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«Alemán/ Mata/ Montalvo», por don Álvaro Alemán

El pasado miércoles 24 de febrero, don Álvaro Alemán Salvador, miembro de nuestra Academia, presentó la conferencia denominada Alemán/ Mata/ Montalvo. A continuación el texto de dicha presentación:

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El pasado miércoles 24 de febrero, don Álvaro Alemán Salvador, miembro correspondiente de nuestra Academia, presentó la conferencia denominada Alemán/ Mata/ Montalvo. A continuación el texto de dicha presentación:

Buenas tardes. Quiero empezar agradeciendo a La AEL, en la persona de Susana Cordero de Espinosa, directora, por el espacio creado en el marco de estas tertulias, y de la pandemia, para hablar, narrar, escuchar y comentar temas diversos y variados. El contexto de estas charlas recuerda el proyecto del Decamerón, de Bocaccio, un texto cumbre del renacimiento italiano en el que se reúnen 3 hombres y 7 mujeres que huyen de la peste bubónica que asoló Florencia a mediados del siglo XIV, para contar historias, distraerse, y aprender. La palabra Decamerón delata la predilección de Bocaccio por la antigüedad clásica, está compuesta de dos palabras griegas, déka (diez) y heméra (día), que es el lapso en el que transcurre la acción de narrar 100 relatos consecutivos en torno al amor, el ingenio y la fortuna. El título es una referencia al Hexamerón de San Ambrosio, un escrito teológico en verso que describe la obra de Dios en los seis días de la creación del mundo y de la humanidad. El Decamerón es así, la narración de la recreación de la humanidad, que se produce mediante los diez protagonistas y sus relatos, tras la desolación que la peste produce en Florencia el año de 1348.

Cada reunión como ésta, constituye un gesto similar, una ocasión para reconstituir el tejido social roído por el aislamiento, la separación y el miedo y para recordar la profunda vocación del ser humano por escuchar y ser escuchado. Gracias entonces a la AEL por la oportunidad y por el espacio y gracias a todos los presentes por su tiempo e interés por la lengua ecuatoriana. En la ocasión que nos convoca, en particular, en esta tarde, la invectiva, por el gesto de sacar la lengua.

La temática que tenemos ante nosotros presupone una cierta fricción entre civilidad y cortesía, entre el bien decir y la maledicencia, entre la honra y la calumnia, entre buenas y malas palabras. Mi propósito, en los comentarios que presentaré a continuación consiste en posicionar al insulto y la invectiva en primer lugar como formas políticas, atravesadas por el poder, y no como expresiones transparentes e inteligibles de inmediato, en segundo lugar quiero postular la importancia de convertir al insulto en materia legítima de estudio académico. Y esto último debido a dos razones: la primera de ellas consiste en señalar la necesidad del conflicto en el aprendizaje, no la agresión ni el agravio, sino la oposición, el enfrentamiento, en algunos casos, el desafío. La segunda razón alude a la enorme potencialidad de desentrañar el núcleo nocivo y puro del prejuicio sociocultural vigente en la sociedad en que vivimos por medio del estudio del repertorio de insultos al alcance de nuestra ciudadanía, de todos nosotros. Más que cualquier otro texto, el insulto que cada uno de nosotros emite ante circunstancias de hostilidad (real o aparente) es un indicador perfecto del grado de sometimiento que experimentamos ante la cultura que hemos heredado. En otras palabras, al insultar, nos pintamos de cuerpo entero como sujetos irreflexivos, como instrumentos que vociferan el prejuicio más hondo y grosero del mundo cultural al que pertenecemos. El insultador es un sujeto ideológico puro.

Esto es así precisamente porque el insulto se encuentra fuera de toda consideración conceptual o racional; de hecho, el insulto se presenta como el anverso del discurso racional, como su contrario y complemento. El insulto es el anverso de nuestra adscripción lírica a una cultura pensante y una comunidad de tolerancia. Debido a que el insulto evade el análisis, porque el insulto le quita el cuerpo a la reflexión, su expresión en nuestros labios nos permite observar, con claridad prístina, de qué manera suscribimos impulsivamente, a una visión intolerante de la realidad y de los otros.

