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«A mi esposa» (Miguel Riofrío)

Al breve viaje que llamamos vida, / buscarle paz y bendición quisimos, / la fe nos alumbró, la senda vimos, / y en venturosa audacia / para juntos seguirla nos unimos. / Y a los dos, así juntos caminando, / bajo el astro propicio...

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(En su cumpleaños)

Al breve viaje que llamamos vida,
buscarle paz y bendición quisimos,
la fe nos alumbró, la senda vimos,
y en venturosa audacia
para juntos seguirla nos unimos.

Y a los dos, así juntos caminando,
bajo el astro propicio que nos guía,
nada cansa ni amarga, nada hastía
de cuanto en fiel presagio
el bendecido amor nos prometía.

Ni opacas son, ni estériles las horas
que señalando van nuestro camino.
¿Qué mayor dicha ni mejor destino
que paz, amor, bonanza
para el que anda en el mundo peregrino?

La paz del corazón, cual suave lluvia,
da al amor conyugal vida y consuelo,
y así fecunda el que bendice el cielo:
almo, viril trabajo,
cuyo ambiente hace fértil todo suelo.

Sin anhelar profanos esplendores
que dan al vicio fúlgida apariencia,
tenemos el fulgor, la sacra herencia
que ufana nos ofrece
desde su trono augusto la conciencia.

De un año sólo en el estrecho espacio,
fuiste virgen y amante y casta esposa,
y después de arduo trance, aún más hermosa,
el título de madre
te decora con láurea majestuosa.

La que está en tu regazo es tu alta esencia
por divino favor reproducida,
de tu amor y mi amor hija querida
que absortos contemplamos
cual la antorcha que alumbra nuestra vida.

En ella está tu vivo simulacro
desde que al valle del dolor viniste;
como ella, tras el llanto sonreíste;
en ella yo te miro
desde la hora feliz en que naciste.

Así, al rayar de la risueña aurora
que recuerda tu luz de primer día,
unamos mi contento a tu alegría,
mirando nuestra infancia
que tu hija reproduce, esposa mía.

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