922) parece que el tiempo no transcurre y el poeta disfruta de los pequeños detalles, de las cosas simples que le ofrece el ambiente provinciano; asume la grandeza de lo más insignificante, lo frágil y lo efímero, posibilitando así el disfrute de lo poético, enlazado al esplendor de los sentidos y evidenciando su implicación: “La alacena envejece roída de polilla / en la tibia hermandad de los muebles amigos” (Vida de la alacena, p. 62).

En la Obra poética de Jorge Carrera Andrade, la evocación es una constante; se retrotrae a sus vivencias en la permanente búsqueda de su identidad individual y colectiva. En este empeño recurre siempre a la memoria: “Aquí vuelve a ser niño el corazón urbano / entre el perro de casa tan fiel como un hermano / y este buen asno que hace sonar la campanilla” (Provincia, p. 59).

La itinerancia, marcada por la avidez de conocimientos, impulsa al poeta a proyectarse al mundo a través de la carrera diplomática; etapa de ausencia y desarraigo que vigoriza su poesía nutriéndose de la literatura de otras latitudes. Precisamente de su permanencia en calidad de cónsul en Yokohama (Japón) surgen sus Microgramas (1926), donde el poeta, a través de la palabra pulida, logra abreviar los versos y condensar en ellos la profundidad del pensamiento filosófico a la par que muestra la genialidad con que conjuga el humorismo de la greguería con el sentido trascendente de la vida. Los Microgramas, composiciones sencillas, de recortada estructura –miniaturas líricas– de tres o cuatro versos, encuentran su espacio a partir de una tendencia que busca la depuración de la poesía y responden al principio de unidad del hombre con la naturaleza. Para el poeta son sus “juegos intrascendentes”, en los cuales reduce la creación a pequeñas fórmulas poéticas que revelan el disfrute intelectual y el carácter festivo y maravilloso de su poesía.

Por su estructura breve, exacta y concisa, el haikú tiene gran resonancia en la poesía latinoamericana. Carrera Andrade recrea esos seres pequeños que sostienen el orden espiritual y material del Planeta, encontrando su centro o su magia en el animismo andino, donde descubre que todos cumplen una función desde su luz y su sombra.

En este juego cósmico ubica al colibrí frente a la araña, el primero caracterizado por su espíritu dinámico y la segunda por su actitud paciente en el trabajo; asimismo, sitúa al ostión, inmóvil e indiferente, frente al caracol, que representa el esfuerzo de ponerse en marcha hasta llegar a descifrar el “alfabeto de los pájaros en la escala cósmica” (Ordenando un universo, p.107). Un par de haikús ilustra la efervescencia metafórica del autor y su capacidad para fundir instante y eternidad, corporeidad y abstracción: “Nuez: Sabiduría comprimida,

/ diminuta tortuga vegetal, cerebro de duende /paralizado por la eternidad” (p. 110). “Golondrina: Ancla de plumas, / por los mares del cielo / la tierra busca” (p. 113).

Modalidad versal, cuyo origen se remonta a la poesía japonesa, conocida como “kaikai” o “haikú” y cuyo padre es Matsuo Bashō, japonés del siglo XVII que influyó en Jorge Carrera Andrade, quien, juntamente con Juan José Tablada, poeta mexicano, difundiría esta modalidad poética en Hispanoamérica.

Es criterio unánime de la crítica nacional e internacional identificar a Jorge Carrera Andrade como el “poeta de la luz” por su capacidad de conducirnos al reino destellante con el cual define su propia existencia. La poética de Jorge Carrera Andrade devela al escritor que transita desde la luz hacia la oscuridad que, para Liliane Frey-Rohn (1991), constituye la sombra que se encuentra “conectada con las profundidades olvidades del alma, con la vida y la vitalidad; ahí puede establecerse contacto con lo superior, lo creativo y universalmente humano” (p. 8). En este sentido, la antinomia luz-sombra como consciente e inconsciente se desdobla en la Obra poética de Jorge Carrera Andrade desde la unidad indisoluble de la psique.

El poeta, al iniciar el retorno a su mundo interior, elabora un mapa de su tránsito existencial de acuerdo con Connie Zweig (1991) en Encuentro con la sombra: “para mí se ha convertido en una forma de cartografiar el camino del descenso y llevar la luz a la obscuridad” (p. 6).

