
En la tercera presidencia de José María Velasco Ibarra comenzó su cercana relación con Carlos Julio Arosemena. Cuenta Robert Norris, en su biografía de Velasco Ibarra, que la iniciativa de candidatizarlo para el tercer período arrancó con una apuesta a favor de Velasco entre el cónsul en Nueva Orleans, Jorge Concha, y el millonario guayaquileño y dueño de dos diarios, Simón Cañarte. El financiamiento para la campaña provino de Cañarte, de Juan X. Marcos, de Arosemena, entre otros.
Cuando sus partidarios se quejaban de falta de dinero, Velasco Ibarra replicaba que solo necesitaba que en cada pueblo le dieran un balcón para ganar la presidencia. El líder mesiánico se impuso una vez más y Arosemena fue nombrado ministro de Defensa.
Dos personalidades contrapuestas estaban destinadas a chocar: Velasco, ascético, sobrio, quijotesco, en tanto que Arosemena presumía de sus “vicios masculinos”. El nombramiento de Camilo Ponce como ministro de Gobierno ahondó los desencuentros entre el presidente y su ministro de Defensa que, tras presentar la renuncia, se reunió con militares en Guayaquil para un intento fallido de golpe de Estado.
Para Velasco, Arosemena “resultó un ministro imposible por su embriaguez y ambición”; al finalizar el tercer mandato, se acercó a él “simulando gran amistad, calculando su posible triunfo para después de cuatro años”.
Orgullo y fatuidad sin límites
En El último caudillo de la oligarquía, le reveló a Pablo Cuvi que nunca quiso elegir a Arosemena para la vicepresidencia: “No, yo no le he escogido. Al contrario, yo le temblaba a Arosemena, hombre de un orgullo y una fatuidad sin límites. En ese tiempo era amante de los obreros”. Pero los dirigentes guayaquileños pidieron que lo acompañara en el binomio electoral y él no quiso disgustarlos.
Como vicepresidente, Arosemena se halló a la cabeza del Congreso en el cuarto mandato de Velasco. Pero la voracidad por los puestos burocráticos, las denuncias de corrupción, la decisión de unificar los tipos de cambio que representaba una devaluación del sucre en beneficio de la oligarquía comercial y bancaria de Guayaquil, erosionaron el apoyo al Gobierno y suscitaron protestas.
Al mismo tiempo, la Revolución cubana estremecía al continente. Arosemena recibió una invitación a la Unión Soviética. Velasco se oponía al viaje, que acrecentaría los temores de supuestas inclinaciones del Gobierno favorables al comunismo. Sin escuchar al presidente, Arosemena viajó.
En 1961 el descontento en las Fuerzas Armadas y las protestas universitarias en Guayaquil, en las que murieron estudiantes, movieron al vicepresidente a proclamar que la Constitución se había roto y quien representaba el orden constitucional era el presidente del Congreso. Arosemena y otros congresistas fueron encarcelados.
A esto se sumó la rebelión de un batallón del Ejército que, aunque fue controlada, llevó a los militares a solicitar la renuncia de Velasco Ibarra. Finalmente, el Congreso reconoció a Arosemena como presidente. Velasco Ibarra buscó refugio en la Embajada de México, mientras su temido vicepresidente se instalaba en Carondelet.
Este artículo se publicó en la Revista Mundo Diners.



