«Adiós», por don Simón Espinosa Cordero

Eliécer Cárdenas Espinosa, hijo de Arturo Cárdenas Espinosa y de mi hermana Soledad, profesora normalista en ese caserío del camino a las ruinas de Ingapirca. Arturo era un gran contador de historias...
Foto: El Universo

Eliécer Cárdenas Espinosa, (Tambo Viejo, Cañar, 1950 – Cuenca, Azuay, 2021), hijo de Arturo Cárdenas Espinosa y de mi hermana Soledad, profesora normalista en ese caserío del camino a las ruinas de Ingapirca. Arturo era un gran contador de historias de las Mil y Una Noches con personajes que comían tostado y bebían puntas, con chismes de viajeros asaltados en los montes de la colosal araña del nudo del Azuay o seducidos por la serpiente de la laguna de Culebrillas, origen mítico de la cultura canarí.

Desde los siete de edad, Eliécer vivió en casa de la abuela materna en Cuenca. Viuda y madre de tres hijas normalistas y dos varones. Halló la biblioteca del bisabuelo y un amor sin bordes; de adolescente, tenía al Che Guevara a la cabecera de la cama y leía sus propias redacciones a la abuela de misa y comunión diaria, seguidora de Camilo Ponce, mujer de humor a prueba de todo e “innumerable madre”. Cuando ella murió sabía que Nela Martínez Espinosa, la activista existencial y Jacinto Cordero Espinosa, el poeta esencial, sobrinos de su esposo, y Eliécer Cárdenas Espinosa, nieto de los dos, habían sido “lujo y honra del noble Ecuador”; pero el último suspiro fue para su esposo que había vivido para los demás y que dio la vida por ayudar a un preso de la cárcel a no morir sin testamento y sin entregar el alma a Dios en medio de una epidemia de fiebre tifoidea.

De estas raíces le venían a Eliécer la sencillez y el calor humano. Buen hijo, buen padre, serio y hondo en la mirada. Carmen Patiño, esposa de Eliécer le apoyó siempre, en las buenas y en las malas, y así Eliécer pudo escribir caudalosamente. Recorrió la provincia de Loja para seguir los pasos de Naún Briones, protagonista de “Polvo y Ceniza”; y con sus hermanos Cristóbal y Juan, también el norte del Perú para lo mismo. Avanzaron a Santiago de Chuco, lugar natal de César Vallejo. Las esposas de los tres tuvieron algo de la “Andina y dulce Rita de junco y capulí”.

Agustín Cueva escribió sobre Polvo y Ceniza: “Saga de un Ecuador desaparecido, esta obra a la par profundamente épica y profundamente lírica recoge y poetiza la vida de bandidos legendarios como Naún Briones, de virtuosos del carterismo ‘urbano’ como el Águila Quiteña, de siniestros salteadores de caminos como los Quiroz y hasta de personajes del arte y la bohemia de Quito como el “monstruo” Paredes, para a través de todos ellos y de una sin par ternura tratar de rescatar nuestro inmediato pasado del olvido y de la muerte, del polvo y las cenizas.”

San Agustín puso el amor al prójimo como condición de entender lo espiritual. Eliécer se murió de infarto cuatro días antes al presentir la matanza de los 118 en la penitenciaría de Guayaquil. Su magna novela, tierna, poderosa, sobrevivirá al polvo y ceniza que será Ecuador por las llamas de un egoísmo mestizo cercano al canibalismo: “Explotaos los unos a los otros” ha venido a ser la consigna patria. ¡Adiós!

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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