Espero en el desarrollo de este encuentro, de esta ponencia, hacer tres cosas: diferenciar entre insulto, invectiva y sus variantes; presentar una instancia ejemplar de injuria letrada, derivada de la historia literaria ecuatoriana, plena de insultos y, por último, ofrecer unas pocas observaciones sobre el lugar del vituperio en el ámbito de la vida pública contemporánea, incluyendo el contexto pedagógico. Aspiro llenar este tiempo con lenguaje soez, maldiciones y palabras salvajes, lo hago no solo para participar en una tarea relegada de la educación contemporánea, que podríamos llamar, tentativamente, “apreciación del insulto” sino también como un acto histórico de reparación, como ejercicio de memoria en un momento de nuestra cultura en que se confunde el insulto con la obscenidad, la expresividad de la lengua con la charlatanería y la pasión con la violencia. Quiero también proponer, antes de iniciar propiamente, el título de esta ponencia como elemento consustancial de la misma. La invectiva, como dice Honneth, pone en crisis las solidaridades verdaderas y falsas, en la invectiva, la lengua se tuerce y dice más de lo que dice, espero entonces, que el título enigmático de estas palabras se entienda al final de mi disertación.

Una breve historia de la invectiva

La clasificación de la invectiva no es sencilla puesto que históricamente, encontramos elementos de ella incrustados en la poesía épica, la tragedia, la comedia, la poesía yámbica, la sátira, el epigrama y la oratoria, para nombrar solo algunas formas literarias que podemos clasificar sin mayor dificultad dada su forma, contenido y técnica. La invectiva es tan antigua como la historia de la literatura occidental, encontramos elementos de ella en la Ilíada, en particular en los tres primeros libros, en el intercambio agrio entre el furioso Aquiles y el soberbio Agamenón, también en el severo regaño de Odiseo a Térsites cuando éste acusa al rey de Micenas de codicioso.

¿Es la invectiva un género literario? El término proviene de la tradición latina, y se refiere a uno de los tres géneros de la retórica clásica. Estos son el género deliberativo o político, dirigido a una asamblea política, que se ocupa de los discursos sobre acciones futuras, el género judicial, dirigido a juez o tribunal y que se ocupa de acciones pasadas y el género demostrativo o epidíctico, que se ocupa del presente y que está dirigido a un público general, que no puede incidir sobre los hechos, aunque los puede alabar o vituperar.

Durante la república romana, la invectiva personal y la injuria se utilizaba ampliamente como parte de distintas formas de expresión retórica. Cicerón hizo uso frecuente del vituperio (vituperatio en latín) para castigar a sus oponentes políticos, entre ellos Claudio y Catilina (en las catilinarias) o Marco Antonio (en las filípicas). En estos discursos se castigaba al oponente mediante la censura a su conducta, que expresaba la avaricie, la cobardía, la conducta afeminada, la borrachera, la pobreza expresiva oral y escrita, el lujo excesivo, hábitos sexuales desaprobados y conducta tiránica. Ente los años 44 y 30 anteriores a la era común, la invectiva se convirtió en una herramienta en la guerra propagandística entre Marco Antonio y Octaviano, entre otras injurias, se acusaba a Marco Antonio de casarse con la reina extranjera Cleopatra, de ser sumiso a ella y de haber perdido su identidad romana. Incluso se señaló que Cleopatra se preparaba para invadir Italia. Estas acusaciones permitieron a Octaviano presentar su movilización de tropas contra su adversario como una campaña militar legítima para defender a la república romana.

