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Artículo sobre «Un día cualquiera», novela de don Carlos Arcos

El diario El Universo publicó un texto de Alfonso Reece sobre el género de la novela histórica y, en particular, sobre «Un día cualquiera», de don Carlos Arcos Cabrera, miembro correspondiente de nuestra Academia.

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El diario El Universo publicó un texto de Alfonso Reece Dousdebés sobre el género de la novela histórica y, en particular, sobre Un día cualquiera, la más reciente obra de don Carlos Arcos Cabrera, miembro correspondiente de nuestra Academia. Reproducimos dicho artículo a continuación.

¿La novela histórica debe ser histórica?

Hace unas semanas analizamos un género de la familia de la novela histórica, lo llamamos novela de hipótesis, que trata de sostener, a través de una especulación literaria, la existencia de una posibilidad no probada. Es la narración del “y qué tal si…”. Género exigente, pues debe aportar la suficiente historia como para demostrar su tesis, junto con imaginación literaria y recursos narrativos. Hablemos ahora de otro género, la novela de ambiente histórico. En esta la acción, que puede ser de cualquier índole, bélica, romántica, policial, se desarrolla en una época distinguiblemente separada del presente. Los protagonistas no suelen ser personajes notables, aunque pueden alternar en la acción con estos. Se adivina que este género otorga más libertades que otros al momento de desarrollar el argumento de la obra. Estas libertades no deben atentar contra la verosimilitud del texto, ni contra la precisión histórica, pero grandes cultores de todos los tiempos han aplicado muy elásticamente estas condiciones.

En este género encasillo a la novela Un día cualquiera, de Carlos Arcos Cabrera, un escritor de fuste… antes de seguir verifico en el DRAE qué significa esta palabra, dice el diccionario que quiere decir “nervio, sustancia o entidad”, eso exactamente quería decir. Es la primera obra de Arcos que se puede encuadrar propiamente en la familia de la novela histórica. Narrada en primera persona por un judío converso, cuya familia teme siempre que se conozca tal condición y se los acuse de judaizantes, es decir, de practicar en secreto la religión mosaica. Diego de Arcos, que así se llama el personaje narrador y a quien, a lo mejor, el autor considera su antecesor, muy niño es llevado por su padre a presenciar la quema de un judaizante. El bestial espectáculo lo aterrorizará toda la vida. Siempre discriminados, los Arcos se debaten en la miseria, pero Diego se convierte en hábil escribiente, cuyo arte le permitirá mejorar su condición y luego saltar a las Indias, donde se enrolará en la expedición de Hernán Cortez.

Permanece en la asombrosa Tenochtitlan, hasta que, en la batalla de la Noche Triste, los españoles son expulsados de la ciudad. Sigue a Pedro de Alvarado en distintas peripecias, junto con este conquistador viene a Quito, donde se establece y vive aun cuando se produce la Revolución de las Alcabalas, en la que toma partido por los rebeldes, todo termina con el protagonista derrotado en espera de que Pedro de Arana, capitán de las tropas leales al virrey, haga por él. Diego de Arcos vive una vida paralela, a veces distante, pero siempre cercana, con su hermano Francisco, existencias determinadas por la magna aventura de la conquista de las Indias. Afirma el autor que este texto es una exploración de la alteridad, del otro, del distinto, por parte de un judío que siempre se sentirá extraño en los entornos de los españoles y de los indios. Este ha sido un tema recurrente en sus obras. Es este un libro en tonalidad barroca, de dramáticos contrastes de sombra contra oscuridad, que se ilumina con los fuegos de hogueras inquisitoriales y de la ola de destrucción que levantó la Conquista.

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