Discurso de don Oswaldo Encalada Vásquez en la ceremonia de incorporación de doña María Eugenia Moscoso en calidad de miembro correspondiente

El pasado 20 de noviembre de 2025 doña María Eugenia Moscoso se incorporó a la academia en calidad de miembro correspondiente. Le dio la bienvenida don Oswaldo Encalada Vásquez, con el discurso que reproducimos a continuación.

El pasado 20 de noviembre de 2025 doña María Eugenia Moscoso se incorporó a la Academia Ecuatoriana de la Lengua en calidad de miembro correspondiente. Le dio la bienvenida, en nombre de la corporación, don Oswaldo Encalada Vásquez, con el discurso que reproducimos a continuación

MARÍA EUGENIA EN LA ACADEMIA

“La palabra antecede a la creación del hombre, pues sin ella no habría sido posible la existencia humana”. Con esta declaración de principios María Eugenia Moscoso ha dado inicio a su discurso de incorporación en nuestra querida Institución, la Academia Ecuatoriana de la Lengua, que, en el año pasado, cumplió 150 años de vida al servicio de la patria y de la lengua, que, para nosotros, es también una forma de esa misma patria,  tantas veces vilipendiada y escarnecida.

La palabra crea al ser humano y también crea el mundo donde construye su morada, hecha de tiempo y de sueños. Sin la palabra todo es una masa confusa de posibles estímulos, un caos de sensaciones y de atributos que no alcanzan a conseguir una verdadera configuración. Sobre ese mundo de caos la palabra opera su labor de disección, y solo así el mundo cobra sentido. Antes de la aparición de la palabra el mundo no ha alcanzado su estatus de construcción cultural. Porque el mundo está hecho con palabras y, naturalmente, comprendido y explicado por ellas. Una teoría científica es un constructo teórico que da cuenta de la realidad. Una ideología es, también, una construcción verbal, que intenta comprender y guiar la acción de las personas.

Más allá de las palabras, como antes de ellas, el mundo se desvanece en el caos y lo amorfo.

La designación es la clave. La lengua descubre una silueta distintiva y le otorga un nombre. Con ese nombre se identifican las cosas y los aspectos abstractos de la cultura. Del cúmulo de sentimientos que causan desasosiego, pasión y anhelo, el ser humano segmenta una porción y a esa parcela la llama “amor”.

El ser amado se aleja. Eso se llama ausencia.
El polvo ultraja el brillo de la rosa, eso se llama muerte.
La palabra arde, eso se llama poesía.

De modo que toda la cultura no material está sustentada por la palabra, por el verbo, que, en los albores de la humanidad, logró levantar a los ancestros para que mirasen el cielo y el horizonte.

Las palabras de María Eugenia siguen estrictamente esta idea de concebir a la cultura como una construcción sígnica y verbal. Esto es lo que nos dijo:

El mundo en el que nos expresamos, no es, sino un conjunto de signos, a los que llamamos palabras, que representan las múltiples cosas, acciones o entelequias que nos rodean.

Y, nosotros, lo reafirmamos. Las palabras definen el mundo cultural. Y como cada cultura es diferente, el resultado es obvio. Cada lengua diseca el mundo según sus necesidades. Y por eso existe tanta diferencia entre las lenguas, porque esa diversidad implica diferencias de ver y conceptualizar el mundo. En la lengua quichua existe una sola palabra para designar la mentira y lo falso. Ese término es “llulla”. Pero, en español tenemos un buen lote de términos para referirnos a ese campo. La diferencia está, naturalmente, en que la lengua española (su visión del mundo) ha ejecutado más divisiones en ese pequeño mundo de la falsía. Así, tenemos términos como:

falsedad, embuste, mistificación, falsificación, fraude, engaño, impostura, ficción, calumnia, mentira, suplantación, estafa, patraña, simulación, imitación, fingimiento, farsa, hipocresía, aparentar, falacia, mendacidad, disimulo.

Y en frases ocurre algo como esto:

Mentira piadosa, mentira oficiosa, mentira cerdosa, promesa de campaña, palabra de caballero: yo te ofrezco, busca quién te dé.