La invectiva, como tal surge con el humanismo renacentista, que encuentra su prototipo en un intercambio entre el historiador romano Salustio y Cicerón. La tradición medieval de manuscrito (es decir, la transición del manuscrito elaborado en monasterios al mercado, a las ciudades y la aparición de universidades que ordenan y regulan los contenidos) títuló a estos textos invectivae, un término acuñado en la antigüedad tardía donde se emplea tanto como adjetivo (que modifica a un nombre, por ejemplo, oratio, satura, epistola, etc.) que como sustantivo. En ambos casos se refiere a un discurso de reproche o maledicencia, la mayor parte de veces, invectiva es el término utilizado como título de los discursos de Cicerón en contra de Catilina. La palabra empieza a circular con fuerza en la antigüedad tardía y a principios del período Cristiano, San Jerónimo, el traductor de la Biblia del griego y el hebreo al latín, en versión llamada Vulgata, la figura por la que se celebra el día internacional de la traducción el 30 de septiembre (la fecha de su defunción) es una figura clave de la invectiva. Admirador de los autores clásicos paganos, despliega un poderoso arsenal retórico en contra de sus adversarios, enlistando siempre la ayuda de Dios en ellos, y acarreando para sus propósitos, los vastos elementos de invectiva que provee la Biblia. En el siglo XIII, la palabra invectiva, previamente confinada al cambo de la oratoria, se aplica a la poesía y a la epistolografía, el arte de escribir cartas. Petrarca, en 1352, se convierte en el primer humanista en escribir invectiva, cuando durante una enfermedad del papa clemente VI, le envía una carta en la que aconseja que se cuide de los médicos que lo atienden, la mayor parte de ellos ignaros y que confíe únicamente en el mejor de ellos. Noticias de la carta llegan a los oídos de un médico, que procede a hacer una defensa pública de su profesión, aconsejando, de paso a Petrarca que se confine al ámbito de la poesía, cuya actividad propia es la mentira. Petrarca no sufre la afrenta en silencio, sino que, citando el ejemplo de San Jerónimo, escribe la primera de cuatro vitriólicas invectivas.

Casi un siglo más tarde, Poggio Bracciolini y Lorenzo Valla participaron en un duelo maratónico de invectiva que apocó todo ejercicio previo. Ambos eran secretarios apostólicos en la curia romana, y encarnizados enemigos. El asunto empezó cuando un alumno de Valla anotó una carta de Poggio, señalando errores gramaticales y de sintaxis. Poggio tomó la afrenta como propia de Valla y desplegó una mordaz invectiva contra su adversario. Empezó declarándose honrado por encontrarse en compañía de otros grandes escritores atacados por Valla, Cicerón, Salustio, Livio, Jerónimo y muchos más. Como réplica, Poggio se burla de la obra escrita de Valla y concluye con la descripción de una marcha triunfal en la que éste participa. Se imagina a Valla transportado en un carruaje hecho de huesos de gigantes por una calle cubierta de pieles de carnero, sosteniendo una esfinge en una mano y un fénix en la otra, su frente ceñida de una rama de laurel de la que cuelgan salchichas. Un par de elefantes jalan el carro, rodeado de Musas vestidas de esclavas, mientras portan liras mordisqueadas por ratones. Atenea espanta las moscas con su espada mientras que, al cantar Valla, lo acompañan con sus graznidos cuervos, búhos y gaviotas. Preceden al carruaje los autores más prestigiosos de la antigüedad, encadenados y en fila, ahí se encuentra Cicerón Aristóteles, Lactancio, los gramáticos, historiadores, poetas y teólogos. Junto a ellos cantan sátiros, faunos y asnos. Cuando el desfile llega al Capitolio, Valla encierra a sus prisioneros en una cárcel oscura y dedica la cabeza de un toro a Júpiter. Finalmente exige una estatua de bronce y ser enrolado en las filas de los dioses.

Valla respondió con una invectiva monumental, titulada Antidotum. Declara primero su renuencia de saltar al campo de batalla contra un bufón, con la edad de ser su abuelo. Luego se defiende y denuncia a Valla como mentiroso, pérfido, amo de la codicia, adúltero, borrachín y corruptor de menores. De ahí pasa a demostrar la ignorancia supina de Poggio de las artes liberales, en particular de la gramática y la retórica, señalando múltiples errores en la obra de su rival. El método empleado es el diálogo.

