«El dolor de los otros», por don Marco Antonio Rodríguez

El ser humano es el único animal que mata por ira, vindicta, aversión, disfrute. Insaciabilidad imperialista, nacionalismos y militarismos fueron causas de la primera conflagración mundial del siglo XX. La segunda: el demencial expansionismo…

“Los mortales todavía no son dueños de su esencia. La muerte se refugia en lo enigmático. El misterio del dolor permanece velado”, afirma Heidegger. El dolor está velado porque para la ciencia es un enigma, mientras que para quien lo padece es un misterio en el sentido originario del término: una certeza cuya esencia se sustrae a nuestra comprensión. Oscuridad hermética. El dolor: un territorio en el que habitamos, sin llegar a conocerlo del todo, y que cuando algo vislumbramos de él aparece teñido de una extraña rareza.

Susan Sontag en Ante el dolor de los demás, 2003, rememora el pensamiento de Virginia Woolf acerca de las raíces de la guerra. Lo hace mediante las digresiones del ensayo de Woolf Tres guineas, 1938, relacionado con la guerra, vinculándolo con la subyugación de la mujer y la necesidad de su autonomía para construir nuevos códigos y estrategias frente al fascismo y las guerras. El ensayo fue escrito como respuesta a un cuestionario de un jurista en el cual le preguntaba si era posible detener la guerra y mantener un diálogo con él.

En cuanto al diálogo, la novelista respondió con dureza que era imposible porque él era hombre y ella mujer, y refiriéndose a la guerra comentó: “La emancipación económica no basta para enfrentar al fascismo y suprimir la guerra, es necesario abolir la tiranía del patriarcado, con el fin de levantar la paz”. Y añadió: “A los hombres (la mayoría) les gusta la guerra pues para ellos hay en la lucha una gloria, una necesidad, una satisfacción, que las mujeres no sienten ni disfrutan”.

Nada ayuda a develar la esencia del dolor

Reflexionar sobre el dolor humano sin abordar el horror de la guerra es ejercicio vano. La guerra asesina, quiebra, deshace, viola, quema, extingue. Jorge Aravena, cantautor argentino —exiliado de su patria, vivíamos los 70 del siglo XX y asolaban dictaduras en nuestra América—, trajo una colección de fotografías sobre la guerra y otras capturadas por él sobre el despiadado camino de los excluidos de nuestra región. Imágenes que mostraban la terrible belleza del dolor humano en los dos escenarios.

La niña de Vietnam, 1972. Una niña de 9 años abrasada por el napalm, el cuerpo calcinado, huye… Junto a ella un tropel de criaturas corren despavoridas —pequeños esqueletos aullando de dolor y miedo, gritando al mundo que esa niña es su símbolo—. Ella sobrevivió y perdonó a quienes la incendiaron.

El ser humano es el único animal que mata por ira, vindicta, aversión, disfrute. Insaciabilidad imperialista, nacionalismos y militarismos fueron causas de la primera conflagración mundial del siglo XX. La segunda: el demencial expansionismo hitleriano, secundado por Mussolini en Italia e Hirohito en Japón y la blandura de ciertos regímenes democráticos. Lo cierto es que las guerras continuaron.

Ucrania y Gaza, las dos guerras de nuestra hora. Una imagen sobre Gaza muestra a una mujer madura, cubierta de inmundicias, con un rictus de coraje, rabia y dolor. Cuerpo enhiesto, cabello al viento, manos tensas y crispadas. Forcejea por avanzar entre despojos, consciente de estar en la mitad de ruinas inescrutables. No obstante, una llamarada de dignidad la envuelve.

“¿Quién soy si no estoy en Gaza / Dónde estoy y a dónde voy / si no permanezco en Gaza? / ¿Dónde está Gaza? / ¡No existo, me he extraviado en Gaza!”, dice un filósofo y poeta de nuestra región que vive aislado, ennobleciendo su propio dolor y el de Gaza (Elegía de la ausencia y el olvido de Gaza).

Nos hemos acostumbrado a contemplar el dolor de los demás, cómodamente instalados en nuestra mezquina zona de confort. “A toda generación —señala Lipovetsky— le gusta reconocerse y encontrar su identidad en una figura mitológica o legendaria que reinterprete según los problemas del momento… Hoy Narciso es, a los ojos de un gran número de investigadores a nivel mundial, el símbolo de nuestra época”. Narciso es, según la mitología, un joven hermoso que, al contemplar su reflejo en el agua, se quedó prendado de sí mismo hasta morir.

Prontuario de imágenes perturbadoras de un país o de su invasor. Huellas sangrientas que dejamos los humanos a través de los tiempos. La historia de la humanidad es la historia de las guerras. Theodor Adorno sentenció que es una “barbarie” escribir poesía después de Auschwitz. Su juicio sirve para todas las guerras. Palestina o Ucrania, o los más de un centenar de conflictos armados que no llegan a la “majestad de la guerra” esparcidos por el mundo.

Paralizados, disfrutando golosinas light, frente a pantallas gigantes o absortos en el iPhone —el gran consolador del género humano siglo XXI—, seguimos dando la espalda a los “otros”, hasta que nos invada el dolor y construya en nosotros su propio mundo. El mundo del dolor será el que, tarde o temprano, todos los seres habitaremos. Solo entonces, quizás, podamos percibir por fin algo del dolor de los “otros”.

Este artículo se publicó en el diario El Comercio.