El poeta se siente prisionero de la urbe, vive atrapado en la monumentalidad de los rascacielos y se mira envuelto en un manto de soledad, desolación y sinsentido de la vida, preguntándose: “¿Dónde estuviste, soledad, / que no te conocí hasta los veinte años? Y se responde: “En los trenes, los espejos y las fotografías / siempre estás a mi lado” (Soledad en las ciudades, p. 254).

Son varias las interrogantes que esperan una respuesta en esta fase de opacidad. ¿Dónde ha quedado la poesía que irradiaba luz y contagiaba amor, plenitud, felicidad? “Había un sol de siembra. La tierra jubilosa / los granos recibía / para darlos más tarde transformados / en cosecha feliz, en nueva vida” (La siembra, p. 38). ¿Dónde se encuentra el amor que “es luz, música sueño / y frutal material / que gustamos con todos los sentidos”? ¿Dónde se esconde el rostro de la mujer amada? “Tú, la mayor, la excelsa forma humana, / flor del planeta, suma luminosa / del ala, del azul, de la mañana, / de la rosa escondida en cada cosa” (Árbol de luz tu cuerpo p. 361).

La perspectiva asumida desde la gnoseología coloca a Carrera Andrade en su fase de mayor madurez humana, psicológica, filosófica y espiritual, en la que manifiesta su postura existencial y su poesía adopta un tono reflexivo. “La luz mira: existo. La luz mira / en torno mío todo hasta el guijarro”. “La luz hace nacer todas las formas, / extranjera venida de la altura / en visita a la tierra cada aurora” (Las armas de la luz, pp. 399, 398). La luz se constituye en principio de todo lo creado

Al disminuir la luz, el ser humano se enfrenta a la sombra; traspasa el dintel del inconsciente y evidencia el fardo de experiencias acumuladas en su recorrido vital, reflejo de la figura del poeta captada por su amigo José de la Cuadra, un hombre encorvado que arrastra ilusiones perdidas: “desenredo ciudades, barajo religiones / y no hallo en parte alguna la luz apetecida” (El ciudadano de los ojos azules, p. 92). Sin embargo, el poeta va tras la luz; asume la temporalidad y la plenitud de la existencia y, al mismo tiempo, funde la oscuridad y la luz en los claroscuros del camino.

Y cuando nos invadan ya las sombras
y nuestra vida caiga como una fruta henchida
tengamos el placer de haber llevado
la claridad, la paz, la dicha
como un sol interior y de haber comprendido
el mensaje cifrado en las semillas.
(La siembra, p. 39)

El poeta es consciente de su lado oscuro y transita entre luces y sombras, se reconoce en ellas: “Como un báculo ciego / llevo el cuerpo vagabundo/ por el mundo / y nunca llego” (Canción del hombre, p. 98). “Tengo un ojo de sol, otro de sombra” (Las armas de la luz VI, p. 402). Para Vladimiro Rivas (2009), los mejores logros poéticos de Carrera Andrade aparecen cuando “el poeta de la luz descubre la sombra” (párr. 4).

La soledad que se apodera del poeta es la del vacío y la incompletitud, generando ansiedad y desconcierto: “La soledad está nutrida de libros, / de paseos, de pianos y pedazos de muchedumbre, / de ciudades y cielos conquistados por la máquina” (Soledad de las ciudades, p. 254). Sin embargo, la soledad que busca el poeta es aquella que invita a la meditación: “La soledad y el silencio / llegan a entenderse un día. / Encarcelan al lenguaje / en la más oscura cripta” (Nadie, p. 618). “El florido silencio de la acacia perfuma / la soledad. La hierba alza un canto apacible / que acaricia el oído con suavidad de pluma” (Paseo I, p. 81). “En los húmedos pastos / es azul el mugido. / Aquí no hay soledad: / hay sólo espacio amigo” (Tiempo de golondrinas, p. 169).

