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«Atanasio», por don Marco Antonio Rodríguez

Una galería de figuras libradas desde el encierro del olvido. Humo de cigarrillo, el mueble del bar detrás del cual sonríe el dueño, hombres viejos y jóvenes, mesas, sillas, taburetes, afiches de películas...

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Una galería de figuras libradas desde el encierro del olvido. Humo de cigarrillo, el mueble del bar detrás del cual sonríe el dueño, hombres viejos y jóvenes, mesas, sillas, taburetes, afiches de películas en las paredes. Concurrentes graves, inmóviles; otros gesticulantes, locuaces. El Café 77 del Quito de los 60, apostado en su Centro Histórico. La figura de Atanasio Viteri Karolys(Latacunga, 1908-Quito, 1965) brillaba como un sol retraído, esquivo, huidizo.

Maestro por antonomasia, contaba alguien muy cercano que cuando se recuperó de una ceguera causada por la diabetes, malhumorado, confesó a quienes lo visitaban que lo único que extrañó fue no ver a sus estudiantes. Actuó como jefe de Prensa de la Asamblea Nacional de 1945, director de la Escuela de Periodismo de la Universidad Central… Sus cátedras en La Sorbona y en Salamanca fueron celebradas.

Soberbio y enigmático, acerado y sensitivo, vitriólico y tajante con todo lo que era o pareciera mediocridad; le asqueaban los “mercaderes de la religión, de la política, de la cultura”. Fue una lumbrera. Galvanizaba con su palabra que trasuntaba su cultura universal. Mediana estatura, estoico, íntegro, lucía impecables ternos, chalecos y sombreros de fieltro. Cuando recibía saludos, apenas movía la cabeza. Detrás de sus cuidados lentes bullían dos ojos fríos y escrutadores que ocultaban una alma angustiada y tierna.

Novelista, poeta y ensayista; representa el más extraño acopio de los cánones narrativos del indigenismo ecuatoriano. Sus libros capitales: La tierra de cristal oscurecidaEpopeya del Reino de Quito y El Dios terrestre. Leer sus páginas es escanciar esos vinos centenarios forjados por manos sabias con la complicidad del tiempo, celoso guardián de un sabor a frutas o especias perdidas.

“Y ni siquiera con los muertos hemos salvado la tierra. Ni la sombra del árbol es nuestra. Ya no danzaremos en las cosechas, jubilosos por el maíz puesto al sol, o por las papas madurando raíces en la sombra”.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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