
“Estoy metido en política otra vez./ Sé que no sirvo para nada, pero me utilizan/ Y me exhiben/ ‘Poeta, de la familia mariposa circense,/ atravesado por un alfiler, vitrina 5’”. ¿Sarcasmo, conformismo, desidia? ¿Mofa de la política y automofa? Jaime Sabines (Chiapas, 1926-Ciudad de México, 1999) escribió estos versos, a sus 50 años, tras haber sido elegido diputado por el PRI.
Su biógrafa, Beatriz Barrera Parrilla (2003), señala que el poeta no creía que servía para el quehacer político y era consciente del costo que iba a significarle ser legislador por el partido más controvertido de su país, pero hacía caso omiso de esas inquietudes.
Amor y muerte, aguas de un mismo río
Orgulloso, áspero, impetuoso, proclamaba su ateísmo, renegando de quienes advertían en su poesía signos de misticidad (alusiones bíblicas en algunos poemas). Integró la Generación del Medio Siglo. Sus libros capitales: Horal, 1950; Tarumba, 1956, Algo sobre la muerte del mayor Sabines, 1973. Durante un tiempo su obra no trascendió, sin embargo, de a poco, su voz —jirones de la sangre jubilosa y doliente del ser— se impuso en América y Europa.
Muchedumbres de todas las condiciones y edades acudían a sus recitales, y, arrebatadas, repetían sus versos de memoria, cumpliéndose así lo que vaticinó alguna vez: “Nadie me va a recordar como diputado ni como vendedor, sino por lo que hice en la vida”. Amor y muerte, los dos sustentos de la poética de Sabines. Los dos configuran la matriz de la cual mana su poesía que toca las oquedades de los seres humanos.
Para Maurice Blanchot el amor es búsqueda del otro como un imposible, soledad compartida que no demanda fusión, sino quebranto y disolución de uno mismo. Ese el amor de Sabines. Emmanuel Carballo, el mayor crítico mexicano del siglo XX —inolvidable amigo del autor de este texto— subrayó el nihilismo del poeta. El nihilismo engendra angustia, signo de la poética de Sabines. No obstante, Carballo rescata el amor por la vida del poeta. Conexión con la tierra y la briosa luz de cada amanecer. La hermosura inagotable de la naturaleza siempre a punto de renacer. Sabines domeñó los extremos de las contradicciones, permeando el alma de quienes leen o escuchan su poesía.
“En este pueblo, Tarumba,/ miro a todas las gentes…/ Somos una familia de grillos./ … Sé cuándo el poeta grillo quiere cantar,/ cuándo bajan los zopilotes al mercado/ … Sé quiénes, a qué horas, cómo lo hacen,/ curarse en las cantinas/ … Lo único que no sé es cuándo nos iremos,/ Tarumba, por un subterráneo,/ al mar”.
Vendedor de telas, sentía herido su orgullo por ejercer este oficio. En sus ratos libres escribía, lo hacía de un tirón, y ahí dejaba sus páginas tal cual brotaban de sus interioridades; sin corregirlas jamás. “Espero curarme de ti en unos días./ Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible./ Siguiendo las prescripciones de la moral en turno./ Me receto tiempo, abstinencia, soledad”…
Cuenta el poeta cuándo y cómo escribió Algo sobre la muerte del mayor Sabines, su poema culmen. “La muerte ha sido una presencia constante en mi poesía. Ya lo digo en un poema: ‘¿Quién me untó la muerte en la planta de los pies el día de mi nacimiento?’… Desde la muerte de mi hijo Jaime a los 22 años no he querido hablar más. Dejémoslo allí, no hablemos de ella, que se olvide de mí por mucho tiempo”. La muerte contra la que no se puede hacer nada. El tiempo, intangible, etéreo; el único invencible.
“Morir es retirarse, hacerse a un lado,/ ocultarse un momento, estarse quieto,/ pasar el aire de una orilla a nado/ y estar en todas partes en secreto./ Morir es olvidar, ser olvidado,/ refugiarse desnudo en el discreto/ calor de Dios, y en su cerrado/ puño, crecer igual que un feto./ Morir es encenderse bocabajo/ … y hacerse tierra y tierra con trabajo./ Apagarse es morir, lento y aprisa/ tomar la eternidad como a destajo/ y repartir el alma en la ceniza”.
El poeta vive la muerte en su carne. Tardó muchos años en desbastar y bruñir su extensa elegía, enigmática y turbadora. Se la cita junto a las Coplas de Jorge Manrique, el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de García Lorca y la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández… Pero comparar es ejercicio fatuo y vano.
Violento y mordaz, adusto y frontal, no tenía el más mínimo recelo de enrostrar lo que pensaba y sentía. A Octavio Paz le endilgó lo que quiso en memorable entrevista y faltaría espacio para rememorar sus duelos verbales y físicos, velados por quienes han escrito sobre él. Para Sabines amor y muerte perviven amalgamados.
“Qué buenos ojos tienes cuando estás conmigo/ ¡Qué distante te haces y qué ausente/ cuando a la soledad te sacrifico!/ Dulce como tu nombre, como un higo,/ me esperas en tu amor hasta que arribo./ Tú eres como mi casa,/ eres como mi muerte, amor mío”…
Este artículo se publicó en el diario El Comercio.