Penetrar en la sombra conduce al ser humano a ralentizar el ritmo de la vida y encontrar el espacio ineludible para descifrar el código de la sombra. Es en el silencio donde el poeta halla el estado ideal para reencontrarse consigo mismo:

En mi morada oscura
vuelvo a escuchar al hombre del espejo
que habla conmigo a solas,
me mira e interroga frente a frente,
en eco me responde en mi lenguaje
y se asemeja a mí más que yo mismo.
(Las armas de la luz VII, p. 404)

El poeta vive asediado por la tenebrosa imagen de la maldad que se halla diseminada por el mundo, “la sombra colectiva” (Zweig y Abrams, 1991, p. 10). A medida que avanza su producción poética, esta adquiere tonalidades grises provenientes de la realidad circundante: la violencia, la deshumanización, el exterminio provocado por la Segunda Guerra Mundial. Terrícolas es el poema que se construye desde la sombra colectiva, ante la cual el poeta se subleva:

Os digo: nuestro siglo es fabuloso…
Terrícolas que entierran las estatuas,
emparedan los libros
echan al mar las llaves del planeta,
desconocen el lirio
todo ponen en venta, hasta el claro de luna,
proclaman el mundial degüello de los cisnes
como materia prima para una nueva industria.
Terrícolas iguales en su gesto y ropaje
y por dentro vacíos,
negadores del sol, seres de sombra
falanges del bostezo y del olvido,
sublevación inmensa
contra el Hombre y su mundo de amor y maravilla
para instaurar el reino de las Palabras Huecas.
(p. 413)

Jorge Carrera Andrade va en pos de su sombra todo el tiempo; siempre atento, es consciente de que nadie puede asumir sino cada uno el viaje hacia el mundo interior. El poeta hace suyo el dolor de la humanidad desde una actitud combativa. En Familia de la noche (1952-1953), el poeta transforma la poesía en arma de combate para vencer la sombra y “no morir de realidad,” como sostenía Nietzsche, y combate, además, contra la palabra en búsqueda de perfección:

Tú me darás el arma, Poesía
para vencer al enemigo oculto,
para arrasar las fortalezas fatuas
para escalar las torres de lo bello,
para extirpar las sierpes del planeta
instaurando el reinado del rocío.
(El combate poético, p. 619)

El poeta ha vencido la sombra individual y colectiva cuando descubre la llave que le permite salir de la prisión humana a la que le somete la sombra. Si la ventana es el símbolo que le une al mundo exterior y el espejo es su reflejo, con la llave recupera el control de sus decisiones. “Aquí está tu llave de nácar / que liberta a un fantasma de su prisión marina”… “Me da acceso a la cueva memorable / tu breve llave de nácar, hipocampo” (La llave del mar, p. 371).

Luz, conciencia, hipocampo, simbolizados en la llave, semánticamente está enlazada a las funciones del cerebro humano, órgano a través del cual se desarrolla la capacidad de pensar, discernir, tomar conciencia. En el poema, el poeta entrega metafóricamente al hombre el código para penetrar en la sombra (el subconsciente) y liberarse de ella, aunque él siga atrapado en la infinita prisión marina de la vida temporal:

Aquí está tu llave, hipocampo,
tu húmeda llave de nácar
para abrir los cofres azules del océano
que ruedan en la arena con su carga,
los cofres donde el alga pone su sello verde,
los cofres llorosos de antigüedad y sal
con sus lomos que chocan entre sí
nutridos de tormenta y despojos eternos.
(La llave del mar, p. 370)

El poeta recurre al fuego, símbolo de transmutación; ha vuelto a la luz, prueba ontológica e irrefutable de su existencia. Ahora es capaz de transformase y transformar el mundo.

Yo soy el poseedor de la llave del fuego, del fuego natural llave pacífica
que abre las invisibles cerraduras del mundo,
la llave del amor y la amapola,
del rubí primordial y la granada,
del cósmico pimiento y de la rosa.
(La llave del fuego, p. 381)

El poeta recupera su optimismo, la fe y la esperanza y se encamina hacia un nuevo planeta utópico: Aurosia:

Todo es oro en Aurosia,
donde las noches áureas son más claras que el día.
Los seres que lo habitan, más humanos que el hombre
viven en paz cavando sus auríferas minas…

Desde Aurosia, los niños pueden mirar la Tierra
y saben nuestra historia increíble: las razas
que se odian, la sed del oro, la conquista
y exterminio de pueblos al filo de la espada…

La distancia entre Aurosia y la Tierra se mide
no solo en años-luz a través de la nada
sino en años amor, en siglos de ternura.
No es capaz el terrícola de salvar la distancia.
(pp. 426, 427)

La humanidad del siglo pasado llegó a la mayor inflexión de la historia y se advertía ya su desmoronamiento, ampliado en los inicios del siglo XXI. La poesía de Jorge Carrera Andrade constituye un eco profético que resuena estrepitosamente; nunca como ahora, su voz sacudiría las pantallas de la nueva tecnología, ante los noticieros del mundo actual porque este se ha convertido en “el escenario de la sombra colectiva” (Zweig y Abrams, 1991, p. 10).