La batalla dura dos años enteros, en que los adversarios minan el Latín en busca de obscenidades para tratar con escarnio, desprecio y desdén a su rival. La complejidad discursiva y los recursos empleados no tienen antecedentes en el mundo clásico y la batalla logra inspirar a otros humanistas. La invectiva se convierte, en el cinquecentto , en el arma de rigor de los humanistas en sus disputas, al margen de si sus enemistades observan una matriz política, religiosa, literaria o si simplemente se trata de antipatía personal. La habilidad de estas figuras, entre las que se encuentra Dante Allighieri es tal que refinan las convenciones de la invectiva a la vez que la alimentan de una rica variedad de nuevas formas otorgándole una elasticidad de la que previamente carecía.

Una definición adecuada de este tipo de invectiva rezaría como sigue: una composición, en prosa o en verso, cuyo objetivo principal es reprender o acusar a un adversario, vivo o muerto, o responder a acusaciones en contra de uno mismo, de su familia, país o cualquier otro objeto preciado. El método de distribución era entre amigos o conocidos, pocas veces al adversario, se despliega de varias maneras, una de ellas es la publicación de una carta abierta.

Se trata pues, de una composición elástica, que incorpora elementos provenientes de distintas formas, para dar cabida a la expresión de afectos íntimos, muchas veces en momentos de pasión excesiva. La invectiva pertenece así a una larga tradición de literatura lúdica, que muchas veces surge en cambios de época, cuando ideas viejas o recibidas chocan con ideas nuevas.

Como se observa, la invectiva alude a un discurso “literario”; es decir, escrito, elaborado, incluso inscrito dentro de una determinada tradición erudita. Es aquí donde podemos diferenciarlo de su primo hermano, el insulto, que en cierto modo es más estrecho que la invectiva, puesto que no toda invectiva es un insulto, y de otra manera es más amplio, se refiere a conductas que exceden lo meramente discursivo porque no todo insulto es literario, o incluso verbal, existen gestos y hasta silencios que insultan.

Vamos ahora al plato fuerte

Gonzalo Humberto Mata Ordoñez nació en Quito en 1904, a los 12 años de edad su familia se trasladó a Cuenca, ciudad en la que se radica y vive el resto de su vida. Como casi todo escritor ecuatoriano escribe versos y en 1935 publica una novela, Chorro Cañamazo, sobre la industria de sombreros de paja toquilla que causó tal revuelo que, se dice, el rector de la universidad de Cuenca pidió que se reúnan los ejemplares de la obra y se quemen en público. Mata fue bibliotecario, novelista, crítico e historiador literario y poeta, nunca ejerció la cátedra y vivió permanentemente en cercanía con la polémica. Varios de sus estudios causaron escándalo en Cuenca debido a su valoración crítica de la obra de algunas de las figuras literarias más reconocidas de la ciudad, notablemente, Remigio Crespo Toral y José María Egas. Mata entabló polémica contra Jorge Icaza, a quien acusó de plagio, dirigió sus dardos contra Olmedo, Gonzalo Zaldumbide. Oswaldo Guayasamín y por supuesto, contra Juan Montalvo. La obra de Mata es diversa, incluye ensayos sobre la literatura afro estadounidense, en particular un estudio sobre Richard Wright, estudios biográficos sobre Manuela Saénz y Dolores de Veintimilla. Mata conocía y hablaba quichua, y aprovechó de esos conocimientos para la elaboración de dos novelas indigenistas Sumag Allpa en 1940  y Sal 1937.

