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«Memoria de vida», por don Marco Antonio Rodríguez

Escribir sobre Jaime Galarza Zavala con un lenguaje que no sea el de la efusión, sería, al menos, artificioso. Para él los dones de la vida y la escritura son sinónimo de frenesí...

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Foto: Canal de YouTube del Colectivo Patria y Cultura

Escribir sobre Jaime Galarza Zavala (Cuenca, 1930), con un lenguaje que no sea el de la efusión, sería, al menos, artificioso. Para él los dones de la vida y la escritura son sinónimo de frenesí, y el arrebato que signa todo lo que es constituye un camino sin pausa ni final, compromiso desaforado por un sistema libre y justo. ‘Mi partido es la vida. Mi doctrina,/ la insurrección de los rebaños,/ Mi programa político:/ derechos para el lobo y el árbol’.

De mediana estatura, piel atezada por los vientos, manos fraguadas por la libertad y el cautiverio, lealtades y hostilidades, amores y desamores, pero, sobre todo, por la esperanza. Durante el tiempo que mantuvimos entrañable amistad, siempre lo hallé erguido ante el asedio del tiempo, apasionado, libertario. Su fibra más íntima se mantenía incólume. En el último lapso de cercanía, inclinaba su cabeza, pero su mirada de halcón seguía rastreando en los intersticios de la vida.

Trashumante empedernido, Jaime ha pasado su vida yendo y viniendo de todas partes. Alegre, generoso, sensible, solidario. ‘Me voy/ Rodar es el destino de los ríos,/ Del Quijote y del perro callejero”. Vida y obra suyas se forjaron en los sesenta y setenta. Una sucesión de episodios políticos, sociales y culturales convencieron a millones de que el socialismo obraría el milagro de un mundo de iguales. Jaime no ha abdicado de sus utopías, y su existencia digna es ejemplo para los ‘filibusteros’ de los últimos tiempos.

Con su connatural alegría y una tenue nostalgia, relataba que sus hijos solo lo habían conocido en cárceles, fugitivo o arriesgando la vida por sus sueños de un mundo mejor. Insumiso y jovial, es imposible detenerlo, su destino es caminar.

En ensayo Jaime escribió varios libros, destacando siempre su clásico ‘El festín del petróleo’. ¡Y cuánto nos iluminó su poema ‘El sectario’ para alejarnos de aberrantes fundamentalismos! ‘Es tuerto de alma/ Un ojo solamente para mirar el mundo/ que no es redondo/ que gira y se desplaza./ Nació en una sacristía/ creció en un campanario./ De allí viene ese aire de lechuza./ Se cree el campanero de la vida’.

Pero también lapidó al burócrata con su poema sobre esa especie rastrera: ‘Cuando le aseguraron/ que la Tierra es redonda/ respondió: No lo puedo creer,/ el Jefe me ha dado la orden respectiva…/ Cuando el hambriento le pidió/ un poco de ese pan/ abandonado a los ratones/ le mandó que llenara previamente/ cincuenta formularios/ y trajera dos fotos/ de frente y de perfil’. El ejercicio poético de Jaime desacraliza el oficio y lo instaura en el mundo de los mortales. Su poética es un torrente de arrebatos, un develar de cantos, de silencios que no callan. Como pocos poetas ecuatorianos, en Jaime Galarza, se torna verdad aquello de que “la poesía es un arma cargada de esperanza”.

“Llanto después/ sangre después/ tumbas después/ después, amor, después/ de la mano del hombre/ volará libre la paloma/ sobre el canto del mar”.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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