En ensayo es un género reciente, surge con la modernidad. Más aún, su aparecimiento en el mundo de las letras está enlazado a un hecho histórico: el arribo del europeo a América, ese “Mundus Novus” al que aventureros como Colón y Americo Vespucci se dieron a la tarea de admirarlo, conocerlo e interpretarlo llamando cada cosa nueva que encontraban con su nombre americano. En los testimonios y noticias del descubrimiento germinaba el ensayo como una novedosa forma de comunicación de ideas y experiencias. No es de extrañar que, por esos años, en la aún ruda lengua de Castilla (a la que Nebrija, en esos mismos días, buscaba darle una gramática) irrumpiera desde el Nuevo Mundo un turbión de voces exóticas como caníbal, huracán, hamaca, tabaco, canoa o cacao.
La insólita realidad americana pasa al imaginario europeo y nace el ensayo como crónica de conquistas (Bernal Díaz del Castillo), como alegatos en defensa del indio (Bartolomé de las Casas) o como irónicas reflexiones acerca de lo relativo de la moral y las costumbres (Montaigne a propósito de los caníbales). Frente a la singularidad de América, el europeo empieza a reflexionar sobre su propia cultura. Al hacerlo, rehúsa reconocerse en el espejo cóncavo de la humanidad americana y paulatinamente irá descubriéndose a sí mismo. Aquello no había ocurrido desde los tiempos de Heródoto. Luego de América y de la Reforma, la cristiandad europea ya no será la misma.
Antes que hablar de un “descubrimiento de América” por Occidente, habría que hablar de un descubrimiento de Europa por parte de los propios europeos. Aquel fue un hecho mental, el inicio del “nosce te ipsum” socrático que transformó al hombre del Renacimiento. En este proceso discursivo, el género del ensayo pronto encontró su camino: ser un ámbito para el debate de ideas y experiencias. Tan solo la noticia de que existía un continente desconocido presto a ser explorado por el europeo surgió enseguida un nuevo sueño para los humanistas.
Tomás Moro escribió en 1516 un libro muy original, Utopía, un relato en el que aborda cuestiones tales como las relaciones entre el poder y la comunidad. Moro resucita el ideal clásico de la dichosa “edad dorada”, tiempo de paz y entendimiento, aquel en el que, como decía Don Quijote, “no existía el tuyo ni el mío”. Lo curioso es que ese utópico país imaginado por Moro estaba, supuestamente, localizado en una isla del Caribe, una de aquellas exóticas ínsulas de las que Colón había hablado. América será, en adelante, una tierra destinada para las futuras utopías sociales y políticas. Y en esto, el futuro canciller de Inglaterra, no estaba equivocado. De la misma forma, Francisco López de Gómara expresaba en 1552 su asombro ante la insólita realidad de América cuando, en su Historia general de las Indias, dijo que “la mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que nos crio, es el descubrimiento de las Indias, y así las llaman Nuevo Mundo”.
De este proceso ideológico nace en ensayo moderno como singular dialéctica entre el Yo y el Mundo. El ensayo literario es un género en el cual la particular visión del ensayista nos remite a una interpretación del mundo y, a su vez, el mundo así interpretado nos restituye a la mirada del ensayista. La interrelación de estos dos elementos conforma lo privativo del ensayo literario. No todo texto en prosa es ensayo literario.
Disposición recurrente del ensayismo hispanoamericano ha sido el juicio moral de la sociedad. La historia es analizada desde una percepción ética. Las posturas ideológicas de nuestros ensayistas pueden ser diferentes, sin embargo, todos confluyen en una visión deontológica de la realidad. La naturaleza dúcil y proteica del ensayo latinoamericano (ese “centauro de los géneros” (como lo caracterizó Alfonso Reyes) permite que al interior de sus fronteras quepan todos los discursos posibles. El ensayo literario es esa forma de la prosa hispanoamericana que ha estado ligada al mundo de los valores y a la crítica de la situación.