En cuanto a la oposición a la figura y talla literaria de Montalvo, existen algunos antecedentes. José Enrique Rodó se ocupó de Montalvo en 1909 a través de su libro Motivos de Proteo, que constituye una de las primeras y ciertamente la más reconocida temprana aproximación a la obra de Montalvo. Unamuno emitió algunos criterios sobre el autor ambateño y fue Gonzalo Zaldumbide, escritor ecuatoriano y diplomático quien impulsó un ambicioso proyecto de reedición y valoración de la obra de Montalvo desde París, en la segunda década del siglo pasado. Luego del triunfo del liberalismo, Montalvo se convierte en el Ecuador y afuera, en un repositorio de fórmulas verbales combativas, especialmente en el combate a las dictaduras. La ciudad de Guayaquil decide repatriar los restos mortales de Juna Montalvo desde Francia en 1889, el mismo año de su muerte, en 1932 la ciudad de Ambato trae su osamenta a Ambato. La fama y reputación cultural de Montalvo va en aumento y en agosto de 1949, luego del devastador terremoto que destruye Pelileo y Ambato, una muchedumbre levanta en hombros los restos del Cosmopolita, e inician una asombrosa procesión por las calles de la destruida urbe, clamando por la redención de la ciudad. En 1943 Oscar Efrén Reyes publica una Vida de Juan Montalvo, que establece distancia con la actitud hagiográfica generalizada ante el escritor ambateño, ya antes, el crítico colombiano Juan Bautista Pérez y Soto lanzó una primera volea en contra de la reputación de Montalvo con el título La curarina o antídoto contra el montalvismo, una obra publicada en Guayaquil en 1886, que tuvo pocos seguidores. La palabra curarina se deriva de curare, un veneno utilizado por distintos grupos étnicos de la Amazonía para cazar animales, y para curar las mordidas de serpientes. Pérez y Soto moviliza el término para señalar la necesidad de un antídoto contra la “enfermedad” de Montalvo. Miguel Antonio Caro, también desde Colombia se pronuncia en contra del estilo montalvino como “un tanto fatigoso por lo amplio y circular, por lo sostenido y entrabado de sus términos que ponen a prueba la sabiduría de la sintaxis, la resistencia…de la concordancia, etc.” (Mundo nuevo, Paris no 7, 1967, p 81). De igual manera Gabriel Cevallos García en el Ecuador y el crítico Argentino Enrique Anderson Imbert presentan dudas sobre la corrección idiomática y el estilo literario de Montalvo. También Augusto Arias, en 1967, con su estudio “El cosmopolita de Juan Montalvo”, levanta sospechas. Pero será la publicación en 1966 de Humberto Mata, en un libro titulado Zaldumbide y Montalvo, el que inicia una crítica mordaz en contra de lo que considera un proceso de canonización indebido. Mata sostiene que la obra de Montalvo es pretensiosa y anacrónica, que adolece de errores de escritura y que su figura histórica se caracteriza por el oportunismo político, la hipocresía, el dogmatismo y la traición. Pese a ello, sostiene Mata, existe en el Ecuador de los años 60 del siglo pasado, un clima intelectual que insiste en convertir a Montalvo en modelo de ciudadanía y adalid literario, un incomprensible deseo de santificarlo. Todo esto se ve empeorado cuando intelectuales de la talla de Gonzalo Zaldumbide, crítico, académico, narrador y poeta contemporáneo de Mata, y su amigo personal, insisten, pese a sus propias reservas, a la entronización de la figura de Montalvo.

La obra de Mata encuentra una marcada resistencia por parte de intelectuales que defienden, a capa y espada, al escritor ambateño. La polémica escala a tal punto que Mata es declarado persona non grata por la Sociedad de Amigos de Montalvo hasta el punto que se amenaza su integridad física de viajar a la ciudad de Ambato. Mata responde con virulentos ataques a sus adversarios, muchos de ellos anónimos, con una serie de textos, entre los que se encuentra: Defensa de mi Zaldumbide y Montalvo, Apeo y deslinde del San Don Montalvo, Montalvo Seudo-Cervantista, Montalvo ramplón literario y Sobre Montalvo o desmitificación de un mixtificador, éste último de 1969.  El crítico norteamericano Edmund Urbanski queda impresionado por la vehemencia del conflicto y publica el artículo “Ecuadorian Literary War Over Montalvo”, ese mismo año.

Uno de los oponentes de Mata en esta “guerra”,  Pablo Balarezo Moncayo, lanza una de las primeras voleas con un artículo que lleva como título “Protesta en Ambato por el libro de G.H. Mata” (3 de octubre de 1966). Balarezo impugna los comentarios de Mata sobre Montalvo, cuya reputación la parece al primero de estos, “indiscutible”, dice que en “las tres últimas décadas se ha publicado más de un libro en contra de Montalvo, y hasta se premió con medalla de oro y pergamino de honor a uno de los detractores.”‘ Balarezo considera que la controversia literaria es antipatriótica y se siente disgustado por la acogida con que se recibió el libro de Mata en el Ecuador.