Y aun dentro de una lengua hay diferentes segmentaciones de una misma realidad. Por ejemplo, para el hablante común, el del estado llano, hay una sola palabra que designa el acto de apropiarse de lo ajeno. Esa palabra es “robo”, sin embargo, los abogados y los jueces saben que una cosa es el robo y otra, el hurto, aunque los dos signifiquen, en el fondo, lo mismo. El robo es robo donde quiera que se lo sorprenda.

Y aquí, permítanme una breve digresión y pregunta, al mismo tiempo: Cuando alguien roba un beso, ¿es un robo o es un hurto?

En todo caso el delito se puede subsanar, devolviéndolo. Ahora, que la ofendida se niegue a recibirlo, eso ya es grave y traerá la consiguiente pena.

Fin de la digresión.

Insistimos, la lengua define el mundo, y definir es delimitar, poner hitos para separar conceptos y percepciones. Y, como ya está dicho, unas lenguas ponen hitos donde otras no lo hacen, no los necesitan o no los ven. Para nosotros el pronombre plural de primera persona es doble, y lo es por el género. Decimos: “nosotros” y “nosotras”; pero el inglés ignora tan importante y decisiva diferencia, y solo se queda con un simple “we”. En español los hijos son siempre hijos, cualquiera que hable de ellos; pero en el quichua la situación es radicalmente distinta. Si el padre se refiere al hijo dirá: “churi”, y si es la madre la que se dirige a ese mismo ser, nunca dirá “churi”, porque eso significa invadir un campo que le está vedado, significa volverse hombre. La madre dirá: “huahua”. ¿Misterios de cada lengua?  Misterios, no, solo formas diferentes de disecar la realidad y poner definiciones donde parece que no existen o donde no se las ve.

Pero la lengua no es solo el más importante vehículo de comunicación y segmentación del mundo, es, también el cimiento para que sobre ella se levanten otros instrumentos culturales posibles. Y, para nosotros, que somos usuarios del libro y de la palabra, uno de esos instrumentos fundamentales es la poesía. Sí, la literatura y, en particular, la poesía es un submundo dentro del mundo lingüístico, un subsistema que usa los elementos del sistema de la lengua común y lo aparta de la huella que deja el discurso en el espíritu. La poesía potencia la palabra y la lleva a cimas inimaginables. Solo así se puede entender un verbo poético como el de don Francisco de Quevedo, de un Góngora, de un García Lorca; y dentro de nuestras letras, así se comprende un hecho tan trascendente como la poesía de Gonzalo Escudero, de Carrera Andrade, de César Dávila, de Efraín Jara. Verbo potenciado y marginado, al mismo tiempo, para escalar las alturas, aquellos sitios donde todo está poderosamente enardecido y transfigurado por la fuerza demoledora de la metáfora.

María Eugenia lo dice, con singular brevedad y precisión:

La poesía no es pura expresión emocional sino búsqueda consciente; en la palabra poética se puede transformar la configuración de la conciencia, desde una amplísima dimensión de la realidad.

Busco solo el reposo, las uvas del reposo
y su vino que embriaga de un placer silencioso.
Y quiero ver el aire tan azul, la vidriera
que canta la emoción del viaje en primavera,
el camino de hierbas, la rústica hostería
y el corazón ceñido de un laurel de alegría. (2003, p.47)

A Carrera Andrade se lo ha designado como el poeta de la luz, de las ventanas. Eso es cierto, aunque diría que parcialmente cierto.

En el poema Familia de la noche, aparecen estas líneas:

Tu geografía, infancia, es la meseta
de los Andes, entera en mi ventana
y ese río que va de fruta en roca
midiendo a cada cosa la cintura
y hablando en un lenguaje de guijarros
que repiten las hojas de los árboles.
En los montes despierta el fuego planetario
y el dios del rayo come los cereales. (2003, p. 679)

Hemos dicho que es parcialmente cierto. Es verdad que en la poesía de Carrera Andrade hay, con frecuencia, menciones y alusiones a la ventana, a la luz; pero, para nosotros la ventana no es solo el lugar por donde la luz invade a raudales e inventa el mundo interior; la luz es la arquitecta porque construye las siluetas y el ser de las cosas. Eso es cierto, pero, en Carrera Andrade hay un nivel algo más profundo, que pasamos a esbozarlo brevemente.