En este momento culmen de la producción poética de Carrera Andrade surge Hombre planetario, texto en el que tanto el poeta como el metafísico expresan verdades en contadas palabras que, coincidiendo con la postura del filósofo Jaspers y del pintor Van Gogh, confirman la redondez del ser y de la vida, al confluir en la teoría del “eterno retorno”, expresión de la más pura fenomenología y verdadera proyección cósmica. Hombre planetario es la representación de lo más elevado del ser humano y ancla de redención:

Yo soy el habitante de las piedras
sin memoria, con sed de sombra verde.
Yo soy el ciudadano de cien pueblos
y de las prodigiosas Capitales,
el Hombre Planetario,
tripulante de todas las ventanas
de la tierra aturdida de motores.
Soy el hombre de Tokio…
el minero de Europa…
el labrador del Congo…
el pescador de ostiones polinesios,
soy el indio de América…
Y soy los demás hombres del planeta.
Sobre mi corazón firman los pueblos
Un tratado de paz hasta la muerte.
(Hombre planetario XX, p. 478)

En 1959 Jorge Carrera Andrade publica su poema más largo, Hombre planetario, compuesto por 351 versos. Ese mismo año Yung dijo: “es inminente un gran cambio en nuestra actitud psicológica para cambiarnos y cambiar al mundo” (Zweig y Abrams, 1991, p. 13) Así pues, si no despertamos la conciencia seguiremos siendo cómplices del descalabro de la humanidad y perderemos la oportunidad de atender la invitación de Jorge Carrera Andrade para la construcción de una nueva utopía:

Vendrá un día más puro que los otros:
estallará la paz sobre la tierra
como un sol de cristal. Un fulgor nuevo
envolverá las cosas.
Los hombres cantarán en los caminos
libres ya de la muerte solapada.
El trigo crecerá sobre los restos de las armas destruidas
y nadie verterá la sangre de su hermano.
(Hombre planetario XIX, p. 477)

Jorge Carrera Andrade asume la escritura como forma de elevar la imaginación creativa, responsabilizándose de su sombra, expandiendo su conciencia y fortaleciendo su identidad planetaria. La luz presente en su primera etapa emerge radiante al final de su obra poética, volviendo al origen en su ciclo infinito. Si Carrera Andrade se reconoce en su luz, nosotros lo reconocemos en su sombra.

Al concluir, se ratifica el triunfo del verbo y de la luz en la poética de Jorge Carrera Andrade: su poesía celebra al hombre y a la vida en sus luces y sombras; su palabra es cincelada con especial esmero y rigor, y trasmuta la realidad en explosión de imágenes de color; su poesía introduce una forma particular de mirar las cosas y los seres e implica al hombre con la naturaleza, fundamentándose en la ontología y analogía; es una poesía cargada de esteticismo metafísico, una poesía que impele y conmueve, una poesía que cuestiona al hombre del siglo XX y que resuena en la humanidad del siglo XXI; una poesía que está llamada a perennizarse en el tiempo. Su luz permanecerá rutilante en la historia de la literatura universal

He querido compartir mi incorporación —en calidad de miembro correspondiente— en la Academia Ecuatoriana de la Lengua con mi familia, especialmente con mis hijos, colegas y amigos en esta casa de tradición cultural que nos acoge con especial afecto, por lo que agradezco a José Corral, su director.

Desde siempre, a lo largo de toda mi trayectoria académica, me interesó el estudio de nuestra lengua, su aplicabilidad en el mundo de la literatura y las ciencias inherentes, la teoría y la crítica literaria. Asumí mis estudios universitarios algo tarde (a los 27 años) por obligaciones familiares. Tanto el gran maestro Efraín Jara Idrovo como José Cordero, mi esposo, amante seguidor de las letras universales, me alentaron a profundizar en mis estudios. Así, un texto vanguardista del poeta ultraísta Vicente Huidobro permitió que me adentrara en el maravilloso universo de la metáfora, con ese alucinante recorrido que lo decantara en el poema en ciernes –Altazor o Alto Azor –. Con mi gran amigo y compañero, Jorge Dávila Vásquez, pasamos largas horas hasta lograr la interpretación, decodificación y recreación de tan extenso como hermético texto poético.