Quiero entonces, para el deleite de la audiencia, leer un extracto de uno de los documentos de esta polémica. Se trata de un extracto del libro Defensa de mi Zaldumbide y Montalvo, publicado en 1966 y precedido por un texto de Benjamín Carrión, el edecán de las letras ecuatorianas del segundo tercio del siglo XX. Mata dice lo siguiente:

“Agradece, Pablo, que , como yo soy inicuamente consecuente en mi Amistad, consigne tu nombre y doble apellido. Me considero aspirante a caballero y, en esa alusión, te pido compruebes que entre toda la caterva de zullencos mapa poetas, cíclopes boquirubios fletados, que has planificado dañinamente contra mi, solo a ti hago la concesión de nombrarte, porque tú, para mi, aunque cuando inserto dentro de la casa de Montalvo, te acojas al primitivismo del mito, no estás poseído de imbecilidades sin remedio como estos talentos en desuso.
Tú, mi amigo, puedes, acaso, pensar que, por determinadas circunstancias, los escritores no son tan civilizados ni sensatos como debieran ser para, justificando su vida, refrendar su función intelectual. Créeme Pablo, que te considero por haberte rodeado de tanto fetichista fanatizado, hediendo a calamidad de momia ¿por qué, para “lastimarme” Pablo, te has constituido en cabecilla de renacuajos, jambatos, de cuerda municipal literarizante?¿Por qué has extraído de chiqueros de las casas de rastro a perplejos intelectuales de casta y de género chico, de atrás de la cintura para abajo? ¿por qué has suelto contra mí todo ese ganado mostrenco? ¿por qué has adiestrado a toda esa fantochería superdotada de preñadillismo literario en contra mía? ¿A qué ese contumaz coludir de la turba de turbados y más turbados montalvistas? ¿Por qué tu ensañado aporrearme con carbonientos montalvanos? ¿Por qué te empecinas en ejercer una indigna inclinación de especial y desvergonzada sabiduría entronizándote “enganchador” de escabrosos cabros y sus aumentativos? ¿Por qué has levantado cuadrillas de se villanos cepeídos? ¿Sólo para ladrar tanta pujanza? Para no más de mi..tú solo y solo te bastabas, Pablo querido, así como la vez pasada que únicamente tú me insultaste, levemente por cierto premonitorio montalvicidio mío…

Defensa de mi Zaldumbide y Montalvo, p. 104.

Con dolor de mi alma, Pablo mío, te dejo con mis recuerdos cordialmente persuasivos. No podrás quejarte, ya que te he tratado con extraordinaria cortesía, extirpando mi lenguaje reservado para las mayores solemnidades de etiqueta, pese a que, incidentalemente, he tenido que tocar en tus cerriles desbocados semaneros del equipo de orgiásticos pongos magnates, calígrafos, montalvígrafos, que tú has azuzado en minga contra mi pigmeísmo, mi enanismo foráneo a esa dilecta ciudad que, después de Cuenca es la cuarta en valía ecuatoriana. Me despido y…para laude de ex salesianos santirizadores exclamaré, ITE MONTALVUS EST…Montalvus Ficonus Rex Guaytamborum. Hasta vernos Pablo…pero hasta entonces una advertencia: no desistas en tu proyecto de convocar “mesa redonda” para en ella leer las mulas de insultos y las décimas que el numen guaytamvil ha florecido y frutecido contra mi persona. Hazlo, Pablo, hazlo: así serán mejor calificados todos los prehombres allegados al refugio de tu casa de rastro. Cuando vayas a afeitar a Montalvo, salúdalo a mi nombre.

Defensa de mi Zaldumbide y Montalvo, p. 113.

