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«Asco del mundo», por don Carlos Freile Granizo

Ciertas actuaciones de personajes con prestigio e influencias varias me llevan de manera fatal a reafirmarme en mi convicción de que el ser humano está hecho de miseria y podredumbre...

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Ciertas actuaciones de personajes con prestigio e influencias varias me llevan de manera fatal a reafirmarme en mi convicción de que el ser humano está hecho de miseria y podredumbre. Cuando me constan las mentiras lanzadas desde las fauces supuestamente dignas de prohombres mirados con respeto por el vulgo, no puedo menos de sentir asco. El pomposo señor sabe que miente, sus oyentes conocen esa triste verdad, y sin embargo la falsedad es aceptada sin pudor ni decoro por la cohorte de lacayos pusilánimes.

Me pregunto: ¿qué siente el mentiroso consciente de sus malas artes? ¿cómo se mira en el espejo el falsario consuetudinario sin romperse la cara de vergüenza? ¿de qué sucia fuente ha bebido la convicción de que los otros, sabedores de sus engaños, callarán y asentirán sumisos? Mis años se acercan al límite bíblico y ya veo la muerte con simpatía y esperanza, amparado en una constante voluntad de honradez y de verdad mi convicción de integridad sufre la tentación de abandonar las diferentes ágoras y entregarme al silencio para evitar el contagio de la mentira, la falsedad, el engaño cínicos y desvergonzados.

Me ha vencido el cansancio de los combates inútiles por la falta de almas hermanas dispuestas a romper lanzas sin tregua y en cualquier campo contra la falsedad impúdica. Me agobia la soledad en la contienda sin descanso contra la adulteración descarada de la verdad. La ilusión flaquea frente a los silencios calculados de los mediocres, el cansancio pesa en el ánimo y la mente. Pero sobre todo me domina el asco, la nausea intelectual por las peroratas insolentes ajenas a la verdad.

Erguido sobre una colina de cadáveres de honras insepultas, miro en torno y percibo sombras, solo sombras y más sombras: la luz de la verdad se ha eclipsado tras el manto obscuro de la indignidad y del cálculo rastrero. El amargo sabor de la mentira adobado en la desmemoriada sumisión de los cobardes me ha derrotado. En este erial empedrado de dignidades difuntas solo queda mi honor y a él me aferro para soportar el asco de este académico mundo infame.

Este artículo apareció en el diario La Hora.

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