Debo expresar que esta fue la mejor y más enriquecedora etapa de mi vida universitaria, estimulada siempre por el gran maestro, quien marcó altamente mi dedicación a la lectura, y la investigación y, posteriormente, a mi cátedra universitaria, juntamente con mis otros maestros Jorge Villavicencio, Francisco Olmedo, Carlos Pérez, Silvino González, Alejandro Mendoza y Juan Valdano, todos de muy grata recordación. Más adelante pude acceder a estudios avanzados, en el ciclo de doctorado en Literatura y Comunicación, en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, PUCE, en Quito, en la que tuve el privilegio de tener maestros de la talla de Manolo Corrales, Susana Cordero, Julio Pazos, Vicente Robalino, Iván Carvajal y Santiago Páez y contar con los textos literarios del escritor Francisco Proaño Arandi, que constituyeron insumos importantes en el tan intenso como halagador trabajo de interpretación literaria y semiótica. He aquí el recorrido de mi vida académica, sustentada en el uso y aprovechamiento de la lengua española, vehículo de nuestro accionar y razón de ser de nuestro encantamiento.

La palabra poética se erige como herramienta de ratificación y crecimiento del ser humano. En la palabra nos miramos y, a través de ella, se ilumina nuestro tránsito por este mundo y la asumimos como lo manifestara el poeta Carrera Andrade: “un instrumento de salvación”.

Señoras y señores.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Araujo, D. (s/f). Introducción. En El camino del sol de Jorge Carrera Andrade. Colección Luna Tierra. Campaña Nacional Eugenio Espejo.

Carrera Andrade, J. (1970). El volcán y el colibrí. Autobiografía. José M. Cajica JR., S. A.

Carrera Andrade, J. (2000). Obra poética. R. Pacheco y J. Vásconez (Eds.). Acuario.

Flores, G. (2020, 9 marzo). Título: “El caminante de espíritu humanista”. Diario El Comercio. https://www.academiaecuatorianadelalengua.org/simon-espinosa-cordero-el-caminante-de-espiritu-humanista/

Frey-Rohn, L. (1991). Introducción. El lado oscuro de la vida cotidiana. C. Zweig y J. Abrams (Eds.). C. Yung et al. Encuentro con la sombra.  (Trad. González y F. Mora). https://www.josepmariacarbo.cat/themes/demo/assets/docs/JUNG-CARL-Encuentro-con-la-sombra.pdf

Gadamer, H-G. (1988). Verdad y Método II. Rev. Hermenia, 34. https://es.scribd.com/doc/144993953/Gadamer-Hans-Georg-Verdad-y-Metodo

Paz, O. Nuestra lengua. Discurso de Inauguración del Primer Encuentro Internacional de la Lengua Española. (1997, 6 abril). Zacatecas-México: Centro Virtual Cervantes. https://cvc.cervantes.es/obref/congresos/zacatecas/inauguracion/paz.htm

Querejeta, A. (2000). Introducción. Carrera Andrade, Obra poética. Acuario, pp. 9-31.

Rivas, V. (2025). Nota Introductoria. Material de lectura. Poesía moderna, n.º 22. https://materialdelectura.unam.mx/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/109-044-jorge-carrera-andrade?showall=1

Robles, H. (2002-2003). Jorge Carrera Andrade. Boletines de Crítica. Kipus, Revista Andina de Letras. Corporación Editora Nacional, pp.45-61. https://www.jstor.org/stable/25596624

Zweig, C. Ed. (1991). Prólogo. Encuentro con la sombra. (Trad. González y F. Mora). https://www.josepmariacarbo.cat/themes/demo/assets/docs/JUNG-CARL-Encuentro-con-la-sombra.pdf

Zweig, C. y Abrams, J. Eds. (1991). Introducción. El lado oscuro de la vida cotidiana. C. Yung. Encuentro con la sombra. (Trad. González y F. Mora). https://www.josepmariacarbo.cat/themes/demo/assets/docs/JUNG-CARL-Encuentro-con-la-sombra.pdf