«Vittorio De Sica y su ‘Ladrón de bicicletas’», por don Marco Antonio Rodríguez

La crítica se rindió ante su Ladrón de bicicletas. García Márquez la celebró en El Heraldo de Barranquilla, sin disminuir elogios. Aunque hubo también voces que la menospreciaron: Jacques Joly, 1962, la calificó de “superficial y de esteticismo complaciente”. Luego del ocaso...

“¿Quién era ese italiano de bonita cabeza que empezaba a blanquear, su bella estampa de galán, un tanto ampuloso en sus gestos y maneras, y un tanto cautivador?”, se pregunta el cineasta español Juan Antonio Bardem, respondiéndose con una frase lapidaria: “un actor de cine que protagonizaba las comedias ‘teléfono blanco’ que se hacían en Italia”.

Los primeros decenios del siglo XX el cine italiano imitó comedias norteamericanas, a las que se denominó del “teléfono blanco”. En sus escenarios proliferaban ostentosos “teléfonos blancos”, exornados por listones dorados, enseña de poder y riqueza, como asumió una mayoría de críticos.

El fascismo instaurado por Benito Mussolini se precipitaba sobre Italia, el cine —aliado incondicional para sus proditorios fines— exhibía una noción paradisíaca del país, eludiendo sus aciagos problemas políticos y económicos. La autocracia de Mussolini impulsó el cine como instrumento siniestro y eficaz para enajenar a la sociedad, sumiéndola en los ilusorios ámbitos de los “teléfonos blancos”. Lo propio ocurría en Alemania y España.

El oficio de perder

En este ominoso entorno Vittorio De Sica (Italia, 1901-Francia, 1974), junto a otros cineastas y escritores, erigió el neorrealismo: movimiento cultural de posguerra que exhibió la realidad desgarrada por la inequidad y la miseria. En este grupo estaba Cesare Zavattini, uno de los renombrados teóricos de este movimiento. Juntos crearán una obra imperecedera del cine de todos los tiempos, Ladrón de bicicletas.

Gian Luigi Rondi, en su libro El cine de los grandes maestros, recoge uno de los postulados de De Sica que develan su obsesión por el trabajo: “Cuando el director no aparece hago de director, si está presente hago una película como actor o leo o escribo o voy al estudio a ayudar en la limpieza”…

De temperamento voluble, donjuán, ludópata y fumador, Vittorio De Sica fue perdiendo su carisma luego de 30 años como actor. Aunque mantenía su talante agradable, sonriente, elegante y sentimental, sus pulmones y su voz —con la que cantó la misma canción que detestaba en varias películas— se fueron apagando. Murió a causa de cáncer a los 73 años.

¿Es Ladrón de bicicletas, 1948, el único filme que encumbró su nombre? A De Sica, a quien acusaron de haberse “comercializado”, también se le deben otras memorables cintas como El limpiabotas, Umberto D, Milagro de Milán, Dos mujeres… Fue el primero en buscar actores improvisados, sin escuela ni experiencia; filmó en la Roma profunda e incorporó los principios fundamentales del neorrealismo asediando la verdad.

La crítica se rindió ante su Ladrón de bicicletas. García Márquez la celebró en El Heraldo de Barranquilla, sin disminuir elogios. Aunque hubo también voces que la menospreciaron: Jacques Joly, 1962, la calificó de “superficial y de esteticismo complaciente”. Luego del ocaso de De Sica, ocurrido por sus conflictos sentimentales y económicos, no han cesado los ensayos consagratorios de esta película.

La trama puede lucir simple pero transmite valores que han transgredido el tiempo y siguen conmocionando a los públicos. En una barriada pobre de Roma cunde el desempleo. Antonio consigue un trabajo pegando afiches en las calles, para lo cual necesita una bicicleta. Risueño, junto a su hijo Bruno, sale a su primer día laboral. Sin embargo, mientras coloca el primer cartel, le roban la bicicleta. Entonces, acopiando fuerzas, toma de la mano a su hijo y emprende una frenética búsqueda. Corre de un lado a otro como en un tiovivo delirante. Denuncia, vocifera, suplica.

Vuelan al sitio donde se compran y venden cosas robadas. Antonio ve al ladrón negociando la bicicleta con un viejo vagabundo. Siguen al vagabundo, pero este se esfuma. Acuden donde una vidente y esta les encandila con un mordaz acertijo: “O la encuentras ahora o no la encuentras nunca”. Padre e hijo, sus amigos y los minadores de basura convocados por estos continúan en la búsqueda.

Señales del neorrealismo en este filme: la ironía, simbolizada por el afiche que Antonio debía pegar, muestra una imagen glamorosa de Rita Hayworth anunciando el estreno de Gilda, con un vestido negro reluciente ciñendo su cuerpo perfecto, y brazos y manos enguantados de raso simulando sierpes que ocultan veneno, en contraste con un desastrado Antonio; la solidaridad, el amor filial, la dignidad; testimonio vivo, en suma, de que los desheredados del mundo son un poco más humanos que aquellos que se revuelcan en la abundancia.

Todo hace el ser humano, menos aprender el sencillo alfabeto de convivir con sus semejantes. De Sica pretende demostrar lo contrario. Algo como una leve y obstinada llama habita en su filme Ladrón de bicicletas, algo que nos devuelve la esperanza.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El Comercio.