Mata ofrece en este corto fragmento, representativo de la explosividad y condición dinámica e inventiva de su discurso, una muestra paradigmática del funcionamiento de la invectiva. Me permito, por cuestiones de tiempo, resumir la complejidad argumentativa y expresiva del texto de Mata en 5 elementos. 1. El marco inquisitivo que recorre la intervención del polemista y que recuerda a su audiencia lo que está en juego: nada menos que el derecho a disentir ante la ortodoxia, nada menos que la posibilidad de preguntar, de forma extensa, sobre un asunto de incumbencia pública. 2 La evocación de la imagen de la ira justa y santa, la pasión noble contra la ofensa e injusticia, destinada al apocamiento de la voz narrativa del adversario, erguida en defensa de sí misma 3. El reclamo de independencia intelectual que condena el servilismo, el mecanicismo y  la obediencia 4. El establecimiento de una jerarquía de operaciones mentales que encuentran su corolario en valores morales: inteligencia vs ignorancia, astucia vs malicia, razón vs fuerza, ruptura vs inercia y; 5 finalmente, la presentación de neologismos e imágenes ocurridas que declaran, en toda su sublime excentricidad, la independencia de palabra y pensamiento de un escritor que, de esta manera, se declara disidente de la mañosería de la historia literaria, como instancia del discurso dominante.

Mata concluye su interpelación de Balarezo Moncayo como sigue:

Yo, que no me concedo ni tretas ni tratos con ninguna calaña de santos, y como tampoco soy un fresco, me afirmo que a mi nadie me ha llagado ni desollado. Mi pequeñez me ha salvado de que los manotazos que a mis espaldas han diluviado esos intrépidos guaytambonautas, transgresores, hasta del sentido común por su ceguera de loros insolados y embrutecidos en elogios, no me llegan ni siquiera en mefítico viento. Toda mi vida he proclamado y comprobado: Las hormigas no ven el vuelo de los cóndores…Le dije ya, que solo a usted podía constestarle, Benjamín Carrión, JAMAS a esos siervos del que en vida respondía al nombre de Juan Montalvo, esos propios, del todo inapropiados, que poseen cerebros anticonceptivos.

Defensa de mi Zaldumbide y Montalvo, p. 118.

Espero que estas pequeñas e insuficientes muestras de la neolalia de Mata impulse a esta audiencia a buscar sus libros y leerlos. La plataforma informática en la que todos nos encontramos me impide juzgar, como quisiera, el grado de interés de todos ustedes por escuchar más palabras, más emisiones de G.h. Mata. Si estuviésemos todos presentes, corporalmente, tal vez me atrevería a determinar si resulta prudente leer un poco más. Pero no me puedo contener, van dos pequeñas perlas adicionales:

 Seguro que este estercolero de cerebros bien guaneados, con todas sus pepas de guaytambos tiernos, ni siquiera habrá oído el nombre de este jefe de gobierno…

p. 98.

Hay cretinos que merecen que se les entierre vivos, a que no mancillen con su muerte la tierra de camotes y de papas, de alfalfas y zapallos.

p. 77.

Con eso me detengo.

Espero que el enigmático título de esta ponencia tenga sentido a estas alturas

Y ya en las postrimerías de esta intervención quiero concluir con una exhortación por el lugar del disenso en las letras, en las leyes, en la sala de clases. La invectiva pone en riesgo el orden, libera las reservas creativas represadas del ser humano y hasta me atrevo a decir, las fuerzas políticas necesarias para el diálogo productivo. En cuanto al insulto, creo que la tarea ante nosotros no debe ser su supresión sino su análisis, después de todo, las jerarquías que producen los insultos son también ocasiones para interrogar la validez de esas jerarquías; después de todo el insulto no solo es una manera de promover la enemistad y el desdén ante el otro sino también una performance, un montaje que se presenta ante una audiencia y que no tiene la intención de dividir, como en el presente caso, sino de juntar. En todo esto, la distancia estética nos ofrece, tal vez, la perspectiva necesaria para ver al insulto de otro modo. Termino con una exhortación para todas nuestras respectivas instancias de vida y sobre todo para la práctica pedagógica, inspirada en la fecunda obra de G.h.Mata:

¡Más inventiva en la invectiva!

Gracias.

G. h. Mata. Defensa de mi Zaldumbide y Montalvo: memorial montavario. Cuenca: Biblioteca Cénit, 1966.

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