«¿Para qué la poesía?», por doña Susana Cordero de Espinosa

La corriente del río, disminuida por el verano que vivimos, me recuerda, casi de modo inexorable, las Coplas a la muerte de mi padre, de Jorge Manrique… Y al caminar repito para mí misma…

Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo / botón de pensamiento que busca ser la rosa / … y no hallo sino la palabra que huye / la iniciación melódica que de la flauta fluye / y la barca del sueño que en el espacio boga, escribía Rubén Darío, especie de resumen de su angustia por crear una palabra que permaneciera más allá de la vida, más allá de la muerte; y se confiesa insatisfecho de su vida y de su obra genial, fiel al modernismo que él inició y enseñó. Para mí, el primer verso de este hermoso poema Yo persigo una forma, expresa la esencia de la búsqueda y el quehacer poéticos, la pasión por hallar la estructura inherente al ser poético que define al poeta, lo distingue y separa de cuanto y cuantos no son él; resume genialmente el sentido de la búsqueda poética, pero no solamente: también, el de toda inquisición vital. ¿Quién no anhela ser fiel a sí mismo, no traicionarse ni traicionar su destino, cumplir una presencia en nuestra Tierra que dé significado a su existir y quizá, al de alguien más? Ansia de creación, de pertinencia, pertenencia y belleza. Poetas o no, vivimos persiguiendo una forma, pero ellos, los auténticos poetas tienen el privilegio de encontrar las palabras para decirlo y decirse. Los que no lo somos, la elegancia de alimentarnos hasta el fondo de nuestro ser con la palabra que ellos fundaron y fundamentan.

Por la mañana, al voltear la esquina de la avenida Jacarandá hacia el reservorio de la Empresa Eléctrica, veo, abajo, la corriente del río que debió ser desviado para regular el caudal de agua “que alimenta las turbinas y permite la generación eficiente y constante de energía”.  Veo también, quizá alimentado por el río que pasa allá abajo, el crecimiento lento de un bello, mínimo cholán; sé que lo es, aunque, dado el lugar en que se halla porque en él, a manera de incierto destino cayó su semilla, temo que no prosperará. En su pequeñez luce dos o tres racimos de florecitas amarillas que, protegidas tras la alambrada, preservaron sus pétalos al no ser pasto del viento. La corriente del río, disminuida por el verano que vivimos, me recuerda, casi de modo inexorable,  las Coplas a la muerte de mi padre, de Jorge Manrique…  Y al caminar repito para mí misma:

Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte, / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando; / cuán presto se va el placer, / cómo después de acordado, / da dolor; / cómo, a nuestro parecer, /cualquiera tiempo pasado / fue mejor.

He trasladado para ustedes los versos con la grafía del tiempo de Manrique, por no traicionar al poeta y para que los viva usted, lector, porque la gran poesía no solo se lee: nos hiere con su belleza, la vivimos.

Manrique profundizará aún más su evocación de la brevedad de la vida;  ¡con cuánto realismo manifiesta su incesante paso!:

Y pues vemos lo presente / cómo en un punto si es ido / y acabado, / si juzgamos sabiamente, / daremos lo no venido / por pasado. / Consejo, sugerencia o experiencia sabias, pues nuestra cotidianidad no es otra que repetición, ruptura a veces, impotencia contra el tiempo, siempre. Juzgar sabiamente piden sus palabras, que ahondan y muestran su sufrimiento por la muerte de su padre, a quien dedica, precisamente, esta larga y hermosísima elegía, sobre la cual dice nuestro diccionario: “Composición lírica en que se lamenta la muerte de una persona o cualquier otro acontecimiento infortunado”.  ¡Cómo se confirma  el valor estético de los versos citados, ante el prosaísmo de esta definición, aunque reconozcamos el valor de nuestro tesoroglosario o lexicón, cuyo cumplimiento de fines básicos para la cultura, no necesitamos explanar!

Vamos  a los versos  que son,  quizá, los más  repetidos del extenso y hermosísimo poema de Manrique:  No se engañe nadie, no, / pensando que ha de durar / lo que espera, / más que duró lo que vio / porque que todo ha de pasar / por tal manera.

Escritas las coplas hacia 1476, una vez muerto su buen padre a los setenta años, el hijo, poeta y militar, murió tres años más tarde, en 1479 a los 39 de edad. Eximo al lector interesado de entregarle detalles de la vida de Manrique, pues podrá encontrarlas en la red.

Pero volvamos al comienzo, a Rubén Darío; quiero ofrecerles Lo fatal, genial poema suyo que coincide con el sentido de las Coplas a la muerte y disiente a la vez, profundamente, de ellas. [Respetaré puntuación y ortografía del gran poema, publicado en la vieja editorial Aguilar. No lleva inicial mayúscula al comienzo de cada verso, como era entonces uso de algunos poetas].

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,  / y más la piedra dura, porque ésa ya no siente / pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, / ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

 / Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, / y el temor de haber sido y un futuro terror… / Y el espanto seguro de estar mañana muerto, / y sufrir por la vida, y por la sombra y por/ lo que no conocemos y apenas sospechamos,  / y la carne que tienta con sus frescos racimos, / y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, / y no saber adónde vamos, /  ¡ni de dónde venimos…!

Ante la fe imbatible de Manrique y la desesperada certeza de Darío que ignora, ¡como tantos! el sentido de su vida, solo cabe permanecer en búsqueda, intentar comprenderlo todo… y esperar.

Este artículo se publicó en el portal de Plan V.