En la creación poética y vital de este magnífico poeta existe un intento por levantar o perseguir una utopía. Sí, la poesía de Carrera Andrade es utópica, en doble faz. Una utopía terrestre: la del mundo socialista. Y mucho más importante e íntima, hay una utopía interior y reservada. En la búsqueda de esa segunda utopía el poeta ha imaginado un lugar que no está en este mundo. Se trata de un planeta llamado Aurosia, y como es planeta, está en el cielo, es decir, en lo alto. Por eso es que las miradas de Carrera Andrade se escapan hacia el cielo, y lo hacen por la ventana, de modo que este elemento arquitectónico es puerto y muelle para salir a buscar ese lugar de sagradas realizaciones, de belleza, de vida plena, de riqueza, de sabiduría. Utopía, en fin.

Para el yo interior la ventana es el instrumento que permite la evasión de cada día, el alejarse (o el deseo de hacerlo) hacia la divinidad, lo alto. En el poema Las amistades cotidianas (2000) aparece lo siguiente:

Ventanas, puertas, claraboyas: íntimas amigas,
cómplices de mi evasión de cada día.
(P. 285)

Y, más claro todavía, la ventana es la borda de un barco:

La ventana es la borda del barco de la tierra,
la ciñe mansamente un oleaje de nubes.
El capitán Espíritu busca la isla de Dios.
(Biografía, 2000, p. 226)

Y aún es posible mayor claridad, puesto que la ventana es el muelle desde donde se ha de partir en el viaje hacia el mundo de lo soñado, hacia la utopía:

Es un muelle del cielo la ventana.
(Propiedad, 2000, p. 296)

Y veamos un fragmento de Aurosia (2000), donde todo lo señalado se materializa:

Todo es oro en Aurosia, el remoto planeta
donde las noches áureas son más claras que el día.
Los seres que lo habitan, más humanos que el hombre
viven en paz cavando sus auríferas minas.

Planeta venturoso. Nuevo Mundo sin fieras
ni miedo, sin vejez, ni angustia de la mente.
Jóvenes de cien años, vigorosos y lúcidos
en los jardines de oro van a esperar la muerte.

Todo es libre en Aurosia: el agua, el aire, el suelo.
Hasta el trigo es silvestre y el pan es para todos.
Máquinas silenciosas andan, cavan, construyen,
producen luz, transforman en mil cosas el oro.
(P. 426)

Con la venia de ustedes, distinguidos y apreciados presentes, dejaré de tratar de la poesía y sus elevadas creaciones, para centrarme en lo que ya sabemos. Lo conocido significa hablar de María Eugenia Moscoso, una mujer reconocida por todos y estimada, asimismo, de todos quienes tenemos la fortuna de conocerla. Por eso, precisamente resulta sabido que es una mujer de gran inteligencia y sensibilidad. Fue maestra en la Universidad de Cuenca, ha ejercitado la crítica, con notable éxito y con fina precisión en sus análisis, tanto de textos narrativos como poéticos. Todavía es un hito en nuestro medio su profundo y exhaustivo análisis de la poesía presente en Altazor de Huidobro. Y tenemos otros casos de análisis, penetrantes y lúcidos, en textos como:

Acercamiento a la narrativa fantástica y a los personajes de Horacio Quiroga.
Las formas y los sentidos filosóficos y literarios del poema Alguien dispone de su muerte, de Efraín Jara Idrovo
La literatura y el gozo del sabor: un acercamiento desde la literatura a la gastronomía
Piedra de Sol: un peregrinaje desde el cosmos al hombre – Octavio Paz (1957)
Una recopilación de sus trabajos apareció en el año 2022, con el título de Cruce de miradas.

Actualmente lleva una columna periodística en El Mercurio.

Querida María Eugenia, la Academia Ecuatoriana de la Lengua ha considerado tu trabajo de ya larga data, y ha valorado tu trayectoria al servicio de la cultura y de la lengua de la patria y, por tal motivo, nuestra Institución se congratula, profundamente, en abrirte sus puertas para decirte que, desde hoy, estás en tu casa. Bienvenida. Con nuestro abrazo y nuestros parabienes te acogemos cálida y familiarmente.

Referencias

Carrera Andrade, J. (2000). Obra poética, Editorial Ecuador F.B.T. Cía. Ltda.
Carrera Andrade, J. (2003). Obra poética – Poetic Works, Casa de la Cultura Ecuatoriana.

Oswaldo Encalada Vásquez.