
El simposio denominado «La Academia Ecuatoriana y el Estado nacional», organizado por la Academia Ecuatoriana de la Lengua y el Colegio de América, Sede Latinoamericana, de la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, se llevó a cabo los días 15 y 16 de abril de 2025. Compartimos con ustedes la ponencia que don Gonzalo Ortiz Crespo preparó para la ocasión.
La fundación de la Academia Ecuatoriana, hito de la conformación del Estado nacional
La fundación de la Academia Ecuatoriana de la Lengua se produjo en la conjunción de dos procesos históricos, uno que transcurría en el Ecuador y otro en España.
En el primero avanzaba el proceso de consolidación del Estado nacional tras tres lustros de militarismo extranjero, seguidos por otros tantos de militarismo nacional y el aguzado conflicto de élites regionales, que multiplicaron las fuerzas centrífugas e impulsaron la disgregación del país.
No repetiré aquí la historia de los sucesos de la crisis nacional de 1859, la guerra civil, la invasión militar peruana, la reunificación del país y el papel de Gabriel García Moreno, que ha sido tratado en otras ponencias en este mismo simposio.
Recuérdese solamente que durante el enérgico ejercicio del gobierno de García Moreno —quien, paradójicamente, a la par de católico dogmático fue impulsor de la modernización, organizador de las finanzas estatales, innovador en la educación y las ciencias y un constructor de infraestructura—, se crearon o reformaron las instituciones de la educación y la cultura (colegios, universidades, Escuela Politécnica Nacional, observatorio astronómico, Conservatorio de música, Escuela de artes y oficios) y se establecieron los símbolos del Estado nacional, como la bandera y el himno nacional. No es extraño, pues, que también apareciera la Academia Ecuatoriana de la Lengua.
Mientras tanto, en España se había optado por una activa política exterior para reconectar con los países que habían declarado su independencia medio siglo antes y que la habían rechazado de nuevo frente a los infructuosos intentos ibéricos de volver a conquistarlos[1]. Una reconexión que se buscaba, por supuesto, por razones pragmáticas (económicas y comerciales) pero también culturales, lo que un siglo y medio después se llamaría el “poder blando”, es decir la influencia intelectual que podría ejercerse sobre territorios que antes fueron sus provincias, para lo que contaba con un vehículo inmejorable: la lengua común.
No hay duda de que la lengua pertenece, según una frase que ya había sido usada por Antonio de Nebrija, a “las cosas de la nación”, que también incluirían las costumbres, las instituciones políticas, las leyes, la historia antigua y local, y la poesía o literatura, entre otros activos[2].
La aparición en el Ecuador de un discurso crecientemente seguro de sí mismo para referirse a la nación y a “las cosas de la nación” se extiende a la geografía (su conocimiento, su descripción), a la historia nacional —como las que escriben el fundador y primer director de la Academia Ecuatoriana, Pedro Fermín Cevallos, y otro de sus fundadores, Pablo Herrera— , el habla popular —reflejada en los Cantares del pueblo ecuatoriano recopilados por otro fundador de la academia, Juan León Mera—, la crítica e historia de la literatura, y la preocupación por la lengua y, en realidad, las lenguas —materializado, entre otros estudios, en la recopilación de poesías en quichua de Juan León Mera y en el diccionario quichua-castellano y castellano-quichua de Luis Cordero, presidente del Ecuador y miembro de la Academia de la Lengua—.
Así que la fundación de la Academia Ecuatoriana correspondiente de la Española no fue, de manera alguna, producto de la casualidad sino de lo que hoy llamaríamos políticas culturales, tanto de parte del Ecuador como de España, y también, entre las dos, de esas “relaciones culturales” que se mantendrían a lo largo de 150 años como los más fuertes lazos entre Quito y Madrid.
El proceso de fundación se realizó entre 1872 y 1875, siendo la ecuatoriana la segunda academia que se estableció en América después de la colombiana (1871).
Una historia documentada en que comparo los dos procesos, ligeramente distintos, y narro los hechos concretos que llevaron a la existencia de la Academia Ecuatoriana, aparecerá en estos días en un opúsculo titulado “Historia documentada de la fundación de la Academia Ecuatoriana de la Lengua”, basado en fuentes que no usaron mis ilustres predecesores que han escrito sobre el tema, como son los periódicos ecuatorianos del siglo XIX y el archivo de la propia Real Academia Española, hoy está disponible en línea y, como sucede con las ciencias históricas, rectifica algunas de sus afirmaciones. Algo de ello podré tratar en la ponencia que tengo el día de mañana sobre Julio Castro y Belisario Peña.
Solo para terminar, recordaré aquí a los seis ciudadanos que se reunieron el 4 de mayo de 1875 en la sesión formal en que declararon constituida la Academia Ecuatoriana de la Lengua.
Eran personas del más alto perfil intelectual que habían sido nombrados previamente miembros correspondientes de la Real Academia Española (RAE) y habían venido reuniéndose para preparar esa instalación formal: Pedro Fermín Cevallos, Pablo Herrera, Francisco Javier Salazar, Julio Zaldumbide, Belisario Peña, y José Modesto Espinosa, quien actuó como secretario. En la sesión se eligió director a Cevallos, censor a Herrera y se ratificó a Espinosa en sus funciones (“en su empleo”, se decía entonces, aunque por supuesto no ganaba sueldo) de secretario.
Estuvieron ausentes otros tres miembros nombrados por la RAE: uno se hallaba fuera del país en funciones diplomáticas, Antonio Flores Jijón; y dos en otras ciudades del Ecuador: Julio Castro en Guayaquil, y Juan León Mera en Ambato, aunque este último envió una comunicación a sus colegas, que fue leída en aquella primera sesión formal y se incorporó a su acta.
En aquella sesión formal de mayo del 75, se eligió, además, otros seis nuevos miembros, para que también la RAE los nombrara correspondientes: Francisco Javier Aguirre, de Guayaquil; Antonio Borrero, Rafael Borja y José Rafael Arízaga, de Cuenca, y Carlos Casares y Miguel Egas, de Quito.
Así inició su vida la que hoy es la institución cultural más antigua del Ecuador.
[1] La Guerra Hispano-Sudamericana enfrentó a España contra una alianza de países sudamericanos, incluyendo Perú, Chile, Ecuador y Bolivia entre 1865 y 1866.
[2] Martínez Miguel, “Lengua, nación e imperio en la Península Ibérica a principios de la Edad Moderna” en Del Valle, José (editor), Historia política del español: la creación de una lengua, 2016,




